10. No se debe confiar en el diablo.

Alec Benjamin - Devil Doesn't Bargain (0:09 - 0:56)

El viaje hacia la mansión familiar se vuelve eterno, y una vez que el auto se acerca a la gran puerta de hierro forjado de la mansión Black, siento la familiar punzada de inquietud en la boca de mi estómago, que solo va en aumento al notar como la mansión se alza amenazadoramente mostrando su oscura fachada que no hace más que reflejar la atmósfera lúgubre que parece rodearla.

Me bajo del auto y camino hacia la puerta, que se abre sin que yo tenga que llamar y al entrar al gran vestíbulo, la anticipación llena el aire. Se puede escuchar los leves golpeteos de tacones contra el piso, cristalería y susurros molestos que resuenan en la habitación cercana.

Camino siguiendo al mayordomo hasta la sala de estar donde se suele llevar estás reuniones y al entrar, todos los presentes se giran a mirarme, con miradas llenas de desconfianza y curiosidad.

La tensión en la sala es palpable.

—Me alegra que puedas unirte a nosotros —dice Gaia, casi con burla y haciendo girar una copa de vino tinto en su mano.

Sus ojos me estudian mientras avanzo por la habitación.

—No es como si tuviera muchas opciones —respondo—. Sobre todo, después de enterarme por medio de un noticiero sobre la muerte de mi padre.

—También murió tu madre, el chófer y la amante de tu padre —agrega Ulises.

Me deslizo en un asiento a la izquierda de Casandra y creo ver de soslayo una sonrisa aparecer en los labios de Regina, y puedo escuchar a Killian reírse de forma abierta.

—Pero no te preocupes, tu madre sabía sobre la amante, era un trato que tenían entre ellos. A tu madre le gustaba ver y a tu padre acostarse con muchas mujeres diferentes —explica Killian, aunque yo no pedí ninguna explicación.

Ella no era mi madre —casi le digo.

Estoy cansada que me impongan cosas y personas en mi vida. Que digan lo que quieren que haga, sienta y piense y tener que aceptarlo sin quejas.

Mis pensamientos son interrumpidos por la llegada de Morgana.

—¿Por qué estamos aquí? —pregunta.

Ulises se levanta del sofá donde estaba sentado y le sede su puesto.

—El tío Hermes murió —responde Casandra.

—Eso no responde mi pregunta. ¿Qué me importa a mí si él murió? Ya está muerto, la vida sigue.

Regina tararea en señal de afirmación.

—Eso fue justamente lo que yo dije.

Por supuesto que no les importa que mi padre haya muerto, no puedo culparlos, si hay un culpable serían los abuelos e incluso nuestros padres por seguir el legado de los suyos.

Porque los abuelos nos hicieron así, competitivos y egoístas, que solo nos importen nuestros intereses y ver a cada miembro de la familia como un rival, como piezas de ajedrez que debemos eliminar.

Bueno, al menos los demás son así, yo intenté serlo, pero nunca lo conseguí del todo y ellos se burlaban por mi "corazón sangrante".

—Los abuelos nos pidieron venir —comenta Casandra y luego gira su rostro hacia mí—. ¿Cómo estás, Minerva?

No esperaba que alguien me llegara a preguntar eso y la verdad es que ni siquiera sé cómo estoy. Creo que me encuentro en shock, que aún no proceso del todo que mi padre y su esposa hayan muerto y de la manera en que murieron.

Me detengo e intento dejar que la tristeza por la pérdida me invada, pero el sentimiento no llega. Él era mi padre, pero eso es todo, no hay buenos recuerdos a los que acogerme o en los cuales pueda pensar y diga: voy a extrañarlo por esto o lo otro. No hay nada más que recuerdos de él dejándome sola. De su indiferencia hacia mí y como me abandonó cuando más lo necesitaba.

Sobre todo, en mi mente está el recuerdo de nuestra última conversación. El golpe en mi mejilla y sus palabras.

—Como si mi padre hubiera muerto.

No menciono a la mujer que me obligaron a llamar mamá y la cual odiaba que yo lo haga. Tampoco me duele su perdida, en realidad, siento alivio de que haya muerto y quitarme ese peso de encima, de poder dejar de fingir aprecio hacia alguien que jamás hizo nada por mí, excepto el recordarme que yo no era su hija y de compararme con el resto de mi familia.

Odiaba a esa mujer y se siente bien saber que está muerta y que murió de la forma en que lo hizo.

