I: Casa tomada
I
Lo mejor que ha logrado hasta ahora la humanidad es no necesitar vivir con el temor constante a los animales salvajes, a los bárbaros, a los dioses y a nuestros sueños.
Friedrich Nietzsche.
Chocó contra una pared y siguió corriendo a pesar del dolor en su hombro derecho. Había impactado contra otra un poco más atrás. ¿O era esta? ¿Cuantas paredes habían en esa absurda casa? De repente otro impacto, ¿una puerta? Esta vez fue demasiado fuerte, la tumbó directo al suelo y Maika quedó por un segundo paralizada mientras se recuperaba del daño. Su mano derecha sujetaba con fuerza el hombro izquierdo y temió haberse dislocado por el golpe. Parecía que el tiempo se hubiera detenido. Pasó un segundo, o quizá una eternidad, pues al instante en que cayó estuvo convencida de que moriría.
Él la buscaba, la estaba siguiendo de cerca y ahora ella estaba en el suelo, sin moverse, y aquella mano podría llegar hasta su cuello directo desde su espalda, esa mano... esa mano filosa. La enfermera Maika Gestrud de apenas veintidós años, retrocedió aún en cuclillas como se encontraba, sin mirar a su alrededor, esperando en lo más profundo ese momento en que él la encontrara y sintiendo los mil pensamientos que estallaban en su cabeza adolorida. La respiración agitada le hacía subir y bajar el pecho con mucha intensidad y le provocaba un dolor extra en el abdomen. Le sorprendió verse a sí misma como un animal enjaulado y asustado pero no pudo pensarse de otro modo.
Se detuvo sólo cuando su espalda tocó algo blando. Ese contacto fue como si la trajeran otra vez al mundo real. Como el balde de agua helada que nos despierta de un sueño, con la diferencia de que a ella acababan de despertarla dentro de una pesadilla. Recordó la hora anterior, la calma de una noche más de trabajo. La casa. Se quedó paralizada de nuevo, pero en esta ocasión veía las cosas a su alrededor y la mente no le exigía con esa fuerza de animal asustado que corriera sin importar a donde. No, ahora sabía que debía huir pero el pensamiento aparecía formalizado, objetivo, consciente de la terrible amenaza que para su vida representaba ese otro individuo que había en el lugar. Ahora sabía que la casa se encontraba totalmente a oscuras y que por eso no podría encontrar la salida. Su mano retrocedió un poco en el sucio suelo de azulejos fríos pero se detuvo al tocar la cosa blanda que estaba detrás de ella. Sintió los tres dedos que levemente, apenas, acariciaban su espalda. No pudo evitar que se le erizara la piel. Era una mano, estaba segura. Pero era quizá lo único humano que quedaba del cuerpo de... ¿quien? ¿Jaime, el conductor de la ambulancia que la había llevado hasta esa casa en Avenida España? ¿Los policías que habían llamado a emergencias diciendo que tenían un herido de gravedad? ¿Los dueños de la casa que habían llamado a las fuerzas policiales diciendo que había un extraño en su casa?
