uno
Desde que Lolita tenía memoria, su familia había sido los Bonneville.
La adoptaron a la tierna edad de ocho años desde un orfanato en Nueva Orleans, un lugar donde el eco de risas infantiles se mezclaba con el aroma a magnolias y el crujido de los pisos de madera antigua. Había vivido allí desde los seis años, pero antes de eso, su mente era un lienzo en blanco. Fragmentos inconexos, como luces parpadeantes en la distancia, eran lo único que recordaba de su vida anterior.
Según le contaron sus padres adoptivos, la habían encontrado deambulando entre las lápidas de un cementerio. Sus pies descalzos, cubiertos de tierra, se movían como si estuvieran en un trance, y su mirada perdida solo recuperaba algo de foco cuando pronunciaba su nombre: Lolita. Nadie sabía cómo había llegado allí ni por qué estaba sola. Solo tenía consigo un viejo medallón de plata, desgastado pero con grabados intrincados que nadie había logrado descifrar.
A pesar de lo extraño de su origen, los años en el orfanato no habían sido oscuros ni solitarios, como los estereotipos suelen sugerir. Allí había aprendido a leer cuentos de aventuras, a escribir sus primeras palabras en francés e inglés, y a jugar en el patio con otros niños. Las cuidadoras, aunque estrictas, le brindaron el consuelo de una rutina, y los días en el orfanato pasaban con un ritmo sereno.
Todo cambió cuando los Bonneville cruzaron el umbral de ese edificio con el propósito de llevarla a casa. Desde el instante en que los vio, Lolita supo que serían su familia. Había algo en la sonrisa cálida de su madre adoptiva y en la mirada firme pero amable de su padre que la llenó de un extraño alivio.
Desde entonces, Mystic Falls había sido su hogar. Las calles empedradas, los bosques densos que susurraban secretos al anochecer, y las historias de un pasado cargado de magia y tragedia se convirtieron en el escenario de su nueva vida. A pesar de lo que le habían dicho, Lolita nunca dejó de preguntarse qué había más allá de esos recuerdos borrosos y del vacío que parecía envolver su pasado.
Algo en el aire de Mystic Falls, con su mezcla de misterio y belleza melancólica, le susurraba que su historia aún no estaba completa, que tal vez el pasado que había olvidado no estaba tan perdido como creía.
De todos modos, mientras crecía se dió cuenta que en realidad nada era como lo aparentaba.
De todos modos, mientras crecía, Lolita se dio cuenta de que, en realidad, nada era como lo aparentaba.
Los Bonneville eran una familia respetada en Mystic Falls, conocidos por su elegancia y una herencia que se remontaba a los primeros días del pueblo. Vivían en una antigua mansión en las afueras, rodeada de robles centenarios y un jardín que siempre parecía estar en flor, sin importar la estación. Desde fuera, su vida parecía perfecta: cenas familiares bajo el brillo de candelabros, risas en el salón principal y paseos por los campos que rodeaban la propiedad.
Pero Lolita empezó a notar los pequeños detalles, esos que pasaban desapercibidos para cualquiera que no viviera dentro de aquellas paredes. Las miradas silenciosas entre sus padres adoptivos, los susurros que cesaban abruptamente cuando ella entraba en la habitación, y las respuestas vagas cuando hacía preguntas sobre su origen. Al principio, pensó que era su imaginación, la inseguridad que quedaba de su infancia perdida. Pero con el tiempo, las inconsistencias se volvieron imposibles de ignorar.
Había noches en las que escuchaba pasos en los pasillos, aunque sabía que todos estaban dormidos. Otras veces, al despertar, encontraba su ventana abierta, dejando entrar el frío nocturno, aunque recordaba haberla cerrado antes de acostarse. El medallón que había tenido desde niña, y que siempre guardaba en su mesilla de noche, a veces aparecía en lugares donde sabía que no lo había dejado.
A medida que crecía, también comenzó a percibir cosas extrañas en Mystic Falls. El pueblo, que parecía tan apacible durante el día, se transformaba al caer la noche. Los susurros del bosque se volvían más intensos, y las sombras parecían moverse con vida propia. Las historias de fantasmas y criaturas sobrenaturales que los niños contaban en las fogatas comenzaron a parecerle menos ficticias.
