Capítulo IV

  Conflictos  

Rachel había comenzado escribiendo una disculpa por su comportamiento, ella sabía que no le convenía seguir peleando. Jack no había vuelto a la casa por segunda vez en todo lo que llevaban de matrimonio y por más que quisiera armar un escándalo, primero necesitaba recuperarlo. Le mandó más de dieciséis mensajes de texto. Después de esperar un par de horas; sus últimos tres mensajes cambiaron de tono de forma drástica, incluso lo amenazó con quitarle la casa y alejarlo de su hijastro si no le explicaba qué estaba sucediendo. Ella sabía que era obsesiva, pero Jack era un hombre apuesto, de complexión fuerte; muchas mujeres lo miraban en la calle y ella no se sentía al mismo nivel. Pensar que la dejaría por otra mujer la desesperaba. Lloró toda la noche, se enfureció y finalmente pensó cómo se vengaría de él, o cómo iba a reclamarle cuando se le ocurriera dar la cara.

El despertador sonó a las seis de la mañana. Jack había dormido como un rey, se sentía renovado. Ni siquiera en su día libre había descansado tan bien. Para completar, un olor delicioso venía de la cocina. Se levantó arrastrando los pies hasta el comedor del apartamento. O'Bryan estaba preparando el desayuno, en ropa interior.

—¿Y tú quién eres? —preguntó divertido.

Jack se miró en un espejo largo que había en la sala; tenía el rostro descansado y las mejillas rozagantes, se veía diferente al de antes, al hombre demacrado con el que se topaba todas las mañanas al cepillarse los dientes.

—¿Qué estás haciendo?

Se sentó a la mesa, donde había una caja de jugo de naranja, mermeladas, miel y dos vasos largos.

—Te preparo el desayuno —Se acercó con un plato repleto de wafles—. Un gran día comienza con un gran desayuno.

Compartieron la mesa comentando posibles eventos en su primer día en la patrulla. Estaban ansiosos por empezar a recorrer la ciudad.

Jack condujo rumbo a la comisaría con Clyde sentado a su lado, lo miraba de reojo de vez en cuando, sin evitar pensar en lo que le había dicho. Las palabras se repetían en su mente, ponían a volar su imaginación; no tenía idea de cómo responder a los sentimientos de su compañero, sin embargo, no le preocupaba frenarlo ni rechazarlo; no era desagradable ni mucho menos, simplemente le resultaba raro. Esa era la palabra adecuada. Nunca se cuestionó su sexualidad, los hombres no le parecían atractivos; aunque ninguno había coqueteado con él de la forma en que Clyde lo hacía. Fue por eso que comenzó a "mirarlo" con un poco más de atención. De un momento a otro su cuerpo respondía a las insinuaciones de O'Bryan, sin que pudiera reflexionar al respecto, también a esos sentimientos olvidados de la infancia, cuando moría por llegar de la escuela y salir a jugar con "Clay", cuando lloraba si su madre se lo negaba, o se entristecía si a él no lo dejaban. Su miedo más grande era estar confundiendo todas esas emociones.

Con tantas ideas nuevas en su mente se había olvidado del celular, lo tenía con el volumen bajo en su bolso deportivo.

—Clay, ¿podrías alcanzarme mi bolso del asiento trasero? —preguntó y el hombre extendió el brazo para tomarlo.

—¿Qué quieres? Yo te lo busco —dejó el bolso sobre sus piernas y abrió el cierre.

—Quiero mi celular... —contestó titubeando..

—¿Para saber si ella te escribió?, ¿para ver cuántos mensajes y llamadas perdidas te dejó anoche? Un montón, ya lo revisé. Anoche, cuando te fuiste a dormir, no paraba de vibrar. Lo vi y borré todo, porque sí necesitas saber... te dijo cualquier barbaridad —sonrió ante la expresión de espanto que le dedicó Jack—. Leer toda esa mierda hubiera arruinado nuestra noche.