"Emergencia" había dicho Jaime apurando su café. Les había tocado el turno noche y regresaban al hospital después de haber atendido a un niño que presentaba un cuadro suave de fiebre y dolor en su garganta. Los padres estaban algo preocupados, claro, pero Maika no necesitó ver dos veces la bonita casa en que vivían para adivinar que el niño dormía toda la noche con el aire acondicionado prendido. Veintisiete grados dentro del cuarto del pequeño cuando afuera hacía unos fríos trece o catorce. En eso pensaba cuando su compañero la sacó de su ensimismamiento, su voz y el sonido de la sirena que de repente había encendido en la ambulancia. Apenas llegó a sujetarse a las agarraderas cuando el vehículo dobló en redondo y se dirigió a toda velocidad hacia la nueva dirección que acababan de darles. "Hay un Policía herido" había dicho Jaime con cierto tono de preocupación. Maika no lo conocía mucho, era de hecho esa la primera noche que trabajaban juntos, pero por su edad él tendría mucha experiencia, quien sabe qué cosas había visto. Por algún motivo no le había gustado como sonaba eso. "Policía herido" implicaba casi con toda seguridad alguien que lo hubiera lastimado. Y quien era capaz de atacar a un agente de la ley... Si Jaime estaba preocupado no lo demostró con palabras, pues no dijo nada por todo el camino. En todo caso, lo dejo en claro cuando de repente clavó los frenos de la ambulancia y descendió rápidamente. Habían llegado con una gran velocidad y Maika apenas tuvo un segundo para observar el lugar al que los habían llamado. Si la casa del niño le había parecido bonita, esta lo era diez veces más. Tres pisos al menos, con techo de aguja y paredes de madera. Tenía un jardín delantero que denotaba los cuidados de un profesional y un garaje donde cabrían dos camionetas grandes. Las luces de afuera sin embargo estaban apagadas y a Maika aquello no le dio una buena sensación. Una patrulla estaba aparcada en la acera y también sus luces y motor estaban apagados. De repente sintió el frío de la calle en la solitaria Avenida España, cuando junto a Jaime llevó la camilla rumbo a la casa y subieron los escalones de madera con ella.
Allí se encontraron con un oficial que abrió la puerta antes siquiera de que golpearan. Los estaban esperando.
Lo acompañaba otro, y Maika vio que los dos tenían sus armas desenfundadas. Eso no le gustó.
Fue allí mismo que le informaron con la voz alterada que había un intruso en la casa, que estaba armado. Detrás de ellos un poco más lejos había dos personas, civiles, con la mirada desencajada por el miedo y los nervios que lanzaron rápidas ojeadas a los recién llegados. Se trataba del matrimonio dueño de la casa. Ella tenía el cabello corto y vestía de forma elegante, mientras que él hombre se encontraba con una camisa vieja y rastros de tierra en ella.
—Estábamos... estaba... el jardín del otro lado. No lo había visto pero Domo ladraba y ladraba. El lo vio primero. Yo... estaba en el jardín y pensé que Domo lo había mordido cuando entre a llamar a la policía. Pero entonces... Domo lanzó ese...Ese grito. No fue un aullido. No fue un ladrido. Fue un verdadero grito como nunca escuche antes. —El hombre hablaba por lo bajo y cada tanto lanzaba miradas a quienes los rodeaban. Maika supuso que se hallaba confuso, por su edad era una posibilidad.
La mujer asintió mientras él esposo le sostenía la mano y lanzaban rápidas miradas a los pasillos oscuros. A lo lejos se escucharon las sirenas de coches de policía que seguramente se dirigían hacia allí. Entonces las luces se apagaron. Se hallaban en la habitación principal y solo entonces Maika comprendió que el resto de la casa estaba absolutamente a oscuras. Los policías tenían linternas. Maika siguió los haces de luz que iban y venían, las armas levantadas apuntando a la nada en los pasillos de la casa. El oficial herido lo había sido en uno de los cuartos del segundo piso informó un agente que parecía debatirse entre el deber de ir a brindar ayuda a su compañero caído y salir huyendo de esa casa.
—¿Quien es el intruso? —había preguntado Jaime, aún apoyado en la camilla.
—Un vagabundo. Un loco. Pero está armado con un cuchillo. -respondió titubeante el oficial. Era joven, pensó Maika. Poco más que ella y solo tenía veintidós años.
Entonces escucharon el primer grito, proveniente de la cocina y luego todo había sucedido demasiado rápido. Maika sintió como algo la golpeaba en el estómago y la lanzaba contra un costado. Casi vomitando se incorporó como pudo para comprobar que su bata blanca de hospital estaba manchada por algo de color oscuro y espeso. Sus manos sostenían aquello que la había golpeado y lo dejó caer al comprobar que se trataba de la cabeza cercenada de un labrador. Su lengua aún colgaba a un lado, inerte. El grito de su garganta se vio ahogado por los disparos que comenzaron mientras ella corría hacia donde creyó que estaba la puerta. Todo habían sido... muy rápido.