La falta del cuadro de mi mamá en la casa llama mi atención.

—¿Por qué quitaron el retrato de mi mamá?

Diana, mi nueva madre, me dedica una sonrisa y chasquea sus dedos para llamar a una muchacha que sostiene un retrato de ella.

En el retrato, Diana está vestida de novia y lleva un hermoso collar alrededor de su cuello, un collar que era de mi mamá.

—Está muerta y es hora de que yo ocupe el lugar que me corresponde.

—Pero está es la casa de mi mamá.

Se ríe en mi cara.

—No, ya no. Ahora es mía, el único hogar que tiene tu querida madre, es el cementerio. Está muerta. No va a regresar.

Hizo quemar todos los cuadros y fotografías de mi madre. No me dejó nada. Incluso quemó la foto que yo tenía junto a mi cama donde estaba con mi madre en la paya, lo tomó mientras yo estaba en la escuela y la quemó, ¿y que hizo después? Dejó los restos quemados en el mismo lugar donde tenía la fotografía.

Le conté a mi padre y él no hizo nada.

Casi me río al saber que su auto explotó y que ella se quemó, justamente como quemó los recuerdos que yo tenía de mi madre.

—Sigo sin saber porque debemos estar aquí —murmura Morgana—. Ahora debería estar en mi vuelo hacia Ginebra y no perdiendo mi tiempo porque nuestro tío murió.

—Tal vez la abuela te de sus cuerpos para que puedas experimentar con ellos.

—¿Eres consciente de que aún estoy aquí? —le pregunto a Killian— Porque si Morgana tiene tantas ganas de jugar con un cuerpo de la familia Black, perfectamente le puedo ofrecer el de cualquiera de ustedes. Empezando por el tuyo.

Antes, elegiría ignorar su comentario y dejarlos que sigan hablando, ellos son así, no van a cambiar, pero justamente ahora, no estoy de humor para soportarlos.

Solo quiero que se callen y que todo esto termine rápido.

—Vaya, el pequeño gatito tiene garras —se burla Regina—. ¿Eso es lo que has aprendido en estos años? No me sorprende.

La tensión en el ambiente empieza a aumentar, aunque antes de que alguno de nosotros pueda hacer algún otro comentario, el tío Amadeus y la tía Artemisa entran en la sala, detrás de ellos viene el tío Dionisio.

Los veo acomodarse en sus lugares habituales casi al mismo tiempo, como en una coreografía ensayada de antemano. Aunque por supuesto, es solo memoria muscular.

Los abuelos entran un poco después.

—Como se les informó, Hermes y su esposa sufrieron un atentado. Ambos murieron —nos dice el abuelo con calma y lentitud, parece que estuviera hablando del clima en lugar de la muerte de uno de sus hijos—. Creemos que se debe a información que él tenía en sus manos. Información muy delicada.

—Y estamos aquí porque lo hizo uno de nosotros —agrega Ulises mientras comparte una mirada con Morgana—. ¿O me equivoco? Aunque no veo la necesidad de buscar culpables, quien más se beneficiaria de esto es Regina.

—¿Qué? Yo no lo hice. Sí, suena como algo que podría hacer, pero vamos, ¿explosivos? Eso no es lo mío. Además, no me importaba esperar un poco más para que se muera. Si alguien aquí esconde algo es mi padre o la tía Artemisa, ellos deberían encabezar la lista de sospechosos, no yo.

Me levanto de forma brusca y capto de forma breve la mirada de mis abuelos.

—¡¿Me estás diciendo que uno de ustedes mandó a matar a mi padre?! ¿Y lo dices con esa frescura? Es que simplemente no puedo creerlo... No esperen, sí puedo. ¿Qué más podría esperar de ustedes sanguijuelas oportunistas?

Todos se quedan en silencio, mirando entre mi persona y la abuela, esperando a ver cómo ella va a responder y manejar mi actitud.

Para sorpresa de los presentes, deja pasar mi comentario, mientras ofrece a todos una sonrisa con los labios apretados.

—Como decíamos, aún no sabemos de quién o cuál era esa información, pero estamos averiguando.

—Eso es todo lo que te importa. ¿Verdad? La dichosa información, ¿y qué pasa con el asesino de mi padre?

Puedo darme cuenta de que algo está sucediendo; no hay forma de que mi abuela desaproveche la oportunidad de menospreciarme y recordarme que yo ya no tengo nada que hacer en esta familia.