—¡No puedes simplemente hacer eso, Clyde...! —chistó indignado—. Anoche fue genial, esta mañana fue mi mejor mañana en años, estoy agradecido de que hayas llegado a mi vida porque estaba jodido hasta el último pelo, pero tengo que enfrentar a Rachel. No puedo hacer de cuenta que no tenía una vida hasta que... llegaste.

Clyde hizo unos segundos de silencio bajo la mirada atenta de Jack, haciendo gestos de enfado y molestia, porque tenía razón en lo que decía, pero él sí quería borrar todo su pasado y volver a empezar desde el momento en que se encontraron en la oficina de la vicejefa Reynolds. Para él todo había comenzado allí, lo demás no importaba.

—¿Y qué vas a hacer? —soltó de repente.

—Hablar. Voy a hablar con ella. Voy a hablar de lo que está pasando. Y luego... no sé.

—Quédate conmigo, en mi casa... —sugirió sin verlo a los ojos, mientras Jack estacionaba frente al Departamento de Policía como lo hacía siempre, concentrado en ver el retrovisor para no pisar el cordón de la vereda—. Olvida lo que te dije anoche, en la cama... Olvídate de eso, no voy a hostigarte con lo que siento; pero déjame ayudarte.

—Estás resultando bastante impertinente y avasallante, ¿sabes? Déjame procesar las cosas antes sacar conclusiones sobre lo que creo o dejo de creer. No necesito olvidar un carajo...

Clyde parpadeó un par de veces, sorprendido; de pronto el hombre que consideraba un sometido acababa de demostrar carácter. Jack se colocó la gorra y salió del coche, rumbo al edificio. Al pasar por el recibidor tuvo la mala suerte de toparse con Mason y uno de sus secuaces.

—Me contaron que te van a dar un patrullero, Tucker, ¡bien por ti! Ahora sabrás lo que se siente ser un policía de verdad.

Jack se quedó parado frente al ascensor y volteó para enfrentarlo, antes de Clyde le lanzara una sarta de insultos.

—Ten cuidado Mason, mi lugar en la oficina quedó libre y puede que yo sea más eficiente en la calle que tú, que pasas más tiempo aquí adentro como un gato miedoso, que arriba del patrullero. Por si no lo sabes, la placa no es un adorno —Sonrió ampliamente y O'Bryan se cruzó de brazos alzando una ceja.

Subieron al ascensor sin que Mason pudiera responderles nada.

—Volvió Jack... —comentó sonriendo.

—Necesitaba dormir; la falta de sueño era lo que me estaba atrofiando las neuronas —rió por lo bajo y se recargó sobre la pared de metal—. Gracias por cuidar de mí.

—Era una cuenta pendiente —se acercó, encimándose, hasta que Jack tuvo que bajar la mirada por la presencia intimidante de O'Bryan—. Tú cuidaste bien de mí cuando éramos niños.

—Dijiste que no querías hostigarme con tus sentimientos... —susurró y acabó mordiéndose el labio inferior, sintiendo la respiración de Clyde sobre su mejilla.

—Y tú me dijiste que no querías olvidar un carajo. No me respondes a nada de lo que te digo, así que tengo que asumir que me estás dejando ser... Empújame, o voy a seguir probando hasta dónde puedo avanzar...

El ascensor se detuvo con una campanada y Clyde tuvo que apartarse. Jack salió rápido, con una sonrisa pícara en el rostro.

—Eres un zorro, Jack —comentó en voz alta, saliendo detrás de él.

—Tenemos que ir a buscar las llaves del coche —se encogió de hombros manteniendo la sonrisa—. Ya sabes que Reynolds odia que lleguemos tarde, no queremos que se arrepienta, ¿no?

El patrullero no era nuevo, aún así, cuando lo vio en el estacionamiento, su corazón dio un brinco de alegría. Jugaba con las llaves en su mano mientras caminaba hacia el con una enorme sonrisa. O'Bryan parecía un niño caprichoso haciendo una rabieta, daba vueltas alrededor del coche y se quejaba de lo mal cuidado que estaba.

—Mandaremos a arreglar lo que haya que arreglar —dijo Jack.

