Capítulo III
No estás solo
Jack estacionó el coche seis y media frente al edificio de O'Bryan; quien estaba parado en la vereda, con el uniforme puesto y su bolso deportivo al hombro, esperando.
Se metió al auto observando de reojo a su compañero, se veía aún más demacrado que de costumbre.
—¿Está todo bien? —preguntó Clyde—. Te esperaba hace media hora.
—Todo bien —contestó a secas.
—Si es por lo que hice ayer, no volveré a hacerlo, pero no podemos pasar toda la vida sin hablarnos. Si te lastimé de alguna manera, lo siento...
Jack volteó a verlo por un segundo, sorprendido por sus palabras y Clyde pudo notar los moretones en su rostro.
—No es por eso, solo que estás siendo... demasiado amable y bueno conmigo. Me miras como si yo fuera mucho más de lo que siento que soy y... no me esperaba nada de esto —contestó con la voz temblorosa.
—¿Qué es eso que tienes en la cara?
Clyde intentó acercarse para ver, pero su compañero ladeaba el rostro para ocultarlo.
—¿Qué cosa? —contestó Jack titubeando.
—Del otro lado, abajo del ojo —insistió O'Bryan.
—Ah, eso... No es nada, una tontería.
—Frena el coche, que quiero ver de cerca la tontería... —pidió.
—Vamos, Clyde, estamos llegando tarde, no pod...
—Frena el puto coche —exigió O'Bryan, enojado.
Jack se hizo a un lado en la ruta y estacionó el auto. O'Bryan tomó su rostro del mentón y lo obligó a verlo. Examinó los hematomas con seriedad.
—¿Qué se supone que es esto? Ayer por la noche estabas bien. ¿No fuiste a tu casa después de dejarme? ¿Quién te pegó?
La voz rasposa de O'Bryan, insistiendo, hacía que a Jack le temblaran los labios.
—Es una tontería. Tuve una discusión con Rachel; creyó que estaba con otra mujer porque la noche anterior no llegué a casa... —intentó explicar.
Clyde se echó hacia atrás en el asiento, soltando un bufido. Se cubrió la cara con ambas manos, tratando de centrarse para no decir nada inapropiado.
—¿Tu mujer te pegó?
—Bueno, no es tan así...
—¿¡De qué manera es entonces!? —golpeó la guantera del coche—. Dime para que pueda entender el hecho de que tu esposa te haga eso en la cara.
Se hizo un momento de silencio en el coche. Miró al frente con los ojos vidriosos, intentando contener las lágrimas. Se mordía el labio inferior sin poder contestar; estaba harto de ser cuestionado, harto de sentirse angustiado y de tener que dar explicaciones. Sabía que Clyde se preocupaba por él, lo demostró desde el primer día que congeniaron; no quería confesarle que no tenía las riendas de nada, que su vida no era suya, pero era inevitable que lo descubriera de un momento a otro.
—Lo siento —volvió a decir O'Bryan al darse cuenta que solo lo lastimaba peor—. No puedes... permitir que esto pase.
Jack esperó a que se aflojara el nudo que tenía en la garganta antes de contarle lo que sentía, lo consideraba justo; necesitaba tener a alguien con quién hablar de su vida, alguien a quien le importara y Clyde se había presentado ante él con las puertas abiertas, con un cariño sincero desde el inicio, sin segundas intenciones, dispuesto a involucrarse en todo lo que le permitiera.
—Gasté todos mis ahorros en comprar la casa que tenemos ahora. Se la presenté a mi madre, nos casamos. Me encariñé con ese niño... Ella no tenía nada antes de conocerme, vivía con su abuela. Cuando la conocí era una muchacha humilde de bajo perfil —dijo y encendió el coche—. Cambió mucho, para mal. Y no sé qué hacer, me cuesta pensar en dejar lo que tanto me costó conseguir; no es tan simple como hablar con mi familia y explicarles que quiero divorciarme porque Rachel controla hasta lo que como. Lo pensé muchas veces. Pero, ¿qué va a pensar mi padre? Me da vergüenza que sepa algo como esto. Y no quiero ir contra ella y convertir mi casa en un campo de guerra. Pero tienes razón... Lo peor es que me estoy aislando cada vez más. Ayer me preocupaba que me volvieras a invitar a salir, estaba pensando en cómo iba a decirte que no... —apoyó la cabeza en el respaldo del asiento—. Estoy cansado, Clyde.
—No tienes que sentirte avergonzado conmigo... —le palmeó la pierna—, y no tienes que mantener un matrimonio con una mujer que te hace eso solo para complacer a tu familia. Si esto te está pasando, tienes que afrontarlo. Yo... como mucho puedo ofrecerte un lugar en mi casa para que lo pienses con tranquilidad. Puedes quedarte esta noche y dormir tranquilo.
—Gracias por haberme escuchado, pero de verdad no quiero ser una carga para ti —se incorporó mirándolo.
—No eres una carga, haría cualquier cosa por ti.
Jack estuvo todo el viaje pensando en lo que O'Bryan le había dicho, a pesar de que él se esforzaba por hablar de cualquier tontería para distraerlo.
El primer año con Rachel había sido maravilloso; no tenían problemas. A veces discutían por tonterías, pero no le daba importancia porque sabía que eso era normal en una pareja. En ese entonces Jack trabajaba en la calle, tenía su propio patrullero, las cosas iban bien; hacía lo que le gustaba y tenía un horario fijo. Al inicio del año siguiente, por decisión de su jefa, le quitaron su puesto, le bajaron el sueldo y lo colocaron en una oficina a ordenar papeles. Le explicaron que era por recorte de presupuesto. Ahí fue cuando todo comenzó a salir mal. Tenía que hacer horas extras para complementar el salario, llegaba tarde a casa y Rachel comenzó a ponerse exigente con el tiempo que pasaba con ella; cuestionaba sus relaciones sociales, e incluso insistía en tener sexo cuando ella quería, sin importar que tan cansado estuviera Jack. Al principio era agotador, le provocaba mucha angustia el acoso que sufría en su propia casa, luego lo fue normalizando hasta que se volvió parte de la rutina.
