CAPITULO 1
Hasta el 4/9 la lectura completa de Hero orígenes por acá.
HERÓNIMO
Y el primer silbido del puñetazo de mi oponente, viene directo a mi mandíbula.
Es duro.
Fuerte.
Y con el peso de un camión colisionando en mi quijada, llevándose exclamaciones de las mujeres y gritos de guerra de los chicos en el círculo perfecto que no rodea a ambos, dentro de la abandonada fábrica.
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Mis dientes muerden la viscosidad tibia de la sangre que brota de mi labio partido y hasta puedo sentir como ya empieza a hincharse.
Parte de mi puño, también se tiñe de rojo al palpar el grado de la lesión.
Y mierda.
Sonrío, mirando a través de mis pestañas a mi rival a metro mío, esperando mi reacción con sus manos en alto y todavía en posición, satisfecho y bajo el griterío de aliento de todos por su proeza.
Porque manché el puño de mi uniforme con sangre y Marcello hará que realmente sangren mis oídos por el sermón que me va a dar cuando vea el estado de la camisa.
Pero no escupo la sangre, me la lamo sobre una mirada rápida a mi mejor amigo.
Gaspar.
Que no se inmuta, ni su rostro lleva asombro por la golpiza que recibí.
El cabrón sabe.
Ya que y solo esta embestida partiendo mi boca, no solo subió la adrenalina del público presente.
También.
Lo que nos interesa con su mano levantando billetes a todos.
En fomentar las jodidas apuestas.
Que en manada todos se agolpan a él, para apostar más.
Hoy, más concurrido que otras veces.
Distingo las mismas caras de siempre y otras nuevas.
Como un hombre entre la multitud adolescente, sin abandonar su postura quieta observándome metódico sobre su lugar con las manos en los bolsillos de su gabardina oscura y por más que el gentío estudiantil se agolpa y salta a su alrededor.
Debe rondar sus cuarenta años y sus rasgos nórdicos o la mierda que sea, me dicen que no es de acá.
Ruso o alemán tal vez.
No lo sé.
Tampoco me interesa.
Ya que lo único que me importa lo tengo frente mío, esperando que lo ataque mientras aflojo más mi corbata y elevando mi mano, le hago seña con mis dedos que venga a mí.
Sonrío.
Y eso hace.
Siendo ahora, no un camión, más bien dos con acoplado en nuestro ataque.
Jadeos.
Fuertes puñetazos recibiendo y otros esquivando.
Sudor que moja y traspasa la tela de mi ropa y por su humedad se pega a mi pecho por la fuerza exigida.
Y hasta un parpado cortado con un bonito cardenal bajo mi ojo, que me va acompañar por varios días.
Pero siempre, midiéndolo mientras nos recorremos en el círculo, intentando adivinar nuevamente su próximo ataque, sobre mi respiración agitada por la pelea.
Mis puños hasta el punto de estar despellejados.
Y haciendo a un lado mis jodidos rulos que por la transpiración, se pegan condenadamente en mi rostro, sobre ese insipiente griterío de los apostadores siendo la música de todo.
- ¡Acábalo de una vez! - La voz de Gaspar llega a mis oídos.
El muy puto sabe como llegar a mí, con su aliento y para despertar mi lado oscuro en una lucha.
Y lo hace en el momento que giro contra mi rival esquivando su derecha, mientras mi izquierda la detiene en seco y mi puño cerrando su mano es grito de dolor para él, mientras giro su brazo, obligando a parte de su cuerpo en retorcerse y que casi se incline.
Una fuerza más mía y puedo quebrar su muñeca.
Pero mi plan no es ese.
Solo que pasen los jodidos 10 segundos que la exclamación de toda la gente anuncia, cuando explota de júbilo vociferando mi nombre y por tal, las ganancias que hicieron por mí, da terminada la pelea.
Y así, como entré me voy, mientras todos se abren dándome paso.
Porque, yo no festejo.
Yo no doy golpes de puños y hombros, sonriendo a los festejantes que ganaron su quincena conmigo.
Y yo no acepto grupies femeninas que se abalanzan en mí, para una cogida de una noche o hasta curar la herida de cada paliza que recibo en estas luchas clandestinas.
Nada.
Solo dos cosas espero.
Mis ganancias y descargar la adrenalina que me gusta y colma con cada pelea.
La sensación de recibir como también dar.
Mucho.
Y cual, no hay ley y somos solo, mi oponente de turno y yo.
Bebo y me bajo de tres largos sorbos la botella de agua fresca que alguien me dio y dejando algo, vacío el contenido sobre mi rostro algo maltrecho y que el frío golpee, active como despeje, mientras tomo asiento en la cajuela abierta de la puerta trasera de la camioneta de Gaspar.
- Eres bueno con los puños. - Alguien me dice y lo miro.
Es el viejo de gabardina que vi entre la multitud.
- Lo sé... - Solo digo.
¿Para qué, mentir?
La puta verdad.
Y se sonríe por mi dicho, mirando todo lo que nos rodea y por más que estoy alejado y ajeno a ello.
La fiesta y parranda de coches con sus volúmenes a toda potencia con mucho alcohol.