Maika respiró. No lo estaba haciendo, se dio cuenta de que no lo estaba haciendo. ¿Para que, si de todas formas vas a morir? dijo un pensamiento insidioso en su cabeza.
La mano aun acariciaba con suavidad su espalda y Maika esperó que se moviera, que hiciera algo, que la sujetara, pero la mano no se movió. "Cómo va a moverse un brazo separado del cuerpo" pensó con su mente más racional, su cabeza de estudiante apenas unos años recibida de la facultad de medicina.
Entonces lo escuchó. Primero llegó desde todas las direcciones, como un eco generalizado que recorría los pasillos con facilidad. Luego fue más claro, pudo localizarlo o al menos, saber que se acercaba.
Eran los pasos, sobre el suelo de arriba. Toc, toc, toc, toc. El hombre tenía botas y estaba en el piso de arriba. Maika fue levantando su mirada poco a poco, siguiendo el sonido hipnotizante del caminar, cada vez más cerca. Cuando el sonido se detuvo, ella estaba mirando directamente al techo sobre su cabeza. El segundo piso. Allí, justo encima, se había detenido el hombre. "Eso no era un hombre. Eso no era un ser humano" dijo de nuevo el pensamiento incontrolable.
Imágenes borrosas en su cabeza repetían la escena quebraba vivido antes des salir corriendo. Cuando los haces de luz y los disparos de los dos policías dejaron ver a una cosa amorfa, enorme, que salió del pasillo oscuro de la cocina y se arrojó hacia la pared con un salto imposible. La cosa que tenía un brazo inhumano, largo como el de tres hombres y con el que decapitado limpiamente al conductor de la ambulancia. Recordó su cabeza de la que aún pendía un gorro de lana gastado cuando saltaba otra ves y un policía era partido en dos apenas lo alumbraba con su linterna. Está ves lo había hecho una especie de látigo o tentáculo imposible que surgía de una joroba en su espalda.
Maika aguardó, otra vez conteniendo la respiración. ¿Debería correr? Si pudiera, lo haría, pero sabía que no tenía las fuerzas, el valor, aun en el piso las piernas le temblaban incontrolables.
Había sin embargo algo más que no había reconocido todavía, pero ahora estaba comenzando a escuchar con mayor claridad. Era otro ruido, un "toc, toc, toc" de pisadas claras contra el suelo de madera. Este sin embargo venía de la dirección contraria a la que había escuchado en el otro hombre, o lo que fuera. ¿Acaso habrían más de uno? se preguntó. De repente el sonido de las nuevas pisadas se detuvo y Maika llegó a ver la escena en su mente. El recién llegado estaba frente al intruso y se había detenido. ¿Serían socios? Pero no alcanzó a responderse cuando un sonido estridente, como una explosión contenida, hizo que gritara y se cubriera la cabeza con las manos por instinto mientras retrocedía lejos del cadáver y daba a chocar de nuevo contra una de las paredes. Se acurrucó contra ella y entonces el techo del segundo piso se derrumbó, colapsando por la fuerza de un impacto desconocido pero acompañado por un sonido como el que antes había escuchado.
Sobre su cabeza llovieron pedazos de madera, cemento, vidrios de una lámpara cercana y mucho polvo que le dificultó respirar y ver. Entre ellos Maika pudo observar sin embargo, a dos figuras, apenas siluetas, que descendían y caían en el piso separados por un metro o dos.
Reconoció a la criatura, al extraño que había invadido la casa en que ahora se encontraba. Casi de dos metros, una joroba que latía como un gran corazón surgía de su espalda. Las ropas estaban desgarradas y cubiertas de la sangre de todos a los que había asesinado apenas minutos antes. Algo ciega por la tierra y el polvo que revoloteaban por el pasillo, lanzó una rápida mirada al otro hombre, el que se hallaba frente al monstruoso ser como si no le tuviera miedo.
