XX: Rey o esclavo

Tras el accidente y sin familiares cercanos que pudiera hacerse cargo de él, fue llevado a un hogar municipal. Con la misma ropa que traía puesta, una mochila con sus juguetes que ni siquiera habia abierto, y el silencio que desde entonces lo caracterizaría, pisó por vez primera el largo pasillo de entrada al lugar que desde entonces sería su nuevo hogar. 
En "Casa Honor" pasaría buena parte de su vida, creciendo siempre al amparo del extraño anonimato del que gozan los niños abandonados o que por distintos motivos han ido a parar a tales sitios. Ese anonimato que esconde posibilidades y peligros en un mundo reducido pero no por ello menos digno de vivir. Un anonimato que claro está, no suele ser buena idea amenazar, y la llegada de un nuevo integrante a la gran familia de CH -como la llamaban- contenía esos posibles riesgos asociados. 
Por este motivo sus primeras amistades tardaron en llegar más los comentarios por lo bajo, las miradas agresivas y los empujones repentinos se convirtieron en parte del día a día. 
Entonces D adoptó su primer nombre. 
"El nuevo". 
—Hey, nuevo, pasa la pelota —le gritaban cuando lo veian caminar cerca de la improvisada cancha de futbol y lograban atinarle un pelotazo en el estomago o la cara (ese valía más puntos). 
—Yo no fuí, fue el nuevo —se escudaban los más pequeños ante cualquier posible travesura que hubieran cometido. 
De inmediato el castigo recaía sobre él. 
¿Por qué no podía portarse bien? 
¿Es que no era capaz de controlarse? 
¿Acaso sus padres no lo habian enseñado? 
Es curioso como los días suceden a los días cuando sucede algo tan terrible que ya no importa el paso del tiempo. Sientes que el mundo fuera de ti avanza. El sol sale, la luna lo reemplaza. De repente el frio deja paso al calor, de los arboles caen las ojas, el verde se marchita y otra vez el frio regresa como si nunca se hubiera marchado. Creces. Crecen los que te rodean. 
Pero aún así algo falta. En esto existen irrealidades, como burbujas de tiempo y vida escondidas en medio de los sucesos. Como barreras que te separan de lo que es La Vida y cual asiento de un triste espectaculo te ofrecen solo la posibilidad de ser testigo de la mediocridad sin despertar en el que observa la más minima pizca de interes. 
Así transcurrieron los días del niño que lo perdió todo por azar. En una burbuja. 
Y hubiera seguido ese camino de no haber sido porque la burbuja se topó con una afilada y enorme aguja. 
El señor Mavis era uno de los consejeros. Hombre uraño, delgado y muy alto. Su cabeza calva y brillante causaba gracia a los más pequeños pero sus modos de comportarse con ellos le hacía caer simpatico. Desde el primer día en que llegara D habia recibido siempre de su parte caramelos y de todos los adultos con que hubiera tenido contacto era el unico que tras mucho esfuerzo y bromas logró hacerlo reir aunque fuera por poco tiempo.
—Es que si no reimos seguido, nos olvidamos del ruido de nuestra propia risa —decía divertido siempre que lanzaba alguna de sus bromas. 
Aún así, había algo con respecto al señor Mavis. D no tenía idea de que podía tratarse pero en una que otra ocasión logró pescar a medio camino conversaciones entre los niños mayores, los de diez años o más. Casi en susurros ellos hablaban de otros niños y niñas, nombres sin rostro, que aparentemente se habian esfumado tras reunirse con el señor Mavis. 
—Siempre los de siete, ocho como maximo. De ahí para abajo. Nunca uno más grande. —argumentó uno de los niños con que D compartía cuarto. —A mi no me da ningun miedo. Además de este cuarto nadie tiene esa edad —agregó enseguida. 
—El nuevo si —dijo otra de las voces. Pertenecía a un pequeñajo de once años que rivalizaba en altura con los de siete. 
D no respondió nada. Acurrudado en su cucheta de abajo cerró los ojos, se aferró a si mismo e intentó conciliar el sueño. 
Cuando finalmente pudo hacerlo despertó sintiendose muy extraño. Una idea que era incapaz de entender se manifestó en su sueño. La idea de desaparecer. 

El señor Mavis lo llamó un buen día. 
D se encontraba a la sombra de un paredon, observando jugar a los mayores. Solo, como siempre. 
—Muchachito, ¿no te interesa el juego? —preguntó el hombre mientras extendía su mano grande en la que siempre, sin que los niños supieran bien como, habia un caramelo. 
