6. El silencio de los corderos

Diana se hubiera caído de no haber estado sentada ya. Con los ojos exageradamente abiertos, sus mejillas se tiñeron de una palidez patente y trató de hablar un par de veces. Se detenía justo antes de soltar una palabra, replanteándose lo que iba a decir a continuación. Si Isabella no sabía por dónde empezar, ella tampoco.

—¿Cómo que lo viste morir? ¿De qué estás hablando, Isabella? —Consiguió pronunciar en un tono flojo, apenas tartamudeando. Se la notaba nerviosa y era de entender. Isa no lo cuestionaría.

—Es una historia larga. Y es vergonzosa, pero... De verdad, ¿importa eso? Más lo pienso y más estúpida me siento. Yo preocupándome por esas boludeces y Thiago...

Isa descruzó sus brazos y caminó de un lado para el otro. Dos pasos en una dirección, dos pasos de vuelta. Una vez. Otra vez. Tironeó de su ropa y de su cabello. Rascó la piel de las esquinas de sus pulgares, arrancando con sus uñas pequeños trozos. Rascó hasta que sintió la humedad de la sangre impregnar la punta de sus dedos. Se llevó uno a su boca, lamiendo el líquido con delicadeza, maldiciéndose a sí misma por haber llegado a eso.

En el gran esquema de las cosas, esa lastimadura era una minucia. Una gota de agua en un vaso que había rebalsado.

—Ni siquiera sé si debería estar perdiendo el tiempo en charlitas, ¿sabés? No es que hablar con vos no sea importante —aclaró antes de que Diana se metiera a quejarse. A veces solía tomarse las cosas para mal y con un dramatismo con el que Isa no quería lidiar ahora—. Voy a hacerla corta, porque realmente tengo que sacármelo de encima. Si sigo así, me va a carcomer por dentro y se va a cargar mi consciencia.

Y, ya que su madre supiera a qué se enfrentaba, la podría ayudar a tomar una decisión sobre qué hacer. Porque no podía dejarlo pasar, no podía fingir que ella no había estado allí. No podía guardar silencio. Por mucho miedo que tuviera, Isabella iba a tener que armarse de valor y hablar con la policía. Tenía que denunciar lo que había sucedido y prestar su testimonio. Thiago no tenía la culpa de haberse visto envuelto en una historia tan retorcida.

Pero ella sí.

Ella había iniciado todo. Ella y ese ridículo blog. ¿Por qué rayos se le había ocurrido que hacerle caso a esas estupideces era una buena idea? También iba a tener que contactarse con esa mujer. O chica. U hombre tras nombre femenino. O con lo que fuera que se identificase. No cambiaría el hecho de que Isa iba a pasearse por Magia Práktica a decir un par de verdades. Y a buscar respuestas. A fin de cuentas, eran los responsables de haber compartido el hechizo original. Tendrían que ofrecerle una posible solución por si este fallaba, ¿no? Quizás pensar eso era otra bobería.

—Hice algo bastante cuestionable en un principio. No preguntés qué, ¿está bien? Lo sabrás eventualmente, si es que esto... Como sea. Hice eso. Porque soy tonta y estaba desesperada y no le hablé a mis amigas y, en serio, debería haber hablado con ellas antes de ponerme a experimentar con... —Se contuvo y mordió el interior de sus mejillas.

Estaba recurriendo justo a lo mismo por lo que se decantaba cuando estaba exaltada o ansiosa. Hablaba y hablaba sin darse un momento para tomar una pausa ni para reflexionar sobre lo que contaba. Necesitaba llenar el vacío y el silencio con sonidos, aunque no tuvieran demasiado sentido.

—Bueno, a lo que iba. Ezequiel vino a buscarme a la salida del trabajo. Y estaba contentísima, obvio. —Diana entrecerró sus ojos, pero no la cortó. Igual, con ese sencillo gesto evidenciaba la opinión que le merecía ese sujeto. Cuando supiera lo demás... Ahí sí que iba a estar hecha unas pascuas, sí señor—. Todo bien hasta ahí. Más o menos. Cuestión que fuimos a tomar algo a un bar, ya te imaginarás cual. Estábamos esperando a que nos trajeran nuestro pedido cuando aparece alguien más.

—Isa, no es por quejarme, pero... ¿Qué tiene esto que ver?

