CAPITULO 6
HERÓNIMO
- Si no te quedas quieto, no podré terminar... - Me dice Gladys suavemente, causando que sonría y le eleve una ceja sugerente.
Duró poco.
Por la palmada que me da en la cabeza sin atisbo a ser dulce con su golpe, provocando que casi caiga de la camilla que estoy sentado frente a ella, mientras intenta con el hisopo concluir con el curado de un lado de mi labio partido.
- Pendejo... - Me dice por mi mala broma en doble sentido, aunque ríe a la par de Collins de pie junto a la puerta cerrada del consultorio médico. - ...otra pelea? - Me pregunta, ahora poniendo tras desinfectarla un poco de pomada en la herida.
Recoloco mis lentes mejor que quedaron mal puesto por su derechazo, en el puente de mi nariz mientras respondo.
- Algo así...
Y pone sus manos en la cintura.
- Te dije que si venías de vuelta herido por otra paliza callejera, que te cure el papa con sus cardenales...
Suelto una carcajada.
Ella siempre me hace reír.
- No fue en las calles... - Le explico, poniéndome de pie al notar que acabó y guarda todo en el botiquín. - ...en un gimnasio. - Me mira sobre su hombro atenta. - Encontré mi lugar...
- ¿Tu lugar? - Repite y afirmo.
No la conforma eso, ya que mira tras sanar algo de mi boca lastimada un lado de mi labio, lo que es mis manos algo despellejados los nudillos y que curó antes con una suave venda sobre ellos.
- No usé guantes... - Justifico con un morrito y eleva sus manos al cielo por misericordia. - ...derecho de piso, Gladys. - Aclaro, antes de que ligue otro de sus coscorrones.
Bufa y la señalo.
- Me dijiste que si lo hacía en un lugar correcto, seguirías curándome. - Le recuerdo. - Y es en el gimnasio del Rafa...
- ¿Y ese, quién es?
- El Polaco. - Natural, mientras me pongo el saco de vestir que me alcanza Collins.
- ¿Son la misma persona? - Observa esa acción.
- Si.
Mira a Collins.
- ¿Y tú, eres...
- Collins, madame... - Le dice serio y hace ruborizar a Gladys.
- Mi mano derecha. - Se lo presento y estrechan sus manos.
Y Gladys suspira.
Y no, porque le pareció atractivo Collins.
Más bien, volteando a mí y mirar mi repentino cambio de arriba abajo.
- Eres un adulto en el envase de un niño... - Reflexiona. - ¿Estás seguro Herónimo, que puedes con todo? - Me pregunta por tanto peso en mis hombros de ahora en adelante y sumado a lo que me gusta.
Las peleas.
Y asiento, sonriendo.
- Y mucho más... - Totalmente sincero y me hace seña que me incline frente a ella.
Lo hago.
- Has crecido mucho este tiempo, mi pequeño gigante... - Me dice y no solo por la altura, pese a mi corta edad.
Besa mi frente como hace siempre para bendecirme y por más que cuando vengo, es para curar los golpes que me dan en una pelea estando en contra de eso.
Saco un dinero de un bolsillo y se lo entrego.
Es lo de mi última pelea semanas atrás y cual, nunca pude dárselo.
- Sabes que hacer con ello. - Le digo y se sonríe asintiendo.
Para los niños de algún Hospital Infantil.
De regreso a TINERCA y por encontrarnos una parte de la calle principal en reparación, cual su ingreso estaba obstaculizado por obreros trabajando tras un vallado de seguridad que prohibía la circulación, Collins opta por otro acceso tomando una calle secundaria y que, tras cuadras manejando sobre esta, en su punto final nos encontramos que se divide en una avenida.
Una zona de enormes árboles tupidos, altos y con mucho verde que se mecen armoniosamente al compás de la brisa que hay.
¿Pero, dónde mierda estamos?
Y mi curiosidad me puede, apretando el interruptor para bajar en su totalidad el vidrio de mi lado de la ventanilla.
Ya que es agradable su vista y a medida que la atravesamos se distingue a lo lejos y su final, un edificio gigante de arquitectura antigua.
Lo que parece un viejo hotel a los pies de las montañas.
- Detente, por favor... - Le pido al llegar a su entrada y Collins lo hace estacionando.
Y hago lo impensado.
Bajo para mirarlo mejor.
No puedo entrar.
