Capítulo V

Terceros

—Yo no tengo problema con que duermas en la cama... —dijo Jack y O'Bryan tuvo que reírse indignado.

Clyde estaba de ropa interior blanca y musculosa gris, colocando una sábana superior al sofá cama de la sala, mientras que su compañero lo observaba desde la puerta del cuarto, sosteniendo una almohada.

—¿Te acuerdas cuando me dijiste que ya no éramos niños? —comentó observándolo de reojo, sin dejar de ordenar lo que sería su nueva cama.

—Sí, ¿qué tiene que ver con esto? Clay, esta es tu habitación, si no quieres dormir conmigo, por lo menos deja que yo duerma en el sillón.

Fue lo último que tenía que decir para que Clyde avanzara hacia él y lo apresara contra el marco de la puerta, Jack le corrió el rostro y ante el gesto, tuvo que sonreír con sorna.

—Tiene que ver en que no vas a jugar conmigo... Te dije lo que sentía y me besaste, ¿quieres saber cómo me dejaste después del beso? ¿Quieres saber por qué demoré en el baño del vestidor?

Jack hizo silencio y se mordió los labios. Antes de mirarlo a los ojos, paseó la vista con descaro por el cuerpo atlético de O'Bryan, sus brazos bien poblados de vellos varoniles, sus piernas firmes y su torso esculpido.

—Acordamos que eso no iba a salir del coche...

—Escucha, Jack... —Acercó la boca a su oído—. Me dejaste duro —susurró—, tuve un orgasmo pensando en ese beso. Lo único que se me viene a la cabeza ahora es que quiero tener mucho sexo contigo, quiero hacerte cosas sucias, porque llevo esperando demasiado tiempo para hacerlo, ¿entiendes?; no vas a llenarme a miguitas adolescentes, no soy tu pajarito. —Se separó de él, quitándole la almohada de las manos—. Y no, no voy a dormir contigo.

Las pupilas de Jack bailaban con nerviosismo y su rostro estaba totalmente ruborizado; no esperaba que le hablara de forma tan directa. De alguna forma estaba provocando a O'Bryan; tenía razón en lo que decía, no podía tirar de la cuerda y aflojar las veces que quisiera porque estaba durmiendo en la casa de un hombre que le había dejado claro que lo deseaba. No podía invitarlo a dormir con él después del beso que se habían dado, a fin de cuentas sólo lo estaba torturando.

...

Era el día libre de Jack, se había despertado a las diez de la mañana en la cama de O'Bryan. Las cortinas estaban entreabiertas junto al guardarropa y pudo ver que nevaba; los pequeños copos se sucedían uno tras otro con lentitud. Disfrutó de verlos caer, pensando en la conversación que había tenido con Clyde la noche anterior.

"Ese idiota de mierda... No es que esté jugando a nada...", pensó y chistó. Cierto era que no estaba jugando, no era un hetero curioso, lo frenaba toparse con un hombre sexualmente definido, que sabía lo que quería y cómo lo quería. Jack recién estaba empezando a sentirse atraído por él, por su forma de ser, por el afecto que despertaba lento de un pasado que tenía guardado con mucho celo. Todo eso sumado a la situación de que iba a divorciarse de su mujer para volver a vivir, para ser libre, no porque era gay. No se consideraba gay, no se había fijado en un hombre antes de Clyde. Volvía a poner en duda lo que estaba generando el lazo afectivo entre ambos. Eran demasiados eventos chocando duro en su cabeza.

O'Bryan había ido a trabajar temprano, como era costumbre, solo que esa vez tuvo que conducir el patrullero y compartir la guardia con otro compañero de trabajo, un joven simpático llamado Félix, que no paraba de hablar sobre series y películas de un servicio llamado Netflix. El entusiasmo que mostraba era tanto que se pensó muy seriamente el contratarlo, ya que por culpa del trabajo solía perderse muchos capítulos de las series que le gustaban; además podría compartirlo con Jack, quien le comentó ser aficionado de las películas de suspenso. "Jack, Jack, Jack...", pensó O'Bryan mientras conducía por el centro de la ciudad, "¿en qué carajo pensabas cuando me besaste...?". No le gustaba estar a oscuras sobre los sentimientos de su compañero, sin embargo, si lo presionaba lo haría huir espantado y no quería eso; tenía que ser tolerante con sus tiempos hasta que dejara de curiosear como un animal en un lugar extraño.