D no respondió pero si aceptó el dulce. 
—Si, tampoco a mi me apasionan los deportes de contacto. Ni este sol tan fuerte. Sabes, creo que estariamos mas comodos en mi despacho. Tengo más de estos —dijo y enseño una bolsa con caramelos al pequeño D. 
Sin pensar tan si quiera en las historias caminó  a su lado y sin muchas miradas por parte de los niños que gozaban de su hora de recreo, llegó hasta el despacho de aquel hombre. 
Jamás había estado en ese lugar al que por lo demás solo enviaban a los niños que se portaban mal. Lo primero que notó fue la enorme pecera y cruzando la habitacion más rapido de lo que hasta entonces se había movido, permaneció parado a su lado con los ojos abiertos como esos mismos pececitos que los miraban mientras aleteaban del otro lado del cristal. 
—Es mi pequeña colección —afirmó con verdadero orgullo el señor Mavis. Luego fue hasta el telefono y realizó una llamada. Habló rapido y en voz baja. D no pudo escuchar lo que decía. 
Los minutos pasaron. El pequeño se entretenía comiendo caramelos y observando la pecera preguntandose que se sentiria poder flotar en medio del mar sin ninguna clase de problema, hasta que la voz del señor Mavis lo trajo de vuelta a la realidad. 
—Dime muchacho, ¿alguna vez has pensado en irte? —
El niño se giró. Lo observó fijamente. No respondió nada. No sabía que responder. 
—Así es. Irte de este lugar. Tu ficha dice que fue un trágico accidente lo que te trajo. Tu no pediste estar aquí, simplemente sucedió una cosa bastante terrible junto con otra bastante particular y es que no pudo rastrearse a ningun familiar cercano que pudiera hacerse cargo de tí. Eres todo un caso de mala suerte si me lo preguntan —el señor Mavis tiró una de las risotadas que se reservaba para los chistes a pesar de que en esta ocasion no hubiera hecho ninguno. 
—Sin embargo, no creo que sea este tu lugar. ¿No te gustaría estar afuera? ¿Tener una familia? —
D bajó la mirada. No necesitó palabras para transmitir aquella idea. El ya tuvo una familia. 
—Aquí, ¿que tienes realmente? ¿Amigos? No por lo que he observado. ¿Popularidad? ¿Contencion? ¿Afecto? Para nada. ¿Futuro? Lo dudo. Ni siquiera me arriesgaria a decir que tienes una vida. Te he visto desde hace tiempo. Siempre solo, siempre silencioso, siempre mirando al suelo o al cielo. ¿No quieres tener más que eso? —El señor Mavis se le acercó y lo sostuvo por los hombros, con delicadeza pero siendo firme. Lo obligó así a levantar la mirada. 
Con reticencia D lo observó. Sus labios se movían como luchando con palabras dificiles de pronunciar. 
En su mente sin embargo habian todo tipo de ideas. 
¿Irse, donde? ¿Por qué? ¿Es que acaso su familia lo esperaba tras aquellos muros? Si pudiera elegir irse, sería a un lugar donde no hubiera nadie más que él y su madre y su padre.
De lo contrario, ¿para qué irse? 
La puerta se abrió antes de que pudiera escupir cualquiera de esos pensamientos. 
Un hombre obeso, de cabellera abundante y rostro casi oculto por los pliegues de piel y carne abultada entró sonriente. Estiró su mano y sin delicadeza la pasó por la cabeza del niño, la bajó por su mejilla y le sostuvo el rostro al que observó fijamente con sus ojillos dilatados. 
D pudo ver como se pasaba la gruesa lenga por el labio inferior con restos de migas en el. 
—Es perfecto —dijo con su voz nasal y soltó al muchacho. —Un hermoso y sano niño —agregó casi a las risas. Creo que vale cada centavo —comentó sacando dejando sobre la mesa un gran sobre que sostenia en sus rechonchas manos. 
El señor Mavis hizo un gesto de desagrado que al hombre pasó desapercibido pues sus ojos estaban centrados totalmente en D y lo examinaba desde la cabeza a los pies. Este sin embargo logró verlo y al hacerlo los recuerdos acudieron a su mente infantil. 
"Los niños que van con el señor Mavis desaparecen". 
Fue incapaz en ese momento de entender mucho más. El sobre en la mesa no le representó nada ni tampoco pensar cuantas veces esa misma operacion se hubiera realizado. Los caramelos, los chistes del señor Mavis, el mismo señor Mavis demostrando simpatia y acercandose a él... y ahora este hombre obeso que sonreía mientras lo miraba, mientras le brillaban los ojos, mientras se tocaba el ombligo. 