Pasó toda la mañana conversando con O'Bryan sobre su vida; se sentía preparado para contarle todo; desde el momento en que se mudó a Detroit y terminó la secundaria, hasta que se propuso ser policía. Sentía una nueva chispa en su interior, el apoyo que tanto le había hecho falta.
—¿Pensaste en mí...? —interrumpió Clyde mientras Jack le contaba una anécdota de adolescente.
Jack titubeó. Sí, había pensando en él. Le costó mucho hacer amigos después del "Clay" de su infancia. Con ningún otro chico tenía la suficiente confianza como para jugar a ser un guardia real; ni ellos tenían la suficiente imaginación para ser policías y atrapar ladrones de la forma en que "Clay" lo hacía. Pensó en él en muchas ocasiones, en qué estaría haciendo, en cómo sería su aspecto de adolescente, e incluso tuvo la fantasía de volverlo a encontrar. Cuando comenzó a estudiar para ser policía, fue enterrando poco a poco su recuerdo, su niñez, para transformarse en un adulto con otras prioridades.
—Por supuesto que sí —contestó—. ¿Y qué hay de tí? ¿Pensabas en mí?
—Si estoy aquí, ahora, es porque nunca dejé de hacerlo.
Se hicieron unos segundos de silencio mientras Jack terminaba de ordenar los papeles que tenía en sus manos; con la boca seca, los nervios revolviendo su estómago y una media sonrisa plasmada en el rostro.
—¿Me buscaste...? —preguntó finalmente.
—Por supuesto que te busqué. Creí haberte dejado claros mis motivos —contestó y guardó las denuncias del día en una carpeta.
—¿Todos tus motivos...?
La mirada de Jack atravesó a O'Bryan, dejándolo en evidencia. Cuando se enderezó para responderle con sinceridad, la puerta de la oficina los interrumpió.
—Ah, aquí están. Quería hablar con ustedes antes de que se fueran. Para mañana me quedará un patrullero disponible y si no hay ningún inconveniente, es para ustedes dos, como acordé —dijo Mackenzie Reynolds.
—Ningún problema por mí —se apresuró a decir O'Bryan con una sonrisa.
—¿De verdad? —preguntó Jack, sorprendido—. Por mí tampoco hay problema.
Cruzaron miradas de felicidad con Clyde, dejando en segundo plano la conversación anterior.
Conducían por las iluminadas calles de Detroit rumbo al apartamento de O'Bryan. Esa noche Jack no volvería a casa, quería dormir sin pensar en nada, no quería verle la cara a Rachel, no quería discutir con ella y acabar angustiado. Quería quedarse con Clyde, divertirse tanto como se divertían en la oficina, reírse de sus tonterías, hablar de cualquier cosa que se le viniera a la mente.
Llegaron al apartamento y Clyde pidió un par de pizzas familiares con varios gustos; se veían deliciosas. Entre risas, comentarios y anécdotas bebieron cerveza y vieron tele hasta las diez en punto de la noche, momento en que Clyde se levantó y apagó el televisor sin previo aviso.
—A dormir, yo me encargo de limpiar el desastre —ordenó quitándole la cerveza de la mano y Jack se rió indignado.
—¿En serio me mandarás a dormir? —preguntó levantándose de la alfombra.
—Hay toallas limpias en el baño y un pantalón suelto en el tercer cajón de mi cómoda. Estás en tu casa. Necesitas descansar, Jack. Lo primero que quiero hacer es borrar esas horrendas ojeras de tu cara —le sonrió, levantando las cajas de pizza del suelo.
—Tienes razón, parece que últimamente eres la voz de la razón —reprochó.
Jack fue directo al baño, se dio una ducha, se lavó los dientes, salió y se vistió con el pantalón que O'Bryan le había cedido. Sin pensarlo dos veces ocupó un lado de la cama, arrojándose sobre el colchón mullido de colcha gruesa. Estaba en el paraíso. La cama tenía el perfume delicioso que usaba Clyde, se abrazó a la almohada y cerró los ojos.
Una hora más tarde sintió un peso extra subirse a la cama. Entre abrió los ojos, adormilado, para encontrarse el pecho desnudo de su compañero, subió lentamente por su piel dorada y se topó con su mirada.
—Que descanses, Jack... —susurró.
—No me respondiste lo que te pregunté hoy, antes de que Reynolds entrara a la oficina —dijo arrastrando un poco las palabras.
—No quiero darte todos mis motivos ahora... —contestó—. Déjalo así. Voy a estropear las cosas y lo sabes...
—Estropéalas —insistió Jack—. Estoy durmiendo en tu cama en vez de estar en casa con mi mujer. Nada puede estar más estropeado.
—Me gustas, Jack... Y me muero de ganas de hacerte el amor.
Jack tragó saliva, impactado por la declaración, sin embargo no sentía desagrado; solo un montón de nervios vibrando en su vientre. O'Bryan no se movió, lo observaba con una sonrisa tranquila.
—Descansa, mañana tenemos que levantarnos temprano —volvió a decir y se giró, dándole la espalda.
Jack se quedó sin saber qué contestar, cerró los ojos e intentó volver a dormir, tragándose todas esas sensaciones nuevas que le habían provocado las palabras de Clyde.
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