Capítulo 1: Yo soy.
EDITADO
Caigo en un vacío oscuro y sin fondo. Siento que mi alma deja mi cuerpo. No quiero morir así. No acá tirado, con la jeringa pegada aun de mi brazo, lleno de vómito y en el baño de mi instituto. Y mientras estoy en esta espesura negra, en este limbo interminable, me imagino sin imágenes a todos mirándome, gritando y llorando.
Algo frío roza la piel de mi mano, inexistente, y me agarra para jalarme con violencia. Entonces siento que del pecho me arrancan algo y abro la boca para gritar pero no puedo, un vacío me llena por completo, mientras que de mí, algo o alguien sigue jalando con brusquedad. Y entre más jala, más duele, más arde, más quema.
Ya no quiero sentir esto, no quiero que aquella cosa o ser desconocido, siga tirando de mí.
Siento que mi cabeza estalla, dejando tras de sí, un charco de sesos y sangre. Mis piernas salen, desencajándose de mi cuerpo, y quiero gritar pero no puedo. Algo pesado y frío presiona mi cuerpo y siento el dolor agonizante de ser aplastado por una pared gigante de concreto. Por un momento me creo muerto. No escucho nada más que un pitido agudísimo que taladra mis oídos. Luego, un haz de luz rosácea que golpea mis ojos.
—Tomás —me llama una voz joven y masculina, mientras siento que baten mi cuerpo. —Abre los ojos, Tomás.
Mis parpados tratan de abrirse, pero están pegados, haciendo que abrir mis ojos sea terriblemente doloroso. Gimo de dolor mientras hago fuerza para poder hacer lo que dice. Cuando al fin lo hago, un líquido baja por mi cara y llevo mi dedo hacia mi rostro: sangre.
Alzo la vista y, ante mí, está aquella figura humana, mirándome con ojos curiosos, con esos ojos heterocromaticos. Pongo mi mano en el suelo para levantarme, y al instante capto que estoy en los baños. Confundido miro a mi alrededor y veo un cuerpo pálido y delgado, que sobresale de uno de los cubículos. Observo como aquel muchacho se cruza de brazos y, apoyándose en los lavamanos, empieza a reír y señalar el cuerpo. Una vez de pie, estiro mi brazo para abrir la puerta metálica y mirar de quien se trata. Mi rostro adolorido se desencaja al reconocer mi propio cuerpo: estoy doblado, con la cabeza caída hacia un lado, mi boca tiene pedazos de vómito y mis labios están violeta. El cuerpo sufre pequeñas e intermitentes convulsiones, mientras que sus ojos se blanquean. La risa de aquel muchacho me irrita y me volteo hacia él para enfrentarlo.
— ¡Haz algo! —grito, histérico, lleno de confusión y terror.
El muchacho me mira abriendo sus ojos y se acerca a mí.
—Silencio... —dice mi compañero, poniéndome uno de sus largos dedos en la boca.
Las lágrimas empiezan a caer por mis mejillas y miro detrás de él, donde está el espejo y no veo nuestro reflejo.
—No te asustes, Tomás —me acalla.
Me giro hacia el que parece mi cuerpo y trato de arrastrarlo fuera del baño, pero no puedo. Parece como si pesara miles de toneladas. Con desesperación, al ver que no puedo hacer nada, me levanto y corro fuera del recinto, por los pasillos. El muchacho me sigue en silencio, con una sonrisa divertida en su rostro.
— ¡Profesor! ¡Profesor! —grito, cuando veo a mi maestro de informática, ir hacia la sala de computadoras. —Oiga, profesor... —toco su hombro, pero nada sucede.
No voltea a verme y, en cambio, sigue su camino por el pasillo. Me giro para ver a mi acompañante.
— ¿Qué pasa? ¿Por qué me pasa esto? —Pregunto, angustiado.
—No tengas miedo, Tomás... Nada malo va a pasar, ¿sí? —dice él, con el tono más tranquilo del mundo. —Me llamo Lu —se presenta, y extiende su mano para que la tome.
Aprovecho y lo miro con detalle: no puede tener más de dieciséis años, además de que es mucho más bajo que yo. Es delgado y blanquísimo, su cabello también lo es. Lo más extraño de todo son sus ojos: uno verde y el otro color miel. Luce una cara redonda e inocente, que me pone los pelos de punta.
— ¿Voy a morir? ¿Ya estoy muerto? —pregunto, ignorando su gesto, mientras camino hacia la salida del instituto.
Oigo sus pasos detrás de mí.
—No, claro que no —ríe Lu. —Aunque, eso depende de ti. Y yo de ti, no saldría de acá —advierte, y me freno unos metros antes de llegar a la gran puerta.
Giro para mirarlo.
— ¿Por qué? —digo irritado, y Lu levanta las manos en el aire.
— ¿No me vas a preguntar quién soy? —responde, entrecerrando sus ojos y la comisura derecha de su boca se alza, dándole a su cara una expresión siniestra.
***
Nota de autor: a medida que avance la historia, recomendaré algunas canciones.
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