—Basta. Ni se le ocurra hacer sus porquerias en esta institución. El dinero esta bien. Se lo puede llevar —dijo el señor Mavis y guardó el gran sobre en un cajón. 
—Vení conmigo chiquito, te voy a llevar a tu nueva casa —dijo entonces el hombre obeso estirando su mano hacia D. 
Este retrocedió. Se alejó de hecho todo lo que podia en la pequeña habitación. 
Su corta vida le impedía de darle un sentido esas sensaciones de traicion que experimentaba. No era feliz donde estaba, jamas lo habia sido, pero algo le decía que si se fuera tampco lo sería. No se trataba de un lugar, se traba de algo más. 
—Vamos, vamos, te voy a dar caramelos, tengo juguetes. Muchas cosas para hacer. —El hombre se le acercó. Se movía con pesadez pero aun así era mas rapido que el niño. Lo sujetó por el brazo y desde donde estaba D podía oler un perfume barato que le revolvió las entrañas. 
Intentó retroceder, resistirse. 
—No lo hagas dificil —murmuró el señor Mavis. 
Tambien se levanató y fue en su dirección. 
—N...No —dijo el niño en apenas un susurro. 
Las luces de la habitacion parpadearon aunquen ninguno de los adultos se preocupo por eso. 
—No —volvió a decir cuando el tiron del hombre se hizo más fuerte. El señor Mavis se le acercó aún más. ¿Su unico amigo en el lugar? No pudo responderse, solo se dijo que los amigos se ayudaban y él no lo estaba ayudando. 
Pensó en su padre al volante. Su madre a su lado. La ultima vez que los habia visto eran apenas siluetas entrecortadas en los asientos. Rostros y cabellos, nucas y prendas de vestir casuales que sin embargo jamás olvidaría. 
—No —gritó esta vez con mayor vehemencia. No quería irse, no queria marcharse con ese hombre. Queria seguir su propio camino, irse en todo caso por si mismo. Alejarse por su propia mano. Con sus padres. Como sus padres. 
Ese dolor seguía presente. Lo quemaba. Ardía en lo mas profundo. 
Y entonces se percató de que el señor Mavis le habia dado una cachetada en cuanto gritó y el ardor fruto del golpe le recorría la cara. 
—¡No! —dijo el hombre obeso —No lo quiero con marcas —pero antes de que Mavis pudiera responderle nada las luces volvieron a parpadear y esta vez se apagaron. 
Un viento fuerte rugió en el interior de la habitacion.
No tenía ventanas pero era como si alguien hubiese tirado abajo sus paredes en pleno huracan. 
Los dos hombres intentaron gritar pero el torbellino se llevó todo ruego, todo grito, todo gemido de sorpresa o de horror. 
El viento se llevó todo y así como empezó, terminó. 
Cuando el niño abrió los ojos que el repentino aire le habia obligado a  cerrar estaba solo en la habitacion. De los dos adultos ni rastro. 
Pasarian horas hasta que saliera de ella y en verdad nadie nunca preguntaria por el señor Mavis. Pareció que no era tan querido por las gentes de la institución como si lo era por los niños. 
Por el hombre obeso jamás nadie preguntaria. Ni tampoco por su sobre, el que D habia encontrado en el cajon y el que desde entonces conservó sin saber muy bien porqué. 
Algo le decía que el dinero era util a pesar de que no tenía idea de para que usarlo. 
Pero lo que si sabia era que ese día, en esa habitacion, no habia estado solo con los dos hombres. Otro... ser, o lo que fuera, se apreció en cuanto recibió el golpe y aunque cerró los ojos inmediatamente logró verlo apenas transfigurado. 
Era alto, difuso como el viento. Volaba sobre sus hombros y tenia dos ojos de un rojo intenso. Era una criatura que no lo asustó, no, a pesar de lo aterradora que pudiera parecer. 
Le produjo odio. Desprecio. Rabia. 
Era la criatura que habia aparecido cuando tuvo el accidente y evitó que se lastimara dejando morir a sus padres. Condenandolo a esa vida. Encerrandolo junto con el resto de los desgraciados, de los abandonados. ¿Y si era por ese ser que la gente no se le acercaba? Si, eso tenía mucho sentido para el pequeño niño y pudo pensar de nuevo en esa maldición terrible. 