Lolita sabía que algo en su vida estaba fuera de lugar, como una pieza de un rompecabezas que no encajaba. Era como si todo lo que conocía estuviera construido sobre un suelo frágil, y la verdad que se ocultaba debajo estuviera esperando el momento oportuno para salir a la superficie.
A veces, pensaba en el cementerio donde la habían encontrado, en esa parte de su vida que seguía siendo un misterio. Había algo en su interior, una voz tenue pero persistente, que le decía que las respuestas que buscaba estaban allí. Pero también sentía que descubrir la verdad significaría enfrentarse a algo mucho más oscuro de lo que podía imaginar.
A pesar de las inquietantes dudas que rondaban la mente de Lolita, su amistad con Bonnie, Elena y Caroline era uno de los pilares que mantenían su mundo en equilibrio. Desde el momento en que se mudó a Mystic Falls, las chicas la habían acogido como si siempre hubiese sido parte de su círculo. Aunque sus personalidades eran completamente distintas, la conexión entre ellas era innegable, una mezcla de confianza, risas y un vínculo profundo que no necesitaba explicación.
Con Bonnie, Lolita encontró una especie de alma gemela intelectual. Bonnie, con su naturaleza tranquila pero perspicaz, parecía entender el peso que a veces cargaba Lolita, incluso sin que esta tuviera que explicarlo. Había algo en la mirada de Bonnie que transmitía comprensión, como si supiera lo que era sentirse diferente. Cuando Bonnie comenzó a explorar sus raíces como bruja, Lolita no se sorprendió; siempre había sentido que había algo especial en su amiga, algo poderoso y misterioso. Juntas, pasaban tardes leyendo libros antiguos que Bonnie tomaba "prestados" de la colección de su abuela, hablando de mitos y leyendas que a veces parecían demasiado reales.
Elena, por otro lado, era el corazón del grupo, la que siempre trataba de mantener la paz y unir a todas. Su empatía y naturaleza protectora hacían que Lolita se sintiera segura, incluso en los momentos en los que su propia mente era un torbellino de preguntas. Elena tenía la habilidad de hacer que todo pareciera más simple, más manejable, y Lolita admiraba la forma en que enfrentaba sus propios desafíos con una fuerza silenciosa. Aunque las dos no compartían la misma intensidad de conexión que Lolita tenía con Bonnie, había una profunda lealtad entre ellas.
Caroline era como un torbellino de energía que a veces podía ser abrumador pero siempre era genuino. Al principio, Lolita había sentido que nunca podría seguir el ritmo de Caroline, que parecía vivir a mil por hora, llena de opiniones y planes. Sin embargo, con el tiempo, aprendió a apreciar la determinación y pasión de Caroline. Caroline también era sorprendentemente observadora; era la primera en notar si algo no estaba bien con Lolita y, aunque a veces su forma de abordarlo era brusca, siempre lo hacía desde un lugar de cariño.
Las cuatro chicas se complementaban de una manera única. Había tardes interminables en la cafetería del Mystic Grill, risas en el centro comercial y largas caminatas por el bosque mientras el sol se ponía, tiñendo el cielo de tonos cálidos. Pero también estaban las noches de confidencias, cuando compartían sus miedos, sueños y los secretos que no se atrevían a decir en voz alta a nadie más.
Para Lolita, esta amistad era más que un refugio; era su ancla. Con ellas, podía olvidar, aunque fuera por un rato, las sombras que se cernían sobre su vida y el vacío de su pasado. Pero, en el fondo, sabía que el vínculo entre ellas sería puesto a prueba. Mystic Falls tenía una forma peculiar de sacar a la luz secretos oscuros, y Lolita no podía evitar temer el momento en que su propio pasado pudiera amenazar la amistad que tanto valoraba.
La relación de Lolita con el mundo de los vampiros no fue algo que surgiera de la noche a la mañana, pero cuando llegó, lo hizo con la fuerza de una tormenta. Desde pequeña, Mystic Falls le había parecido un lugar peculiar, cargado de una energía que no podía entender del todo. Los susurros de leyendas, los cuentos de criaturas que acechaban en la oscuridad y los inexplicables sucesos que ocurrían en el pueblo siempre parecieron girar a su alrededor, aunque nadie le daba explicaciones claras.
