CAPITULO 4


HERÓNIMO

Toda la extensión del campus es un océano de estudiantes.

Por la mañana con sol a pleno desde el cielo despejado brindándote su calor, está poblada de masa estudiantil en su break o hora de descanso.

Sea el predio deportivo, una la extensión parquizada que posee o hasta los mismos edificios con sus pabellones de carreras correspondientes, hace que mire la totalidad de los casi 360 grados que me rodea, deteniéndome de mi caminata por uno de los senderos.

Buscando a Gaspar entre el gentío.

Pero, nada.

Absolutamente no hay indicios de él en cada estudiante que veo caminando solo o acompañado.

Ni si quiera en los descansos como reparo con su sombra, bajo los árboles en grupo o no.

Y hasta internándome en su edificio y subiendo los primeros escalones de su entrada principal.

Con Gaspar somos conocido gracias a luchas clandestinas siendo él, mi patrocinador y yo el que golpea.

Lo que no me dificulta cuando detengo a un par para preguntar si lo han visto.

Pero la negativa de sus caras y siguiendo sus rumbos dándoles las gracias, provoca que algo fastidiado y con la sería posibilidad de patear sus pelotas por hacernos esto y preocuparnos con su desaparición, tome asiento en dichos escalones sin saber que hacer, pero con la alternativa tras chequear la hora y faltando tiempo para mi clase.

De esperar ese puto tiempo en su pabellón hasta que milagrosamente aparezca.

Recoloco mejor mis lentes en el puente de mi nariz, seguido de un resoplido y apoyando aburrido mi barbilla en un puño, sobre otra pregunta a otro grupo de estudiantes de su clase si saben algo de su paradero, que nuevamente me niegan.

Pero qué, pendejo si no viene.

Maldigo para mis adentros, volviendo a mirar a la nada.

Ok.

No a la nada.

Focalizo a la distancia y para matar el aburrimiento, a un grupo de chicos.

Creo, a senior de la U y de una de mis carreras.

La de Ingeniería civil, pero un par de años más grandes que yo.

Tal vez la edad del jodido de mi amigo.

No lo sé.

Pero sentados sobre la mesas del campus y otros en las banquetas que lo acompañan, se dedican a bromear entre sí.

Mirando a uno en particular.

El que está despreocupado y como si nada, arriba de la mesa con su trasero sonriente y alegre.

Acomodando nuevamente mis lentes y pese a que no llega a mí, lo que hablan, más que sus carcajadas y sobre todo la de él.

Noto que degusta de un paquete de caramelos confitados que abre y come si se le fuera la vida en ello.

Arrugo mi ceño.

¿Metiéndose hasta de a cinco en la boca?

Guau, impresionante.

Chica estudiante que pasa por donde están ellos, le sonríe hablando.

Y estas, se detienen a charlar brevemente con él.

Sonriéndoles también y hasta algunas, algo tímidas abrazando más sus libros en sus brazos y contra su pecho.

No parece un patán, porque su forma de tratarlas.

Parece, dije.

Más bien, agradable y divertido.

Guau, otra vez.

Interesante.

Mientras con otra sonrisa sin dejar de masticar esos caramelos, él les regala sobre cada despedida alegre que le da a cada una, retomando su trayecto interrumpido.

Parece latino.

Su piel tono aceituna y rasgos me lo confirman.

Demás mencionar, un cuerpo que no pasa desapercibido por la altura que posee.

Menor que la mía, pero alto.

Creo.

Me encojo de hombros, acomodando mejor mi mochila que está a mi lado y mirando por décima vez la hora de mi reloj.

Condenado Gaspar que no aparece, maldita sea.

No soy del tipo mujeriego.

No me interesa.

¿Y soy chiquito, recuerdan?

Pero y aunque, ya perdí mi virginidad meses atrás tras una noche de pelea e incitado por Gaspar a beber en un bar, muy borracho terminé con una linda morena lamiendo partes de mi cuerpo que no sabía que se podía hacer, festejando que derroté a un líder de otra universidad tan alto como yo, pero el doble de mi fisonomía y que ese humano no tenía manos, si no palas.

Sí, como leyeron.

De otro planeta el cristiano.

Quedando de a cuadritos y como un felpudo, pero gané.

¿Ganar es ganar, no?

Bien.

Y aunque, soy bonito en tres idiomas.

Sigo estudiando para expandirme en otros todavía.

No me interesa eso.

Ya que jodida y perdidamente estoy enamorado de alguien.

