Capítulo 2: Peleas de niños.
EDITADO
Caminamos juntos, adentrándonos de nuevo en el instituto. Oigo una bulla, procedente de los cuartos de baño, y troto hasta donde la gente se encuentra amontonada. Siento como el sudor frío baja por mi cara al percatarme de la razón de todo el alboroto. Paso entre la gente sin que nadie note mi presencia, y Lu me sigue.
— ¡Aléjense! —grito desesperado, tratando, en vano, de cubrir mi moribundo cuerpo.
Lu me ve con pesar mientras yo sigo negándome a aceptar que no puedo hacer nada para evitar que todos curioseen mi anatomía. No lo soporto. Mi impaciencia crece y me tiro, como una fiera, sobre Lu. Una ira me invade, y estalla dentro de mí, como un volcán en erupción. Mi puño se estrella contra su cara, con violencia.
El bullicio a nuestro alrededor no cesa, pero sé que no pueden vernos, y me aprovecho de eso para golpear la redonda cara de Lu, una y otra vez, hasta que de su nariz sale un chorro de sangre espesa y oscura. Mis nudillos quedan empapados del espeso líquido, y agitado, pongo mis ojos en él. Su cara se alza y ríe, pasándose la mano por el rostro ensangrentado y, posteriormente, pasándola por mi cara.
Un poco de su sangre entra mi boca y me limpio con fastidio, mientras su golpeado rostro me genera nauseas. Su sonrisa se hace más pronunciada y pronto, se transforma en una carcajada que lo empieza a ahogar. Se apoya en sus rodillas, y toce sin parar de reír, a la vez que inmensos goterones de sangre chocan contra la baldosa, blanca y limpia. Todo esto lo miro atónito, sin decir una palabra. Entonces, veo como se acerca a mi cuerpo, dentro del cubículo del baño, y con su dedo empapado, dibuja una equis con su sangre sobre mis labios violetas. Relame los suyos con gusto y se dirige hacia mí.
—Me agradas, Tomás —susurra Lu y abriendo su boca, clava sus dientes en mi cuello, con fuerza.
El ardor de mi carne separándose de mi cuello, me hace estremecer. Mis manos tratan de apartar al muchacho desesperadamente, pero Lu se aferra a mí con una fuerza brutal, mientras que su mandíbula escarba dentro de mi tráquea, arrancándome los tejidos ya maltratados. Siento como la sangre sale a borbotones, liquida y húmeda, resbalando por mi piel, mientras Lu sigue ensañado en mi cuello, hincándome sus filosos dientes. Después de unos segundos, se separa de mí e inmediatamente me llevo las manos a la garganta, donde la sangre sigue saliendo a cantaros, y comienzo a ahogarme con ella. Me convulsionó mientras Lu se burla de mí, dándome palmadas en la espalda, como si fuera un bebé atragantándose con algo.
—Tomás, nos vamos a llevar muy bien —bromea, soltando un risita amistosa.
Salgo, aterrorizado, de los baños. Me miro la camiseta y, obviamente, ésta está empapada en sangre. Escarbo con mis dedos el agujero que Lu me ha dejado en el cuello. Me duele horrores y lágrimas calientes se acumulan en mi barbilla y me tambaleo intentando llegar a la oficina del director, dejando, a mi paso, un rastro de sangre espeluznante. El pecho me escoce por la falta de oxígeno y mi vista se nubla. Caigo al suelo, a pocos pasos de la oficina del director y gimo lleno de frustración, me tiro boca arriba y veo el techo, sintiendo en mi espalda el frío piso del pasillo, y como mi propia sangre entra a mis vías respiratorias.
Entrecierro los ojos ya cansado.
— ¿Qué haces ahí? —pregunta una voz, ya conocida.
Abro mis párpados con pesadez y me estrello con la imagen de Lu, blancuzca y escarlata, apoyado en sus rodillas, sonriéndome. Su cara luce siniestra: con su delgada nariz y sus labios finos, llenos de sangre seca. Mi acompañante luce aún más pálido por el contraste. Resoplo resignado.
— ¡Te vas a perder la diversión! —exclama Lu, y levanta su dedo índice para señalar a algún lado.
Levanto mi cabeza y, me apoyado en mis codos, veo a los paramédicos entrar corriendo, con una camilla. Lu me extiende su mano amistosamente, mientras que muestra una sonrisa totalmente blanca, en medio del rojo borgoña que la rodea. Sin nada más que hacer, la tomo. Al tacto es fría y suave, una mano pequeña pero firme. Me levanto y avanzamos por el pasillo para ver mi desgraciado cuerpo ser todo un acto de circo.
—Está es mi parte favorita —murmura, y luego lo oigo suspirar tranquilamente.
***
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