Capítulo 17: "Encuentros pasados"
POV Camus
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Me encargué específicamente de llevar a Rígel a la enfermería, pero solo porque el supervisor me obligó de una manera que aunque quisiera, no hubiera podido negarme. Además, todo esto fue mí culpa, y el que haya enfrentado a Hércules de esa manera sin importarle las consecuencias que eso tendría en sus notas... Pues me sentía en deuda con él.
Tampoco era un descorazonado para dejarlo moribundo en el suelo. No era como que haya quedado completamente morado pero... Aún así, mínimo necesitaba la ayuda del chico por el que se sacrificó.
—Estarás bien, solo necesitarás reposo muchachito— le comenta la enfermera mientras cubría su pie con unas vendas.
Ya estábamos en la enfermería, mientras esperamos que llegara la enfermera, Rígel me comentó un poco de las fechorías de Hércules cuando él pertenecía a su pandilla. Es decir, en algún momento ambos fueron buenos compañeros que se cuidaban las espaldas. Pero por cosas del destino, ahora solo se eran indiferentes, añadiendo que ya Rígel pertenecía a otra, y tenía sus propios amigos.
—Me alegra que no te haya pasado nada— suspiro aliviado y él me mira con una sonrisa.
—Tampoco es como si me fuera a morir por un simple golpe, pequeño pez— bufé con fastidio al escuchar decirme tal apodo.
Me lo explicó en una curiosa inspección cuando se dio cuenta que mi cabello era color aguamarina. Por alguna extraña razón dijo que le recordaba al mar. De ahí ese ridículo apodo.
—Déjame preguntarte algo, ¿En serio no pensaste antes sobre las consecuencias que traería un enfrentamiento con Hercules? ¿Qué creías? Te sobrepasa por mucho, era lógico que invicto no ibas a salir— me cruzo de brazos.
—¿Quieres que te diga la verdad?— veo como enarca una ceja.
—Totalmente.
Parece pensarlo y agacha la mirada, sonriendo tontamente. En verdad que no lo entiendo, ni siquiera sé porqué se metió en esa discusión.
—Si te soy sincero no pensé en nada más que poner a ese idiota en su lugar. Me entró rabia al ver cómo te tiraba al suelo— me explica—, Más bien dime, ¿Por qué no te defendiste? ¿Estabas dispuesto a permitir un golpe más de su parte?
Me avergüenza decirle que sí, que siempre me he dejado de sus maltratos por miedo a un futuro. Me resulta más fácil hacer todo lo que me diga, que ha enfrentarlo.
—Yo... No tengo de otra, Rígel. Yo no soy tan fuerte como tú. Si trato de devolverle un golpe, él me devuelve cien más, así qué... Prefiero no correr el riesgo— decidí ocultar la verdad de hace unos minutos, donde realmente estaba dispuesto a encararlo.
Dios mío pero qué horror. ¿En qué demonios estabas pensando, Camus?
—Bueno en eso sí te doy la razón. Solo mírate, tu complexión es muy delgada, Camus. Dudo que puedas si acaso provocarle un rasguño. Mientras que, al contrario, él sería capaz de dejarte con un pie en la tumba y el otro afuera— desvío mi mirada. ¿Le debería de contar...?
No es como que le tenga mucha confianza pero...
—En realidad...— le miré apenado. Bueno, ya que, que más da.
Comienzo a desabrochar los botones del saco de mi uniforme uno por uno, mientras me lo quitaba. Quizá las marcas ya no estén, pues realmente la crema que Milo me había aplicado me hizo muy bien. Sin embargo, nada perdía con enseñarle.
Me voltea a ver confundido y asombrado.
—Wow wow wow, pienso que es algo rápido para llegar a este extremo, Camus. La enfermera está aquí... Al menos espera a que se vaya— sonríe con clara burla. Sabía a lo que se refería.
Idiota.
—Calla ya— rodeé los ojos.