Sí.

Veo sus narices arrugadas por mala cara, leyendo esto.

¿Recuerden que es mis inicios, si?

Bien, otra vez.

Esas son mis chicas.

Como dije, estoy enamorado.

Y mis ojos vagan a otro sector lejano de este enorme campus estudiantil.

Donde y sobre las gradas deportivas media docena de chicas y una junto a la otra, sonrientes entre ellas y sin jamás desviar su vistas de campo de deporte.

Área atletismo.

Pero disfrutando un fútbol entre ellos en su hora libre.

Otro grupo, pero de chicos.

Participan del partido siendo alentados por ellas entre otras ocupando el lugar.

Estudiantes más grandes que yo y casi diría, culminando o estando en su último año facultativo.

Creo, otra vez.

Suspiro.

Pero ya hombres, tanto en su porte como futuro.

Y Marian la chica que amo en ese grupo de estudiantes.

Hermosa como ella sola con su melena castaña, curvas y ojos verdes que cualquiera dueño de eso, haría un monumento por poseerlo y amarlo.

Suspiro, nuevamente.

Pero que jamás, se fijaría en mí.

Realidad.

Me pongo de pie, notando que el cabrón de Gaspar ya no va a dar su acto de presencia y por acercarse mi entrada de clases.

Triste, pero real.

Pero sin perder la esperanza, nuevamente consulto a otro estudiante que bajando los escalones, él sube.

- Estuvo muy temprano... - Me sorprende cuando esperaba otra negación. - ...pero... - Prosigue con toda mi atención al ver que su brazo se alza para señalar la entrada algo alejada a la ciudad universitaria, sacudiendo su cabeza. - ...no entró, más bien lo vi de pie en ella y solo mirando todo, observando perdido en su mundo... - Me dice, repitiendo lo último sin dar grandes explicaciones.

Sospechoso y soy yo el que niego ahora, porque capto lo que quiere insinuar.

- ¿Su apariencia? - Acoto sin dejar de mirar lo que momentos antes su dedo indicaba.

Hace una mueca.

- Aunque, siempre bien vestido... - Me responde. - ...parecía llevarlo de días, su apariencia no era la mejor al igual que su estado. - Continúa y duda en como decir lo siguiente, sin parecer acusador. - Pero revelaba que estaba, bajo algún tipo de droga... - Lo dice bajo. - ...sabemos lo ocurrido con su padre y me acerqué al verlo, así por ayuda... - Niega. - ...pero, no reaccionaba a mis palabras... - Eleva sus hombros. - ...creo que ni él sabía por qué, estaba acá o que lo trajo... - Me mira. - ...supongo que buscándote a ti o alguien de tu familia...

¿Qué?

Lo miro perplejo.

Ya que jodidamente eso es imposible, si no hice estos putos días más que buscarlo y parecía que huía y no solo de mí.

Si no, de su misma madre también por no saber nada de él.

- Porque te mencionaba... - Me ilumina de mis pensamientos. - ¿Tu padre, se llama Vincent Mon? - De golpe me dice curioso y se lo confirmo, aún sin hablar por condenadamente procurar analizar esto. - Solo eso decía en su balbuceo... - Me explica. - ...lo dejé y no le tomé importancia, ya que siendo amigos y por más estado estando a esa hora de la mañana buscándote, pensé que lo habían hecho...

Y sacudo mi cabeza, intentando acomodar mi cerebro y llevando mi mano a mi sien.

- ¿A qué hora fue esto?

Mira su reloj pulsera.

- Par de horas, no más. - Habla, encogiéndose de hombros sin mucha importancia.

Una que yo le doy y mucha, mientras le agradezco y sigo bajando la escalinata pensativo.

Muy pensativo.

Mierda.

¿Qué significa todo esto?

¿Me buscaba entonces?

¿O a mi padre?

¿A los dos?

Y hago a un lado mis condenados rulos por llevar el pelo ahora y para mi gusto, demasiado largo comenzando a fastidiarme, tanto como estas conclusiones inconclusas.

Pero me detengo a considerar y detallar mejor las cosas, ya de vuelta en el sendero recapitulando todo lo que me dijo su compañero con mis vista en mis pies.

Mucho para procesar.

Y los subo levemente y ante una idea.

Carajo.

¿Será?

Y mis dudas bajan, pero mi miedo sube.

¿Acaso y en ese estado, fue a ver a papá, ya que conmigo no está?

