Capítulo 14: Incasto mortal.
EDITADO
Alguien toca la puerta de mi cuarto a media noche. Me levanto para abrir y me encuentro con Emma, que se tira en mis brazos y suspira. Mi corazón se acelera y evito preguntar algo y la abrazo, mientras caminamos hacia mi cama de nuevo y nos echamos en ella, quedando su cara en frente de la mía.
Ella pasa su dedo por mi mejilla y atrapo su mano, estrechándola entre la mía. Sonríe y eso me llena el alma. Un extraño brillo en sus ojos se hace presente.
—¿Cómo estás?—pregunta con dulzura.
—¿Tú cómo estás? —replico y ella sonríe, con miel en sus labios rosa.
—Te amo, Tomás —susurra y entonces estira su cuello y besa mi frente sudorosa. —Eres el único hombre al que siempre he amado —confiesa, y yo estrecho su mano con más fuerza, entre la mía.
No respondo. Su tono me deja una sensación extraña, y su declaración una felicidad que hace que me sienta flotando en el aire. Entonces se estira y besa mi nariz. Una lágrima se sale de mis ojos, mientras que una ansiedad se adueña de mí. Luego, suavemente, su aliento choca contra mi boca y, acercando su rostro al mío, me besa en los labios. Un beso agridulce, que me trae un sentimiento de calma, pero de esa calma que hay antes de la tormenta. Le correspondo, tomando su barbilla delicadamente, mientras siento como una de sus lágrimas rueda hasta mi boca y se filtra entre nuestros labios.
No decimos nada y, después de separarse, se abraza a mi cuerpo el resto de la noche, hasta que me quedo dormido.
Cuando despierto ella no está a mi lado, y apenas amanece. Supongo que se estará arreglando para ir a estudiar. Así que me meto en la ducha y el agua tibia no hace más que hacer que desee estar en la cama, durmiendo. Cuando salgo, me pongo el uniforme y me cargo la maleta al hombro. Cuando han pasado más de cuarenta minutos, subo a tocar la puerta del cuarto de mi hermana pero nadie responde. Mi corazón se acelera, y las palmas de las manos me empiezan a sudar tanto, que tengo que secarme en el pantalón de mi uniforme. Muerdo la parte interior de mi mejilla y giro la perilla de su puerta.
—¿Emma?—Pregunto, entrando lentamente pero no la veo en su cama. Entonces camino hasta su baño, y este tiene la luz encendida. —Soy yo, Tomás... llegaremos tarde... —susurro, respirando pesadamente.
La voz me tiembla tanto, que suena quebrada y débil. Todo el cuerpo me tiembla y la vista se me nubla a medida que mis dedos aprisionan la perilla de la puerta que da a su baño. Trago saliva y con el corazón en la garganta, la abro, como si al otro lado se encontrara la entrada a un mundo desconocido.
Luego, el mundo a mí alrededor se detiene y todo lo demás pierde su importancia. Un rio dentro de mí, se desborda y un gran huracán barre mis ganas de vivir, fuera de mi cuerpo. ¿Cómo se supone que siga viviendo después de esto? Caigo sobre mis rodillas, con la mandíbula descolgada. Mis ojos desorbitados no pueden enfrentar lo que se les muestra, tan nítido y real. Mis dedos mueren de ganas por sacarme los ojos de mi rostro para vagar en una ceguera infinita. Mi débil cuerpo no puede contener esto. Mi mente no puede procesar la imagen de Emma, con su cuerpo colgando de la barra que sostiene la cortina de baño. ¿Por qué?
—E-e-emma... —gimo en tono inaudible y me arrastro hasta sus pálidas piernas. —E-emma...—me abrazo a sus pies y estallo en mil pedazos.
Estallo, y siento que todo mi cuerpo queda esparcido en las paredes, llenándolas de sangre y viseras. Estallo porque la noche anterior no fui capaz de hace nada más que corresponde a un beso, estallo porque no le dije que también la amo. Emma ya no está. Solo está su cuerpo, frio y muerto y yo, yo estoy solo con una herida incurable y un odio insufrible.
—¡Tomás! —llama la voz de mi madre y sus pasos me hacen saber que se acerca. —Tomás... —de reojo veo como su cuerpo se asoma, y luego cae de rodillas. —¡Por Dios! —grita y se reincorpora, para inútilmente, tratar de bajar el cadáver de Emma de la barra.
Me arrastro, alejándome un poco. Mi madre me mira y con rabia me grita cosas que no entiendo.
—¡No respira! ¡No respira! —oigo que solloza, y yo me arrastro fuera del baño.
Corriendo hacia la sala, para tomar el teléfono me tropiezo con los escalones.
—Hola... Necesito ayuda, mi hermana se suicidó—pido, con las últimas fuerzas que me quedan y luego, todo se pone oscuro.
***
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