XV: Estos viejos huesos
Täto se detuvo solo un momento para recoger un trozo de tela del piso. Pertenecía a una camisa o tal vez algún pantalón desgarrado. Lo dobló y con el se limpió la parte superior de los zapatos de cuero que se le habian manchado con sangre. Arrojó el trapo improvisado a un lado y luego dirigió su atención a los monstruos que lo rodeaban, con partes de cuerpos sangrantes, mutilados y a medio devorar aún entre sus fauces.
Para un hombre sencillo como se autodefinia matar no era más que un placentero pasatiempo, divertido solo hasta el momento en que la víctima perdía su vida. De ahí en más él perdía interés y se reanudaba sólo al comenzar otra "cacería".
¿Qué clase de enfermo se ensaña con los cuerpos de los muertos? Pensaba.
Eso se lo dejaba a los Vestigios. El hecho de que fuera él quien los controlaba no generaba contradicción alguna en su filosofía pues le alcanzaba con la ilusión de que aquellas criaturas actuaban por sí solas, guiadas por un instinto inferior al suyo.
Jamás se lo diría a nadie, ni siquiera a sus compañeros alumnos, pero estar rodeado de tanta muerte y violencia bestial excitaba a Täto de una forma que nada se le podía igualar.
Sin perder la maniaca sonrisa de la cara dio una orden mental a las criaturas. Se trataba de su pequeño ejército personal, surgidos literalmente desde su piel, que ahora lucía un color tostado, con menos tatuajes que antes.
Normalmente un Vestigio nacía de aquello que en HexHell se clasificaba como "Fuente", es decir, de un Vestigio primigenio que era capaz de despertar los terrores y miedos inconscientes de las personas y usando ese material en combinación de la fuerza de vida del ser humano, era capaz de dar origen a los Vestigios de formas tan diversas como diversos son las caras que el miedo puede adoptar.
Täto era diferente. Fruto de experimentos realizados a conciencia, se había convertido por así decirlo en una especie de "Fuente humana", capaz de conservar su conciencia y su cuerpo, pero encerrando en su interior a unos casi cien Vestigios que podía dejar salir cuando lo necesitara. Ahora mismo a su alrededor una decena de sus "hijos" (terminó que él prefería reemplazar por el de perros de caza) saciaban su voraz apetito con la carne y las vísceras de los muertos, mientras en otras zonas de la mansión aquellos a los que había dejado vagar sueltos hacían lo mismo.
La orden que les había dado era una sola: <<matar>>.
—Lamento ser aguafiestas muchachos, pero tenemos trabajo que cumplir —gritó Tato a pesar de que su comunicación con los Vestigios era más bien mental y ya les había dado el imperativo mensaje de avanzar.
En cualquier caso estos se detuvieron de inmediato y, algunos todavía con partes humanas a medio devorar entre las fauces, se abrieron paso dando saltos y corriendo por los pasillos en dirección al lugar que su amo les ordenaba alcanzar.
Täto abrió las palmas de sus manos, en donde podían verse dos tatuajes en tinta negra. Se trataba de unos rifles muy detallados, al punto de que uno podía distinguir el pequeño gatillo y la mira telescópica, hechos con una precisión que hablaba de aquel arte milenario que era el tatuaje.
La piel de sus manos comenzó a temblar y retorcerse como si algo pugnará por salir de su interior, y así fue pues el negro cañón afilado de un rifle comenzó a surgir como la sangre de una herida, más ya no era de tinta negra sino de sólida realidad ineludible.
La realidad de un arma creada para matar, una que surgió y fue sostenida por manos dispuestas en todo momento a asesinar y mutilar.
En solo un segundo Täto, un hombre que alguna vez había sido bautizado como "Aron Belenes", que alguna vez se había sentido pequeño más ahora se veía como un grande entre inferiores, como un dios entre animales, sostenía entre ellas aquel armamento. Sonriendo, disparó una rafaga hacia el techo porque... ¿Por que no? Él era capaz de todo, suya era la ley y las normas.
Entonces siguió a sus creaciones, porque estaba seguro de que todavía quedaban muchos enemigos que asesinar y eso le daba felicidad a su corazón.