Esa maldicion que no lo dejaba seguir su camino. El camino de sus padres. 
Cuando el joven D abandono la habitacion silenciosa del señor Mavis lo hizo teniendo un objetivo en mente.
No importaba lo que sucediera o cuanto le costara, se desharía de esa cosa fuera como fuera.  

—Con que ese es tu razonamiento —dijo una voz en su propia mente. Las palabras sonaron con el eco propio de dos hablantes diciendo lo mismo al unísono.  
D abrió los ojos de par en par y retrocedió por instinto. 
Fue como despertar de un sueño breve. 
Frente a él tenía la cupula de aire que lo rodeaba y a lo lejos se encontraba aquel que debía matarlo, Mesh. 
Su cuerpo lucía como antes, sin ninguna clase de herida. 
—¿Una ilusión? —se preguntó el muchacho al tiempo que experimentaba una pasajera desorientacion con respecto al tiempo que habia pasado y sus recuerdos lejanos, ya casi olvidados. 
—Meramente un truco de miradas —contestó Vlad/Mesh desde su lugar. —Parece que este Vestigio protege tu cuerpo sin importar que seas consciente de eso. 
—Todavía puedes matarme —dijo D sin reprimir una sonrisa. 
—No —cortó su enemigo. El desprecio en su voz era notable. —¿Matarte? ¿Por qué me lo ordenas tú? ¿Por qué tu vida ha sido demasiado dificil y terrible? ¿Es que crees que todo lo malo del mundo te sucede solo a tí? Me crié en un mundo donde la mayoria de los niños morían de hambre o en guerras eran masacrados. Donde los pueblos tenían dueños y la vida de todos dependia de las palabras de unos pocos. La sangre manchó los campos verdes de mi pueblo natal. La traición de la política y la guerra fueron mi cotidiana. ¿Y crees que has sufrido? —Vlad, quien ahora hablaba con toda firmeza avanzó un paso y extendió sus manos hacia los costados —¡Yo te digo no! ¡Yo te digo esclavo! De tu vida, de tu pasado, de tus condiciones.
No eres un hombre que pelea por lo que quiere, no haces mas que llorar en tu rincón esperando que otros se apiaden de ti. Eres un esclavo que busca dueño. Me pides que te mate, que me haga cargo de tus penas y tu tragedia, que carge contigo y con tus faltas, y te digo no.
Yo soy un Rey. Goberne sobre mi pueblo y derroté a mis enemigos. Fui apartado de mi gente y retorné con gloria. Valentía y ferocidad me acompañaron en el camino hacía el poder.  
Yo me levanté y a los cielos rojos grité mi nombre y dije que no habría paz para mis enemigos. 
Y por mi mismo lo logre. Lo hice. Triunfé. 
Si quieres gobernar, pelea. 
Si quieres ganar, pelea. 
Si quieres morir, pelea. 
Si quieres desaparecer, ser olvidado, si quieres que este sea el campo de batalla de tu muerte entonces pelea, pelea y pelea —gritó a los cielos oscuros pues el sol mismo había escapado y nubarrones de tormenta lo cubrian ahora todo. Relampagos refulgian con luces amarillas y rojizas. Las hojas eran arrancadas de los arboles para arremolinarse y perderse en la nada. 
Los ojos de D se humedecieron sin que pudiera evitarlo. 
¿Mesh habia visto todo su pasado en los recuerdos? ¿Esa era su opinión? ¿Acaso este esclavo en verdad era él? 
Jamás nadie le había hablado de esta forma. 
El muchacho apretó los puños. Se limpió las lagrimas y escupió al suelo bajo sus pies. 
—¿Qué haras hijo de la muerte? ¿Qué haras tu, desgraciado? —lanzó Vlad desde el otro lado. El viento que soplaba lo elevó por los aires. Sus cabellos y sus prendas sueltas como parte de la noche artificial. —Decide —gritó a esa cupula de aire que lo cubría y a pesar de esta las palabras se clavaron como dardos en el alma del joven D. 
Esto no habló, no respondió, pero lanzó un grito desgarrador que se impuso por sobre el ruido de tormenta. Por primera vez ni el viento fue capaz de acallar su ferocidad. 
Gritó y rugió como un animal salvaje al tiempo que se lanzaba corriendo hacía adelante. 
Pelearé, decía ese grito. 
Y así fue como comenzó. 

+++

Desde el piso, en distintos lugares, comenzó a ascender  como una humareda lo que parecia ser neblina. Está se arremolinó sobre si misma y ocultó a Vlad.  
