CAPITULO 9

HERÓNIMO

Esa mañana luego de mis clases en la Universidad, se podía sentir el ambiente algo distinto.

Como fuera de lo relajado a mi alrededor, mientras me hacía camino a uno de los ascensores del gran vestíbulo principal llegando al Holding.

Mire tanto a Collins como Grands por ello a la par mía, pero solo recibí de ambas partes sus miradas que, aunque sí, lo notaban también extrañado digamos el entorno, me confirmaban que dudosos como yo por eso sin saber el motivo.

Mis activos me saludaban con esa misma sonrisa de siempre, pero más de uno capté lo que muchas veces mencioné si no lo olvidaron.

Que no llegaban a sus ojos.

Había por más que intentaban disimular creo, conductas retraídas como si algo los avergozaba.

Creo, dije.

Lo extraño era, que el rendimiento de todos.

Me refiero a cada personal.

Como siempre en ese tope máximo.

Tampoco seguí con ello.

El bip del ascensor anunciando el piso 30 y el centenar de jodidas cosas que tenía que hacer en el poco margen de tiempo de día era mucho y no podía perder tiempo.

Lo hice a un lado de mente para consultarlo con mi almohada en la noche.

Mucho para hacer en la metalúrgica, hoy como mañana.

Bufo.

Pasado de mañana, al igual que el que sigue y sigue.

En fin, siempre.

Estando en auge las construcciones de las T8P 3 y 4 en continentes diferentes, mi cerebro como salud física, dedicado totalmente a ello con la ayuda de Collins y Millers, cual este último de viaje controlando bajo mi supervisión desde acá.

Demás lo que me recibe al saludar ligeramente llegando al piso y abrir la puerta de mi oficina.

Sonidos como ruidos y telón de construcción de por medio, siendo motivo de una siempre discusión con Marian estas últimas noches en el Pen.

Otra construcción en sus últimos detalles para finalizar.

Y resoplo algo cansado ante ese recuerdo, dejando mi mochila universitaria en el primero de los sillones blancos mientras camino a mi escritorio y me desplomo por breves segundos contra mi silla, cerrando y acomodando mejor mis lentes del puente de mi nariz.

Un anexo de dos habitaciones más, bajo una puerta que te lleva a ellas con la finalidad que una tenga una cama para descansar, así mis horas del día se transforman de 24 a 30h.

Loco, pero real.

Y un segundo equipado con lo básico en cuanto a un gimnasio, si no puedo ir a entrenar con el Polaco.

Nueva causa que mencioné de peloteras de Marian, despreciando este nuevo proyecto, acusándome de horas menos para vernos.

Pero a su vez, una condenada bipolaridad por más que me cansé de explicarle en nuestras discusiones, que eso no afectaría con un retraso de tiempo de vernos a la noche, ya que llegaría a casa más temprano al final de cada jornada, porque ahorraría el tiempo de movilización.

Pero bipolaridad como dije de mucho descargo con odio, porque a su vez, parecía contenta con ello.

Me encojo de hombros.

Hormonas, calculo...

Horas más tarde en un local recóndito y alejado del centro comercial, sobre el sonido incipiente de la pistola tatuadora en mi piel.

Una geisha.

La voz de Rodo algo desfigurada por ver como el tatuador una y otra vez pasa esta en mi brazo terminando uno de los diseños y como fin, tras arduas sesiones de horas en estos últimos meses de una manga completa que me hice.

- Esa mierda, debe doler... - Con mueca del dolor que no siento me dice, bajo la limpieza del tatuador la zona.

Le niego, pero sacando mi brazo de la camilla cual usé de sostén, haciéndolo rotar para ver el arte final ya terminado, seguido a ponerme de pie mientras escucho lo que siempre me mencionó cada final de sesión y frente al espejo de una pared para vista completa, por más que lo cubrió con un fino film transparente para protección del exterior por unas horas.

Su cuidado e higiene, hasta que comience a secar la piel.