Las defensas de HexHell se habian organizado de forma precaria entre la biblioteca. Allí los ocho agentes de la organización unieron con los sobrevivientes que formaban parte de los distintos cuerpos de defensa personal de los otros líderes y aprovechando el hecho de que solo había una puerta se habian atrincherado y desde allí disparaban a lo que se moviera.
No había en cualquier caso muchas chances de confundirse, pues sus enemigos eran monstruosos e inhumanos hasta en lo más básico de la apariencia. Podían tener orejas, bocas, ojos y brazos, pero ninguna de esas cosas conservaba su característica humana. Parecian mas bien burlas o malos resultados de la naturaleza, si no fuera porque la sensación más pura que les daba verlos era un miedo absoluto.
Las balas no los detenían, de por sí era muy difícil darles pues se movían con una velocidad totalmente inhumana superior incluso a las propias balas.
El daño o el dolor no parecia amedrentar sus cuerpos y tras vaciarles encima un cargador seguían acercándose hasta sus defensas como si nada.
Parecían una manada de hienas acechantes, solo que incluso aquellos animales salvajes se hubieran asemejado a perritos de casa a comparación de los brutales Vestigios.
—¿Como vamos a parar a estas cosas? —preguntó a voz de grito tras los constantes disparos uno de los agentes.
—No tengo idea —respondió Mijail Bloom, representante líder de las fuerzas de defensa de HexHell. "Ojalá Mesh estuviera con nosotros", pensó, pero se lo guardó.
—Se supone que ustedes son los expertos —arguyó él otro.
—No dejes de disparar —fue la única respuesta que expresó Bloom. —No importa que, tenemos que retenerlos lo suficiente para que los lideres puedan esca... —.
Pero entonces los disparos tuvieron que acabar por fuerza, pues las bestias ya no atacaban sino que se habian detenido y hasta se daban el lujo de darles la espalda (espaldas demasiado anchas o delgadas, cubiertas de espinas, llagas supurantes o tentáculos). Allí, a unos pocos metros, había aparecido una figura que por su visible humanidad destacaba entre el montón como el lobo en la manda de ovejas.
—Y este sí que es un viejo lobo —murmuró Bloom con los ojos fijos en la encorvada presencia que caminaba despacio, con las manos en la espalda, casi como si estuviera perdido en medio de semejante mansión de locura y muerte.
—Oh, suerte la mía, encontré a los agentes antes que los monstruos —murmuró el anciano con una voz entre divertida y sarcástica. Los agentes de HexHell bajaron sus armas. El resto se amontonó en la barricada improvisada dispuestos a querer saber que estaba sucediendo.
—¿Que pasa? ¿Quien es ese? —murmuraron algunos observando desde la puerta de la biblioteca.
—Solo observen —dijo Bloom sonriendo.
Los Vestigios normalmente eran incapaces de sentir miedo o dolor o cualquier otra emoción humana que no fuera su constante hambre por pesadillas y miedos humanos. Por eso mismo era también que su primer instinto consistia en matar. Sabían, como sabe el tigre en que momento del día atacar, que nada mejor que la muerte para extraer ese miedo que los alimentaba. En esta ocasión sin embargo se mantuvieron un tanto quietos, no mucho, pero si unos segundos demás que cualquier observador experto hubiera podido notar.
Era como si frente a ese hombre desarmado que había aparecido de repente y caminaba hacia ellos no supieran cómo actuar. Como si el instinto fuera arisco con él, de la misma forma que un animal salvaje dudaría un momento frente a la negrura amenazante del cañón de un arma.
Michael B. Roughs sonrió, justo un segundo antes de que las bestias se abalanzaran sobre él.
Eran tres enormes Vestigios, deformes y aterradores, con brazos o tentáculos acabados en largas garras. Sus cuerpos indefinibles se movieron con una extraña coordinación, asaltando desde arriba con un gran salto, desde abajo escurriéndose como una mancha negra y viviente y desde el frente en una embestida tal que parecía como si un tren de carga se hubiera lanzado contra el recién llegado, el objetivo era no dejarle espacio a la presa para que pudiera escapar.
Pero su error fue actuar mediante esa lógica, pues lo que no sabían era que las únicas presas en ese pasillo, eran ellos.