El primer encuentro con Damon Salvatore ocurrió de manera tan inesperada como inolvidable. Era una noche particularmente silenciosa, con la luna llena brillando sobre el bosque que rodeaba Mystic Falls. Lolita había decidido caminar hasta la vieja iglesia abandonada, atraída por un impulso que no podía explicar. Quizás era la curiosidad, o tal vez algo más profundo, una sensación de que ese lugar guardaba respuestas a preguntas que llevaba toda su vida formulándose.
Mientras caminaba entre las sombras de los árboles, una figura emergió de la oscuridad. Al principio, pensó que era un animal, algún depredador común de la zona, pero al enfocarse, vio a un hombre. Damon Salvatore. Su porte elegante y mirada fría le provocaron una mezcla de inquietud y fascinación. Él, por su parte, parecía intrigado por ella, como si pudiera ver algo en Lolita que los demás no notaban.
—¿Sabes que no es seguro andar sola por aquí? —dijo Damon, con esa voz cargada de sarcasmo que más tarde Lolita reconocería como su marca personal.
Ella, sin retroceder, respondió con una frialdad que lo tomó por sorpresa.
—No creo que seas mi salvador.
Esa chispa inicial marcó el comienzo de algo que ninguno de los dos esperaba. Damon, acostumbrado a controlar cada interacción, se encontró desconcertado por la forma en que Lolita lo enfrentaba, como si no le temiera, como si viera más allá de la fachada que él cuidadosamente mantenía.
La relación amorosa entre Damon y Lolita fue complicada desde el principio. Damon, con su naturaleza cínica y su capacidad para destruir todo lo que amaba, veía en Lolita algo que lo hacía dudar de sí mismo. Ella no solo le recordaba lo que significaba sentir, sino que también le ofrecía algo que había olvidado: la posibilidad de redimirse.
Lolita, por su parte, se encontraba en una encrucijada. Aunque se sentía inexplicablemente atraída por Damon, sabía que estar cerca de él significaba entrar en un mundo peligroso, uno que no solo pondría en riesgo su vida, sino también su corazón. Sin embargo, Damon parecía ser la única persona que no le exigía ser alguien que no era. Con él, podía mostrarse vulnerable, incluso rota, y sabía que él no la juzgaría por ello.
A medida que su relación se profundizaba, Lolita empezó a descubrir más sobre los vampiros y el papel que jugaban en Mystic Falls. Damon no solo le mostró la oscuridad de su mundo, sino también las grietas que lo hacían humano. A través de sus historias y su propio tormento, Lolita entendió que no todo era blanco o negro, y que incluso las criaturas más oscuras tenían la capacidad de amar y cambiar.
Sin embargo, su relación no estaba exenta de conflictos. Damon luchaba contra su naturaleza destructiva, temiendo que su amor por Lolita pudiera terminar dañándola. Por su parte, Lolita enfrentaba el dilema de su propio pasado, las preguntas que aún no tenía respuestas y la sensación de que su conexión con Damon era más que un simple accidente.
En el fondo, ambos sabían que se habían encontrado por una razón. Juntos, eran como dos piezas de un rompecabezas que, aunque imperfectas, encajaban a la perfección. Su amor no era simple ni ideal, pero tenía la fuerza de aquellos sentimientos que transforman vidas y rompen maldiciones. Y aunque el futuro era incierto, lo único que ambos tenían claro era que, en medio de la oscuridad, habían encontrado una luz el uno en el otro.
Juntos habían enfrentado desafíos que habrían destrozado a cualquier otro grupo, pero el lazo entre ellos, aunque a menudo tenso y probado, era lo que los mantenía unidos. La llegada de Katherine Pierce, la ex psicótica de Damon, había sido uno de los momentos más oscuros. Su crueldad y su inclinación por los juegos mentales habían dejado cicatrices profundas en Mystic Falls. Pero para Lolita, lo que realmente marcó un antes y un después fue el hecho de que Katherine se atreviera a convertir a Caroline en vampiro, despojándola de su humanidad sin ningún remordimiento.
Lolita no solo odiaba a Katherine por su historia con Damon, sino porque veía en ella la representación misma de lo que más temía: alguien que usaba el poder para destruir a otros sin motivo. No importaba cuántas veces Damon intentara justificar las acciones de su ex o fingiera que no le importaba, Lolita sabía que Katherine era una sombra que se cernía sobre todos ellos, una amenaza constante que parecía imposible de erradicar.