- ¿Tienes algo pensado para el otro brazo? - El hombre lo menciona tirando sus guantes descartables, por el otro lejos de algo y sin dejar de limpiar su puesto de trabajo.

Sonrío al ver como Rodo impide con su mano en la boca, una amenaza de arcada girando para no verlo, al notar como en pequeño contenedor de residuos, el tatuador lanza servilletas empañadas de púrpura, mezcla de los tonos rojos que elegí y mi sangre.

Palmeo su espalda para contenerlo y de paso que el supuesto vómito que lo intimida, se lo trague por marica.

Pero por unos segundos, miro ese brazo vacío, de alguna idea de tatuarme algo en una futura sesión.

Vaya, no se me ocurre nada...

Sacudo mi cabeza.

- Por ahora, nada... - Le digo al hombre, ya saliendo de su cubículo personal y en dirección al recibidor para pagar su trabajo.

Una vez afuera y Rodrigo en la calle, aspirando hondamente el aire fresco de la noche y dramáticamente como si hubiera sido testigo de una carnicería humana, causando que Collins sonría mientras abre la puerta del coche para nosotros.

Nos dirigimos al Pen por algo de comida casera como sustanciosa de Marcello y promesa a Rodo a cambio de su compañía en estas casi tres horas de sesión, ya que se negaba por ser muy flojo con todo lo que se familiarice o la palabra sangre, haya en una situación.

- ¿Y Marian? - Lo primero que pregunté a Marcello al recibirnos, una vez entrando al piso.

Se encogió de hombros tomando nuestros abrigos, seguido a guardarlos para volver a la cena en plena preparación, cual Rodo ya destapaba la cacerola curioso por el sabroso aroma salsa con carne asada que emanaba.

- Salió después de usted, señor... - Retoma unas verduras a medio picar de la tabla, pero me mira sobre un hombro mientras busco dos latas de cervezas del refri. - ¿Pensé que se cruzaron?

Niego, lanzando una a Rodrigo que la toma al vuelo tomando asiento en la barra del desayuno.

- No, raro eso... - Murmuro bebiendo un gran sorbo, tanto por sed de curiosidad como por mi garganta seca. 

Del Holding vine por una muda rápida de ropa como ducha, por la hora límite llegando al turno con la casa de tatuaje, encontrándome a Marian en uno de los sillones de la sala ojeando una revista de moda.

Lo único que hablamos sobre mi beso de saludo y diciéndole lo que iba hacer caminando a las escaleras por el retraso, es si quería acompañarme, me pareció agradable compartir ese momento, pero se negó.

No le seducía la idea de estar encerrada en una tienda de esa índole por horas, aburrida y mirando como un tipo hora tras hora, tapizaba con su pistola la piel de tintas.

Y bonitamente vestida como maquillada, me lo confirmaba.

Alguna reunión con sus amigas esta noche también y como casi siempre.

Por eso le pedí a Rodrigo que lo hiciera al apoyo logístico.

Y no lo malinterpreten.

No era cobardía.

¿Soy el chico malo de la novela, recuerdan?

Bien.

Esas son mis chicas.

Solo quería en algo que me hacía bien y me gustaba.

Tatuarme.

Algo de gente querida a mi lado.

Y la siguiente opción.

Miro a Rodo como en su mundo y aún sentado, mastica.

Corrección.

Engulle mientras chequea su celular, dados de quesos uno encima de otro que Marcello le ofreció como ofrenda y a espera a su estómago gruñendo de hambre como un Chewbacca en plena acción y escena de Star Wars.

Sonrío.

Pero, dejo de sonreír.

Por dos oraciones que vuelvo a recordar mirando la hora y cual, ya es bastante tarde.

Una, la de Marcello diciendo que al irme, también minuto después Marian.

¿Por qué, no me pidió que la llevara?

Y lo segundo viniendo a mi mente, que Marian me preguntó cuanto me llevaría de tiempo la sesión de tatuaje.