D agitó sus manos desde donde estaba y rafagas de aire de ese Vestigio que estaba unido a su alma cortaron hasta la negrura del cielo. 
—Esto está mucho mejor —dijo como un eco la voz de Vlad. —Un esclavo siempre puede volverse un rey —rugió a la tempestad y a su enemigo, D. 
La niebla se volvió más espesa y comenzó a tomar forma. 
Eran lanzas. 
Decenas de ellas que se lanzaron contra la cupula de aire y al igual que las balas no lograron traspasarla. D buscaba con sus ojos atentamente y allí donde veía sombras sus manos indicaban direcciones y desde esa burbuja de aire salían rafagas cortantes como el tajo de enormes espadas invisibles. 
—Así es como debe hacerse. Toma las riendas. Toma el control —gritó Vlad desde algun lado.
Su cuerpo perdido en niebla espesa. 
—Yo no pedí esta maldición —gritó D finalmente, escupiendo cada palabra. Otra ventisca de aire cortó la niebla que volvió a su lugar rapidamente. 
—Solo un esclavo convierte sus vivencias en maldiciones. Un rey las convierte en el impulso a la gloria —de nuevo decenas de lanzas de niebla llovieron como espinas enormes sobre la cupula de aire que era el mismo cuerpo del vestigio. Sin problemas todas y cada una de ellas fueron destruidas. 
D se giró lanzando cuchillas de aire por todas partes.
Los recuerdos sacudian su cabeza.
Cada momento de su vida estaba signado por aquel Vestigio que se había aferrado a él, ese ser que tras la muerte de sus padres le había "protegido" de todo daño, destruyendo todo lo que podía herirlo y haciéndolo desaparecer con aquellas cuchillas de viento.
Desde entonces D jamás había podido ser herido por nada ni nadie, ni un tropezón, ni una enfermedad, ni un golpe. Los intentos de suicidio fracasados... la búsqueda constante de la muerte, todo lo que hasta entonces fue su vida pareció condensar en ese instante preciso una nueva forma de ver las cosas.
No.
No algo nuevo.
Sino algo que habiendo estado siempre en su interior solo ahora se permitía salir. 
—Cobarde —gritó desesperado. 
—¿Tu? ¿Yo? ¿Con quien se enfada un rey sino es consigo mismo? —respondió el eco de dos voces. Esta vez la niebla se despejo y el cuerpo difuso pero visible de Vlad apareció en el aire. Flotaba sobre la cabeza del muchacho y sonreía con el espeso bigote cubriéndole el rostro. 
El Vestigio de viento gritó de igual manera y lanzó una rafaga de aire cortante directo hacia él.
La estocada de aire atravesó de lado a lado su cuerpo de niebla pero este se recuperó en seguida. Ni siquiera perdió la sonrisa.
—Por fin —murmuró Vlad. —¡Esto es guerra! Como la de mi país, como la de mi muerte. Esto es lo que quiero, esto es lo que busco. —Vlad reia mientras su cuerpo de niebla se movía por el cielo tormentoso. —Este campo de batalla no es digno de un encuentro como el que tendremos —Vlad/Mesh aterrizó en el piso. El verde del cuidado césped ya oscurecido por el tormentoso cielo se ennegreció aún más cuando se colocó sobre él. Las hierbas se estaba pudriendo y la tierra moría a sus pies. Desenvainó su espada y entonces se la clavó a si mismo en el estomago y se lo abrió con un tajo hacia la izquierda.
La sangre manó oscura por su cintura y regó el piso.
Él cayó de espaldas en el charco escarlata y su cuerpo se perdió. La cantidad se sangre era ingente incluso para un cuerpo humano y se extendió por todo el suelo cubriendo de rojo el antes verde césped, pudriendolo junto con la tierra como si de un veneno se tratase. 
—Así como un rey debe pelear —dijo la voz de Vlad aunque su cuerpo se había perdido en el oceano de sangre que se elevaba casi a medio metro del piso. 
Todo el mundo pareció teñirse de rojo escarlata como si un potente incendio se hubiera desencadenado allí y la batalla sucediera sobre sus brasas humeantes.
Solo en un metro a la redonda de D se mantuvo el piso del mismo color pues allí el viento del Vestigio había comenzado a revolotear en circulos alejando aquella pestilencia rojiza y putrefacta.
De repente, como un recién nacido que ve la luz cubierto de sangre fresca, Vlad emergió desde el suelo con las manos sobre el pecho y sus largos cabellos revoloteando en el cielo de la noche artificial.