Dejo el saco en una de las sillas, y levanto solo un poco mi camisa. Lo suficiente para dejar a la vista los moretones y hematomas violetas que cubrían mi espalda. A veces detestaba ser tan blanco como la leche, porque en casos como este, los golpes se hacían más exagerados de lo que realmente habían sido.
—Y yo ni siquiera traté de encararlo— trato de explicarle con una mirada perezosa, restándole importancia.
Eso me pasó por solo querer pedirle un poco más de tiempo a Hércules para entregarle sus trabajos, y por mi estúpido descuido.
—Por el amor a... ¿Qué te ha pasado?— su boca está totalmente abierta por el asombro ¿Tan mal se veían?
Ya no valían, solo era pasado. Aunque admito que me dolió como nunca. Su brutal fuerza casi me fractura la nariz y una costilla. Eso, o porque realmente mi cuerpo con costo me aguantaba vivo.
—Tú que crees... Adivina— bajo de nuevo mi camisa— No ha sido la primera vez que lo hace. Es decir, siempre han sido bromas pesadas y comentarios, pero esta vez se pasó, y eso que no se atrevió a rozarme con un puñetazo.
—¡Ese... Imbécil!, ojalá pudiera moler todos sus dientes de un solo puñetazo que le daré en toda su horrible cara— veo como aprieta sus puños. De acuerdo, sí era un idiota, pero tampoco era para tanto. Algún día cambiará, supongo.
—¿Por qué te saliste de su pandilla?— me siento en la camilla, a su lado— ¿O es que también andabas por la vida golpeando a los más indefensos?— fruncí el ceño.
Rígel tenía... Ese estilo, es obvio. Cuando vertió toda su malteada en mi camisa la primera vez que nos conocimos, pensé que me golpearía.
Al contrario, se comportó muy amable, y le agradezco por eso.
—No seas metiche — lo miro ofendido y se carcajea al instante. No soy un metiche, solo es curiosidad— Bueno ya que tanto quieres saber, fue por un problema con uno de sus más confiables "compadres", el chaval me culpó de un robo que claramente no hice y que lo iba a ejecutar él mismo.— lo miré mal, ¿Acaso sobrepasaba el límite de un "chico malo de una escuela", para hacer fechorías fuera de esta?— No te confundas, Camus, podré ser todo lo que tú quieres pero jamás un ladrón. La pandilla de Hércules pensaban traicionar a su propio líder con un robo considerable de dinero, pero les salió mal. Yo le avisé a Hércules, y aún así no me creyó, por lo que me echó de su grupito. Aunque sabes una cosa, en el fondo me alegró, porque nunca compartí sus ideales— suspira— Además, encontré buenos amigos después de los que consideré como unos. No serán las mejores personas, pero son leales y sinceros. Lo único que necesito en mi vida. Lealtad y sinceridad.
Di una ligera sonrisa. Él tenía sus pensamientos propios y compartidos de algún modo conmigo, respecto a amistad. Es por eso que aunque no se lo diga a Surt, me alegra tenerlo como mi mejor amigo, es el que no me ha fallado, y a pesar de recibir múltiples críticas y retahílas de su parte, lo hace porque sabe cómo soy, y aunque sea un idiota, quiere lo mejor para mí. Porque así como me desea la mejor de las suertes en los planes más estúpidos que se me han cruzado por la mente, y me apoya incondicionalmente aún sabiendo que nada va a funcionar, yo le deseo lo mejor para su vida también.
Y eso señores, se le llama amistad. Amistad sin nada de por medio o por algo a cambio, un verdadero amigo, en las buenas y en las malas.
—En fin, creo que es hora de marcharse a clases— me saca de mis pensamientos—, ¡Demonios!— exclama.
Me bajo de la camilla y recojo mi mochila.
—¿Ahora que tienes?
—Mi mochila. Quedó en la cafetería— golpea su frente con una de sus manos.