Pero mientras aún lidiaban con las consecuencias de los actos de Katherine, un peligro mucho mayor comenzó a tomar forma: el regreso de los vampiros originales. La llegada de Klaus Mikaelson y su familia no sólo amenazaba la frágil estabilidad del pueblo, sino que también puso en jaque las relaciones entre los amigos.
En medio de todo esto, la relación de Lolita con Damon se volvió más intensa y compleja. Damon, siempre impulsivo y protector, quería mantenerla alejada del conflicto. Para él, Lolita era un ancla en su vida, alguien que le recordaba que todavía quedaba algo por lo que valía la pena luchar. Sin embargo, Lolita no estaba dispuesta a quedarse al margen.
La discusión entre Damon y Lolita se había intensificado rápidamente. Había comenzado como un desacuerdo sobre su participación en el último plan para enfrentar a Klaus, pero había escalado hasta convertirse en un choque de voluntades. Lolita, con los brazos cruzados y el ceño fruncido, se plantó frente a él, decidida a no ceder terreno. Damon, por su parte, caminaba de un lado a otro, su frustración evidente en cada paso.
—No voy a quedarme al margen mientras todos ustedes arriesgan sus vidas, Damon, —dijo ella con firmeza, su voz resonando en el salón de la mansión Salvatore—. No soy una damisela en apuros.
Damon se detuvo en seco, girándose hacia ella con una mirada mezcla de exasperación y preocupación.
—Sé que no lo eres, Lolita, —dijo, su tono más suave pero no menos intenso—. Me lo has demostrado cientos de veces. Pero eso no quita que pueda perderte.
El peso de sus palabras cayó sobre ella como un golpe inesperado. Antes de que pudiera responder, Damon dio un paso hacia adelante, cerrando la distancia entre ellos. Su mano se alzó lentamente y se posó en su mejilla, sus dedos rozando su piel con una ternura que contrastaba con el fuego de la discusión previa. Su pulgar trazó un suave círculo sobre su mejilla, como si intentara memorizar cada detalle de su rostro.
Lolita sintió su resolución tambalearse bajo su mirada. En los ojos azules de Damon no había arrogancia ni sarcasmo, solo un miedo honesto y desgarrador que rara vez dejaba salir.
—¿No entiendes? —continuó él, su voz apenas un susurro—. Cada vez que te veo enfrentarte a este mundo, tan valiente, tan decidida... también me doy cuenta de lo frágil que puede ser todo esto. No puedo soportar la idea de que un día te pierda por mi culpa, porque no fui lo suficientemente fuerte para protegerte.
Lolita tomó su muñeca con delicadeza, apartando ligeramente su mano para mirarlo directamente.
—Y no puedo soportar la idea de quedarme atrás, Damon. No puedo vivir con la culpa de que te pase algo mientras yo estoy aquí, sin hacer nada.
El silencio que siguió fue tan intenso como sus palabras. Damon cerró los ojos por un momento, como si estuviera luchando consigo mismo. Cuando los abrió, había una nueva determinación en su mirada.
—No voy a detenerte, —dijo finalmente, su voz cargada de resignación y aceptación—. Pero prométeme algo.
—¿Qué? —preguntó ella, su tono más suave ahora.
—Prométeme que si las cosas se ponen demasiado peligrosas, te cuidarás antes que nada. No intentes ser la heroína si eso significa que no voy a verte nunca más.
Lolita asintió lentamente, entendiendo el peso de su petición.
—Lo prometo, —dijo, aunque ambos sabían que era una promesa difícil de cumplir.
Damon inclinó la frente hasta apoyarla contra la de ella, cerrando los ojos mientras sus respiraciones se mezclaban en el silencio de la habitación. En ese momento, no había vampiros, brujas ni híbridos; solo ellos dos, sosteniéndose mutuamente en un mundo que constantemente intentaba arrancarles todo lo que amaban.
—Eres lo único bueno que tengo, Lolita, —susurró Damon antes de besarla, un beso que contenía todo el amor, la desesperación y la promesa de que, pase lo que pase, lucharían juntos.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top