—Voy a empalarte —escupió y levantó el brazo con la palma hacia arriba. Las gotas de sangre que cubrían su cuerpo comenzaron a fluir en esa dirección como si la gravedad se hubiera invertido y en segundos se unieron tomando forma y solidez.
De repente una especie de lanza rojiza flotó sobre la palma de su mano.
—Allá voy —dijo Vlad y arrojó aquella lanza directo a D.
El Vestigio que lo protegía formando una cúpula a su alrededor reaccionó lanzando una rafaga de aire que cortó en dos la lanza transversalmente interrumpiendo su trayectoria y haciendo que cayera al suelo incluso antes de tocar la cúpula.
—Otra —Vlad/Mesh levantó sus manos al cielo y desde el suelo rojizo a un metro de D, justo en el borde mismo que separaba la cupula del suelo contaminado, se elevó una de aquellas lanzas hechas con sangre. Se topó con la cúpula de viento y su afilada punta fue limada hasta casi la base. —Otra. Y otra más —las puntas hechas con sangre comenzaron a florecer del piso en forma constante rodeando completamente la cúpula de viento y aunque no podían atravesarla para llegar hasta D tampoco este era capaz de quitarle para lanzar sus ataques. El muchacho apenas era capaz de observar la ingente cantidad de estocadas.
Se detenían en sus constantes puñaladas saliendo de la tierra y regresando a ella una vez que habian sido cortadas por el viento para volver a salir con una nueva punta tan afilada como la anterior como si se tratase de alguna clase de mecanismo ilimitado. 
—Es inutil, inutil —gritó D pero Vlad/Mesh solo sonrió. Necesitaba una apertura, nada más que una pequeña apertura. 
—Más —murmuró presionando los puños y desde el suelo las puntas de lanza comenzaron a surgir con una velocidad mucho mayor si cabe intentando penetrar desde todas partes.
El rugido de la tierra desgranada y la tormenta sobre ellos pareció formar una melodía terrible. 
En ese instante Vlad/Mesh aspiró profundamente y se llevó los largos dedos hacia el interior de la garganta, como si estuviera ahogándose. De hecho, una gran pelota se le había formado en la laringe que se notaba abultada al punto de que su cuello parecia casi por explotar.
Quitandose los dedos de allí, vomitó una gran cantidad de espesa sangre negruzca hacia el cielo, tanta sangre que ni siquiera un cuerpo humano podría haberla contenido en su interior, y la lluvia que estaba cayendo se tiñó de rojo. La sangre cayó sobre la parte superior de la cúpula y el efecto fue inmediato, aunque apenas perceptible.
Si bien aquel vómito ácido que acaba de utilizar no llegó a tocar a D, la cúpula se contrajo un poco y su tamaño disminuyó. Quizá fuese por la cantidad de ataques al mismo tiempo, o tal vez por su constancia, pero había logrado encontrar lo que quizá pudiera ser un punto debil. 
Mientras analizaba eso desde la cúpula salió volando una de aquellas rafagas cortantes de aire pero Vlad/Mesh convirtió en niebla su cuerpo y pasó a través de ella con facilidad.
Esa era la oportunidad que había estado buscando.
Convertido todavía en niebla se adelantó flotando por entre los lanzazos que apuñalaban la cúpula una y otra vez y la impactó de frente como un ariete de humo.
Aunque no logró atravesarla, el viento cortante tampoco pudo causar daños a su cuerpo de niebla por lo que en vez de ser cortado en trocitos se comenzó a plegar junto a la cúpula y con niebla intentó formar pequeñas espinas sólidas que atravesaran cualquier abertura posible.
Eran como agujas queriendo pasar entre pequeños espacios invisibles al ojo humano. 
Allí donde se formaba una espina de niebla el Vestigio de viento enviaba una rafaga y la cortaba en dos, pero eso solo hacia que se crearan nuevas espinas y el combate proseguía.
D observaba aquello sintiendose desbordado por el resultado de la pelea. Los esfuerzos de Vlad por golpearlo, por atacarlo, por llegar hasta él. ¿Era esa la actitud de un rey? ¿Era este el camino de aquellos que jamás se rendían? 
Grito al cielo y agitó sus manos en direccon al enemigo. No estaba seguro de que el Vestigio fuera a obedecerle -jamás lo habia hecho antes- pero esperaba que quizá funcionara. 
Si lograba abrir un espacio por pequeño que fuera Mesh, Vlad, quien fuese, podía atacar. 