Jack estaba sentado en el sillón, eran las cinco de la tarde y sabía que O'Bryan regresaría pronto; le había prestado su coche para que no anduviera en autobús. Su celular comenzó a sonar encima de la mesa, donde tenía dos platos prontos para el almuerzo, había cocinado una lasagna deliciosa. Se levantó para tomarlo en su mano y vio "mamá" escrito en la pantalla, así que atendió sin dudar.

—¡Hola, mamá! —exclamó con alegría.

Hola, Jack, mi amor, ¿cómo estás? —preguntó la mujer.

—Bien, bien; por almorzar, ¿cómo está papá?

Tu padre está bien —contestó tajante—. Me llamó Rachel hoy de mañana, ¿qué te está pasando, Jack?

—Dios, mamá... Primero que todo ella no tenía por qué llamarte; a mí no me está pasando nada...

Pero yo soy tu madre, y tú a mí no me dijiste nada de todo esto, ¿cómo es eso de que te vas a divorciar? —interrumpió molesta—. ¿Qué va a pasar con el nene? No, no, no, no te puedes divorciar, Jack. ¿No te parece que tienes que pensar un poco más las cosas?, ¿no te estás precipitando?

—No, mamá, no me estoy precipitando, y ya lo pensé, Rachel me estaba... —titubeó—, haciendo, me estaba... siendo mala conmigo. No estábamos bien. Me manejaba la vida y no me sentía feliz con ella.

¿Cómo que te manejaba la vida? Si tú eres el hombre de esa casa, hijo, no puedes permitir que tu mujer te maneje la vida, es cuestión de poner un poco de mano dura, Jack, no sirve salir corriendo... Además, ¿dónde te estás quedando? No estarás en la casa de otra mujer, ¿no? A mí me tienes que decir la verdad, hijo, soy tu madre. ¿Esto es por otra mujer?

—No, mamá, estás equivocada; no es por otra mujer. Me estoy quedando en la casa de un compañero de trabajo. Yo no voy a vivir peleando con Rachel para ver quién impera más en la casa, no es así como quería vivir.

¿Y la casa?, ¿y el niño? Entra en razón, Jack, tienes mucho que perder.

—No sé mamá, voy a contratar a un abogado. —Se llevó la mano a la cara, comenzando a molestarse—. No voy a volver con Rachel. Es mi día libre y esto me hace mal, en serio, quiero estar tranquilo.

¿Cómo me dices eso, hijo? —contestó indignada—. Te estoy diciendo que Rachel me llamó llorando, pobre mujer está sufriendo... Yo no te eduqué así, ¿por qué no vuelves a tu casa y conversan de nuevo? Quizá puedan resolver este malentendido.

—¡Ella solo quiere...! —Apretó los dientes con rabia—. Es una... manipuladora obsesiva, mamá, y no quiero hablar de esto —gruñó—. ¡Todo el mundo siempre sabe resolver los problemas de los demás, siempre, se meten donde nadie los llama. Ya es suficiente. No te metas, mamá, porque no tienes idea de nada!

Colgó el teléfono con enojo. En ese momento la puerta se abrió y Clyde iba entrando, cargando su mochila con cara de susto, había escuchado los gritos desde el pasillo. Vio a Jack sentado en la cabecera del sillón, con el celular en la mano, la mirada perdida y los ojos vidriosos.

—Ya se enteró mamá... —comentó dejando su mochila cerca de la puerta y la campera en el perchero de pie—. ¿Quieres un abrazo varonil de hombre tetosterona heterosss... exual masculino, macho pecho peludo?

Extendió los brazos con las cejas en alto, observando a Jack, quien asintió y se acercó a él para darle un abrazo fuerte. Clyde le sobó la espalda.

—Me hacen sentir como una basura... —susurró.

