Estás goteando como un amanecer saturado
Estás derramándote como un lavabo desbordado
Estás rasgado en cada borde, pero eres una obra maestra
Y ahora estoy llorando entre páginas y tinta.

  Todo es azul
Sus pastillas, sus manos, sus jeans
Y ahora estoy cubierta con colores
Desgarrada de los bordes
Y es azul
Y es azul.  

//canción en multimedia//

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Me levanto después de mi siesta. En mi teléfono tengo algunas llamadas perdidas. Deben ser mis compañeras, habíamos quedado para salir a andar después del colegio. Me paro de la cama con pereza y me doy una ducha rápida para luego meterme en una ropa cómoda y salir.

Afuera hace algo de sol y el viento mueve las hojas de los árboles de un lado a otro. Algunas se arrancan de las ramas y dan al suelo, y aunque me fijo, no puedo evitar hacer crujir algunas bajo mis pies. Me amarro el cabello en una trenza improvisada ya que el viento hace que vuele de lado a lado, tapando mi cara, y por consiguiente, no dejándome ver por dónde camino. Parece una tarde agradable. Cuando llego al parque veo a mis compañeras sentadas en una banca charlando. Parecen genuinamente felices; las envidio por unos segundos. Cuando me ven me saludan con una sonrisa, y yo hago lo mismo, caminando para sentarme con ellas.

Charlamos de cosas sin importancia, al menos para mí, pero aún así el tiempo se pasa casi volando.

Por unos instantes mi mente divaga y me pregunto que hará mi hermano en estos momentos. Todo lo que está pasando está siendo demasiado para nosotros, y Tomás no es capaz de mantener la fachada, no es capaz de comportarse como debe ser. ¿Estaré exigiendo demasiado? Supongo que tengo la culpa. Debería yo hacer lo que me dijo y acabar con esto, a costa de destruirlo todo.

—¿Emma? —me espabila una de las chicas. Yo tomo aire: parece que se me ha olvidado respirar por unos largos segundos. —¿Estás bien?

—Si —respondo, sin aliento mientras sonrió. —Estoy bien.

—Podemos escucharte si lo necesitas.

—Lo sé, no se preocupen... —replico, en un suspiro de resignación disimulada.

Pasa otro rato en el que esta sensación de apatía se acrecienta más y más. No me siento como yo misma. No puedo explicarlo. Miro alrededor y es como si todo fuera un sueño, no se siente real y no logro que se siente así por más que lo intente.

—Ya está oscureciendo —avisa una de ellas.

El cielo no puede no puede representar mejor el como me siento.

—Hoy la luna y las estrellas están muy brillantes —continua.

Bueno, excepto que en mi cielo no hay ni luna ni estrellas. Solo un meteoro que está a punto de colisionar para aplastar toda la tierra. No vale la pena, de todas formas la única humana aquí soy yo, y ya no tengo nada más que perder.

—¡Emma! —me llama alguien. Me espabilo un poco y miro a las chicas.

—¿Ese no es tu hermano? —dice una de ellas y señala a algún lado.

Mi ojos enfocan a un joven de cabello azabache, que brilla bajo las farolas del parque donde estoy. Solo el cabello de Tomás brilla de esa forma. Es como una pequeña estrella moribunda, en mi cielo oscuro. Mis ojos se abren de par en par cuando le veo corriendo, garbosamente, intentando acercarse a mí.

Me levanto y corro hacia él, entonces cae de rodillas al instante. Alcanzo a sentir sus lágrimas mojar los dedos de mis pies.

—Estás haciendo una escena, hermano —le riño, fríamente. Todos nos están viendo. —Levántate, por favor —susurro cálidamente ésta vez, mientras me agacho para intentar levantarle con esfuerzo. —Vámonos a casa.

No me despido de las chicas. Solo agarro a Tomás y lo arrastro, prácticamente, por las calles. Su rostro está más blanco de lo normal, y mientras más avanzamos, más fría se pone su piel. Observo su rostro de nuevo, y para mi sorpresa, sus ojos grises lucen como espejos que reflejan una felicidad casi completa. No está aquí. Sus ojos llorosos y perdidos me lo dicen todo.

Mi corazón cruje y lo tomo con más fuerza mientras nos acercamos a nuestra casa. Mi corazón está acelerado.

—Nunca había sido tan feliz —susurra, sonriendo como un lunático.