Capítulo 5: Excavadores por naturaleza.

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   Se levanta y sus ojos heterocromaticos no se despegan de los míos, y mientras lo hace veo la punta afilada de su lengua asomarse entre sus labios y sonreírme. El corazón se me detiene por unos segundos y veo que se aleja caminando, para seguir paseando. Me levanto también y, como siempre, lo sigo; de todas formas no tengo nada más que hacer. Lu camina a paso lento y tranquilo, meciendo sus manos de un lado a otro, con despreocupación, mientras gira su cabeza de un lado a otro, mirando cosas. Me apresuro para llegar hasta él y caminar a su lado.

   — ¿Quién eres? —le pregunto. Lu se gira y empieza a caminar de espaldas, para poder verme de frente, luego muerde su labio inferior, satisfecho.

   —Soy la ira ciega de un padre a quien la virtud de su hija ha sido arrebatada en medio de la noche, soy la lujuria que ha llevado al hombre a violar a aquella niña en el callejón... —responde suavemente, mientras las comisuras de sus labios se elevan ligeramente—, soy ese pensamiento que le dijo a aquella jovencita: no le obedezcas a tu padre, no tiene por qué saber que saliste a pesar de que te dijo que no lo hicieras —canturrea las últimas palabras.

   Un escalofrío me hace enderezar y hago una ligera mueca de asco y fastidio. Mis cejas se juntan ante las imágenes que llegan a mi cabeza, imaginando lo que acababa de decirme Lu. Él sigue su marcha de espaldas, tal vez esperando una respuesta: pero no sé qué decir.

   — ¿Te quedaste sin palabras, Tomás? —me pregunta, deteniéndose en frente de mí. — ¿Quién eres tú? —agrega y camina hacia mí con lentitud, mientras ladea su cabeza, examinándose con sus ojos. Mi respiración se agita y los dedos de las manos me empiezan a temblar. Lu se acerca tanto que nuestras respiraciones se mezclan.

   —Yo..., yo... —balbuceo entrecortadamente.

   Lu pone su dedo en mi pecho y no me atrevo a preguntarle por qué lo hace. Unos segundos después su uña afilada, se clava en la piel de mi pecho, justo sobre mi esternón, lo que provoca que mi cara se contraiga por el dolor mientras su dedo sigue hundiéndose en mi pecho.

   —Yo te voy a decir exactamente quién eres —susurra, y luego, frunciendo sus labios, su mano se abre paso entre la piel y huesos que protegen mi órgano vital.

   El sudor empieza bajar a la par con mis lágrimas. Siento como sus dedos, fríos y delgados, rodean mi corazón. La forma en la que Lu me mira, mientras lo sostiene solo aumenta mi terror. Se siente horrible, es inexplicable. Solo sé que siento un frío seco, un vacío infinito y doloroso, como si mi corazón hubiera sido reemplazado por un agujero negro y siniestro. Las lágrimas no paran de caer de mis ojos, y Lu parece disfrutarlo. La garganta se me cierra y la cabeza me empieza a palpitar, como si fuera una bomba a punto de ser detonada.

   —Eras un buen chico, Tomás —dice él, susurrando lo suficientemente alto como para que yo lo oiga. —Algo deprimido y auto destructivo, un drogadicto, apático y lívido.

   Mi mandíbula se tensa al oír sus palabras. La forma en que las pronuncia es de total desprecio y odio. Aprieta sus dedos sobre mi corazón y tira de él, fuera de mi pecho. Un dolor insoportable me ciega, y lo último que veo antes de que todo se ponga negro es a Lu, sosteniendo mi palpitante corazón en su mano, mientras que de éste la sangre cae en largas tiras de líquido espeso y oscuro.

   Cuando abro los ojos de nuevo, está de noche. De inmediato me llevo la mano al pecho, donde siento la sangre seca, tiñendo la tela de mi camisa. Giro mi cara, tratando de descifrar en donde me encuentro. Oigo pasos acercándose a mí, luego veo a Lu.

   —Pensé que habías muerto —se burla, mordiéndose la lengua y con su dedo acomoda mis cabellos a un lado de mi rostro. —El director tiene una linda oficina, ya todos se fueron a sus casas, así que no hay nada de qué preocuparnos —susurra, divertido mientras me extiende la mano, para ayudarme a levantar.

   Me levanto y recordando lo que le hizo a mi corazón, me entra una rabia terrible y siento ganas de hacer lo mismo con el suyo. Nos quedamos viendo fijamente y estoy seguro que sabe lo que estoy pensando, pero no por eso parece preocupado o temeroso. Sin dudar, mi mano se abre paso entre su carne, con ímpetu, pudiendo disfrutar por pocos segundo la calidez creciente de sus entrañas y la humedad de su sangre. Luego el calor que comienza a castigar mi mano es solo comparable con la sensación de meter tu mano en un caldero lleno de aceite caliente, y hasta puedo decir que el olor de mi carne chamuscándose, comienza a sentirse en el aire. No soportándolo más, deslizo mi mano fuera de su cuerpo.

   — ¡Eres un tonto! —se burla, llevándose la mano a su pecho para sacudir algún mugre invisible para mí. —Yo no tengo corazón, Tomás.

   Miro mi mano, la cual arde horriblemente, y ésta está cubierta por un líquido negro y espeso. Mi labio inferior empieza a temblar, me siento asustado.

   —Ven, te quiero mostrar algo —me invita Lu, con tono neutro, ofreciéndome su mano, de nuevo.



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