—Tranquilo —prosiguió—, ya sabes que tu futura ex esposa es una mujer un poco manipuladora; seguro se las arregló para dejarte como un monstruo maltratador; pero ya vas a tener tiempo de ver a tu madre y explicarle todo lo que te hacía, en persona. —Separó a Jack, tomándolo por los hombros—. Y le vas a contar todo, con detalle, para sentirte mejor. —Jack asintió, serio, sin querer hablar porque la angustia le había anudado la garganta—. Bien. Ahora me vas a alimentar con lo que sea que esté oliendo de esa forma porque estoy muerto de hambre, luego vamos a ver una película y que se vaya a todo a la reverenda mierda...

Jack soltó la carcajada, se limpió los ojos con las palmas de las manos y caminó hacia el horno para poder sacar la lasagna. Una de las cosas que más le dolía en ese momento era que llevaba mucho tiempo sin ver a Lucas, sin abrazarlo y arroparlo antes de dormir. No podía volver a su casa todavía; no estaba preparado emocionalmente para tener otro enfrentamiento con Rachel, ella lo sacaría a patadas y Lucas iba a presenciarlo todo.

—Que se vaya todo a la reverenda mierda... —expresó resignado en tanto ponía la asadera en una tabla sobre la mesada.

—Así se habla, esa es la actitud, macho.

...

—Señor, no importa si es para el tío, para el abuelo o para la madre. Tiene... —Clyde miró al niño de tez oscura y ojos enormes, color chocolate. Vestía una campera vieja, vaqueros rasgados y zapatos deportivos rotos. Lo acompañaban otros dos niños—. ¿Cuánto tienes, chico?

—Trece, señor —contestó el muchacho con mucho respeto.

—Señor, ¿sabe que está prohibida la venta de alcohol a menores de veintiuno? —rezongó Clyde al vendedor caucásico y canoso, de una tienda en un barrio carenciado de Detroit.

—¡Bah!, si toman vino todo el día y se drogan en la plaza. Pero claro, usted me increpa a mí por venderles el vino, después nadie los viene a buscar a estos negros de mierda, póngame la multa si quiere, yo tengo que pagar mis cuentas todos los días, usted viene de paseo una vez cada mil años.

Clyde lo miró indignado con el ceño tan fruncido que se le formaban líneas en la frente. Estaba horrorizado de sus palabras, de asumir que los niños eran vándalos por la mala fama del barrio, solo por el color de su piel. Los niños lo habían acompañado al lugar donde habían comprado el vino, sin decir una palabra, cuando le pidió a Jack que lo bajara del coche para interceptarlos en la vereda, al verlos caminar con la botella de plástico de dos litros y medio.

—Bueno, le voy a emitir una multa por venta de alcohol a menores y voy a notificar esto, además voy a abrir un expediente para dejar registrado que le vende alcohol a menores. Y no se preocupe señor, que voy a seguir patrullando por estas cuadras; donde sinceramente espero no tener que volver a multarlo, que tenga un buen día.

—Sí, sí, haga lo que le dé la gana —espetó el hombre de la tienda gesticulando con desprecio.

Salió con los tres niños, apoyando su mano en los hombros de dos de ellos, los más altos, también de tez oscura. La mayor parte de la población de Detroit eran afrodescendientes, además había mucha pobreza y delincuencia; sucedía que la mayor parte del tiempo se asociaba una cosa con otra y eso potenciaba el racismo o el rechazo.

—¿Viven por aquí? —preguntó O'Bryan cargando con la botella de vino.

—Sí, señor —contestó el mayor—. Doblando la esquina. Fue mi padre el que nos mandó a comprar el vino, señor, no íbamos a tomarlo nosotros —explicó asustado.

Jack leía el diario aún estacionado en la cuadra, levantó la vista y vio a O'Bryan volver con los niños y seguir de largo hacia una casa. Negó y siguió leyendo, estaba casi seguro de que se iba a armar un escándalo cuando entrase allí escoltando a los niños.

Cuando Clyde corrió la cortina que cubría la entrada, vio a un hombre de tez oscura, fornido, sentado en el sillón de una pequeña sala, viendo televisión. Se levantó al ver al oficial con los tres niños.

—¿Qué pasó?, ¿qué hicieron? —preguntó y se llevó las manos a la cabeza.