—No puedo creer que con todo el dinero que mueven aquí, nos den un coche tan deteriorado —Bufó.

Jack destrabó la puerta con el mando a distancia que colgaba de la llave.

—Mira, se terminaron mis días de encierro; me da igual si salimos montados sobre un burro. Así que súbete, vamos a dar una vuelta.

Abrió la puerta del lado del conductor y se metió.

—Es un buen punto... —contestó O'Bryan y subió del lado del acompañante.

Su primer día en la patrulla fue tranquilo, tomaron algunas denuncias por disturbios y robos de tiendas, detuvieron peleas callejeras, hablaron con muchachos del barrio dándoles indicaciones de no meterse en problemas y para el fin de la tarde compraron algunas donas glaseadas que estaban deliciosas y permitieron algún jugueteo entre ambos, como el de robarse las donas o ensuciarse el rostro.

—Escucha, Jack, estuve pensando que podemos ir ahora —comentó Clyde, saboreando una dona.

—¿A dónde? —preguntó distendido, conduciendo con una sonrisa. Parecía que se había olvidado de sus problemas.

—Dijiste que ibas a hablar con Rachel, podemos ir de pasada, yo te acompaño y estaré allí por si... ya sabes, se pone complicado —se encogió de hombros.

Jack lo miró perdiendo su alegría, serio; no le parecía mala idea ser acompañado en un momento tan difícil, solo que no quería que llegara ese momento.

—Si me prometes que no vas a intervenir. ¿Puedes prometerme eso?

O'Bryan desvió la mirada, no muy contento con hacerle esa promesa. Si veía a Jack en problemas se iba a poner como un loco, porque no iba a quedarse de brazos cruzados mientras le hacían daño. Sin embargo entendía que era un "problema de pareja" que no le correspondía.

—Solo si no te saca corriendo con un cuchillo, o se te tira encima como una luchadora de la UFC.

—Promételo —insistió Jack.

—Lo prometo.

A las cuatro de la tarde Jack estaba parado en la vereda al frente del patio de su casa, con el trasero apoyado contra el coche, junto a O'Bryan, fumando un cigarro. En el poco tiempo que estuvo con él, descubrió que no fumaba porque le gustaba correr, se lo dijo la primera vez que le ofreció compartir su cigarro. Corría mucho, lo hacía luego de llegar del trabajo, de ocho a diez de la noche. Luego se daba una ducha y se tiraba en el sillón a ver televisión. Le gustaban los zumos frutales, las ensaladas y las series que hablaban de crimen e investigación policial. No tenía perros ni gatos porque no le gustaba encerrar animales si no tenía tiempo de cuidarlos, pero amaba a los animales. Sí, sabía muchas cosas que O'Bryan le había ido contando de charla en charla. Para Jack era la persona más sana que había conocido en su vida, aunque a decir verdad no había conocido a nadie de la misma manera, nadie se había tomado el tiempo. Ni siquiera sabía tantas cosas sobre Rachel, más allá de las que podía deducir por la convivencia. Jamás se había sentado con ella a conversar sobre las cosas que le gustaban o disgustaban. Incluso él, tomando de ejemplo a O'Bryan, había ido armando un esquema mental sobre las cosas que le interesaban, porque nunca tuvo el placer de hablar sobre sí mismo con alguien. Ese hogar frente a él ya no era un hogar, era una prisión. Pronto le diría todo eso a su esposa. Con cada pitada a su cigarro iba juntando el coraje de hacerlo. Por suerte, Clyde no decía ni una sola palabra, estaba conectado con él; entendía lo difícil que sería esa situación.

—No quiero presionarte pero me voy a perder Criminal Minds —comentó O'Bryan con timidez.

—Perdón, estaba pensando un montón de cosas. —Apagó el cigarro contra la suela de su bota—. Aquí vamos...

Caminó a la puerta de su casa, mientras O'Bryan esperaba apoyado en el coche, cubierto por la gruesa campera del uniforme policial. Tocó el timbre y se quedó parado frente a la puerta. Unos segundos después Rachel la abrió. Sus ojos se abrieron como dos platos al ver a su esposo uniformado, llamando a la puerta de la casa. Observó atenta toda la situación, incluyendo al compañero que lo esperaba afuera junto al patrullero.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó intentando no alzar la voz.