Y recordando las últimas palabras del viejo que iba al astillero y aferrando más mi mochila del hombro que cuelga, corro a la salida por busca de un taxi.

A la mierda mi clase y lo puntilloso que siempre fui de nunca faltar.

Sin pérdida de tiempo en la calle, detengo uno en mi carrera con mi mano en alto y subo en uno, sin darle tiempo a detenerse completamente, abriendo su puerta trasera y dando la dirección.

Y un mar de náuseas florece en mi estómago, pidiendo al chófer que apure su velocidad mientras mi furia es eclipsada por preocupación.

Y más, al llegar minutos después al astillero abriendo la puerta y lanzando al conductor un billete, cual me grita por el vuelto.

No me interesa.

Nada.

Solo lo que putamente mi cerebro al fin y tras analizar, me dice con todo lo sucedido.

Corro.

Gaspar si estaba triste y por ese motivo su desaparición contra el mundo.

Sigo corriendo, ya una vez dentro del astillero.

Pero Gaspar, no por un duelo por tal.

Mis piernas siguen corriendo, casi llevándome puesto a activos de esta zona para que me den paso, que sorprendidos me miran.

Sino.

Desciendo escaleras sin aminorar mi carrera y tras preguntar a un empleado e indicarme, dónde puede estar mi padre.

¿De un dolor y odio contra nosotros, culpándonos?

Y jadeo casi escupiendo un pulmón al llegar a la plataforma de construcción y aleación.

Una enorme factoría y fuera de lo que es TINERCA, dedicada a la construcción del acero en masa en dimensiones para la construcción de los container de la misma como naves marinas.

Un playón a cubierta cerrada y sede maquinaría, cual la cortina y música de todo, es el constante ruido de sus motores y robótica de la mano de empleados en constante movimiento.

Y camino entre ellos buscando al viejo, maldiciendo lo que admiro tanto.

Su enormidad en cientos de metros cuadrados que no me deja divisarlo.

- En la salida al mar... - Me dice un operario, indicando el sector de en embarque.

Y mierda otra vez, porque es la sección portuaria.

La más alejada y donde la flota de media docena de barcos de la metalúrgica, hacen despegue al mar llevando los cargamentos de acero a otros países.

Pero copando otra vez mis pulmones por oxígeno y aferrándome más a las correas de mi mochila, reanudo otra carrera a esa dirección.

Curso que al llegar y lo que, con tanta fuerza agarraba mi mochila.

Mis manos.

Ahora se aflojan como casi mis piernas al llegar.

Y ver.

No, no, no.

A Gaspar y mi padre, hablando.

Escena, que vi centenares de veces.

Muchas.

Pero en esta, no hay cariño y apego por parte de mi amigo, aunque sí, de papá por más que no alcanzo a escuchar de lo que conversan, ya que me detuve y ellos están sobre el límite de uno de los buques a babor pero en letargo, situado en el muelle de salida del astillero.

El primero en captar mi presencia es Gaspar que calla de golpe al verme, pero la sonrisa desviada que dibuja al hacerlo, me confirma al igual que su estado de ropa como semblante, lo que me dijo su compañero.

Que no era la mejor y está, bajo la influencia de las drogas.

Su mirada es negra, tomentosa y aplomada de un azul brumoso, como cuando me alienta, previa o durante las luchas.

Mi piel se eriza.

Por sed de sangre.

Y camino cauteloso por eso, procurando parecer normal y calmo, mientras voy hacia ellos.

- Herónimo, no... - La voz de papá me detiene con su mano en alto, notando asombrado mi aparición.

Quiere aparentar tranquilidad y eso es lo que me asusta más.

Pero cumplo por inercia, quedándome sobre mi lugar y soltando mi mochila.

- Papá... - Solo balbuceo sin entender lo que inconscientemente comprendo que ocurre.

- ...eran amigos... - Logro escuchar el reproche, pese a los ruidos propios de la factoría por parte de Gaspar y apenas pudiendo sostenerse por los efectos de la mierda de estupefaciente que corre por sus sistema. - ...lo echaste... - Acusa, manteniendo su postura encorvada.

Lo que no sé, si por las jodidas drogas consumidas o por ocultar algo.

Me alerto.

- Gaspar... - Mi padre lo interrumpe, siempre sereno. - ...nadie lo echó ni le prometió nada, él mismo mismo lo hizo, hijo...