Michael Roughs solamente siguió avanzando, encorvado y con sus manos en la espalda. Una repentina lluvia de color negro comenzó a cubrirle la cara, parte de su camisa blanca y de sus pantalones oscuros, y por sobretodo el piso, las paredes y el techo.
—Creí que era su sangre, pero esto no sabe a sangre —dijo casualmente al pasar la lengua por una de esas manchas sobre su labio superior. El sabor le recordaba al de la tinta. Sonrió.
El cuerpo delgado y normalmente encorvado de Michael se hallaba un poco más recto, y su camisa y pantalones lucían desgarrados en varias partes.
A la altura del pecho una suerte de espinas afiladas, color blanco mate con un bordeado amarillento muy suave, habian surgido y en ellas se encontraban empalados los Vestigios atravesados como un ave que vuela de frente contra un árbol cuyas hojas son enormes agujas.
Sus cuerpos se retorcieron pero no para liberarse, sino para morir. En menos de un segundo se deshicieron en manchas enormes de oscura tinta que se impregnó al suelo, el techo y las paredes.
La tinta negra se escurrió por encima de aquellos huesos blancos que no eran sino las costillas de Michael Roughs, que se habían salido de lugar creciendo en tamaño y dureza para apuñalar a los enemigos. Ahora mismo parecían la cornamenta de un gran alce que acaba de atravesar la piel y los órganos de un depredador.
La imagen no provocó en el resto de monstruos más que una furia y ferocidad todavía más primitiva y como tiburones en una pileta de sangre parecieron temblar ansiosos y se lanzaron al ataque con garras, dientes y filosas extremidades listas para descuartizar y cortar.
Su alta velocidad e inhumana agilidad les permitió pasar por entre los filosos huesos que ya habían entendido como mortales y solo unos centímetros los separaban del cuerpo de Roughs.
Un Vestigio cuya piel burbujeaba y con un cuello alargado como el de una jirafa fue el primero que se acercó lo suficiente como para atacar. Abrió sus fauces enormes de las que asomaron decenas de dientes como cuchillas.
Cuando lo tuvo en frente Michael B. Roughs sonrió.
Y eso fue todo.
El Vestigio con cuello de jirafa suspiro sin moverse ni un centímetro y explotó en tinta color negro azabache.
Los otros que también se habían lanzado al ataque también estaban inmovilizados y cuando la vista de Michael se despejó les dedicó una mirada cargada de desprecio.
Habían intentado pasar por entre los huecos que habían dejado sus costillas puntiagudas, sus hombros y sus rodillas, como simios salvajes que se mueven entre ramas, sin embargo no contaban con que esta "selva de huesos" era hostil.
Desde la blanquecina firmeza de los huesos expuestos habían surgido otras decenas de finos pero afilados huesos que se clavaron como espinas de cactus en los cuerpos de los Vestigios perforando y abriéndose camino en su interior como un taladro que cava la tierra.
Habían muerto incluso antes de sí quiera percatarse.
—Adiós monstruos —murmuró Michael y todos los cuerpos explotaron el tinta al unísono.
Ese fue el fin de la amenaza.
Michael hizo una mueca de dolor mientras los huesos de sus costillas, rodillas, cintura y hombros regresaban a su lugar volviendo a tomar el mismo tamaño y forma de siempre.
Por último la piel misma de su viejo cuerpo que se había abierto para dejarles paso se cerró y todo rastro de alguna herida desapareció.
Cuando el grotesco espectáculo terminó solo quedó de pie aquel hombre, de nuevo encorvado y caminando despacio con las manos en la espalda.
—Señor Roughs, nos alegra mucho verlo aquí señor —dijo el capitán Bloom cuando llegó a su lado. Estaba muy feliz por lo que acababa de ver.
—Y a mi encontrarlos con vida. —contestó Michael sabiendo que una parte de su misión ya estaba cumplida.
—Y listos para el contraataque —afirmó Bloom sosteniendo el arma contra su pecho. Detrás de él los otros soldados y agentes asintieron a coro.
De repente el sonido de una voz profunda les llegó como un eco por las paredes de aquel pasillo. Alguien estaba cantando, gritando y riendo.