Antes que pueda reflexionar más sobre el asunto, el abuelo interviene.

—Todo a su momento, Minerva. Hay cosas más importantes que debemos atender primero. Te recuerdo que tú padre era el director del departamento legal, y debemos llenar ese puesto. Es fundamental, sobre todo con lo que está sucediendo.

Observo la mirada calculadora y fría que evalúa a todos los presentes, antes de detenerse en mí, pero a diferencia de otras ocasiones, está vez no me dejo intimidar por su mirada y respondo con una mirada desafiante.

Me da igual lo que él o mi abuela vayan a hacer, ¿qué tengo que perder? ¿Qué podrían amenazarme con que me van a quitar? No tengo nada y es solo hasta ahora, al verlos a ambos y no sentir el miedo que solía invadir hasta el último de mis huesos cuando en el pasado me daban una de esas miradas, que me doy cuenta del poder que tiene el no tener nada que perder.

El amor es una debilidad —me recuerdo—. Y no tener nada que perder es una fortaleza.

—¿No seré yo la sucesora? ¡No es justo!

—No tienes la experiencia adecuada, Regina.

—Pero es mi derecho.

¿Y eso cuando a importado?

—Hablaremos de eso después —dice el abuelo y da por finalizado ese tema—. No quiero escuchar una palabra fuera de aquí sobre lo sucedido. A nadie. Les mandaremos información sobre el funeral y la lectura del testamento. No va a ver prensa y será algo privado para que no tengan que fingir que les importa.

Está hablando del funeral de su hijo. ¿Cómo puede ser tan indiferente y frio ante la muerte de su propio hijo?

Es verdad que yo no tengo motivos para que me duela su pérdida o lamentarme el haber quedado huérfana, al menos no duele como se supone que debería, pero, aun así, sigue siendo mi padre el que murió. El único padre que he tenido, estoy de duelo y tratando de asimilar que quien lo asesinó fue alguien de su propia familia, lo mínimo que espero es algo de tacto.

En especial por parte de los abuelos, porque mi padre al igual que el resto de sus hermanos, siempre han hecho lo que sus padres les dijeron, buscando la manera de complacerlos y mantener el legado Black. Mi padre vivía por y para su trabajo en el departamento legal, evitando cualquier perjurio o demanda hacia las empresas y, ¿ni siquiera puede fingir que le duele perderlo?

—Bien, tendré eso presente en tu funeral, así no tengo que fingir que me importa —siseo en su dirección.

Por un momento, veo un brillo desconocido en los ojos de mis abuelos, un destello de orgullo que contradice su forma habitual de tratarme, pero tan rápido como había aparecido, desaparece. Siendo reemplazado por una máscara de indiferencia.

—Cuida lo que dices, Minerva.

—¿Por qué? Dime, ¿con que me vas a amenazar? ¿Con botarme de la familia? Ya lo hiciste. ¿Quitarme mi dinero y todo lo demás? ¡También hiciste eso! Ya no tienes nada que quitarme, tus amenazas me son irrelevantes y si quieres poner un explosivo en mi auto, hazlo. Me da igual.

Puedo sentir como mis fosas nasales se dilatan y estoy casi segura que mi enfado es claramente visible en mi rostro.

—El funeral será mañana —nos informa la abuela, de nuevo, ignorando lo que acabo de decir—. Recuerden que todos están bajo sospecha. Todos. Incluidas sus parejas. ¿Escuchaste, Minerva?

—Él no es un Black.

—Lo es desde que se casó contigo, y como solo sabemos que es información que podría afectar a la familia y por parte de un Black, tu esposo es sospechoso hasta que se demuestre lo contrario.

Ha puesto a Tobías en la mira y no hay nada que pueda hacer para evitarlo.

Tiene sentido, de hecho, él aparece y sucede lo de mi padre, pero no fue Tobías, fue alguien en esta sala y en el fondo, todos lo sabemos, pero, ¿quién fue?

—No te olvides de traerlo al funeral, Minerva, al menos claro, que tenga algo que esconder.

—Ahí estaremos, abuela. Buenas noches a todos.

Sin esperar una respuesta de parte de nadie, salgo de la sala a toda prisa, caminando hasta la salida sin detenerme a mirar nada o a nadie.

Una vez en el auto, suelto una gran bocanada de aire y maldigo mientras golpeo el filo del volante. Tomo aire y arranco el auto para dirigirme al apartamento tratando de no pensar en nada durante todo el trayecto.

