CAPITULO EXTRA 1: En busca de la felicidad.



      Tengo miedo, pero también curiosidad. No puedo soportar el agujero negro que tengo en el pecho. No tengo cabeza para aguantar la voz del profesor toda la tarde. Alguien me habló de este lugar y aquí estoy: con el pelo cubriéndome la cara, como si tuviera miedo de ser reconocido, pero no, solo es que no me he peinado y no me he cortado en cabello en semanas. Camino hacía esta cueva, con las manos en los bolsillos y la mirada de acero. Aquí huele muy mal, es como un gran inodoro. Es asqueroso, pero sigo avanzando sin pensar en nada. Las paredes están mohosas, húmedas, verdes. Es horrible, pero por alguna razón no me siento incómodo.


      —¿Buscas algo de esto? —habla alguien, casi en un susurro. Me detengo. —¿Qué haces tú aquí?

      Le respondo que no le importa lo que yo haga, que me diera lo que tuviera, que me habían enviado a por ello. El desconocido me entrega cuatro bolsitas de plástico con un polvo blanco en ellas y yo le entrego algún dinero. Meto las bolsas en mi pantalón y apresuro el paso para salir de aquel lugar horrendo. La luz del sol se estrella en mi piel pálida, y la siento como un latigazo de calor insoportable. Mis pupilas se contraen tan rápido que me duele toda la cabeza.

      —Ten tu mierda —le riño, sacando las bolsas de mi bolsillo, y extendiéndoselas en frente, sin mirarla. Ella me las arrebata, y un segundo después, me hala hacia su cuerpo por la camisa.

      —Quédate con una para ti —susurra muy cerca de mi cara. Le miro con los ojos abiertos de par en par.

      —No la quiero —gruño algo enfadado—. No me quieras meter en tu mierda...

      —Probémosla juntos, Tomás, te va a quitar toda la pena que llevas encima. Lo veo en tus ojos, tus ojos me hacen doler el pecho tanto... tanto... —susurra, apoyando su cabeza en mi pecho. —También la necesito, todo va a estar bien... Lo juro.

      Con el corazón a mil, mi interior empieza a hervir. La empujo tan fuerte que se cae sobre el asfalto. Me alejo de ella, pero aun así guardo la pequeña bolsita en mi pantalón.

      Cuando estoy en casa, me encierro en mi cuarto y me desvisto, quedando solo en boxers. El calor lo hace todo peor, no paro de sudar. Estiro la mano hacía la encimera al lado de mi cama y abro un cajón lleno de hierba. Ya los he armado en forma de cigarro para poder fumarlos. Saco uno y lo enciendo. Lo pongo entre mis labios y aspiro un poco, sosteniéndolo, para que el humo inunde mis pulmones, para que los bañe y me de alas por un rato, corto o largo: no importa. La garganta empieza a escocer, pero entre caladas, termino fumándome la mitad del cigarro.

      Mis brazos comienzan a sentirse livianos, como si estuviera rodeado de mucha agua, mis piernas se siente liviano. Entre más pasa el tiempo, más atrasado en la carrera estoy. Miro por la ventana y todo parece tan brillante. La gente pasa pero no pasa. Miro mis manos, todo se mueve más lentamente, y mi ansiedad desaparece por largos minutos. Siento como los vasos sanguíneos de mis ojos se hinchan, mis ojos se hacen más pequeños. Siento mucha sed. Muchísima. La garganta me pica, y tengo que pararme para ir al baño a beber agua. Me muevo sin darme cuenta y el cuarto de baño parece tan lejano, casi no puedo alcanzarlo.

      Una vez estoy dentro, me miro en el espejo y me río. Hago caras, ojitos, me giro, salto, observo mis ojos fijamente. Casi puedo ver dentro de mí mismo. Luego bebo un poco de agua y pongo otro tanto en una botella que tengo a mano.



      Quiero sentir el aire fresco, y decido salir a dar un paseo por las calles. Me visto con cualquier ropa y salgo. Todo parece tan hermoso, todo parecía más bello al principio. No quiero que termine nunca. El cielo nunca me había parecido tan brillante como ahora, aunque hoy luce un poco más opaco que antes. La luz del sol no lastima mis ojos, casi puedo mirar directamente a él. No pienso en la gente que me rodea...

      Soy tan feliz... hoy un poco menos que ayer.




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