Rachel se había preparado para hablar sin discutir. Se le había ido la mano un montón de veces, incluso con sus últimos mensajes, sin embargo, al no recibir respuesta, a pesar de su fuerte enojo, tuvo que decidir si perdería a Jack en un escándalo o lo dejaría pasar.

—Vine a hablar contigo, y solo a hablar, no voy a entrar a la casa —dijo con seriedad.

Los labios de la mujer temblaron de enojo, volvió a ver a O'Bryan; sus ojos bailaban de un hombre a otro.

—Amor... —inició dubitativa—. Yo no... no entiendo qué está pasando, ¿por qué no volvías a casa?, ¿viste mis mensajes?

—No, no vi tus mensajes porque perdí mi celular —mintió—. Y no vine a casa porque te estás volviendo cada vez más violenta, Rachel, el otro día me lastimaste la cara a golpes. Y no es justo, yo nunca te engañé, Rachel, no tengo otras mujeres, siempre te mostré respeto y últimamente no sé qué te está pasando, no puedo más.

—Pero yo te pedí disculpas, en los mensajes, lo que pasa es que no los viste, mi amor, te dije que me arrepentía de todo eso, sé que actué mal, es que... es que estoy tan cansada, a veces no pienso bien... —pensó qué más decir mientras se acercaba a Jack y acariciaba su pecho sobre la campera—. Si entras a casa lo podemos resolver, con nuestro hijo, ¿sí, mi amor? Yo te entiendo, los dos estamos haciendo todo mal porque estamos estresados.

—No, Rachel... —Se apartó dando un paso hacia atrás, sujetando sus manos para quitárselas de encima—. No es la primera vez que me apagas la caldera como castigo y tengo que bañarme con agua fría por la mañana. Que borras mis contactos del teléfono si son mujeres. Que controlas cómo me visto para salir de compras al supermercado para que, según tú, no me miren de forma lasciva. Tenemos un facebook en conjunto porque tienes que ver quién me escribe y pobre de mí si una desconocida le pone un "me gusta" a una foto donde estoy solo. Ya no quiero vivir así.

—¡Es normal que sienta celos, Jack, soy tu mujer! Y ya sé que no soy como esas putitas del facebook que andan mostrando las tetas o el culo para gustarte, yo sé lo que quieren, y los hombres son hombres, ¿piensas que soy estúpida? ¡Yo ya sé que estoy gorda! ¿Sabes lo difícil que es para una mujer como yo tener a un hombre como tú? Que te vayas con otra no sería una sorpresa, y más si se andan ofreciendo.

Jack bajó la mirada ante los ojos llenos de lágrimas de su mujer, ante sus pupilas temblorosas. Se mordió el labio negando, porque era muy triste que ella se sintiera así, que nunca hubiera confiado en él.

—Estás mal, Rachel... Estás muy mal. Me casé contigo porque estaba enamorado de ti, como persona; no de tu físico. Y te hice promesas, y yo cumplo mis promesas. Pero se terminó. Se terminó en serio. Me siento obligado a estar contigo, ya no soy feliz. Quiero el divorcio.

Rachel negó dejando escapar lágrimas gruesas, apretando los dientes con enojo.

—Escúchame bien, Jack Tucker, si te divorcias de mí no vas a volver a ver a mi hijo; no quiero ni que te acerques a ninguno de los dos; porque no puede ser que no entiendas que estoy arrepentida, que ni siquiera me des una oportunidad, ¡puedo cambiar! —volvió a mirar a O'Bryan y bajó la voz, murmurando entre dientes—: Podemos cambiar... algunas cosas, no estás siendo justo...

—¡Pero escucha lo que estás diciendo, Rachel! ¡Escúchate por un momento! ¡Pareces psiquiátrica, mujer! Me acabas de amenazar poniendo a nuestro hijo en medio, ¿no te das cuenta?