- ¡No me llames hijo! - Vocifera tambaleante, pero decidido. - Mi viejo era un hombre de honor y dio la vida por tu metalúrgica...él...él.. - Se encorva más y negando a mirarlo a los ojos, pero lo hace en mi dirección, volteando su rostro desencajado y apenas visible por su pelo enmarañado cayendo sobre sus ojos. - ...se merecía la vicepresidencia de TINERCA...y se lo negaste... - Focaliza en mí. - ...por él...

- Nunca se lo prometí, él más que nadie sabía de mi propósito con mi hijo y su puesto, Gaspar. - Papá niega, intentando calmarlo. - Jamás mi intención era echarlo. - Niega. - Era mi amigo y nunca lo dejaría en la calle, pero sus deudas, los antidepresivos por deudas en los juegos clandestinos y...

- ¡Mentira! - Exclama Gaspar, mientras nota que me acerco. - ¡Mi padre era incapaz de hundir su propia familia! - Sacude su cabeza nerviosamente. - ¡Él nos amaba a mamá y a mí! ¡Él no...no nos iba hacer eso!

- Gaspar, estás bajo la influencia de drogas... - Procuro interceder. - ...vamos a casa, necesitas ayuda...

- ¿Ayuda? - Grita, irguiéndose de golpe y burlón. - ¿Ayuda? - Repite, sacando ese brazo oculto bajo su abrigo.

Mi sangre se congela.

Un arma.

Una, que apunta a mi padre vacilante.

- ¡Ayuda, que nunca dieron a mi padre! - Gime con furia y limpiando saliva que corre por un lado de su labio con su puño libre. 

- ¡Gaspar! - Grito y quiero correr la poca distancia que ahora nos separa.

Pero papá vuelve a ordenarme que me detenga con su jodida mano en alto y con esa paz que se maneja para todo y totalmente imperturbable ante lo que lo apunta.

Me mira fugazmente, me quiere dar calma mientras él, sí, se acerca algo a Gaspar.

- Hijo, deja eso... - Le vuelve a decir por más negación a ello por parte de Gaspar. - ...Eduardo no...

- ¡No nombres a mi padre! - Recrimina y lo interrumpe, notando activos como operarios acercándose al ver la disputa. - Yo...quiero venganza...me robaste lo que más amaba y admiraba... - Y su arma de golpe me apunta a mí. - ...y yo ahora, voy hacer lo mismo... - Murmura apuntándome.

- ¡Herónimo! - Es lo último que escucho.

La voz de mi padre.

Porque, todo sucede rápido después.

La detonación del arma como el silbido de la bala surcando el aire hacia mi dirección.

Y algo pesado, cayendo sobre mí.

Nublado.

Veo nublado.

Mucho.

Por mis lágrimas y el peso del cuerpo de mi papá, protegiéndome.

Seguido, bajo forcejeos que siento y gritos colmando el lugar de algo tibio empapando mis manos, al rodear con mis brazos a mi padre y cayendo con él contra el suelo.

Sangre.

Borbotones de ella, mojando mis dedos y ahora por mi ropa mientras me esfuerzo en incorporarme.

Más lágrimas se escurren por mis mejillas, haciendo a un lado mis lentes empañados.

Con el cuerpo inerte de papá y que sostengo, gritando su nombre y abrazándolo con todas mis fuerzas.

Por estar sin vida.

No me sonríe como hoy a la mañana.

No me habla por más que se lo pido a gritos y entre llantos, intentando detener la hemorragia con mis manos.

Ni por más que le suplico con mi alma que no me abandone con mamá, sobre gente que me pide que les permita asistir al viejo.

No sé, quienes son.

No tengo idea, si pasaron minutos u horas.

Solo que tras rogar e implorarle, llevando su cabeza contra mi pecho sin poder despertarlo y apretarlo contra mí, sobre el piso.

Me separan de él y lucho ciegamente.

La furia y tristeza me embarga.

Y puedo contra uno y tres de ellos.

Repito, sin saber si son empleados, gente de emergencia o policías que cayeron ante el aviso.

Pero nuevamente vienen contra mío, pero acompañado de algo punzante y filoso.

No me lastima, pero diviso una aguja con contenido ámbar, inyectando alguien en uno de mis brazos.

Adormeciendo esa extremidad en el acto, seguido de mi sistema.

Y empiezo a ver negro como niveo la gente que me rodea, mientras me siento desvanecer y me sostienen.

Jurando en ese trayecto inducido.

Que voy a temer de por vida a las jodidas y putas inyecciones...