—Ya, mamá. Tengo que darte parte del contexto, porque lo que sigue... —Soltó un hipido y a este le siguió una risa rota, muy similar a un sollozo. Los ahorros que tuviera de cordura y lucidez se los estaba gastando a un ritmo que no podía mantener—. En fin. Era Matías. El que estaba ahí, me refiero. No entró, se quedó afuera, mirando. Pero mirando mal, como un loco perdido.

—¿Matías? Pará, pará un poco. Dijiste que Thiago murió y ahora estás metiendo a toda esta gente. ¿Qué tienen que ver? —Si alguien se preguntaba de dónde había sacado su falta de paciencia, ahí estaba la respuesta.

—Dejame terminar, mamá. Matías estaba ahí, ¿sí? Y se me hizo súper incómodo, así que Ezequiel y yo decidimos irnos. En realidad, yo decidí que nos fuéramos. Me acompañó a mi departamento y resulta que no fue el único, porque Matías se apareció por allá. No paró de golpear la puerta e insistir con que lo dejara entrar. Empezó a darle tumbos para tirarla abajo o algo, ¡¿entendés?! —Su voz se alzó unas octavas, agudizada a un extremo que perforaría tímpanos. Diana estaba acostumbrada a sus tonos, por suerte. Desde chiquita, Isa había sido un tanto chillona y expresiva por demás.

—Vos me estás diciendo que ese Matías, que a saber quién es a estas alturas, te siguió, se metió al edificio, encontró tu departamento y se la agarró con tu puerta... —Diana ladeó su cabeza, completamente confundida—. ¿Por qué? ¿Vos tuviste contacto con él? ¿Pasó algo que no me hayas contado?

—No, no. ¡No le hablé siquiera! Ni le hablo desde hace como una década, cuando dejamos de salir. No lo tengo agregado en redes sociales, no me lo crucé en todos estos años, no nada. Con Ezequiel tuvimos que escaparnos por la puerta trasera. Lo único positivo que puedo decirte es que Matías no se dio cuenta rápido y no nos encontró. Pero nos cruzamos con alguien más.

—Supongo que ese alguien más era Thiago, ¿no?

—Thiago, ese mismo. —Isa asintió y se tomó un breve recreo para digerir las noticias que iba a transmitirle, pero del nudo en su garganta no pasaban—. Para hacerla corta, Thiago y Ezequiel se fueron a las manos. Y Thiago terminó en el piso. Se dio la nuca de lleno y...

Ahí sí que no pudo continuar, aunque no hacía falta. Diana había entendido a la perfección y no se atrevía a hacer ninguna pregunta, por lo que dejó que el silencio las envolviera a ambas por un rato demasiado largo. Ella todavía parada, su madre sentada en una postura que se veía innecesariamente incómoda, ambas apabulladas por la historia de la que Isa era protagonista.

—Vine acá directo. Yo... No llamé a nadie. Tengo que llamar a alguien, mamá. Lo dejé tirado y solo y... Nadie se merece eso. Nadie...

—Yo me encargo, ¿está bien? Yo los llamo, vos no te preocupés. Vamos a resolver esto juntas.

Trató de imprimirle confianza y seguridad a su tono, pero era un esfuerzo en vano. Lo admitieran o no, ninguna de las dos sabía cómo proceder. Diana desconocía la historia completa y, si la supiera de pe a pa, seguiría tanto o más perdida que en ese entonces. A Isa, por su parte, no se le ocurría la manera de parar lo que aquel encantamiento había iniciado. Y tampoco estaba convencida de que hubiese una.

A un costado, justo al borde de la cama, había una bandeja con una taza de té de manzanilla a medio tomar y un sándwich de pollo al que Isa le había dado un mordisco. Tragarlo había sido un desafío, sintiendo que se ahogaba solo de intentarlo. El hambre se había esfumado y, en su lugar, quedaba un pozo de ansiedad y miseria.

Su mamá la había mandado a su cuarto por esa razón. Mientras ella se contactaba con la policía y les proveía de toda la data que ella le había compartido —anotada prolijamente en una hoja cualquiera al tiempo que Diana le preparaba una cena ligera—, Isabella se había arrebujado entre las mantas. Prendió la tele, en un principio, con la única intención de borrar las imágenes que habían sido grabadas en su mente. Solía ser capaz de distraerse de sus problemas con algún programa de cocina o uno de esos reality shows donde la realidad era lo último en aparecer, si es que aparecía.