—¿Quieres que vaya por el?— señalo la puerta— Después de todo dudo que puedas ir por el en ese estado, durarías más en ir que en llegar a clase.
—Pues... No es como que quiera ir a clases sabes...— se nota pensativo.
—Ni si quiera lo pienses— me acerqué—. Irás sí o sí.
—¿Quién lo manda?
—Yo— fruncí el ceño—. Iré por tú mochila, mientras tú te diriges despacio a la clase que tengas, yo llegaré ahí. Solo dime con qué sigues.
—¿Harías eso por mí?
Asentí.
—¿Acaso quieres que te recuerde quién se atrevió, a pesar de todas las consecuencias que traerían, defenderme? No es algo propio de mí tener que decir esto pero... Seré igualitario, porque así como Surt me ha ayudado muchísimas veces, quedo en deuda con él así que... Digamos que aplica lo mismo para ti. Me siento en deuda, debo pagártelo de algún modo.
—¿Y por qué mejor no con otra cosa?— inquiere.
—Todo menos eso— me limito a responder.
—¿Todo menos qué?— alza una ceja, divertido— Si todavía no sabes que te voy a pedir.
¡Me pilló!
¿Pero es que como no pensar mal de él? Si cuando estoy a su lado pienso en todo lo negativo y malvado que la vida puede ser con una persona.
No estoy diciendo que me caiga mal, al contrario, me induce a la locura y al peligro. Todo de él me hace pensar mal, quisiera o no.
—Dime de una maldita vez con qué clases sigues— me cruzo de brazos, molesto.
—Ya ya, relájate pequeño pez— ríe— Clases de filosofía, pasillo dos.
—Bien, llegaré ahí. Nos vemos al rato— le aviso, cerrando la puerta.
Seguí mi camino por las pasillos vacíos, exceptuando alguno que otro estudiante que divagaba entre estos, buscando su aula, o evitando ir. Muy en el fondo me alegra que no haya pasado a mayores, nunca me perdonaría que hubiera salido lastimado. Es decir, imagínense sí por mi culpa alguien se haya enfrentado valientemente a Hércules.
No soy Julieta para necesitar un Romeo que venga por mi rescate, pero vamos, en estos tiempos nadie se atreve a meter las manos al fuego por alguien, sin un interés de por medio. Lo que me lleva a pensar, que Rígel aún tiene cierta culpabilidad por lo que sucedió en la cafetería.
Sí... Debe ser eso.
Y por otro lado... Soy un maldito ingenuo. ¿Por que tuve que asociar que sería Milo quién vendría a mi rescate?
¡Eres un idiota, Camus! ¡Estoy bien idiota!
¿Por qué el metería las manos al fuego por mí? Tiene muchísimos amigos que lo harían por él, que se sacrificarían por él, incluso yo soy uno de ellos secretamente. Entonces, es verdad. Él fue más más razonable sobre su actuar, además de darse cuenta que ponía en riesgo sus notas al defenderme.
—¿De qué te sorprendes?— me dije a mi mismo, sonriendo tristemente— ¿Por qué Milo se enfrentaría a Hércules solo por mí? Es ridículo.
Lo reconozco, Milo es amable con todos, pero también tiene sus limitaciones. Él no metería las manos al fuego por alguien, tampoco bebería un veneno por su amada, ni mucho menos lucharía con un dragón de cinco cabezas por rescatarla. Suena ficticio, y eso es porque lo es. Esto, es el mundo real, no se acerca tan siquiera a la imaginación del escritor más demente, o a la mujer mas loca de amor.
Es la realidad.
—¿Qué demonios es eso...?— me detuve un poco en la esquina del pasillo, cerca de la cafetería. Se escuchaba mucho ruido. Sillas siendo arrastradas, golpes en la pared, gritos...
Las cocineras se encargaban de reacomodar las mesas y las sillas una vez que los estudiantes se iban a sus aulas, pero definitivamente eso no se oía como si en verdad lo estuvieran haciendo.
Es como... ¿Una pelea?