Y todo fue los días siguientes, también nuboso.

Cargado.

Oscuro.

Mi despertar en una blanca como estéril cama de Hospital, con la suave y querida presión de la mano de mi abuela Gloria sentada a mi lado y mirarme con cariño por más tristezas, diciéndome que todo iba a estar bien, bajo y otra vez lágrimas copando mi pecho al recordar lo sucedido y que todo no había sido una puta pesadilla.

El abrazo de mi madre, intentando consolarme sobre sus mismas tristezas y pérdida.

La llegada desde Europa por sus estudios de Gabriel mi primo con mi tía, tomándose el primer vuelo al enterarse lo sucedido.

Un casi hermano, no solo por ese parecido tipo clon que tenemos por sangre maternal que asusta a muchos al vernos.

También y porque lo somos, ya que prácticamente crecimos juntos y solo siendo unos años mayor que yo, pero por su amor por la costura y moda, meses atrás nos separamos para abocarse de lleno a ello y convertirse en lo que sueña.

Un gran y reconocido diseñador de zapatos femeninos de alta costura.

Nivea igual mi perspectiva, también en el funeral de mi querido padre, sobre las bonitas palabras del párroco y nosotros despidiéndolo.

Mucha gente.

Docenas de docenas.

Creo.

Mi tristeza y hermetismo de dolor me impedía ver.

Sentir.

Abrazando a mi mamá, ahora desconsolada en su bonito atuendo oscuro al igual que el mío.

Todo si me lo preguntan, era negro.

Como y repito cada vestimenta de cada persona acompañándonos.

Familiares y amigos.

El día por más sol que con su cielo despejado brillaba desde su alto.

Y hasta mi corazón.

Ya no lloraba.

Solo mi mirada vacía de lágrimas y cada latido de mi corazón, estaba focalizado en lo que tenía frente mío.

En la tallada madera barnizada y hermoso como triste, ataúd de mi padre.

Ornamentada de docenas de flores por parte de todos.

Pero, triste en fin.

Al igual que la bandera de TINERCA al pasar de regreso con el coche y conducido por el chófer, viéndola desde mi ventanilla y parte trasera, haciendo a un lado mi pelo por demás largo con mis jodidos rulos, sobre la avenida como arteria principal y en como a media asta, flameaba con una cinta negra de respeto, bajo la brisa circulando en el aire.

Días de luto transcurriendo y esperando sobre el velo de Terra Nostra con nuestros familiares, que el juicio contra Gaspar Mendoza se inicie.

Una agonía cada día pasando.

Y más esa navidad acercándose y cumpleaños, como también a ese día previo.

Despertando esa mañana de un sueño que nunca dormí a temprana hora, vistiendo la primer sudadera con capucha que encontré, como jeans y zapatillas de deporte abajo de mi cama.

Pero asegurando buscar algo de uno de los bolsillos de otro abrigo como billetera y bajando las escaleras, algo que nunca hice, pero tomé de la bandeja de cristal junto a la puerta de entrada.

Las llaves de uno de los coches de mi padre.

Continuo a asomarme a la cocina, encontrándome a mi mamá y la abuela, ya desayunando.

Corrección, procurando hacerlo.

- ¿Vas a salir? - Marleane notando esa iniciativa, me pregunta. - Tu primo y tía llegarán en un rato para los preparativos de mañana...

- No demoraré... - Prometo besando su frente con cariño como la de mi abue.

Mamá intenta amagar en servirme el desayuno deslizando su silla, pero niego con mi mano en alto.

- ¿Tampoco vas a desayunar? - Preocupada.

- Café. - Solo digo, robando de su taza un gran sorbo por mi apuro, entonces mira por ayuda a la abuela.

Esta, enciende uno de sus delgados cigarrillos marcando su filtro de un fucsia chillón su contorno por llevar muy maquillado sus labios, al igual tono que el vestido que lleva puesto.

Me mira reflexiva pero imponente, por más que con su diminuto tamaño parece más chiquita sentada.

- ¿Vas a ir a una tienda de licor? - Me pregunta.

- No, abue...

- ¿Vas a ir a la terraza de un alto edificio de un hotel?

- No, abue... - Pese a mi tristeza, sonrío.

Fuma largamente, mirándome de arriba abajo y exhalando su humo con placer y pensativa.

Se gira a mamá.

- Déjalo ir... - Le dice, volviendo a su taza de té. 

