Capítulo X
—¿Qué te sucede? Si algo te molesta podemos hablarlo —dijo Rachel al ver la seriedad instalada en el rostro de su marido.
Jack estaba sentado en el sillón de la sala, con el ceño fruncido y la vista perdida en el televisor.
—Ya te dije que estoy bien, no me está sucediendo nada —gruñó.
La misma contestación, con la misma actitud por tres días consecutivos. Rachel sabía que nada estaba bien; alguna cosa lo estaba molestando. Era extraño, ya que la relación entre ambos había mejorado bastante desde el regreso de Jack. Incluso trató de repasar sus acciones en los últimos días, para asegurarse de que no había hecho nada que arruinara ese progreso. No quería insistir demasiado; él nunca exteriorizaba sus problemas. Tampoco se insinuaba para tener relaciones sexuales, como lo hacía antes, porque Jack no demostraba estar de ánimo; ni siquiera en los primeros días después de su vuelta a casa, lo que dejaba en claro que no todo iba tan bien como parecía.
Lo que Rachel no sabía era que Jack no toleraba ver a Clyde besándose con su nuevo novio en la puerta del Departamento de Policías. Todos los días tenía que ver cómo lo llevaba al trabajo por la mañana y lo iba a buscar al terminar el turno, en su enorme moto; con esa sonrisa blanca e inmaculada, diciéndole "¿Cómo te fue hoy, mi amor?". A cada hora algún diablo malvado, en su mente, ponía la imagen de su "Clay" en la cama con ese tipo, con ese extraño bien parecido que no tenía nada que envidiarle. Eso no lo dejaba dormir, no aceptaba el hecho de que Clyde había renunciado a él tan rápido; pero luego esa maldita voz de la consciencia le recordaba que él había renunciado primero, por miedo a seguir adelante. Se levantó del sillón sin dar explicaciones y tomó su chaqueta.
—Me voy al bar... —anunció.
Rachel no discutió, se quedó maldiciendo por dentro al sentir que la situación se le iba de las manos, y recordando la raíz de sus problemas matrimoniales. Debía darle su espacio, no podía poner el grito en el cielo y exigirle que se quedara, que fuera responsable con el dinero de la casa. No debía reprocharle por otras mujeres. Se convenció de que no era por ella, o porque ya no la quería. Hizo catarsis una y otra vez mientras Jack tomaba las llaves del coche.
—No vuelvas muy tarde —fue lo único que se le ocurrió decir.
—Sí —contestó Jack.
Nada más, luego escapó de su jaula tan rápido como le daban las piernas, con un nudo en la garganta. Quería gritar, llorar, darle patadas a las ruedas del Firenza; lo que sea que lo rescatara de aquel estado de angustia constante. Los días pasaban y en vez de sentirse bien porque hacía lo mejor para todos, porque su relación con Rachel había vuelto a ser lo que alguna vez disfrutaron, sentía que se estaba muriendo por dentro. El Jack que él quería ser se había quedado en un apartamento de Detroit; y pensar eso lo hacía sentirse egoísta, lo torturaba, porque amaba a su hijo, pero no quería estar allí con su madre. Quería ser el hombre que iba a buscar a Clyde, que lo besaba sin culpa frente al trabajo y que seguramente cenaba con él entre risas; el hombre que le estaría haciendo el amor mientras él se ahogaba en un vaso de vodka.
Se fue a un bar cercano, dejó el coche estacionado y acabó sentado ante la barra, con los ojos enrojecidos e hinchados. Le dijo al bartender que dejara la botella junto al vaso, necesitaba tomar hasta convencerse de que era la peor persona del mundo, quería hacerse daño mientras repasaba todos los cuestionamientos y situaciones que debería sufrir por parte de su familia si elegía ir detrás de Clyde. De todas formas, ¿hasta cuándo le iba a ocultar a su esposa que no podía sostener una erección?, ¿hasta cuándo iba a tratar de tener sexo con ella pensando en Clyde?
—¿Qué pasó, amigo? Te ves horrible... —dijo el bartender apoyándose sobre la mesada.