—¡I'm a sailor peg! ¡And I've lost my leg! —gritaba aquella voz mientras un coro de gruñidos y aullidos como de coyotes la seguía. Se dirigían hacia la biblioteca, sin dudas.
—Parece que sus deseos se van a cumplir antes de lo que esperaba, capitán —dijo Michael y se quitó las gafas que depositó en el bolsillo del chaleco de aquel hombre.
Presentía que podían llegar a rompérsele si se las dejaba puestas.
++++
A unos dos pisos de distancia de aquel coro de pesadillas arreadas por la voluntad de ese amante de la muerte, un hombre recuperaba la conciencia. Se habia dado un buen golpe, o eso parecia, porque además del dolor experimentaba alucinaciones y recuerdos delirantes y aterradores. Habian monstruos que se trepaban a las paredes y a los techos mientras se le acercaban como hambrientos sabuesos del infierno. El corría y entonces...
El hombre abrió del todo los ojos. Poco a poco los recuerdos comenzaron a reemplazar a la inconsciencia y la confusión de su agitada mente, pero con ello no encontró consuelo sino una desesperación y un miedo más profundos, pues ahora estaba seguro de que no lo habia soñado. El hombre miró hacia arriba mientras se incorporaba.
Un cielo ceniciento le devolvió la mirada.
Formaba parte del cuerpo de defensa traído por el representante frances, pero se había lanzado desde la ventana al ver aproximarse a esas criaturas que despertaban en él recuerdos de sus más hondos miedos y le hacían querer pedir por su madre como cuando era niño y por las noches sentía que había alguien más en su habitacion oscura y silenciosa.
Sentía que la cabeza se le partía y no le costó descubrir sangre en su frente al llevarse un mano hasta allí. El golpe sin embargo pudo haber sido peor, sin dudas, podía haber estado muerto, o aún más terrible, seguir dentro de aquella mansión de la locura.
Suspiró y lanzó una escupida al piso de tierra sobre el que había caído. Pedazos de vidrio y madera partida sonaron bajo su peso cuando intentó incorporarse.
Una sensación extra se sumaba a las demás.
Culpa.
Había abandonado su puesto, lo habian entrenado para ello y él había fallado.
Por el sonido de la mansión (algún disparo espontáneo, gritos lejanos) parecia que la cosa seguía, y aunque no se planteó ni por un segundo volver a adentrarse en ese lugar de pesadillas, si se dijo que podía ir a buscar refuerzos. Si aquello era un ataque -y tenía toda la pinta de serlo- iban a necesitar a la caballería pesada.
<<Vamos a necesitar un bote más grande>> pensó recordando la frase de una película americana que había visto cuando niño y cuyo nombre no tenía presente.
Miró en ambas direcciones dispuesto a conseguir un vehículo y entonces se detuvo. Rápidamente se echó boca abajo en el piso. Los vidrios crujieron otra vez más no murmuró ni una sola palabra.
No lo había visto al principio pero allí, recostado contra el tronco de un árbol y dando la espalda a la mansión y su masacre, se encontraba un hombre.
Le clavó los ojos encima como un aguila que acaba de divisar su presa.
Era delgado por lo que pudo ver el agente, y tenía una vestimenta muy casual, jeans oscuros con una camisa azul marino de manga larga y un gorro de lana negro cubriendo su cabeza, las puntas de un cabello negro y pajosos le asomaban bajo este.
Estaba claro que no era alguno de sus compañeros y de ninguna manera podía tratarse de un curioso o un turista. Nadie hubiera ignorado así las explosiones y las claras señales de combate.
El hombre cayó en la cuenta de que su repentino instinto sobre aquel desconocido tenía sentido. Habian apostado a un vigía en caso de que alguien intentara escapar. Aquello era un ataque, estaba aún más claro ahora.
El agente sonrió para sus adentros.
Quienquiera que fuera él que orquestaba aquel teatro de muerte, estaba tan convencido de que nadie escaparía que habian colocado como vigía a ese chico menudo que ni siquiera prestaba atención a la mansión.
Mientras lo miraba buscó su arma pero sólo entonces recordó que la había dejado caer antes de saltar.
Maldijo por lo bajo su estupidez y se tanteó la pierna izquierda. En el tobillo, allí estaba todavía su fiel amiga, "Claudia".