Maika no sabía que quedaran sobrevivientes en la casa, pero supuso que el otro hombre seria alguno de los policías que se estaban ocultando pues por el rabillo del ojo comprobó que tenía una gran arma de aspecto colosal y de un rojo llamativo. Sin embargo al mismo tiempo algo en su postura, en su gesto, le indicó que no podía tratarse de un policía. Quizá su ropa, un extraño tapado rojo y largo con las mangas colgando sueltas a sus lados, que cubría todo su cuerpo como una capa y llegaba hasta el suelo. Un pantalón negro suelto, y una camisa de colores oscuros finamente abrochada al cuerpo y sujeta por tiras largas. Incluso las grandes botas negras que tenía indicaban más bien que fuera militar antes que policía, pero su largo cabello oscuro como la noche parecía ir contra esa idea. Finalmente la postura tranquila del hombre parecía indicar que a pesar de la terrible situación en que se encontraba no estaba nervioso.
"No me ha visto" pensó bajo el peso del techo que la oprimía pero no le había causado daños serios. "Puedo sobrevivir".
Al mismo tiempo sin embargo, un pensamiento fruto de su profesión le hizo darse cuenta de que él hombre frente a la criatura seria brutalmente asesinado. Simple y liso. Destrozado en menos de un segundo como el perro, como los demás. Otro pensamiento le hizo creer que podría ayudarlo de alguna forma, o que al menos, debería intentarlo. Su mano se aferró a un pedazo de vidrio. La lámpara rota lo había dejado caer cerca.
—Las criaturas como tu me dan asco —dijo la voz del hombre y Maia se sorprendió por su firmeza, por su falta de miedo. Tenía una profundidad como pocas veces había escuchado ¿Acaso estaba loco?
—Traidor —rugió el ser de la joroba. Era extraño escucharlo hablar, como si fuera un extranjero intentando pronunciar palabras muy complicadas. —¿Das la espalda a los tuyos por ayudar a los sucios humanos? Tenían razón, eres su mascota.
—Jujuju —rió el hombre y retrocedió un poco. Lo hacía con calma como si todo lo que sucedía estuviera bajo su control. —Maika observó que extendía los brazos como si dijera "No me importa esta charla"
Yo no tengo que dar explicaciones a pedazos de mierda como tu. Los muertos no necesitan argumentos. —
Loco o no, Maika estaba convencida de que el ser de la joroba no la había visto. Estaba un poco delante de él, pero bajo unos escombros pequeños del techo. Era su oportunidad, ahora o nunca. El vidrio en su mano se sentía firme hasta cortarle la palma de la mano y haciendo uso de toda su fuerza se incorporó de un salto blandiendo el arma filosa contra la garganta de aquel terrible ser.
—¡Corre! —gritó al mismo tiempo en que lo hacía, y supo entonces que su mente la había traicionado, pues ella jamás jamás seria capaz de matar a la criatura que había asesinado sin ningún problema a los cuatro policías, a su compañero y a los dueños de la casa.
Desde la joroba salió un largo tentáculo veloz como de pulpo que la sujetó por la cintura y Maika ya no pudo moverse pues la fuerza de aquel tentáculo al apretar la dejó sin aire.
El vidrio cayó de su mano y pensó que moriría, que aquella cosa sencillamente la partiría por la mitad.
—Más te vale que te quedes donde estas —rugió la voz de la criatura. Maika apenas podía ver por la fuerza con que la presionaban, pero entendió entendió que el ser la había puesto delante de él. Era como si la estuviera usando de escudo frente al hombre alto que permanecía inmóvil delante de ellos.