Pero si se supone que ya nadie más había quedado en la cafetería entonces... ¿Quién demonios?
—Milo...— mis labios se movieron solos, ni siquiera lo pensé por un segundo, fue como si mi subconsciente me estuviese diciendo algo que desde hacía rato estaba ignorando. ¿Pero que era entonces?
Una espinita se me clavó en el corazón, como si fuese testigo de lo que estaba pasando ahí adentro. No pude aguantar más, y mis pies se comenzaron a mover por sí solos, no sé cómo, no sé cuándo, corrí todo lo posible hasta llegar a la entrada de la cafetería. Por cada que mis pies tocaban el suelo sentía como si cada vez estuviese más lejos para poder alcanzarlo... Como si el destino no quería que viera que estaba sucediendo.
Finalmente llegué agitado y tratando de recuperar el aliento. Abrí las puertas de par en par estrepitosamente, buscando rápidamente el objetivo de todo aquel escándalo. ¡Y cuál fue mi sorpresa!
Divisé lo que parecía ser a Hércules y a todos sus estúpidos amiguitos encima de un chico, que por culpa de todos aquellos cuerpos, no podía encontrar muy bien su rostro y saber de quién se trataba.
No hubiera sido por su cabello... ¡Su cabello! ¡Azul, Milo!
Vi como estaba en el suelo, siendo golpeado injustamente por todos aquellos salvajes. ¡¿Pero cómo?!
—¡MILO!— grité, sin importarme absolutamente nada. Estaba más preocupado por él, como para ponerme a pensar si llegaban a descubrirme.
¡Y ojalá que lo hagan! Si eso puede evitar que lo dejen en paz todos, bienvenidos serán. No pienso tolerar más esto, no me quedaré callado una vez más.
No más.
—¡Déjenlo!— aunque mis esfuerzos eran en vano, no me iba a rendir tan fácilmente. Corrí hasta donde estaban todos ellos para evitar más golpes, que me los dieran a mí sería una súplica cruel que estaba deseando desde que le vi siendo golpeado brutalmente por todos esos imbéciles.
—¡HEY, ¿QUÉ ESTÁ PASANDO AHÍ?!— en el transcurso del camino de la entrada de la cafetería a las mesas donde se encontraban, divisé a una cocinera con un trapeador en la mano, acercándose.
Mientras que por otro lado, una chica que recién aparecía, comenzó a gritar de horror al ver la escena. Y no fue hasta que vi lo que ella.
Las paredes, el piso, había sangre por doquier.
—¡LLAMEN A LOS PROFESORES!
—¡SE ESTÁN MATANDO!— se unió otra voz.
El camino se me hizo infinito, pero puedo decir que valió la pena cuando logré abrirme paso entre todos esos descerebrados que golpeaban a Milo, y lo cubrí con mi cuerpo, evitando un golpe más de esos idiotas.
Aún así, por mi repentino aparecimiento, no logré que uno de ellos se detuviera para tratar de reconocer el cuerpo que cubría en ese instante a su presa. Sentí un horrible puñetazo en mi espalda, aquella que aún se estaba recuperando de las agresiones de Hércules.
Chillé del dolor, pero eso no evitó que me apartara, no me importaba recibir cien más, nada iba a hacer que lo dejara libre. Cerré mis ojos con fuerza y me aferré aún más a Milo, evitando que le lastimaran de nuevo.
—¡Paren con esto, por favor!— suplico en un acto de desesperación con lágrimas en mis ojos. Quería llorar— ¡Él no lo merece! ¡Por favor escuchen!
Todo esto es mí culpa. Si tan solo yo...
—Tú eres...— levanté la mirada cuidadosamente para no recibir un golpe desprevenido, uno de ellos me observó sorprendido.
