Capítulo 6: Mejores amigos.
EDITADO
Tanteado el lugar, lo sigo hasta una gran puerta: la del director del colegio. Lu entra y me pide que lo siga. Una vez entro, un calor horrible me envuelve y mi olfato es castigado con un olor nauseabundo. Me llevo la mano a la nariz para no sentir más ese olor, pero muy tarde, ya se ha quedado en mis vías respiratorias. Un largo pasillo, alumbrado únicamente por luces rojas que parpadean se muestra ante nosotros, una vez que hemos entrado. Siento un escalofrío al oír la música a la que tanto estoy acostumbrado, la música que simplemente gritaba lo que había dentro de mí y no podía expresar con mis propias palabras.
— ¿Dónde estamos? —pregunto, haciéndome a su lado.
Él sonríe sin mirarme, mientras acaricia la pared del largo pasillo con su mano.
—Este sitio, Tomás, son tus pensamientos más retorcidos —responde, esta vez mirándome, y sus ojos brillan como un par de cristales siniestros. —Te dije que podemos hacer lo que queramos, y esto es parte de todo lo que te quiero enseñar...
Me quedo callado y observo como una puerta aparece a un costado del pasillo. Es una puerta alta y delgada, no puedo distinguir la pintura, ya que intensa luz roja no me lo permite. Me quedo parado en frente de ésta sin hacer nada, no sé si quiero entrar. Si estos son mis pensamientos más retorcidos, no quiero que ni Lu ni nadie los vea, y yo, no me quiero imaginar cuál de todos ellos se encuentra detrás de esa extraña puerta. Giro mi cara hacía Lu, que está mirándome fijamente, esperando a que haga algo, o más bien, a que abra la puerta, entonces veo como pone sus dedos sobre el redondo pomo y lo aprieta entre su mano para luego girarlo.
—Espera —lo detengo, y él me dedica una mirada de sospecha. —No sé si quiero que... —aclaro y Lu empieza a reír, como si se tratara de una tontería.
— ¡Tranquilo! Yo ya conozco todo esto... —susurra, como si fuéramos íntimos amigos compartiendo un sucio secreto. —No tienes que tener pena, da igual, es tu mente, no te va a pasar nada malo —trata de tranquilizarme, poniendo una fingida cara de amabilidad, en la cual se ve que esconde una enorme impaciencia. —Recuerda que tu cuerpito está descansando en un lindo y limpio hospital.
Trago saliva al imaginarme a mí mismo en la camilla del hospital y mi madre al lado mío, llorando, o talvez dormida, tomando mi mano. Esa imagen hace que me entre un gran remordimiento y quiera salir de donde sea que estemos ahora. Lu lo nota y me agarra el brazo, clavándome sus uñas, las cuales entran en mi piel produciéndome una incómoda sensación.
—Vamos a entrar, amigo —dice secamente y gira el pomo para abrir la puerta.
Me paralizo mientras el rechinar de los tornillos anuncia que es hora de enfrentarme a mí mismo y a la inmundicia que reside en mi mente. Lu salta dentro del cuarto y lo observa como un niño observa un cuarto lleno de dulces y juguetes.
—Lindo —dice Lu, mirando a su alrededor. —Andrea tiene buen gusto cuando se trata de decorar habitaciones.
Mi respiración brilla por su ausencia, y del estrés que me causa la escena me siento ahogado al instante: es el cuarto de Andrea iluminado por los rayos del sol que entran por la ventana, con su cama vestida con sabanas color rosa pálido, una mesita negra al lado de ella, una lámpara blanca encima, cartas de sus amigas pegadas en la pared, un televisor pantalla plana en frente de su aposento.
Un ruido en la puerta del baño me distrae y veo a Andrea saliendo de él. El recuerdo se estrella en mi mente y es tan claro todo. Miro a Lu confundido, y él mueve sus cejas acercándose a la cama para sentarse y observar el espectáculo que se avecina. Resoplo al darme cuenta de lo que va a pasar. Me veo a mi mismo aparecer en la escena con su teléfono móvil en la mano, mientras que Andrea me mira confundida.
— ¿Qué haces con mi teléfono, Tomás? —pregunta, visiblemente nerviosa. Entonces me veo azotándolo en el suelo, haciendo que se desintegre en pedazos. — ¡¿Estás loco?! —grita tratando de acercarse a mí y tomarme de los brazos.
***
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