No sentía esperanzas en su corazón pues tras tantos años estaba convencido de que su maldición seria eterna, pero si podía escuchar las palabras de Mesh reverberar en su mente.
Y también las del Profesor, el hombre que lo había enviado en esa misión.
"Él puede matarte, si es lo que quieres", le había dicho y la conviccion de su voz fue total. 
D vio que una de aquellas lanzas de niebla había logrado atravesar la cupula y corrió en su dirección. El Vestigio de viento entonces envió unas rafagas en su dirección y rodeó su cuerpo como si se tratase de un marionetista y lo alejó de las lanzas de niebla al tiempo que las cortaba en dos.
Empujandolo con rafagar de viento lo fue alejando y Vlad/Mesh contempló cómo el muchacho oponía resistencia pero no podía evitar que lo movieran como a un muñeco de trapo en el ojo de un huracán. Un paso, luego otro, y otro más.
—No —gritaba D, —No perderé, no dejaré que me derrotes —aseguró con voz firme pero incapaz de resistirte. 
Mesh no conocía la inteligencia de su enemigo pero estaba claro lo que pretendía.
Alejarse del campo de sangre. Quizá sin el constante ataque de las estacas del piso pudiera defenderlo mejor o sin sobre esforzarse tanto. Como fuera, la cúpula de viento se movía con el y seguía cortando con pericia estacas de sangre o de niebla y la lluvia ácida mezclada con su vómito que le caía encima.
El rey de los vampiros no cesaba en su constante ataque y sabía que allí estaba la clave.
Tenía que tener algún punto ciego y el objetivo de Mesh no era encontrarlo, sino sencillamente, crearlo.
Entonces, cuando el títere en que se había convertido D, avanzó dos pasos más, las dos mentes se conectaron en una, y ambas vieron al mismo tiempo su oportunidad.
La tierra de sangre desde la que brotaban las estacas se iba desintegrando a medida que el viento cortante de los bordes de la cúpula pasaban sobre ella. D intentaba resistirse pero el control que el viento ejercía sobre su cuerpo era irrefrenable. Lo había envuelto por los brazos y piernas como una serpiente y aunque sacudía su cabeza y gritaba sus aullidos eran inaudibles por encima del fragor de la batalla. Las mil lanzas apuñalando unas tras otras y siendo cortadas por el viento. La lluvia que precisamente no caía sobre su cabeza. La niebla que se sacudía pegada con terquedad al viento que no podía cortarla pero si podía mantenerla lejos del alcance del cuerpo del muchacho. 
Se estaba alejando, contra su voluntad se estaba alejando de aquel campo de batalla y de esa muerte que tanto añoraba. Un paso, otro más y... Vlad y Mesh sonrieron al mismo tiempo.
¡Ahora! susurraron triunfales sus dos voces compenetradas en una.
Gotas de sangre cayeron con pesadumbre sobre el suelo yermo, pero está vez no se trataba de la sangre de ellos.
Una estaca escarlata había salido desde el piso y atravesado a D en la altura del pecho.
Mirada con más atención en verdad aquella no era una estaca, sino más bien, media. La misma que había arrojado Vlad/Mesh antes y que una rafaga de viento del Vestigio cortó en dos mitades.
Caída a un lado, Vlad decidió que aquel era el momento para aprovecharla.
No hubiera calculado que el Vestigio haria caminar al chico por el campo de batalla hasta quedar a su alcance, pero ya que sucedia no iba a dejar pasar esa oportunidad.
Lo unico que habia tenido que hacer era convertirla en sangre líquida otra vez, hasta que se filtrara por el suelo para evitar que así se destruyera con el pasar de la cupula, y una vez bajo tierra volver a endurecerla lo suficiente como para que pudiera atravesar piel, músculo y hueso. Controlarla para que saliera del piso en el preciso momento en que la cúpula le hubiera pasado por encima habia sido un tema de precisión y espera, cosas en las que tanto el estratega de Vlad Tepes como el propio Mesh eran destacables.
D apenas entendía lo que había sucedido y se llevó una mano a la herida que ya comenzaba a sangrar. El Vestigio de viento pareció lanzar un grito que sonó más bien como el viento soplando con intensidad contra los árboles y se retorció en el aire. Ese grito que parecía decir "el chico, el chico".
La cúpula que formaba con su cuerpo girando a toda velocidad había desaparecido por un momento como si el daño hecho al muchacho se hubiera traspasado de alguna forma a su cuerpo de aire.