Extrajo la navaja con mango de plata y la abrió. Por unos segundos vio el reflejo de su rostro ceniciento y manchado por sangre fresca producto de la caída, en la brillante superficie de la filosa herramienta.
Un arma perfecta para casos sigilosos como aquel, se dijo, y medio agachado sin dejar de lanzar miradas a los lados se fue acercando hasta el despreocupado muchacho.
Estaba claro lo que debía hacer.
Matar al imbecil y luego ir por ayuda.
Si, aquello sonaba bien. Se dijo que de hecho sonaba muy bien, que quizá en la mansión todavía estuvieran resistiendo y fuera precisamente la llegada de refuerzos lo que estuvieran aguardando. Si bien él había abandonado su puesto, nadie podría reprochárselo si era precisamente con su ayuda que se resolvía todo aquel problema.
De hecho, si salvaba la vida de los líderes que allí se reunían... no sólo su carrera podría salvarse, seria como un despegue brutal. Seria un heroe. ¿En verdad, pensó, había escapado? ¿O desde la mansion lo habian arrojado al piso y entonces se le había ocurrido la idea de buscar refuerzos? Si, si, eso sonaba mucho mejor y podía constatar en un expediente sin nadie que lo negara.
El chico ya estaba casi a su alcance. El agente dejó de arrastrarse y se incorporó apenas, acelerando su paso, aquel muchacho no parecia estar armado si quiera y aunque lo estuviera, estaba seguro de que él seria más rápido. Solo necesitaba verlo de cerca para estar convencido de que al menos si seria más fuerte, por si él desdichado muchacho decía darse la vuelta y se trababan en lucha frontal.
Sin embargo el joven no pareció ni darse cuenta.
El agente sonrió, estaba casi a un metro. Podia sentir el frío metal de su navaja latiendole en la mano. Pedía sangre, pedía muerte.
—Si te acercas más morirás. Por favor vete. —dijo la voz del muchacho, fría, distante, y sobretodo repentina.
El agente no lo dudó. De alguna forma lo había visto o escuchado pero ya era tarde para él. Saltó contra el chico navaja en mano, grito de guerra.
Una rafaga de viento sopló y todo acabó.
La piernas del agente cayeron de rodillas al suelo solo por un segundo, antes de caerse de costado como una vieja torre tironeada por cadenas gigantes. De su cintura quedaba solo una parte. La mitad superior de su cuerpo habian desaparecido totalmente. Pecho, brazos, cabeza, ni siquiera la navaja de metal reluciente que había usado como arma se podía ver en ninguna parte.
Era como si lo hubieran cortado en dos, pero solo una de sus mitad fuera visible.
De la cintura amputada comenzó a brotar un reguero lento de sangre muy roja que se escurrió sobre la tierra. Una pequeña pieza blanquecina de su columna vertebral podia verse como si fuera una manguera con la que alguien lanzaba chorritos de agua color esmeralda.
No había sin embargo movimiento en las piernas muertas por lo que el fluir de la sangre fue acompasado al soplido suave del viento. Poco a poco la tierra comenzó a beber del líquido de vida y cuando este se empezó a acercar hasta el árbol donde el joven estaba recostado él sencillamente se alejó unos pasos sin prestar atención siquiera al cadáver a pocos pasos de él.
Su mirada era triste y desganada, sus pasos el suave andar de quien no está seguro de adonde ir.
Tampoco miró en dirección a la mansión. No quería saber nada de aquella muerte, de aquel horror. Estaba harto de eso. ¿Por qué tenía la humanidad que destruir todo lo que tocaba? ¿Cómo era posible incluso que pudieran vivir en un mundo como aquel, donde la muerte estaba acechando a la orden del día?
¿Es que acaso nadie se daba cuenta salvo él?
<<Y el profesor>> pensó recordando sus conversaciones con aquel hombre. El profesor lo entendía. Por eso le había prometido que allí encontraría a alguien más que lo entendería.
<<Ven pronto>> pensó con una voz emotiva como la que no solía expresar jamás.
<<Ven pronto y cumple la promesa, Mesh de HexHell. Mátame. Mátame por favor>>.
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