Los golpes cesaron cuando los guardias de seguridad del propio instituto llegaron a la cafetería, poniendo orden. La mayoría trató de huir, pero era obvio que por más que lo intentaran, sería imposible, el chico se levantó y alzó las manos en derrota, algunos se marcharon. Otros tres se quedaron junto a Hércules, mientras que yo, aún me sostenía de Milo, este como si estuviese inconsciente.
—¡No se muevan! ¡TODOS USTEDES A LA OFICINA DEL DIRECTOR! ¡AHORA!— gritó furioso uno de los oficiales— ¡Y USTEDES TAMBIÉN!— se dirige a nosotros.
No me interesa, ni siquiera sé si Milo está consciente para escucharlo.
Me separé un poco de él para observarlo, sus ojos estaban clavados en techo, como si hubiera perdido la memoria.
—Oh Dios...— me llevo mis manos a mi boca aguantando las ganas de llorar.
Estaba completamente lastimado. Su camisa estaba llena de sangre, al igual que su boca, un camino de esta misma parecía recorrer sus labios hasta la barbilla, quedando imprenta en su rostro, mientras que su ojo izquierdo comenzaba a inflamarse y a tomar un color morado. Su nariz ensangrentada, una cortada en su frente, realmente estaba irreconocible.
—¡Milo!— exclamo, llamando su atención. Parece escucharme, trata de reincorporarse pero inmediatamente suelta una queja— No no no, no te levantes, déjame yo te ayudo— lo tomo de ambas manos y le doy soporte para dejarlo sentado sobre el piso.
—Joder que nunca me había enfrentado con tantos yo solo— murmura, sacudiendo su cabeza una vez que logra sentarse en el suelo—, me han dado una tunda, pero la humillación de mi parte nadie se las quita a esos hijos de perra.
Nunca le había escuchado hablar de ese modo tan rencoroso. Pero le doy toda la razón.
—Por el amor a Jesucristo, solo mírate— acaricio sus mejillas con mis dos manos, quitando un poco de sangre en estas, y apartando su cabello de la vista— No sé que ha pasado aquí, estoy confundido, pero ahora lo que más me importa es tu estado.
Me mira sorprendido por breves segundos, hasta que frunce el ceño, y aparta mis manos de su rostro.
¿Y ahora...?
—¿Tú qué no tenías que estar cuidando precisamente en estos momentos a Rígel?— desvía su mirada.
Pestañeo confundido. ¿Como es que lo sabe? ¿Acaso él...?
—¿Pero como carajos piensas ahorita en eso? Me preocupo más por ti, ¿Acaso no te estás viendo? No sé que ha pasado, pero esto amerita por mucho mi atención— explico, mirándolo preocupado.
—Ja, pues yo estoy muy bien— pone sus manos en el piso y veo como trata de ponerse en pie.
—Pero yo...- me quedo incado sobre el suelo, observándolo como tambalea unos segundos. Para su suerte logra apoyarse en una silla cercana antes de caer de nuevo.
—Por fin me he desquitado como yo quería— escupe un poco de sangre en el piso y se estira un poco. Escucho sus huesos crujir.
Imito su acción y también me levanto. Pareciera como si estuviese enojado, fuera de eso no entiendo cómo es que aún logra estar en pie. Es decir está muy lastimado, en cualquier momento puede caer, su cuerpo está...
—Camus.— me llama.
—A-Ah, dime— me pongo a su lado.
—Lo mejor es que te vayas— suspira.
—¿Perdón?
Se voltea y me toma de los hombros, mirándome fijamente.
—Vete a clases, y excúsate para que no vayas a dirección— me dice— Tus notas son perfectas, si te confunden con que también estás involucrado en este lío será una mancha en tu expediente. Los guardias acaban de llevarse a Hércules y a los demás, yo me presentaré con el director. Tú sigue en lo que estabas.
Me quedé en blanco, ¿Acaso me estaba pidiendo algo tan estúpido como eso?
—¿Qué dijiste?— repetí incrédulo.
