memories: do not open
Hace algún tiempo atrás en Nueva Orleans.
Nueva Orleans en el siglo XVIII era un mosaico de culturas y tradiciones, con una atmósfera vibrante que combinaba el lujo decadente de los salones de baile con la magia ancestral que se tejía en las sombras de los callejones.
Huyendo de la implacable amenaza de su padre, Mikael, los tres hermanos originales llevaban décadas moviéndose de un lugar a otro, buscando un momento de paz que parecía inalcanzable. Mikael, un cazador de vampiros incansable y despiadado, había jurado acabar con ellos, y aunque Klaus trataba de mostrar indiferencia, la carga de proteger a su familia recaía sobre él con un peso aplastante.
Nueva Orleans representaba una mezcla de esperanza y peligro. Era una ciudad en crecimiento, llena de humanos, brujas y otros vampiros, y su política sobrenatural era tan complicada como fascinante. Pero aquí, al menos por un tiempo, podían respirar.
El alcalde de Nueva Orleans, un hombre astuto que comprendía los matices del poder, sabía perfectamente lo que eran los Mikaelson. Había visto suficiente para entender que enfrentarlos sería inútil y peligroso. En lugar de eso, había optado por la diplomacia: mientras Klaus y sus hermanos no causarán estragos en la ciudad ni interfirieran con los intereses de los humanos más influyentes, el alcalde no levantaría la voz contra ellos.
Por lo que los hermanos se asentaron a vivir en aquella nueva ciudad que les daba la bienvenida; Rebekah, la única hermana Mikaelson, compartía con Klaus el deseo de una familia unida, pero su visión de esa unión difería enormemente. Mientras Klaus veía el poder y la supervivencia como las prioridades absolutas, Rebekah soñaba con una vida más humana. Quería amar, casarse y tener hijos, un anhelo que Klaus despreciaba porque creía que era un signo de debilidad.
En Nueva Orleans, Rebekah se sentía atrapada. Aunque adoraba la ciudad y sus vibrantes fiestas, sabía que Klaus siempre encontraba una manera de destruir cualquier atisbo de felicidad que intentara construir.
A menudo, sus discusiones eran explosivas. Rebekah lo acusaba de ser incapaz de dejarla vivir, mientras Klaus, en su tono frío y mordaz, replicaba que ella era demasiado ingenua para sobrevivir en su mundo sin él. Y, sin embargo, ambos sabían que nunca podrían abandonarse del todo.
Por otro lado, Elijah el mayor de los tres, era el pilar que mantenía a la familia unida. Su código de honor y su inquebrantable devoción por sus hermanos lo convertían en el mediador entre Klaus y Rebekah. Elijah veía la tormenta dentro de Klaus, el niño asustado que aún buscaba la aprobación de un padre que nunca lo aceptaría.
Sin embargo, incluso la paciencia de Elijah tenía límites. Aunque siempre trataba de encontrar una manera de calmar los conflictos entre sus hermanos, comenzaba a preguntarse cuánto más podría soportar. Elijah deseaba estabilidad, una paz que parecía imposible mientras Klaus gobernará con su carácter explosivo y su sed de poder.
Pese a sus diferencias, los Mikaelson compartían un lazo irrompible. Sus conflictos eran intensos, pero su amor era igual de feroz. Klaus podía amenazar con destruir todo lo que Rebekah valoraba, y Elijah podía distanciarse para mantener la paz, pero al final del día, siempre volvían a estar juntos.
La amenaza de Mikael seguía siendo una sombra constante. Aunque llevaban años sin enfrentarlo cara a cara, sabían que él siempre encontraba la manera de rastrearlos. Este peligro los unía tanto como los dividía.
En esta etapa de sus vidas, Nueva Orleans les ofrecía una frágil estabilidad. Klaus se había convertido en una figura de poder entre los vampiros de la ciudad, ganándose su respeto (y su miedo) a través de su carisma y sus tácticas despiadadas. Rebekah encontraba en los bailes y la vida social un escape temporal, mientras que Elijah se sumía en los libros y las conversaciones estratégicas con figuras locales, siempre pensando en cómo asegurar su supervivencia.
***
Una noche de verano, la alta sociedad de Nueva Orleans organizó un fastuoso baile de máscaras en una de las mansiones más exquisitas de la ciudad. Los invitados, vestidos con trajes lujosos y máscaras decoradas con plumas y piedras preciosas, se movían al ritmo de una orquesta que tocaba valses y melodías criollas.
Klaus, siempre amante de los eventos que le permitieran mostrar su carisma, asistió acompañado de Rebekah y Elijah. Su traje negro, decorado con un bordado dorado, y su máscara de diseño intrincado destacaban entre la multitud. Su porte, mezcla de peligro y elegancia, atraía miradas tanto de admiración como de temor.
Mientras el baile avanzaba, Klaus, quien generalmente se aburría rápidamente de los eventos humanos, quedó de repente paralizado. Al otro lado del salón, una joven aparecía en escena, su vestido color zafiro brillando bajo la luz de los candelabros. Su cabello, recogido en un estilo delicado, dejaba caer algunos rizos dorados que enmarcaban su rostro. Pero lo que realmente lo atrapó fueron sus ojos: grandes, curiosos y llenos de vida, un contraste impactante con el entorno sombrío que lo rodeaba.
Algo dentro de él, enterrado durante siglos, se agitó. Era una emoción que no reconoció de inmediato, una mezcla de sorpresa, anhelo y una extraña vulnerabilidad que lo desarmó por completo. Desde que se convirtió en vampiro, Klaus había cerrado su corazón a cualquier cosa que pudiera debilitarlo. Amor, compasión, esperanza: todo había sido sustituido por la necesidad de sobrevivir y dominar. Pero en ese momento, mientras la observaba, sintió como si la pesada coraza que había construido durante siglos comenzará a resquebrajarse.
Sin embargo, no podía apartar la vista. Cada pequeño gesto de ella, cada sonrisa fugaz y cada movimiento de su cabeza parecían estar grabándose en su memoria inmortal. Por primera vez en siglos, el tiempo no parecía infinito, sino que se detuvo, concentrándose solo en ese instante.
Sin perder tiempo, Klaus cruzó el salón, apartando a los demás invitados como si no existieran. Cuando llegó frente a ella, hizo una reverencia elegante y le ofreció la mano.
—Niklaus Mikaelson, encantado de conocerla.
Ella lo observó con una mezcla de cautela y fascinación, antes de aceptar su mano.
—Dolores Davenport —respondió con una voz suave pero firme, lo suficientemente segura como para intrigar aún más a Klaus.
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