- ¿Qué edad tienes, muchacho? - Vuelve a mí.
- 17. - Solo respondo y se sorprende, ya que aparento más por mi altura y tamaño.
- Soy Rafa. - Extiende su mano que saca del bolsillo de su abrigo. - Pero me dicen el Polaco...
- Soy Herónimo. - Mi turno. - Y me dicen Herónimo.
No soy de hacer chistes y menos así, de malos.
Pero el viejo y pese a que recién lo conozco, me cae bien.
Se sonríe por mi dicho, seguido de señalar mi rostro algo maltrecho por la zurra que me dieron.
- ¿Tus padres saben de esto, jovencito?
Me encojo de hombros.
- Algo sospechan... - Nunca lo mencioné.
- ¿Te gustaría hacerlo a lo grande?
Le elevo mi ceja.
- ¿Luchar?
Asiente y niego, mientras salto de la camioneta.
- No es lo mío. - Como toda respuesta, caminando hasta un tacho de residuos y lanzar la botella vacía al contenedor.
Lo siento detrás.
- Por ahora, porque eres un niño. Pero puedo hacerte grande en esto, ya que...
- ..no... - Lo interrumpo y volteo a él. - Me gustan las luchas, pero no como vocación... - Pienso un poco. - ...no es mi pasión...
- ¿Y cuál es? - Curioso.
Y lo miro extrañado.
La verdad, que no lo pensé a grandes rasgos.
¿Tengo una pasión?
Ni idea.
Tal vez lo que me gusta y mucho, que es terminar en unos años mis carreras y seguir con el plan ambicioso de mi padre y mío de que TINERCA a futuro, sea una legión de ellas en varios puntos estratégicos en el mundo.
Tal vez, dije.
¿Soy apenas un niño, lo olvidan?
Vuelve a meter su mano en el bolsillo de su gabardina, pero esta vez para sacar su billetera y dentro de ella, lo que parece una tarjeta.
- Tienes mi número. - Me dice cuando la tomo y veo que es también de un gimnasio. - Quiero entrenarte, muchacho... - Es directo y quiero negarme, pero sin esperar a que lo haga, se gira dejándome su espalda, marchándose y como toda vista para perderse en la gente festiva, ruidosa y alcoholizada.
-¿Quién era ese viejo? - Gaspar aparece de golpe.
Resoplo.
- Un tal Polaco o algo así. - Sin embargo, guardo su tarjeta en mi pantalón.
- ¿Quieres que luches? ¿De cuánto, hablamos? - Exclama ansioso, mientras volvemos a su camioneta.
- Aunque es el tema, en realidad quiere entrenarme...
- ¿A lo grande? - Insiste y vuelvo a encogerme de hombros.
- Supongo...
- ¿Y qué harás? - Me detiene al llegar a ella, abriendo la puerta del conductor.
- Nada. - Le respondo. - Marleane cortará mis pelotas, ya bastante sufre percibiendo que hago esta mierda por placer... - Digo por mi madre. - ...y mis energías, aparte están en la metalúrgica con papá.
Gaspar resopla.
- ¿No se acerca en un mes la proclamación de la vicepresidencia? Tendrás más tiempo libre. - Se sonríe satisfecho, apoyando toda su espalda en la puerta y cruzado de brazos, pero chequeando la hora de su reloj. - Tu viejo y el mío a esta hora, deben estar brindando por ello...
Y quiero decir algo, pero la aparición de grupies de Gaspar, hacen que cierre la boca y como siempre las invita a montarse en la camioneta mientras yo como siempre también, me niego a ir con ellos.
Besa el cuello de una, seguido ya dentro de ella a sacar su cabeza por la ventanilla como un brazo y alcanzarme mi dinero ganado de la apuesta.
Porque sabe que no regreso con él.
- Suma importante. - Me dice, mientras observo el grueso monto que me da.
- Mejor. - Solo digo, al fin sonriendo.
Una buena suma para darle a Gladys.
- ¿Para la veterana que te estás comiendo? - Dice, pero sin nombrarla y como leyendo mis pensamientos.
-¡Imbécil! ¡Es una amiga! - Mi blasfemia no se hace esperar como la carcajada de mi mejor amigo, encendiendo el motor sobre mi palmada en la chapa que de una jodida vez se marche, riendo también y acomodando mejor mis lentes.
Y así, lo hace con una última señal de su brazo afuera, pero a modo saludo con un dedo en el medio, encendiendo un cigarrillo y la música de The Ramones a todo volumen mezclándose con los chillidos de las mujeres que lleva dentro.
Y yo troto al mío, alejado del resto y sin siquiera contar la cantidad de mi porcentaje.
Sumado a lo que tengo juntado, una buena suma para que Gladys lo administre en el Hospital General que trabaja como enfermera.
Por eso y sin importarme la hora de la noche que es, le voy a mandar un mensaje para que no reunamos mañana.
La conocí en una guardia hace muchos meses cuando me llevó Marcello en compañía de Gaspar en la madrugada para que atiendan y sin que mis padres sepan, no solo mi rostro lesionado.
Sino, también.