Ver el rostro de la cosa le hizo entender a la perfección que no era humano. Su boca parecía dislocada con largos y filosos dientes goteando una saliva podrida. Los ojos eran de un negro azabache, sin iris. Y la nariz apenas resaltaba manchada de un color escarlata que reconoció como sangre. El gorro de lana permanecía pegado a su cabeza y bajo el surgía un poco de pelo alargado y sucio. Era un rostro que solo podía ver en sueños y por algún motivo mientras más lo miraba más recordaba pesadillas que hasta ese momento tenía olvidadas. Estaba claro que aquella criatura absurda solo podía pertenecer al mundo de las pesadillas más terribles.
—Estúpida, tendrías que haber permanecido oculta —dijo la voz fría, distante del hombre, y Maika sintió un verdadero odio mezclado con el miedo y el dolor. Había intentado salvarlo ¿y él la insultaba?
—Deja que me vaya y no tendrás que limpiar su sangre de las paredes. Ya me he alimentado suficiente esta noche. —Maika no entendía nada, él ser de la joroba no parecía humano pero sin embargo actuaba como si tuviera miedo de aquel extraño frente a él. Sus piernas alargadas y muy finas parecían quebrarse sobre sí mismas y clavarse en el piso. Maika pensó en las piernas de un saltamontes o algún otro tipo de insecto, pero lo que más captó su atención fue el hecho de que estaba retrocediendo poco a poco.
—Hey, chica del vidrio, ¿alguna vez has soñado que te caes?
—¿Que? —fue él ser que habló por ella. Maika apenas podía respirar, mucho menos hablar.
—Responde —insistió el hombre que estaba a un metro de allí sosteniendo su gran pistola con una facilidad impresionante.
—S...Si —dijo Maika mientras el aire escapaba de su interior. No tuvo tiempo a preguntarse si aquello era cierto, creía que si al menos.
Un agujero se formó en su pecho, y donde antes estuvo el tentáculo presionando ahora había un espacio vacío. Maika escucho detrás de ella un leve suspiro en el ser de la joroba y luego pudo ver que este se hinchaba y partes de su cuerpo salían volando por todas partes. Recién allí llegó el sonido, un atronador sonido producido por el cañón del arma que acababa de disparar el hombre. Un eco inmenso que cubrió los pasillos de la casa y se perdió en la silenciosa noche.
Junto con la criatura también ella caía al piso, sin fuerzas. Con un montón de sangre manando del hueco que de repente había aparecido en su pecho.
Luego hubo frío, y las sombras de la casa la devoraron hasta que ya no vió nada más.
++++
Fuera de la casa se había montado un verdadero espectáculo a raíz de una llamada telefónica. El teléfono que había pasado de mano en mano, lo sostuvo al principio el comisario segundo Terrir, pero ahora lo sostenía el jefe de policía de la seccional cuarta. Escuchaba atentamente, con la mirada fija en un punto indescifrable del espacio, el gesto serio casi preocupado, y la sensación de que de repente el mundo era un lugar mucho más grande y complejo de lo que hasta entonces creía conocer.
La calle había sido cortada en ambas direcciones y la casa rodeada por coches y efectivos policiales. Además de vallas, tras las que se estaban comenzando a amontonar periodistas y curiosos a partes iguales, los oficiales habían levantado una tienda improvisada a un metro del frente de la casa.
Cuatro oficiales la rodeaban con la orden de no dejar entrar a nadie que no se presentara primero ante ellos. En el interior de la tienda sonaba un generador relativamente silenciado pero cuyo ronroneo se acompasaba con el murmullo constante de las múltiples voces en conversación.
Desde el generador surgían cables que se habían pasado por las barras que sostenían el techo de la tienda y eran ahora desde donde pendían las bombillas de la improvisada luz. Así mismo computadoras portátiles estaban encendidas y siendo usadas por técnicos en dos mesas de madera plegables que se habían colocado y también un aparato de radio que conectaba con todas las centrales policiales de la zona, era utilizado por dos técnicas que monitoreaban a cada instante en busca de posibles novedades.
