Capítulo 23: Genética.

//Canción recomendada//



EDITADO



¿Qué pasaría si quiero romper?

¿Reírme y burlarme en tu cara?

¿Qué harías tú?

¿Qué si caigo al suelo sin poder aguantar más, todo esto?

¿Qué harías?

¡Ven! ¡Ven y destrozame!

¡Entiérrame, entiérrame!

Ya he acabado contigo...

Canción en multimedia (The Kill - 30 seconds to mars)

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       Mientras mi madre va a hablar con el doctor, camino lentamente hasta el baño que está dentro del cuarto. Las piernas me tiemblan un montón, al igual que los brazos y el resto del cuerpo. Una tristeza muy profunda me embarga una vez me paro frente al espejo. Muerdo mi labio inferior intentando, de nuevo, contener las lágrimas que quieren salir cuando veo mi reflejo demacrado. Me apoyo en el lavamanos y me acerco a mi rostro, en el espejo, notando como el cabello negro me llega debajo de las orejas y el mentón.

      Mis ojos, los cuales antes eran de un color gris claro, ahora están tan oscuros como la penumbra en la que me encontré con Emma, y rodeados de pequeños vasos reventados que forman una mancha, roja, a un costado de ellos. Pero esa pequeña mancha azul que tengo en el iris derecho desde que nací, sigue tan brillante como siempre. No tengo que mencionar las ojeras violeta que los acunan. Odio estos ojos. Son los mismos que tenía mi padre.

      Es la misma malformación genética que asocio con Lu: la heterocromía de nuestros ojos.

      Tenso mi mandíbula y la vena en ella se hincha, dejándose ver a través de mi piel.

      —Hijo... —me llama mi madre, desde afuera del baño.

      Abro el grifo y humedezco un poco mi cara y parte de mi cabello para que luzca menos sucio.

      —Ya voy —contesto, girando la perilla y encuentro que me ha traído ropa limpia.

      —Toma una ducha, te traje ropa limpia —añade, contenta y la deja sobre la camilla—. También tengo una toalla, nueva para ti —extiende la prenda, ofreciéndome una sonrisa, que se yo que le duele y, por eso, intento también ofrecerle una, haciendo mi mejor esfuerzo.

      —Gracias, madre —beso su mejilla y luego tomo la toalla para adentrarme en el baño.

      Cierro la puerta y enciendo la luz, que ilumina levemente todo, dándole al lugar un aura triste y melancólica. Me desvisto y evito mirar la apariencia que tiene mi cuerpo desnudo, entonces solo introduzco un pie dentro la ducha y luego mi cuerpo por completo. Abro la llave y agua fría cae sobre mí, y me cala los huesos, generándome un leve dolor en ellos. Reviso el lugar y encuentro un pequeño tarro de jabón líquido y me enjuago entero, incluyendo mi cabello.

      A medida que me lavo, no puedo evitar imaginar mi apariencia, ya que mis dedos sienten la textura de mi piel a medida que me enjabono. Empiezo a temblar de pies a cabeza, me siento bastante débil y eso me obliga a recargarme en la pared. De repente, pierdo el equilibrio y caigo al suelo, estruendosamente.

      —¡Tomás! —grita mi mamá y toca mi puerta, asustada. Yo sollozo, seguro de que algún moretón se formara sobre mi piel. Me ha dolido caer de esa forma.

      —Mamá... —lloro, angustiado y ella irrumpe en el lugar para auxiliarme.

      —Hijo... —cierra la llave y me toma por el brazo. Su voz se quiebra mientras me susurra palabras de ánimo.

      Me hago un ovillo en mi lugar y ella, con cariño, termina de enjugarme lo que resta del jabón. Sus manos me peinan rudamente, sacudiendo mi cabello bajo el chorro de agua gélida que sale de la regadera, empapándose por completo a causa mía.

      —Ya está, cariño —cierra el grifo y besa mi frente. Luego me cubre con la toalla.

      Me levanto con su ayuda y me deja solo, para que me vista. Sobre el sanitario hay una musculosa negra, una sudadera gris y un saco del color de la musculosa. También hay unos zapatos negros y grandes, de esos que se usan para montar skate.

      —Ya está, mamá —Aviso, cuando termino de vestirme, entonces doblo lo que usé estos días y lo dejo encima de la camilla. Marta Hill me mira sonriendo de oreja a oreja y levanto mis cejas sin entender—. ¿Qué?

      —¡Qué guapo te ves! —Ríe y yo, infantilmente, ruedo mis ojos.

      —¡Debes estar bromeando! —Camino hasta ella y la rodeo con mi brazo por encima de sus hombros para salir de ese lugar. Para ir a casa.




      El viaje en auto es calmado y sin mucha charla. El día está algo gris y abro la ventanilla para respirar el aire fresco después de tres días, literalmente, sin ver el sol. Los dedos me tiemblan y, por un momento, casi soy capaz de olvidarme de todo lo que ha pasado.

      —El doctor dice que tenemos que volver... para tratar el tema de... —dice, dubitativa y yo resoplo, acomodándome en mi lugar.

      —De las drogas, mamá—Concluyo y le ofrezco una sonrisa por medio del retrovisor. —Lo sé, no te preocupes, realmente ya estoy cansado de toda está mierda.

      Suspira y no dice nada más. Una sobrecogedora melancolía y tristeza me atacan, en el pecho, al pensar en Andrea y Emma. Tallo mis ojos con fuerza para contener las lágrimas, por veinteava vez, sin lograr mucho.

      ¿Cómo seguiré adelante con la culpa? ¿Cómo seguiré después de esto?

      ¿Después de... Lu?


***

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