La herida de un brazo que valió unos buenos puntos, gracias a mi rival de esa noche y que con ayuda de un puñal, por la ira de no hacerle fácil la pelea en un viejo estacionamiento de otro edificio de mala muerte, recurrió a un arma blanca que llevaba dentro de las botas que calzaba.
Y de ahí en adelante entre suturas y antibacteriales que ardían como perra, nos hicimos amigos.
Contándome de su vocación en el área pediátrica en su mayoría, aparte del general en varios nosocomios públicos, llamando mi atención su dedicación en los primeros en pacientes de escasos recursos.
Y por ende, mis ganas de aportar a esas familias para ayudar.
Pero conduciendo sobre el camino de viñedos y casi llegando a casa, algo me alerta llamando mi atención tras parar en una estación a cargar algo de gasolina e ir al baño para limpiar algo mi rostro y cambiar una muda de ropa que siempre llevo en mi mochila en noches como estas.
Es distinguir a la distancia y casi llegando a Terra Nostra, dos móviles policiales en la entrada y que por más oscuridad, lo acusan las luces en su rojo como azul yendo y viniendo desde sus techos.
Y un escalofrío naciendo desde mi columna vertebral y apropiándose de todo mi sistema se adueña, causando que pise el acelerador en el último tramo de ingreso y al estacionar, descienda lleno de pánico y corra a la puerta de entrada.
No hay ambulancia y eso hace que respire, pero ver uniformados fuera como dentro al abrir la puerta me asusta.
Pero exhalo una gruesa respiración que no sabía que retenía mis pulmones, al notar a mis padres en la sala en perfecto estado con más oficiales que sin llevar uniformes, su porte lo dicen mientras hablan con ellos sin saber de qué, porque la conmoción me embarga mientras veo a mi madre, cual al notarme se pone de pie y viene a mi encuentro con lágrimas inundando sus ojos.
Marcello en un extremo solo me mira con tristeza mientras mi padre me observa con pesar, pero sigue escuchando atento lo que parece que un detective de traje le habla.
- ¿La abuela Gloria esta bien? - Empiezo a preguntar, recibiendo entre mis brazos a mamá y que solo solloza sin parar. - ¿ Pasó algo con Gabriel? - Insisto por mi abuela y primo.
Pero mamá niega y vuelvo a exhalar aire tranquilo.
- Ellos están bien, hijo... - Mi padre suspira y niega con tristeza. - ...es el padre de Gaspar... - Susurra con un lamento de tristeza y sus manos tapando su rostro, no me dejan escuchar bien lo que dice, porque se quiebra también en un llanto.
- ¿Qué pasó con él? - Pregunto sin entender nada ni soltar a mi madre.
- Joven, Herónimo... - Marcello se me acerca y sus ojos de ese celeste cielo, se nublan de la tristeza. - ...el padre del joven Gaspar, se suicidó...
¿Qué?
¿Pero qué, mierda?
Niego.
Lo hago, porque me cuesta creer.
Imposible.
Si con Gaspar estuvimos juntos y después...él me llamó para decirme la pelea de esta noche y hasta hace pocas horas en el infierno de la lucha.
- Sucedió hace un par de horas... - El detective habla, mientras suelto a Marleane y me derrumbo en el primer sillón que veo. - ...aún, su cuerpo sigue en la casa por la policía forense y a la espera del fiscal. - Se acerca hasta donde estoy, extendiendo su mano vacía de la libreta que apunta todo. - Soy el Detective Lucius Collins... - Me estrecha su mano.
Ronda en mitad de sus treinta.
Creo.
Y su mirada rapaz como mirada gris, acusa lo que su mano entrelazada a la mía.
Fuerza y decisión.
Señala al otro hombre que lo acompaña, uno mucho más joven.
- ...mi compañero en este caso, el Teniente Grands. - Lo presenta y el aludido desde su lugar y postura con manos en su cintura bajo su saco de vestir abierto, asiente con solo con su barbilla a modo saludo.
El tal Collins vuelve a mi padre y solo escucho por la bruma de sensaciones, de un prontuario desconocido para nosotros y del padre de Gaspar, con deudas exuberantes en casinos como apuestas clandestinas y excesos de alcohol con adicción a los antidepresivos.
Y mis manos como puños sin importarme el ardor como dolor de las heridas de mis nudillos por la pelea, amenazan por la fuerza de romper mis lentes en cientos de pedazos, porque yo no puedo creer todo esto maldición.
Gaspar, jamás me comentó de ello.
¿Por qué?
Solo sabía de mi amigo y su cierta fascinación por ahí, de consumir drogas.
Nunca lo vi.
Nunca lo hizo, delante mío.
Pero eso, se rumoreaba en nuestras amistades y lugares que frecuentábamos de la U.
Y hago lo que mi mente y corazón dice, buscando mi móvil del bolsillo de mi pantalón.
Llamar a Gaspar, porque la noticia lo debe devastar y se debe haber enterado minutos después que nos separamos de la charla en su camioneta.
Pero, solo me manda al buzón.
Miro a mi padre que no deja con tristeza de hablar con esos tipos.
¿Por qué diablos no contestas, Gaspar?
Carajo...
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