—Que tú deberías-
—Sí sí sí, ¡Sé lo que dijiste!— le corto, mirándolo con enojo y tristeza— ¡Pero no logro entender cómo me pides algo tan ridículo como eso! ¿Es que no lo ves? ¡No pienso dejarte así!— siento mi labio inferior temblar y me aparto bruscamente de él— No me importa si fue por cobrar algo pasado, o porque te provocó, no sé. ¡Joder, no sé!— cierro los ojos, aguantando el llanto— ¡Pero no voy a dejarte solo! ¡No puedo porque yo...!— callo, dándome cuenta de lo que estaba por decirle.
Milo me observa sorprendido, lo más seguro es que nunca me había visto de esa manera.
—¿Por qué tú...?— espera mi respuesta.
«Porque mi corazón no me lo permite» me dije a mi mismo.
Es inútil, no pienso confesarle mis sentimientos aquí, ahora. Probablemente nunca.
—Eres importante para mí, ¿Comprendes? Si iré a dirección, que sea contigo, me es mejor saber que fue por una buena causa, a abandonarte en estos momentos.
—Pero Camus... Tus notas...
—Mis notas pueden irse a la basura. ¿De qué me sirve tener buenas calificaciones, si estaré siempre con el remordimiento de no haber ayudado a un buen amigo?— si, claro. "Amigo"
Esboza una pequeña sonrisa.
—Que terco que eres.
—Lo soy— reí un poco, dándome un poco de alivio— Iré contigo, no me importa— hablé decidido.
—¿Estás seguro?
—Totalmente. Ahh.. pero antes tengo que... Hacer algo— muerdo mi labio. Se me había olvidado por completo la mochila de Rígel, necesitaba dársela antes de que regresara a clases, si no es que ya lo había hecho.
—¿Y qué es?— me voltea a ver confuso.
—Yo... Es que la mochila de...— desvío mi mirada a la esquina de una de las mesas, donde efectivamente, estaba el bolso de Rígel. Parece comprender cuando también dirige su mirada ahí.
—Oh... Ya veo.— pronuncia— Ve, no hay problema conmigo.
—¿Seguro?
—Claro, ¿Por qué habría de haberlo?— sonríe. Aunque más bien lo noto algo fastidiado.
—Milo... Sé que Rígel no te cae bien pero yo tengo que ir porque sus clases...-
—No tienes que darme explicaciones, ve. Te espero en la oficina del director, si no es que te arrepientes— se aleja de ahí despacio, y cojeando de un pie.
Me puede decir lo que quiera, pero sé que está molesto. ¿El por qué? Simple, cualquier cosa que se trate de Rígel le molesta, sea cual sea el motivo, y también me frustra porque hay días que en verdad no lo entiendo en lo absoluto.
Recogí la mochila y me apresuré rápidamente en llevársela, por suerte, aún el profesor de filosofía no se encontraba ahí, puesto que le había agarrado tarde, como siempre. Después de eso, no espere un segundo más para dirigirme a la oficina del director.
Me sorprendí al notar solamente a Milo y a Hércules en el lugar, los demás secuaces no estaban.
—Ja, ¿Que haces aquí idiota? ¿Te vas a involucrar en una asunto que nadie te invitó?— fue lo primero que Hércules me dice cuando llego a la banca de espera, donde ambos estaban esperando al director. Uno en cada costado, evitando el contacto.
Milo suelta una carcajada en seco.
—No me colmes la paciencia de nuevo Hércules. Porque te juro que si tengo que molerme a golpes contigo de nuevo aquí mismo no me importará— lo voltea a mirar profundamente. Lo decía muy en serio— Y esta vez ni tus perros fieles estarán para tomar ventaja.
—¿Lo dices en serio? Solo mírate cómo has quedado, como una simple escoria— ríe— Justo lo que eres.
—Ahora si que no las vas a contar pero ni a tus nietos, imbécil.
No me di cuenta en que momento pasó. Milo se abalanzó nuevamente sobre Hércules, llevándolo al suelo.