Al llegar, voy directo a la terraza y me detengo en la baranda, tratando de contener las lágrimas de frustración y el maremoto de emociones que están revolviendo todo en mi interior.

Así es como me encuentra Tobías, con mis manos colocadas sobre la baranda y mi cabeza gacha en medio de mis brazos.

—Hola —saluda él en voz baja.

No me muevo. Cierro los ojos con fuerza y me quedo donde estoy.

—No estoy llorando.

—Por supuesto que no —coincide conmigo, más por ser amable que por creerme—. No estás en absoluto llorando, esas gotas en tus mejillas son todo menos lágrimas. Además, ¿qué es llorar? No tengo idea.

Levanto poco a poco mi cabeza y limpio las lágrimas de mis mejillas, veo que Tobías sostiene un pequeño ramo de unas flores blancas.

—Son crisantemos blancos —me explica y extiende el ramo en mi dirección—, representan el luto y se utilizan para mostrar respeto, así como para honrar al difunto.

Es un ramo muy bonito, lo tomo entre mis manos y paso un dedo por los pétalos.

—Mi padre murió.

Decirlo ahora, en la noche y lejos de mi familia, se siente más real.

Parece que después de todo, recién ahora empiezo a ser consciente de que mi padre ha muerto.

—Lo siento mucho, Minerva.

—Yo realmente no sé cómo sentirme al respecto, porque una parte de mí, una gran parte, sabe que perdí a mi padre hace muchos años, aunque realmente nunca lo tuve. Pero la otra parte aún albergaba la necesidad de hacerlo sentir orgulloso, de buscar su aprobación y amor. Pero, ¿sabes que fue lo último que me dijo? Que estaba decepcionado de mí.

No importa lo que haga o intente, esas serán siempre sus últimas palabras, ese momento será lo último que los dos compartimos, e incluso si es terrible, es la síntesis perfecta de nuestra relación.

—Fue alguien de la familia y todos estamos bajo sospecha. Incluso tú —levanto la mirada con cierta duda—. Lo siento mucho, jamás previne que esto sucedería y lo último que quisiera es que estés en la mira de mi familia porque conozco como son.

Intentarán buscar a alguien a quien lanzarle la culpa, al más débil y esa persona seria Tobías, quien no debería estar metido en nada de esto y solo es parte de aquel caos por mi culpa.

Se llama selección natural —me diría Morgana—. Solo sobrevive el más fuerte.

Y ellos me ven como la débil de la familia Black, nunca han creído que vaya a sobrevivir, pero lo he hecho. Sigo aquí.

—Quieren que asistas al funeral.

—Por supuesto que estaré ahí, no solo porque tú familia quiere, si no para apoyarte. Qué clase de amigo sería si te dejo sola en estos momentos.

Me encojo de hombros.

—No te lo reprocharía.

—Lo sé, pero debe usted saber señorita Black, que mi madre educó a un caballero.

Extiende su mano y toma la mía —la que no sostiene las flores—, para dejar un beso en el dorso. Es solo un suave roce de sus labios contra mi piel que logra sacarme una sonrisa.

Y ahí va de nuevo, sacándome sonrisas dónde parece que nada puede hacerme sonreír. ¿Cómo lo hace?

—¿Estarás bien, Minerva?

Suelto un suspiro.

—Estoy trabajando en ello.

—Bueno. Si necesitas algo, estoy cruzando el pasillo.

—¿Cualquier cosa?

—Y a cualquier hora.

Caminamos de regreso a nuestros respectivos apartamentos y me despido de él, diciéndole que le mandaré un mensaje con la información del funeral y agradeciéndole, de nuevo, por todo.

Una vez sola, llamo a Sabrina para decirle que ya estoy en mi apartamento, que lamento tener que dejar al niño con ella, por supuesto, Sabrina entiende y me dice que no me preocupe. Y agradezco no tener que preocuparme por el niño ahora que tengo tantas cosas en las que pensar.

No logro conciliar el sueño y es a las seis de la mañana, que recibo un correo con la información sobre el funeral. Le mando la información a Tobías y me levanto de la cama para buscar que debo ponerme.

—Soy Minerva Black —me recuerdo frente al espejo—. Y no voy a dejar que me sigan pisoteando. Ellos no me van a ganar. No se los voy a permitir. Ya he soportado suficiente. No más.