Aquello no duraría mucho, pero Vlad no necesitaba más tiempo que el obtenido.
Moviéndose a velocidad vampirica se puso frente a D.
Sujetó la lanza de sangre con su mano enguantada y se la retorció aún más adentro. Fue fácil, pues además de posee una fuerza desmesurada ahora que estaba cerca de aquella lanza podia fortalecerla con su propia sangre a voluntad.
D gritó de dolor pero el Vestigio de viento se llevó todo el sonido con sus descontrolados movimientos en el cielo oscurecido.
Vlad hundió aún más el arma en el pecho del joven hasta que le salió por el otro lado.
—Mucho mejor. Ese es el sonido que quería escuchar. El grito de un rey que muere —dijo con su acento puramente nativo de Rumania y sujetando con firmeza la lanza comenzó a levantarla en el aire con el cuerpo atravesado del joven D que se retorcía y gritaba.
Vlad sin embargo tuvo una extraña sensación y era que increíblemente aquel enemigo que había estado enfrentando parecía gritar más de felicidad que de dolor.
Por un segundo lo miró a los ojos y vió en ellos un destello de vida como el que no había presenciado en toda la batalla. Pesados lagrimones le caían surcando su pálido rostro y se mezclaban con la sangre que rezumaba de su boca, pero sin embargo Mesh podia jurar que lo veía sonreír. Allí, empalado y desangrándose como un pollo colgado a un gancho, sonreía, mientras la vida se le escapaba del cuerpo.
—Gracias —pareció murmurar entre escupitajos de sangre. La vista se le nublaba y por primera vez en mucho tiempo D sintió algo que creyó perdido en su vida para siempre. 
Paz. 
Sobre él, aquel Vestigio de viento comenzaba a tomar forma otra vez y se arremolinaba sobre la cabeza del rey vampiro y su presa. Gritos de furia, dolor, se mezclaban con otro tipo de grito. 
Miedo. 
Ahora estaba claro, si el chico moría también él desaparecería. 
—Te dije que iba a empalarte —Vlad/Mesh acercó al joven hasta tenerlo a poca distancia de su rostro —Y ahora, es momento de que sirvas a un bien mayor —le susurró con su lengua bífida. —Lo único que aguarda a aquellos que desafían a un rey es la eterna condenación, incluso si se trata de otros reyes —.
Vlad/Mesh abrió su boca de par en par, enseñando los afilados y gruesos dientes de depredador, casi refulgentes por efecto de la tormenta sobre sus cabezas y la brillante saliva que le caía desde la comisura de los labios.
D observó por un segundo aquella boca abierta de par en par y vio en la negrura de una garganta que parecia más oscura que el cielo sobre sus cabezas el final de su vida.
Lo había logrado, pensó levantando la mirada para echarle un último vistazo a su guardián y carcelero, su condena y en cierto modo perturbador, su salvador.
Aquel Vestigio de viento que se dirigía ahora mismo al ataque, pero muy tarde ya, demasiado tarde esta vez, se dijo, en el preciso momento en que los dientes de Vlad se le hubieron clavado en la carne tierna del pálido cuello, desgarrando y cortando, bebiendo y succionando.
De los labios de D escapó un leve suspiro, cuando aquella vida que solo le había traído sufrimiento y dolor lo abandonó del todo y en lo más profundo de su alma encontró aquello que creyó no existía.
Dos cosas en verdad.
En primer lugar, que tenía un alma. En segundo, alegría. 
En su mente un solo de guitarra reemplazo todo sonido y luego no hubo más. 
El Vestigio de aire gritó por última vez con aquella garganta de tempestad y se esfumó antes de tocarlos, explotando como una burbuja en cuyo interior hubiera nada más que aire contenido. Se deshizo y en solo segundos no quedó de él, o de ella, ni rastros.
El rostro ensangrentado de D habia una sonrisa. 
Las últimas gotas de lluvia caían silenciosas sobre el vampiro y su presa inmóvil mientras que uno se alimentaba y el otro lanzaba su último suspiro de vida a un cielo inclemente.

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Con este capítulo, el número 20, queda finalizada la primera parte de la novela. Para quienes lean hasta aquí, felicidades. Imagino que ahora querras saber quienes son estos enemigos que se han presentado. Quien y que busca El Profesor. Que sucederá con Mesh, Selena, Maika y el escuadron Zorro. 

Si eso es lo que te interesa, entonces sigue leyendo la parte 2, que proximamente se estara publicando y llevará por título: "La cruzada de los genealogistas". 

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