—Tranquilo señor, los niños no hicieron nada, vengo a traerle la botella de vino —Le ofreció la botella y el hombre la tomó desconfiando—. Los comercios no pueden vender bebidas alcohólicas a menores de veintiún años, señor, los niños no pueden estar manipulando alcohol; usted no sabe si ellos pueden beber por curiosidad, ¿entiende? El vendedor ya fue notificado.

—No, señor, pero mi hijo no toma, ¡Franklin! —llamó al niño—, ¿¡estabas tomando!? —El niño negó con nerviosismo—. Señor, ellos no toman alcohol, ni él ni los primos. —Volvió a mirar a los niños—. Que yo los vea tomando y le voy a decir al tío, los va a reventar a trompadas. ¡Entren para adentro, vamos! —rezongó.

—Señor, ellos no estaban tomando, pero no pueden estar circulando con alcohol por la vía pública, podrían retenerlos, ¿entiende? Cuando compre alcohol, hágalo usted mismo o mande a alguien que sea mayor de edad, igualmente si fuma...

—Sí, oficial, no va a volver a pasar —contestó—. Gracias —alzó la botella.

—De nada, son buenos niños. Tenga buen día —contestó.

Volvió al coche con Jack, que lo miró con atención mientras se recostaba en el asiento, bufando.

—Qué viejo hijo de una gran mil puta —se descargó Clyde y Jack se rió.

—Hey, es el cuarto día de patrulla y ya estás quedando calvo, no deberías tomarlo tan personal.

—No puedo no tomarme personal la realidad de estos chicos; lo peor es que las personas que saben cómo está Detroit hoy día, siguen potenciando esa realidad. ¡Vamos a venderles droga, total, ya son drogadictos!

Jack colocó la mano en la pierna de Clyde y este lo miró con atención.

—Tú estás haciendo algo al respecto, acompañando a esos niños, hablando con sus familias, reprendiendo al almacenero... Eso es lo que estamos haciendo aquí. No solo somos la ley que se impone, somos gente de buenos valores que creemos en las personas. Por eso las protegemos, ¿no? Educar también es proteger —concluyó y arrancó el coche.

Clyde se mordió el labio, observó a Jack con detenimiento; esa boca se le hacía aún más apetitosa cuando decía cosas tan humanas, cuando hablaba como un justiciero. Volvía a su infancia, a su héroe.

Ese día habían terminado tarde por salirse de ruta debido a algunos contratiempos. Respondieron a todas las solicitudes de apoyo de la radio, porque de verdad disfrutaban su trabajo y ninguno tenía apuro de volver a casa.

Los días anteriores Jack había estado hablando con algunos abogados para saber costos, además de opciones respecto a su paternidad y división de bienes. La convivencia con O'Bryan era pacífica, no había vuelto a encimarse. Salía a correr mientras Jack cocinaba y tras la cena se aprontaba para dormir. Compartían buenos momentos tanto en el trabajo como en la casa.

Cuando llegaron al estacionamiento ya no había nadie alrededor. Venían hablando de qué cocinar esa noche, pensando en pedir pizza para no tener que ensuciar ni lavar nada más que unos vasos, estaban cansados.

—Hoy no voy a correr, no me dan las piernas. Además está frío que da miedo...

Jack apagó el coche y sin decir nada, colocó su mano en la pierna de Clyde, interrumpiendo el monólogo que llevaba hacía cinco minutos, desde que Jack buscaba un buen lugar para estacionar. De nuevo la mirada de Clyde se clavó en los ojos azules de Jack, que se encimó como lo había hecho días atrás, buscando su boca, atrapándola en un beso caliente, húmedo, hambriento. La mano curiosa de Jack se adentro entre los botones de la camisa del uniforme, acariciando su pecho sobre la remera fina que llevaba debajo.

—¿Qué haces...? —interrumpió Clyde al sentir como su pene se erguía y a sabiendas de que Jack dejaría todo por la mitad, como antes.

—Te beso —contestó sobre su boca y observó el bulto prominente en el pantalón de su compañero—. Clay, juguemos un juego...

Jack se relamió y volvió a verlo a los ojos, con una sonrisa de lado.

—Yo sabía que ibas a hacer esto, maldito zorro... —murmuró.

—Lo que pase en el coche, se queda en el coche —musitó y desprendió la camisa de Clyde, bajando la mano lentamente por su abdomen hasta meterla en sus pantalones.

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