Me repito aquello un par de veces y abro el armario, buscando en el rincón más apartado el vestido negro que me queda más abajo de la rodilla. Es de una colección exclusiva y una de las pocas prendas que conservé cuando dejé a mi familia.

Me maquillo, ocultando a la perfección las ojeras por la falta de sueño y peino mi cabello en una coleta alta y elegante.

******

El funeral se llevará a cabo en el panteón familiar ubicado en la mansión Black, en una bóveda diseñada especialmente para mi padre. Se supone que construyen una cada vez que nace un nuevo miembro de la familia, cuyo diseño se inspira en el nombre que nos dan.

Mi bóveda esta obviamente inspirada en la diosa Minerva.

—No puedo creer que tengan un cementerio familiar. ¿Hay algo que tu familia no tenga?

—Empatía y algo de decencia humana.

—Detalles menores. Nada que no se pueda solucionar.

Le devuelvo la sonrisa y tomo el brazo que me ofrece para caminar hacia donde se llevará a cabo la ceremonia, notando desde lejos que la abuela tenía razón, hay solo familia. Lo cual es bueno, al menos no tenemos que fingir.

Siento sus miradas sobre mi incluso a lo lejos.

No hay sacerdote o ministro. No somos religiosos. Solo un grupo de hombres listos para colocar el cuerpo y sellarlo.

—Las bóvedas están inspiradas en las tumbas egipcias. Dentro guardan las cosas que el difunto más amó en vida.

—¿Qué es lo que tu padre más amaba?

—A él mismo.

Igual que su esposa, Diana. Obviamente ella no será enterrada aquí, si no donde su familia ha designado, ¿dónde es eso? No tengo idea y tampoco me interesa, Diana siempre me mantuvo al margen de su familia porque jamás me vio como nada suyo.

Solo era una molestia para ella, la hija de su esposo. El recuerdo de lo que no podía tener.

—Bien, por fin llegaste, ahora podemos empezar y terminar con esto. Tengo cosas importantes que hacer —comenta Morgana.

Si Ulises y Gaia son los favoritos de la abuela. Morgana es la favorita del abuelo y tal vez, al ser los favoritos, son los más insoportables de todos los nietos.

Se sienten intocables.

La ceremonia no dura mucho. Nadie dice unas palabras y mucho menos yo. No sé qué se supone que debo decir. La tía Artemisa da un resumen de la vida de mi padre mientras lo están enterrando y sus hermanos se despiden de él de manera rápida.

Me tomo un momento a solas para decir adiós y miro las cosas que han colocado a su alrededor notando que no tengo idea de quien eligió cada objeto y sin saber si aquello realmente le gustaba a mi padre.

Sabíamos tan poco el uno del otro. No. Corrección, no sabíamos nada del otro. Ni él me conocía a mí, ni yo lo llegué a conocer a él y ahora jamás podré.

—Adiós, papá. Ojalá hubieras sido un buen padre o al menos lo hubieras intentado. Merecía un buen papá y merecía mucho más de lo que me diste.

Dejo la rosa cerca y me retiro, acercándome a Tobías para tomar su brazo y dirigirnos a la casa para la lectura del testamento.

Algo que tampoco me interesa. Lo más seguro es que le haya dejado todo a los abuelos o haya vendido a alguien, yo que se.

Nos acomodamos en el salón, mis abuelos a la cabeza y el abogado de la familia, un hombre de unos sesenta años que solo trata con el abuelo o la abuela, se sienta cerca de ellos y el ayudante de mi padre le entrega unos sobres cerrados.

—Vamos a proceder con la lectura del testamento del señor Hermes Black...

Tobías toma mi mano entre las suyas y le da un ligero apretón de manera reconfortante, dándome a entender que no estoy sola en esto.

—... Dejo todos mis bienes, acciones y demás cosas de valor, a mi única hija, Minerva Black.

¿Qué? ¿Acaso escuché bien? ¿Realmente me acaba de dejar todo a mí? Sus acciones me darían el suficiente porcentaje como para estar dentro de la junta directiva y, sobre todo, para tener un voto en las decisiones de la familia.

Los ojos de mis abuelos se clavan en mí.

—Felicidades —me dice mi abuela—, obtuviste lo que querías.

Muevo mi cabeza en señal de negación.

—No, ¿realmente crees que esto es lo que quería?

—¿Y qué es lo que quieres? Dime, es tu momento de hablar.

En realidad, no, nunca esmi jodido momento. 

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