En esta ocasión, y para sorpresa de absolutamente nadie, ese método de distracción no funcionó en lo más mínimo. Seguía pensando en esa escena, repitiéndola desde cada ángulo posible. Era una reproducción constante del espanto. La analizó desde distintos puntos de vista, planteándose qué podría haber hecho para evitar ese resultado. ¿Y si se hubiera metido en medio de ellos? ¿Y si Thiago había quedado inconsciente y ya? ¿Y si no haber llamado a una ambulancia en ese momento había signado su destino?

No. Tenía que concentrarse en otra cosa, usar su tiempo de forma productiva. En un barrio como ese, era imposible que ni una persona se hubiera detenido para ofrecerle ayuda. Alguien tenía que haber visto lo que había pasado. Alguien tenía que haber intervenido, aunque fuera una intervención tardía. Alguien tenía que haber tenido el valor que ella no tuvo.

—Basta, basta, ¡basta! —clavó sus puños en su regazo, removiendo las mantas. Casi tiró los contenidos de la bandeja con su exabrupto y, a pesar de que eso pondría a su madre en un ataque de limpieza profunda, no le dio importancia alguna.

Su mundo estaba puesto patas para arriba y no sabía cómo desenvolverse en él. Antes, cuando todavía salía con Ezequiel, pensaba que tenía su vida más o menos resuelta. Tenía su trabajo, que bien que mal la mantenía y le permitía pagarse sus cosas y darse uno que otro gusto. Tenía un novio al que amaba y con quien había comenzado a trazar planes a futuro. Tenía unas amigas que cualquier envidiaría. Tenía a su mamá, que había alcanzado un estado cercano a la felicidad. Ella misma era feliz.

Hasta que el castillo de naipes se desmoronó.

Debería haber visto las bases deficientes. Debería haber captado las señales. Debería haber hecho tantas cosas, menos aquella que había hecho. Y ahora no había vuelta atrás. Tenía que lidiar con las consecuencias de sus malas decisiones.

Y tenía que contactarse con la persona que estuviera manejando Magia Práktica.

A falta de una computadora que poder usar —sin contar el trasto viejo del que era dueña Diana. Trasto al que tendría en primer plano y que develaría lo único que no le había confesado—, entró desde su celular y buscó la entrada específica en la que había compartido el hechizo.

—La estafa esa de mierda... Por qué tuve que darle pelota a una persona equis de internet. ¿Es que no me lo repitieron lo suficiente que no se puede confiar en cualquiera? —murmuró por lo bajo, escribiendo con una velocidad furiosa un comentario.

Esta porquería arruinó mi vida. Me están persiguiendo mis ex y todo se salió de control. Qué se supone que haga?!! Necesito respuestas ya!!! Cómo puedo deshacerme de ellos?? Cómo puedo pararlos????

Ni lo releyó antes de presionar el botón para publicarlo. El corazón le latía a mil y su cabeza estaba a un pelo caído de estallarle. Lo último que tenía en su lista de preocupaciones era escribir bien.

Pegada a la pantalla del celular, se dispuso a recargar la página desde ese momento. A cada minuto, volvía a hacerlo, esperando un resultado distinto. Esperando que quien administraba el blog hiciera acto de aparición y le diera lo que necesitaba.

Pero, para su disgusto mayor, su comentario desapareció. Contrariada, actualizó la página una vez más. Nada. No estaba allí. Volvió a escribir un mensaje similar y, poco después, ese también había sido borrado de la faz de la web.

—No lo puedo creer. ¡No lo puedo creer! No puede ser tan forro*. ¡No me puede estar haciendo esto! —Si quería mantener en secreto el lío que involucraba brujerías y desconocidos, no estaba haciendo un buen trabajo. Se había puesto a chillar como una loca, volcando parte del té. Por suerte, solo salpicó la propia bandeja y no tocó ni la manta ni la alfombra que había al costado de la cama.

No se iba a rendir. Fuera por real necesidad o por simple testarudez, Isabella iba a escribirle mil comentarios distintos si hacía falta. Quien estuviera del otro lado de la pantalla no iba a poder eliminarlos todos o se iba a cansar de hacerlo. Eventualmente tendría que dejarlo estar o responderle... ¿Verdad?

* Forro: mala persona, egoísta, malintencionado.

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