—Soy un puto de mierda, eso me pasa, que soy un puto de mierda y tengo una esposa que no me puedo coger, y un hijo al que no voy a volver a ver si me voy de casa —soltó arrastrando las palabras, con las mejillas empapadas en lágrimas—. ¿Por qué no puedo simplemente hacer lo que se me da la gana?, ¿por qué no puedo estar con él sin que nadie me esté cuestionando? ¡Quiero desaparecer a la mierda de todo!
—Bueno, sí, estás jodido... Pero escucha, no puedes morirte de tristeza como un pajarito, ¿sabes? No puedes simplemente desaparecer, no es tan fácil. Y las cosas ya están así, no vas a cambiarlas por echarte a llorar en un bar mientras te ahogas con vodka barato. Cuando yo era adolescente mi abuela me dijo: hijo, la vida es una mierda y no existe ningún héroe de cómic que venga a salvarte; tú eres tu propio héroe, tienes que salvarte a ti mismo de los problemas, con actitud y perseverancia, o nunca vas a ser feliz. Y yo te digo lo mismo —lo tomó de un hombro—. Ve, vive tu vida y que se vayan ellos a la mierda. Si no buscas tu felicidad ahora, ¿cuándo?
—Me duele saber que me juego el amor de las personas que amo, por elegir ser algo que no esperan de mí... —respondió entre sollozos.
—Oye, no. Si aman un ideal de ti y no aceptan a quien realmente eres, no es un amor genuino. Tienen que amar tu verdadero yo, el que te hace feliz. Si te quieren ver desgraciado e infeliz, no sé qué clase de amor feo es ese, amigo, pero no te lo quedes. La gente que te ama, te acepta, aún con griteríos de por medio.
Jack se pudo reír, entre espasmos cortos, ante el comentario gracioso del bartender. No sabía qué clase de ángel había sido enviado a su rescate, pero las palabras de ese hombre tenían tanta razón en ellas que se las había quedado en lo más profundo de su mente.
Empezar de nuevo era difícil y doloroso, pero estaba sufriendo; no quería seguir sufriendo.
Mientras tanto O'Bryan llegaba a su casa después de despejar su mente con una larga carrera por el barrio; se quitó los auriculares y los dejó sobre una estantería junto a la puerta.
—Estoy hasta el cuello del puto de Mason haciendo comentarios imbéciles sobre "mi nuevo noviecito" —dijo Clyde a Marion, quien estaba en la cocina colando pasta.
Eran las once y media de la noche. Rino se había acomodado en el sillón de la sala para mirar las noticias, con un vaso de cerveza en la mano. Ambos se habían mudado con él para llevar a cabo su plan maléfico de poner a Jack al límite de su tolerancia; incluso se habían propuesto estar presentes en todos sus horarios, al punto de esperarlo si salía más tarde y montar una actuación de novios enamorados frente a él.
—Ah, pero ¿viste su cara de ayer? —comentó Rino, que prestaba atención a la conversación—. Estaba demacrado, ojeroso, casi, casi derrotado —festejó—. Estoy seguro de que esa cabeza tiene que estar a cien por hora, dándole vueltas al asunto.
—No sé, no lo veo bien —contestó Clyde, cruzándose de brazos frente a la isla de su comedor—. No me hace bien verlo así, yo... lo amo. No quiero que esté sufriendo. Sé que tomó esa decisión por su hijo. ¿Qué pasa si mi enloquecí?, ¿y si lo mejor era hablar con él después de que enfriara la cabeza?
—¿Él te dijo lo que sentía por ti? —preguntó Marion terminando de preparar la cena.
—No, fui el único que se lo dije...
Acomodó la pila de tres platos que había sobre la mesa con los cubiertos a los lados, frente a cada silla. Rino se levantó y se acercó para sentarse a comer.
—Clyde tiene razón, tiene que hablar con él. Me quedan pocos días y no vamos a poder seguir jugando a los novios —intervino Rino y comenzó a servir la pasta con estofado que Marion había puesto en una fuente al centro de la mesa.