Se sonríe ella ahora, apagando su cigarrillo ante de una última calada.

- ...el jodido pendejo, solo... - Sabiduría. - ...va hacerse hombre... - Finaliza, haciendo que mamá chille por su blasfemia.

Y no puedo seguir escuchándolas.

Porque sobre otro ligero beso a ambas, voy a la puerta de entrada y en dirección a la cochera.

Cual, sus puertas se abren automáticamente ante al activación del control como las luces titilando por el desactivado de la alarma de uno de los coches de la flota que tenía el viejo.

Sonrío.

El deportivo blanco y favorito de papá.

Y su motor ruge, ante el encendido y al introducirme en su interior, poniéndome el cinturón de seguridad.

Vuelvo a sonreír.

Como mi corazón, alimentando mis latidos y pensando en papá.

Por todo lo que tengo que hacer o más bien, comenzar en este corto periodo de tiempo.

Y lo hago saliendo como deslizándome por el camino de entrada, pero ya fuera y tras los portones de hierro forjados de la entrada, me detengo a los pocos metros y a la par de un auto civil estacionado a orillas.

Bajo mi ventanilla eléctrica para que los dos que están dentro me vean.

Solo nos separa escasos 20 centímetros de un coche a otro.

Los miro.

- ¿Dudan de un posible atentado nuevamente en mi familia? - Solo les pregunto.

- Posiblemente. - Responde por los dos, el que está en el volante y de mayor edad.

Asiento.

Porque también, es mi incertidumbre.

- Entonces... - Prosigo, notando que jamás me abandonaron y son leales a sus convicciones como oficio. - ...trabajen para mí y ayúdenme a meterlo en la cárcel con todo el rigor de la ley. - Le digo serio y glacial como el alma que siento que me colma ahora. - A TINERCA, pero antes... - Ordeno, sacando de un bolsillo de mi pantalón lo que busqué en otro en mi habitación. 

La tarjeta del Rafa o como le gusta y se dio a conocer la noche de la pelea.

El Polaco.

- Una vista previa a otro lugar y después a un gimnasio... - Finalizo, poniéndome los lentes de sol.

- Sí, señor. - Collins y Grands, responden a mi pedido.

Y otra sonrisa dibuja mis labios, acelerando y siendo seguido por ellos.

Porque también con esa afirmación a estar conmigo y convertirse en mis mano derechas.

Bien...

Hora después.

La tijera con su filo y su ir y venir, rodea mi cabeza.

Haciendo caer con cada corte.

Que suaves rizos y con el largo de mi pelo, caigan resbalando por mis hombros como espalda con cada magistral movimiento de ella y de la mano del estilista.

Ni me molesto en mirarme en el gran espejo iluminado que tengo en frente de este prestigioso salón mientras lo hace.

Me limito a seguir bocetando con un bolígrafo y hoja que pedí prestado, con mi vista en el diseño que dibujo.

Como tampoco y tras despedirme del lugar como equipo, que al saber quién soy, lo hacen llenos de halagos.

Algunas intentan tomar una foto, pero mi mano en alto como silencioso y serio, percatándolo en el momento Collins, se lo impide.

Lo siento, linda.

Prohibido fotos mías.

¿Se entiende?

Bien.

En un segundo lugar y tras algo más de otra hora y manos femeninas acomodando el suave género que me envuelve, dejando a un lado mi vieja sudadera estudiantil como jeans con zapatillas.

Y ahora, vistiendo un fino traje de tres piezas en tono gris ceniza de traza europea con zapatos de diseñador como de vestir, caminando por el elegante lugar y seguido por un arsenal de bonitas empleadas tras mío, voy eligiendo a punta de índice la corbata a tono como un exquisito reloj para acompañar, para luego docena de más cosas que lleven a domicilio, cual acatan guardando en finas bolsas de compras con el logo de la aristocrática tienda y su sello.

Una vez finalizado, volteo a Collins y Grands.

Presentando.

¿Y presentándome, por qué, no?

Al nuevo Herónimo Mon.

Sin dejar de mirar lo que una de mis manos nunca abandona y dibujé lo que seguía en mi cabeza durante mis clases en la U y momentos antes, le di el toque final al descubrirlo.

El signo infinito, coronado por dos letras.

Mis 8 fuerzas que desde hoy voy a forjar.

Para convertirme.

Mi media sonrisa se alza como una de mis cejas con satisfacción, frente al espejo del local.

En el jefe de los jefes...

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top