—Sí, sí... Entendido —dijo sosteniendo el teléfono el jefe de policía, Ramón Salazar. —Sin dudas... comprendo. Así será —afirmó y dejó el aparato sobre la mesa. Estaba pálido.
—¿Ya recibió la orden para que podamos actuar en esta jurisdicción? —preguntó una voz que sonaba entrecortada. Provenía desde la pantalla de una portátil encendida y abierta frente a Salazar. La máquina estaba al otro extremo de la mesa como si se tratase de una persona sentada a la cabeza.
—Si... —admitió con reticencia Salazar, quien no entendía porque esa extraña gente decía saber lo que pasaba y que ningún policía podía hacerse cargo. Al mismo tiempo aún estaba sorprendido (y francamente asustado) por la llamada del presidente, que acababa de cortar y que le había ordenado brindarle toda ayuda posible a quienes para él eran desconocidos.
—De cualquier forma para este momento nuestro agente ya debe haber terminado. No era un gran trabajo —la voz provenía de una pantalla que mostraba la imagen de una letra "H" atravesada por una "X". Ambas era de color dorado y un fondo rojo fuego le daba un toque enigmático a la par que misterioso. Ver aquello, y escuchar a la voz referirse al asunto de "no un gran trabajo" hizo perder los nervios a Salazar.
—No me diga que sus agentes son alguna clase de súper espías o algo así. Ni siquiera se quien es usted que habla detrás de una pantalla. Lo único que sé es que tres de mis hombres están en esa casa, y ninguno ha salido aún —Salazar lanzó un golpe a la mesa que se sacudió un poco por el impacto.
De repente la tienda improvisada quedó en silencio.
—Michael —dijo la voz y un hombre que estaba parado al lado de la computadora presionó una tecla y en la pantalla desapareció aquel logo dorado y rojizo, para ser reemplazado por un rostro femenino.
—Sus hombres están muertos —dijo Selenna Pendragon mirando directamente a los ojos de Salazar. La voz seguía sonando entrecortada pero la imagen era nítida. Sus ojos penetrantes detrás de las gafas transmitían la seguridad de una certeza total. Aquella mujer de largos cabellos entrecanos y rubios podía decir muchas cosas, pero no mentir.
—¿Como? —preguntó incrédulo el jefe de policía.
—¡Hay movimiento! —gritó un agente y todos se giraron en dirección a la casa. —Es un hombre y va todo de rojo —dijo él mismo observador rápidamente mientras en la tienda se producían veloces movimientos que iban desde agentes tomando sus armas hasta otros poniéndose en posición de firmes.
—Es nuestro hombre —Selenna Pendragon regresó todas las miradas de la habitación a ella con solo esa afirmación. Lo siguiente que se escuchó sin embargo fue el sonido de un fósforo encendiéndose y de inmediato una larga aspiración. La imagen de la pantalla se cubrió de humo por un momento.
Mientras tanto el hombre que había salido de la casa entró en la tienda. Era más alto que cualquiera de los allí presentes y tenía el cabello negro y largo hasta los hombros. Como lo habían visto vestía todo de rojo salvo por los pantalones negros y una sonrisa de dientes blancos que ahora exhibía como un lobo rodeado de cachorros.
—Mesh, informe de misión —preguntó Selenna cuya imagen había regresado.
—Misión cumplida. La amenaza fue exterminada. No hay sobrevivientes —informó.
—Entendido. Yo... lo siento por sus hombres Salazar. Serán reconocidos con los más grandes honores. —el jefe de policía la observó desconcertado —Michael —pidió Selenna y el mismo hombre de antes tomó la computadora entre sus manos y la giró en dirección a Mesh.
—Hay algo más que informar —comenzó a decir entonces este —Ya encontré al último miembro que nos faltaba —agregó enseñando a la cámara de la computadora el cuerpo inmóvil que sostenía entre sus brazos. Se trataba de una mujer joven, una enfermera. Maika Gestrud estaba allí, soñando con los ojos abiertos y un hueco sangrante alrededor de su corazón.
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