Capítulo 13: Emma y yo.
EDITADO
Los días pasan y nada es lo mismo. No he podido dormir por más de dos semanas. Las cenas en familia son una tortura para mí, y para mi hermana Emma. Ella finge mejor que yo, y casi le creo su estúpida actuación en frente de todo mundo, si no fuera porque está más delgada y sus ojos azules más opacos.
Sé que no come bien, pero lo disimula con ágiles movimientos en los cuales oculta su plato de comida, fingiendo que está vacío. La última vez que tomé su mano, pude sentir sus delgados huesos pegados a su piel, y cuando la confronté, todo lo que decía era refutado por las ojeras que cargaba en su pálido rostro. Le había hablado tantas veces, pero insistía en ocultar el medieval acto de ese hombre que tanto asco me da. Mi corazón se hace pedazos y no encuentro más refugio para mi ira y tristeza que la bebida y los cigarrillos.
—¡¿Acaso estás de acuerdo con lo que te hizo?!—le grito, cuando nos encontramos solos en medio de su cuarto.
Sus ojos se cristalizan y la sangre sube a su rostro. Llora, y las lágrimas de dolor ruedan hasta juntarse en su delicada barbilla. Entonces alza su pequeña mano y la revolea, golpeando mi cara con rabia.
—¡Vete a la mierda, Tomás!—grita, y por un momento siento como todo mi cuerpo se vuelve de plomo.
Soy patético y un completo hijo de perra por insinuar tal atrocidad. Aprieto mis puños y agacho la cabeza.
—¡Vete a la mierda!—repite, apretando los dientes con fuerza.
Me acerco a ella y rápidamente la aprieto entre mis brazos, con mucha fuerza. Emma se sacude con violencia para que la suelte, pero nada puede salvarla de mi agarre. No la quiero soltar, y meto mi nariz entre sus cabellos, que a pesar de todo siguen teniendo ese agradable olor a miel de su shampoo.
—Lo siento—mascullo, y lágrimas calientes salen de mis ojos, quemándome la piel de las mejillas.—Te amo, Emma—murmuro, y siento que su cuerpo se relaja y me rodea con sus brazos.
—También te amo, Tomás —responde Emma, y su voz llega a mis oídos dulcemente y por un momento me siento feliz. —No desfallezcas, hermano.
Asiento, sin decir una palabra. No quiero arruinar este hermoso momento entre nosotros.
No me importa llegar tarde al colegio, si llego tomando su mano, sabiendo que está protegida. Todos nos miran, mientras caminamos por el pasillo de la escuela y el día parece extrañamente radiante y acogedor. Emma Hill goza de un imperturbable humor esta mañana, y eso me hace feliz. Al llegar a su aula, levanta su cara y me ofrece una mirada dulce.
—Nos vemos después, Tomás —susurra y me abraza, depositando un suave beso muy cerca de la comisura de mis labios, que dura algunos segundos.
No le tomo caso. Emma posee la inocencia de un ángel y yo nunca la miraría de una forma perversa.
—Cuídate—murmuro y me alejo hacia mi salón de clases.
Mientras camino, todo empieza a darme vueltas y cierro los ojos para poder despejarme un poco. Han sido semanas difíciles y la verdad no me siento muy bien.
—Hola, Tomás —balbucea Andrea y yo, con desprecio, la ignoro. ¿Cómo se atreve? —Oye...—toca mi brazo y me giro con reflejos de gato para clavarle mi mirada.
Ella calla. Acerco mi cara a la suya y abro mis ojos.
—No me toques —le digo apretando mi mandíbula.
—Lo siento...—solloza y ni le pongo caso y me siento en mi silla, lejos de todos.
***
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