Sus enormes portones de hierro algo oxidados, antaños y atravesados por una gruesa cadena con un candado no me lo permite.
Y me conformo de pie con las manos en cintura y frente a ellos a mirar todo este condominio abandonado y apenas visible por culpa de la maleza lejos de ser baja, con su alto y arbustos enmarañados.
La edificación en su fondo y de varios pisos es muy vieja.
Mierda.
Pero, pensándola restaurada y salvando a lo mejor parte de sus tejas francesas más otras nuevas, seguido a desmalezar lo que el enorme jardín amenaza que es y una buena pintura a la paredes y fuera de ese tono verde tan feo que tiene y no hay ojo para verlo, me hace sonreír.
Camino sus extensos metros de frente con Collins al lado mío, mirando tanto como yo el inmenso lugar abandonado y me detengo al encontrar lo que buscaba.
Tras el cerco imposible de pasar por la densa naturaleza, dueña de esto por la desolación y descuido, un raído cartel apenas visible por la vegetación crecida.
Sonrío.
Y con la palabra venta.
- ¿Le interesa para usted? - Collins me dice, apuntando el número telefónico de la agencia de inmueble sobre unos niños jugando fútbol en una esquina de la calle.
Y lo que parecen de escasos recursos.
Media docena, monitoreados por un par más grandes.
Calculo que más o menos de mi edad.
Niego.
- Para mí, no... - Palmeo su hombro, seguido de señalarlos a los chicos y volver al coche. - ...para ellos... - Doy como toda explicación.
Tampoco le hace falta, porque mi nuevo mano derecha me comprende muy bien, tomando su celular para hacer un llamado al número que agendó.
Y sobre este haciéndolo, bajo esa vegetación tipo selva y de un verde puro que rodeaba ese viejo hotel abandonado.
Un tono amarillo lo cubrió después por dos cosas.
Una, por la llegada del otoño convirtiendo sus hojas en ocres y gama de los rojos.
Pero ahora, prolijamente sus árboles podados como el césped en su centímetro justo de altura, como cada cantero descubierto al desmalezar de cubrirlo de flores de la temporada por una empresa contratada para ello.
Y lo segundo, por el tono de un suave amarillo que yo mismo seleccioné para sus paredes, cuando el lugar fue mío.
Inspeccionando personalmente casi todas las tardes y final de jornada a veces con mamá en compañía o solo, mi proyecto personal.
Uno que tras saber el precio que demandaban por el inmueble con su alto valor, le declaré mi propósito tanto a mamá como la tía y Gabriel el día de mi cumpleaños y a víspera de la navidad semanas atrás, seguido a enterarse también, que compré una parcela valuada su peso casi en oro cada centímetro cuadrado de su tierra, en el cementerio parque y por mi capricho como enamoramiento a su diminuto manzano en medio de esta.
Ganándome no solo sus mutismo de casi media hora de ellos y sin dejar de mirarme, sentados alrededor de la mesa tras cantarme el feliz cumpleaños y yo mirándolos, aún sin soplar mis 18 velas encendidas arriba de mi pastel.
Inclusive Marcello, cual estático quedó con sus manos en el aire a medio aplaudir.
Y todos en sus rostros, diciéndome que me faltaba un hervor.
¿Dije, que Marcello también?
Pero al soplar mis velas, dije mi deseo en voz alta.
Un deseo muy serio y sin indicio a que estaba demente al escucharlo mi familia.
Yo quería una causa.
Yo quería, este propósito.
Yo anhelaba uno y lo encontré sin buscarlo.
Me corrijo.
Él me encontró.
Y junté las herramientas que eran Gladys, los niños, el dinero que acumulaba y ese viejo hotel comprado.
Para unirlos y formar lo que con mi madre miramos con orgullo desde afuera en como va tomando forma, con las docenas de obreros yendo y viniendo en sus tareas reformando el viejo edificio.
Un Hospital Oncológico Infantil Público.
Pero la vida es una cal y otra de arena.
Y con esas semanas pasando y tras el oficial anuncio en la declaratoria de herederos, que lo era como único benefactor y absoluto sucesor de mi padre.
También vino casi a su par, el juicio de Gaspar.
Resolución y sentencia que no se hizo esperar, con solo tres días de ello y de la mano de la jueza Dai Beluchy con su dictamen, tras lo expuesto por la defensa y el ataque de la fiscalía.