Cosa, que en las anteriores nunca y en esta sí.

Y camino preocupado a mi abrigo donde Marcello colgó y dejando esa lata ya sin ganas de beber, para buscar mi teléfono, continuo a llamar al suyo.

La primera vez no me contesta, solo el intermitente sonido de llamando escucho sobre mi caminata a los grandes ventanales de la sala, que con su vista y desde la altura que estoy, me regala la vista con sus 180 grados de la ciudad capitalina bañada con su luces por ser de noche.

Un segundo intento acompañado con un gruñido que se me escapa, hago mirando nuevamente la hora desde mi reloj pulsera.

Muy tarde, mierda.

Es prolongado también, pero atienden bajo mi insistencia.

Su tono de voz apenas es audible.

Creo.

No lo sé bien, ya que solo al decir mi nombre, una cierta verborragia me colma preguntándole por qué todavía no llegó o si quiere que la busque, ya que jodidamente no me seduce la idea de que tome un taxi sola a esta hora.

Pero, solo Herónimo dice una y otra vez, para procurar calmarme y dejarla hablar.

No es suave, tampoco tierna.

Marian, nunca fue así.

Pero lo es, tranquila.

Un tono de voz demasiado apacible y moderada.

- No voy a volver, Herónimo... - Me murmura, cuando al fin puede hablar.

- ¿Te quedas en una amiga? - Que ingenuo fui. - ¿Sucede algo? - Los rostros de Marcello como Rodo están en mí, curiosos y notando como otra vez ese abrigo lo descuelgo para ponérmelo, seguido de caminar a la puerta de salida.

Ni siquiera les doy explicaciones, ya que solo Marian está en mi cerebro por preocupación por si le pasó algo.

Pero también, notan que sin abandonar mi móvil equilibrándolo entre mi oreja y hombro y ya con mi otra mano por abrir la puerta de entrada.

Me detengo de golpe y sobre ese gran apuro de ir a ella asustado de que esté pasando algo malo.

Por lo que me dice sin preámbulos y como siempre fue ella.

Directa.

Que se estaba viendo con alguien de hace tiempo.

Un amante.

Y tal, descubriendo que era el amor de su vida.

¿Captan?

No era yo, ese amor siendo su marido.

Lo era él.

Y tres o mejor dicho, cuatro edificios como el Blustery con sus interminables pisos y altura, sentí encima mío con cada centímetro de ladrillo cuadrado que los componía por cada una de sus siguientes palabras.

- Ya no soporto esta situación, Herónimo... - Sus palabras me apuñalaban en mi silencio escuchando, aún contra la puerta de entrada. 

Podía sentir a Rodrigo y Marcello tras mí, preocupados, ya que mi rostro como persona no era la mejor y notaban que algo pasaba y demás decir, nada bueno.

Más, cuando mi frente y de forma pesada, se apoyó contra la madera y cerré mis ojos a lo que continuaba diciéndome sin titubear.

- ...fingir que del primer momento te amé... - Confiesa. - ...lo intenté, pero no te amo, jamás lo hice. - Sin filtro. - Yo no voy a volver a tu lado...quiero separarme. - Musita. - Necesito separarme para estar con la persona que realmente amo. - Un suspiro, pero para nada por tristeza, más bien diría yo, de cansada.

Harta de mí.

- Lo nuestro terminó, Herónimo. - Fueron sus últimas palabras.

Corrección nuevamente.

Su despedida.

Porque colgó.

Y no recuerdo bien después o tal vez mi cerebro ciertas cosas lo bloqueó por el inmenso dolor que fue eso.

Solo sé, que tanto Rodo como Marcello corrieron hasta donde mi condenada espalda se deslizó para derrumbarme contra el piso con mis manos ocultando mi rostro y bajo mis hombros sacudiéndose.

Estremecimiento bajando y subiendo, por mi llanto silencioso.