—Sí, esto de la venganza es un poco dramático. Además creo que tuvo tiempo suficiente para reflexionar si va a dejar que hagas tu vida sin él, con otro hombre, o si va ponerse los pantalones —agregó Marion y enrolló la pasta con estofado en su tenedor.
Esa mañana Clyde se fue solo a trabajar; llegó un poco más tarde ya que era la primera vez que viajaba en autobús. Vio el coche de Jack estacionado frente al Departamento de Policía de Detroit y se apresuró por la entrada principal del edificio, a ver si podía dar con él antes de que se fuera a patrullar. Sin darse cuenta chocó con un hombre al doblar el pasillo hacia la sección que les correspondía.
—¡Bueeeeeno! —dijo el hombre.
Cuando Clyde volteó a disculparse se encontró con que era Mason. Desde su reintegro había estado haciendo comentarios disimulados, pero aún así desagradables, acerca de su sexualidad. Le ponía motes o comentaba con otros compañeros acerca de la llegada de la primavera cuando él entraba, haciendo referencia a las mariposas.
—¿Qué pasa que vas de atropellado, O'Bryan?, ¿estás tan ligero de tanto uso que no aguantas hasta llegar al baño? —soltó una risotada y varios que estaban escuchando se rieron con él.
—Pedazo de imbécil... —dijo Clyde en voz baja y siguió su camino, pero Mason lo había escuchado.
—¿Qué fue lo que dijiste, O'Bryan?, me gustaría que lo dijeras en voz alta, marica, ¿o es que la niñita no tiene huevos?
—Ya es suficiente, ¡voy a darte una puta paliza, Mason! —se lanzó hacia él pero fue frenado por alguien que lo agarró por la espalda—. ¡Pedazo de un hijo de puta!, ¡qué problema tienes conmigo!, ¿¡qué mierda te importa si soy marica!?, ¡supérame de una puta vez o juro que voy a arrancarte los dientes...!
—¡Clay! —insistió Jack, que lo había estado llamando mientras él gritaba como un loco y trataba de soltarse para golpear a Mason, quien había retrocedido con cara de susto ya que no se esperaba esa reacción.
—Duo de maricas —refunfuñó Mason y siguió su camino.
Jack lo soltó sin hacer comentarios. Clyde se arregló la ropa y se vieron a los ojos por un par de segundos, sin saber qué decirse.
—Si no estuvieras haciendo esas escenas con tu novio frente a todo el mundo te ahorrarías estos problemas... —escupió finalmente el morocho y caminó hacia los vestidores.
Él también había llegado tarde, así que todavía no se había cambiado. O'Bryan inhaló profundo para no perder la paciencia, no se esperaba ese reproche tan infantil. Caminó detrás de él, bajaron las escaleras y cuando estuvieron allí tomó a Jack del brazo y lo arrastró hacia el fondo de los vestidores, donde estaban las duchas. Por la mañana nadie iba a bañarse, ya que por lo general todos venían aseados de sus casas.
—Decide de una vez por todas qué vas a hacer —dijo Clyde—. ¿Eres feliz? Dime en la cara que estás bien así y volveré a Flint. No quiero jugar más.
Jack no respondió, lo tomó del rostro y asaltó su boca en un beso desesperado, haciendo que su espalda golpeara contra los azulejos de la ducha. Le robaba el aliento, quería arrancarle la ropa pero no era el lugar ni el momento adecuado; así que solo eran caricias desbocadas, queriendo borrar las huellas del otro hombre que estaba ocupando su lugar.
—No, no estoy bien —volvió a asaltar su boca—. No aguanto más.
—Basta... —quiso detenerlo pero Jack no paraba, así que tuvo que sujetar sus manos y estamparlo contra la pared—. ¡Basta!
—Por lo menos él no es un cobarde que se esconde; ¿no? Él da la cara por ti —dijo Jack sintiendo como el nudo en la garganta volvía a aparecer—. Él puede hacerte feliz.