Juicio que alimentó en el proceso a numerosos periodistas como noticiosos y a guarda en las escaleras del palacio de justicia, nos bombardeaban de preguntas por una primicia siempre a nuestra llegada con mi madre custodiados por Millers con Collins y Grands.
Nunca una declaración de nuestra parte.
Jamás.
Como el último del proceso tampoco.
La jueza, lo hizo por nosotros.
Años de encarcelación para Gaspar Mendoza.
Dictamen que solo observé de mi postura sentado al fondo de las bancas en el juicio al escucharla.
No sentí ninguna emoción.
Creo.
Solo me limité a abrazar a mamá para contenerla.
Sin embargo, una lágrima mía se deslizó por una de mis mejillas al darme cuenta de algo al ponernos de pie, porque ya todo estaba terminado mientras veía como Gaspar recibiendo su sentencia, alborotado y totalmente fuera de sí, sobre su mirada tormentosa y aplomada de un azul brumosos por tanto odio contra mí, amenazaba sobre mi persona, pero lejos de lo que era yo.
Más bien, que cuidara a mi gente en el futuro.
Y era, que no solamente había perdido a mi padre con su muerte.
Mis ojos se nublaron por más lágrimas por mis lentes.
También, había perdido un amigo.
Y los meses de ese año pasaron como páginas que fui dando vuelta, leyendo cada informe y tratado de cada carpeta de TINERCA en mis prolongadas y hasta después de hora en el piso 30.
Acomodándose de a poco la estabilidad de nuestras vidas.
Mamá, descubriendo cierto fanatismo por el deporte al aire libre.
Supongo que golf con amigas, nunca me lo aclaró muy bien.
Lo importante, nada potencialmente peligroso.
Collins y Grands, ya totalmente consagrados a mi lado.
Mi primo Gabriel volviendo a Francia para continuar con sus estudios, al igual que mi tía a su casa nuevamente.
El Hospital Infantil progresando con sus avances de remodelación, pero lo importante, ya con un espacio para la atención ambulatoria abierta y a cargo de la mano maestra de Gladys junto a un cuerpo médico que ambos seleccionamos.
Y yo enfocado en lo que necesitaba mi cabeza, aparte de haber forjado una amistad con mi entrenador el Polaco en este año pasando y con sus fiestas como haber cumplido mis 19 años aprendiendo mucho de él y demostrándolo arriba de su ring todas sus lecciones con cual oponente me ponía.
Primero, terminar de leer lo que era un gran proyecto con su construcción y en simultáneo que se iba a dar en los meses siguientes y bajo mi firma en tres países.
Argentina, España y Alemania.
Las primeras tres de las ocho fuerzas.
Las T8P.
Y lo segundo, deslizando la silla para ponerme de pie y notando que la noche ya estaba por llegar al mirar por el enorme ventanal de la oficina.
Que necesitaba estudiar para rendir libre tres materias de una de mis carreras y así, adelantar.
Y mierda.
Algo cansado y ganándome un bostezo, miro lo que me rodea tomando mi mochila.
Las cuatro paredes de la oficina y pensando seriamente la posibilidad de hacer un anexo con una habitación y ducha, para que mis días duren más de 24h o alquilar algo cerca.
Amo Terra Nostra.
Pero el trajín diario de ir y venir, me roba tiempo por la larga distancia.
Cosa que sería uno utilizado para trabajar o en su defecto, minutos demás para dormir acá.
Ya que, ahora soy un jodido mezquino con él y no me gusta desperdiciarlo.
Nada.
Punto.
Cada uno lo valoro y cuido.
Como hoy siendo sábado y sin pensar en salir, cosa que me parece una pérdida de tiempo eso, lo voy a utilizar para ir a la biblioteca de la U por unos libros, así estudio algo esta noche y gran parte mañana.
¿Recuerdan que les dije, que mi vida era una cal y otra de arena?
Bien.
Esas son mis chicas.
Porque en esta noche, fue algo parecido al salir de la biblioteca con unos buenos tomos enciclopédicos cargando.
Pero.
Pero, dije.
Y niego sin poder creerlo, al notar ruidos anormales detrás del edificio y ver por curioso, semejante alboroto.
Esta vez, fue una de cal y como doscientos kilos de arena sobre mí.
¿Por qué, preguntan?
La risa me ataca y sé, que a ustedes también, porque ya saben quién aparece.
Sí, ese mismo en el que están pensando.
Rodrigo a mi vida...
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