Rodrigo sin entender ,me abrazó y preguntó que sucedía, pero no podía hablar.

Las lágrimas nublaron mi visión y mi sollozo comenzó a hacer erupción en mi garganta.

La tenía cerrada. 

No podía tragar y me dolía respirar. 

Me dolía el corazón. 

Mucho. 

Marcello en cambio, si comprendió sin hacer falta que le diga nada.

Se limitó a solo callado que termine de desahogar todas mis mierdas de lágrimas, para luego con ayuda de Rodo llevarme a la habitación, recostarme y él también a mi lado hacerlo, tapándonos y atento a lo que apenas pude pronunciar de lo sucedido.

Que Marian me había dejado y se fue con otro.

No recuerdo mucho después.

Creo, que me dormí profundamente.

Pero a mitad de la madrugada, desperté y me incorporé sobre la cama viendo como Rodo a mi lado y tan dormido como yo momentos antes, lo hace abrazado a una de mis almohadas.

Y así me quedé por eternos minutos, mirando fijamente un punto de la habitación como si fuera la cosa más interesante del mundo, sobre la oscuridad de la misma y solo con la tenue iluminación del brillo de la luna, apenas atravesando por los espacios de la cortinas de la ventana.

La piel de mis mejillas ardían y las sentía tensas como secas por tantas putas lágrimas que derramé por la mujer que toda la vida amé.

Una que me había abandonado a través de una llamada telefónica y como tal, se despedía para siempre.

Y me obligué a levantarme sin despertar a Rodrigo.

En la oscuridad.

Y me dirigí a mi baño y duché nuevamente.

En la oscuridad.

Me vestí con una camiseta y viejos pantalones de gimnasia.

También, en la oscuridad.

Y salí de mi habitación como bajé las escaleras en dirección a la cocina sirviéndome una taza de café.

En la oscuridad, siempre.

Y bebí de la taza sobre el gran ventanal de la sala, mirando silencioso y como siempre la vista tipo postal de la gran ciudad.

Mucha oscuridad.

Pensando con cada sorbo.

Reflexionando sin dejar de beber esta bebida también oscura y acomodando apenas mis lentes de mi nariz.

Siempre meditando.

Mi esposa y la que amé como a nadie y hubiera dado el mundo por ella, me había dejado por otro.

Sus doliente confesión vigente en mí, mi cerebro lo repetía una y otra vez.

Que ella nunca me amó, que ya no podía sostener esto y ese amante, era el amor de su vida.

Y por mi tristeza, pero sin un gramo de lágrima como llanto ya, hizo vacilar la taza de mi mano por un temblor y con la seria posibilidad de volcar su contenido en la alfombra de diseños Italiano que pisan mis pies y decoran la gran sala.

No me importa.

Porque ese temblor, no es de impotencia.

Ya, no siento eso.

Es decepción.

Fracaso.

Pero como mencioné antes, ya sin una jodida lágrima.

Nada.

Fue demasiado. 

Y algo en mí, se rompió y no fue la taza entre mis dedos, que por la fuerza hasta ver mis nudillos blancos, podría haberse roto en pequeños pedazos su porcelana.

Tóxico.

Pesar.

Oscuridad.

Condenadamente la oscuridad como esta noche misma y la de todo en mi Pen por nunca encender una puta luz, me rodea y está a mi alrededor, sintiendo que se apropia hasta de mi misma sangre que me recorre por mis venas.

Hasta el punto de sentir que mi piel aprieta alrededor de mi carne y esta, me quema.

Cierro mis ojos, procurando a mi respiración calmarla y que salga lentamente.

Ya que, todo mi cuerpo arde y repito, quema.

Y como algo dentro mío, la desgarrara por un demonio pidiendo salir al exterior.

Abro mis ojos, descargando mi puño en en el vidrio con fuerza y empañando esta, por mi fuerte respiración.

Miro la vista desde mi altura.

Porque, dije basta...





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