—No —contestó Clyde y Jack lo observó con incertidumbre—. No puede hacerme feliz, porque ese hombre no es mi novio, Jack, es mi mejor amigo. Hice todo esto solo para probarte, ¿no lo ves? El hombre que quiero que seas eres tú mismo. Solo que... quiero más de ti, que te superes. Que seas valiente, como lo eras cuando tenías ocho años. Y yo quiero estar ahí para apoyarte...
—¿Por dónde carajo voy a empezar...? —preguntó en un susurro.
Clyde lo soltó y lo abrazó con ternura.
—Supongo que por soltar todas las cosas que te atan a la vida que te disgusta...
Jack apoyó la cabeza de lado en el hombro de Clyde, disfrutando del calor de su cuerpo, de la sensación reconfortante que le otorgaba estar entre sus brazos.
A las nueve de la noche Jack llegó a su casa con la promesa de escribirle un mensaje a Clyde antes de acostarse. Rachel estaba sentada leyendo un libro; Lucas no estaba en la sala, seguramente ya lo había acostado. Como se había quedado conversando con O'Bryan hasta tarde, después de acabar su turno, no se había cambiado de ropa, todavía traía el uniforme puesto. Se sacó el cinturón y lo dejó sobre la mesa ratona frente a la estufa a leña. Tomó asiento poniendo distancia entre ambos, en el sillón de un cuerpo; tenía miedo de la reacción que tendría su esposa ante lo que iba a decirle.
—Rachel, quiero hablar contigo de algo serio —inició él.
Ella dejó el libro sobre el posa-brazo del sillón que ocupaba y lo miró con atención.
—Te escucho —dijo Rachel, habiendo esperado ese momento con ansias.
—Bueno... —vaciló intentando buscar las palabras adecuadas para decirle lo que sentía—, la verdad es que volví pensando que si resolvíamos nuestro problema íbamos a estar mejor; que todo iba a ser igual que antes. Pero... —suspiró—, no es así —En ese momento Rachel bajó la cabeza frunciendo la boca—. Yo ya no siento lo mismo. Ya no te deseo como mujer. Y no quiero seguir fingiendo que somos un matrimonio feliz —dijo finalmente.
—¿Me estás dejando? —contestó a secas; con esa expresión de ira contenida que la caracterizaba.
—Sí... —confirmó en voz baja—. Ya no quiero vivir contigo, no puedo siquiera acostarme contigo, ya no puedo seguir intentando sentir cosas que no siento, ni voy a sentir.
Rachel se levantó de golpe y agarró el cinturón de la mesa ratona, a lo que Jack se levantó de su asiento y retrocedió despacio. La imagen de Rachel tomando su arma de la funda y apuntándola contra él le heló la sangre.
—No me vas a dejar, ¡cambié por ti, Jack!, ¡tuve que aguantar todas tus cosas! —Sacudió la pistola con violencia—. ¿¡Con quién estás saliendo!? ¡Yo sabía que estabas saliendo con alguien, canalla! —gruñó con los dientes apretados.
—Rachel, por favor, está cargada —dijo Jack estirando el brazo hacia ella—. Dámela, no hagas una tontería.
—No me vas a dejar por una cualquiera; no vas a hacer lo que se te de la gana conmigo, ¿quién te crees? Claro, ahora la gorda se va a quedar sola, en la calle mientras traes a la otra a vivir a nuestra casa. No, no Jack, ¡no me vas a hacer eso!
Rachel apretó los ojos con nerviosismo y le hizo fuerza al gatillo, con las manos temblorosas. Los vecinos estaban oyendo los gritos con preocupación, luego vino el disparo y fue entonces que llamaron a la policía.
...
Fin.
No mentira, ¿¡cómo están!? Espero que les esté gustando la historia. Jack se ha metido en un lío, al final resultó ser que Rachel sigue siendo igual de inestable que siempre, solo se estaba conteniendo. Mal por él que tuviera un arma a mano, ¿no? JAJAJA. Está bien, sí, no es gracioso. Peeeero, no es el final de la historia. Así que nos vemos en el próximo capítulo, dentro de unos días, y veremos qué pasa con nuestros policías favoritos.
¡Gracias por leer!
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