—¡NO!— me apresuro en apartarlo de él— ¡Para ya, déjalo! ¡Solo te está provocando!— lo tomo de la cintura, pero aún así, logra encestarle una cachetada a Hércules, una que provocó una risa escandalosa de su parte e hizo aumentar su furia.
Pero era justo lo que pensaba y como temía. Era solamente para que el director lo pillara siendo él, el causante de todo aquel alboroto.
¡Oficialmente lo odio, lo odio!
—¡Contrólate! ¡No caigas en sus juegos!— demasiado tarde.
—¡ANTARES MILO!— se escucha en el pasillo— ¡Apártese de ese muchacho si no quiere que lo expulse sin derecho a nada! De igual manera nada va evitar que lo haga.
Hércules ríe a propósito.
—Buen chico, fuiste más fácil de provocar de lo que pensé— celebra— ¡Bravo! Ahora vamos a ver cómo te expulsan por tu mediocre impulsividad— ríe.
—Cuídate las espaldas Hércules, solo te digo eso— fue lo que logré escuchar cuando Milo se levanta.
Lo observo con tristeza.
—Es un maldito tramposo, ¿Ahora cómo vas a salir de esta?— le digo.
—No sé, pero estoy seguro que Kardia va a matarme.
—Ustedes tres, a mi oficina— el director abrió la puerta para que pasáramos— Ya he llamado a sus padres con anterioridad, así que esperaré a que lleguen por ustedes. En tu caso, Camus, he llamado a tu hermano. Él ya viene para acá.
¡Mierda! ¡Dégel va a matarme!
Les puedo asegurar que esa llamada fue una de las que nunca se espero de mi parte. Camus, el chico nerd de la clase en la oficina del director metido en problemas serios. Dios mío, pero que castigo me esperará.
—Mientras tanto, su madre es la que va a venir aquí, Hércules— se dirigió al grandulón— Y en cuanto a ti— le habla a Milo— Parece ser que su madre no está enterada de esto, mucho menos creo que venga.
—Si puede hacer que agarre un maldito vuelo de Hollywood hasta Grecia en menos de treinta minutos, le puede decir lo que se le venga en gana de mí— desvía la mirada, desinteresado.
Esa actitud de él no está ayudando en nada... Más rápido le impondrán un castigo.
Pero para eso estoy yo aquí. Para evitarlo.
—¿Su padre?— pregunta el director.
—Dígale que venga si quiere. Pero no le prometo que firme algún papel donde me expulsen.
—¿Quién es su tutor legal?— vuelve a preguntar.
Vi como guarda silencio, negándose a soltar media palabra.
—Milo... No hagas esto más difícil, por favor— le recomiendo.
—Escuche las palabras de su amigo, Antares, y agradezca que soy piadoso con usted porque de ser otro director ya lo habría expulsado.
—¿Y es que no lo va a hacer?— Bufa con enojo pero aún así responde sin ganas— Mi tío es mi tutor legal, es el único que puede firmar papeles legales sobre mi custodia.— responde.
—Bien, buscaré su número en los registros, ¿Como se llama?
—Kardia Antares.
—Esperen aquí un momento— el director busco su teléfono para marcarle.
—¿Estás seguro que Kardia pueda venir?— susurro bajito, mientras el director conversa con este mismo por teléfono y lo pone al tanto de la situación.
—Un problema gigante y serio que siempre quiso ver de su sobrino, ¿Es un chiste? Nunca se lo perdería, lo conozco— rueda los ojos— ¿Qué hay de tu hermano? ¿Vendrá?
—Estoy seguro de que sí, la escuela nunca lo ha llamado por algo así— suspiro.
Espero que se resuelva rápido, de no ser así, veo el futuro de mis estudios en la cola de un venado. Por otro lado, ¡Hércules tuvo su merecido!
Gracias Milo. A pesar de todo lo que te pasó... No podrías ser alguien más perfecto.
Ojalá pudiera decírtelo algún día.
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