—Lucas no es tu hijo —espetó—, si te importara un poco, no le estarías haciendo esto.

—Basta, se acabó, esta conversación se termina aquí; no voy a tolerar que me sigas manipulando. Lucas es mi hijo, firmé los putos papeles y no pienso negociar nada contigo porque ya veo estás obnubilada. Hablaremos solo cuando tengamos que hacerlo, con abogados por medio.

Jack se dio la vuelta volviendo a zancadas a su coche. Clyde había escuchado toda la conversación, así que al verlo se metió en el asiento del acompañante enseguida. No podía describir la sensación de alivio y orgullo que sentía al ver a Jack afrontando su problema con Rachel de forma tan racional. Por otro lado estaba el hecho de que Jack ahora era un hombre soltero, disponible para ser reconquistado; muy en el fondo se sentía mal por festejar eso.

A las cinco y media de la tarde aún estaban en el estacionamiento de la comisaría. Jack no hablaba, solo estaba allí, sentado en el asiento del conductor, pensativo.

—Oye... ¿todo bien? —preguntó Clyde luego de unos minutos.

Jack lo miró. Clyde O'Bryan, el hombre que lo había motivado a comenzar a vivir de nuevo. Un hombre que realmente le estaba recordando quién era y que podía tomar las riendas de su vida aunque en el fondo le doliera un poco perder, se sintiera temeroso de recomenzar. Tenía varias cosas en qué pensar, como conseguir un lugar dónde vivir mientras iniciaba todo el proceso judicial contra Rachel. No podía quedarse para siempre en casa de O'Bryan, sólo había una cama y Clyde le había dejado claro que tenía sentimientos de amor hacia él. "Sentimientos de amor...", pensó. Respiró hondo sin dejar de verlo a los ojos. Clyde le había dicho que le gustaba, que quería tener sexo con él, sí, era ese tipo de gustar. ¿Y él qué quería con Clyde? Era una pregunta difícil. No estaba preparado para meterse en un experimento tan complicado, ¿qué tal si salía mal? ¿Y si no le gustaba que O'Bryan lo... besara? Porque algo así podía ocurrir si no definía el tipo de relación que quería tener con él, Clyde ya se lo había dicho: Si le seguía permitiendo cosas, seguiría avanzando. Aún teniendo claro eso, no quería establecer límites. Se sentía liberado, renovado, rebelde, vivo, encendido. Estaba suelto como un caballo salvaje, casi con ganas de hacer cualquier picardía que incluso podía involucrar a O'Bryan. Eso le daba miedo, sentía acelerado el corazón.

—Todo bien —contestó—. Fue mucho para un solo día.

—Pero salió bien, ya te sacaste ese peso de encima... ¿no?

—Sí, escucha, Clay, voy a hacer algo y quiero que lo dejes por ahí esta vez, ¿sí?

—Emm... —O'Bryan se lo vio venir después de haber indagado en los ojazos azules de Jack, no estaba muy de acuerdo cuando la oración incluía un "dejalo por ahí esta vez", porque significaba que tenía que hacer de cuenta que nunca sucedió. Y para él habían cosas que se quedaban grabadas—. Bueno... adelante.

Tal como lo predijo, Jack se le encimó y atrapó su boca en un beso, suave, disfrutando cada segundo. Cerró los ojos y se dejó hacer. Las caricias de su lengua eran tímidas, deliciosas, chupaba sus labios cada vez que podía y los mordía con suavidad. Fue un beso largo, pausado, con la mano de Jack sobre su nuca.

Cuando Jack se separó y volvió a su asiento, Clyde suspiró.

—Eso fue... —Asintió sorprendido—. Fue bueno.

—Sí, pero no quiere decir que... —se atajó Jack enseguida.

—No, no... Lo entiendo. De verdad. Está bien. No te preocupes —interrumpió Clyde alzando las manos.

—Bien... Vamos a cambiarnos, así podemos volver a casa —dijo Jack y salió del coche, con el corazón latiendo a prisa y los nervios de punta.

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