Capítulo II
¡En guardia!
—¡Eres una niñita, eres una niñita!
Gritaban tres niños mientras lo empujaban, hasta que finalmente lo hicieron caer sobre el pedregullo de la plaza de juegos del barrio.
—¡Déjenme! —contestó sollozando—, ¡no soy una niñita!
Comenzaron a burlarse de él, riéndose, hasta que el pequeño se quebró en llanto, sumido en la impotencia de verse abordado por tres niños más grandes que él.
—Mi papá dice que los niños que no se defienden solos son unas niñitas. ¡Y tú eres una niñita! Siempre tienes que decirle a la maestra lo que hacemos, niñita, niñita bocona.
—¡Eh!, ¡ustedes tres! —oyó entonces desde su espalda—. ¡Déjenlo en paz!
Cuando el niño se dio la vuelta, encontró a un muchacho de cabello revuelto color azabache, tez pálida y enormes ojos azules, empuñando una gran espada de madera.
—¿Y tú quién eres, su noviecito? —dijo uno de los niños en tono de burla.
—Yo soy el defensor de la justicia y vengo a castigar a los niños abusivos que se meten con otros niños más pequeños. ¡Soy Jack Tucker, el guardia real de estas tierras! —anunció con su espada en alto. Se acercó al niño y lo ayudó a levantarse—. ¿Estás bien, amigo?
El niño asintió y se limpió las rodillas.
—Eso es mentira porque no existen los guardias reales —comentó otro niño, inseguro de su propia declaración.
—¿Ah, no? Pues ya verás, llamaré a la reina para que les de su merecido. ¡MAMÁ!
Cuando la mujer se acercó apresurada a ver qué sucedía, los niños salieron corriendo espantados.
—Ay, Jack, ¿qué pasó?, ¿cómo gritas de esa forma? Me asustaste, creí que te habías caído.
—Es que tengo un nuevo amigo —comentó con una gran sonrisa—. Se llama, esto... emm...
—Clyde —susurró bajito, muy avergonzado.
—¡Clay!
—Jack... —llamó suavemente—. Emm, Jack... Son las cinco y media de la mañana.
Jack se levantó de golpe y la resaca le dio un manotazo en la nuca. Se quejó del dolor fuerte que insistía hasta la parte superior de su cráneo y enseguida recibió en sus manos un vaso de agua con una aspirina por parte de su compañero, quien ya tenía el uniforme puesto. Lo miró con detenimiento, la chaqueta le quedaba demasiado ajustada, tendría que conseguirle una talla más grande o en menos de una semana tendría la oficina llena de señoras enloquecidas.
—¿¡Cuándo carajo me desvestí!? —se escandalizó al notar que estaba en ropa interior.
La cabeza volvió a darle una puntada dolorosa.
—Conversamos hasta que te quedaste dormido. Hablamos de cuando éramos niños, ¿lo recuerdas? Después te dije que podías dormir aquí. Yo dormí en el sillón.
Los recuerdos volvieron de a poco. Era cierto, habían estado conversando hasta las cuatro de la mañana, lo que significaba que habían dormido solamente una hora y que nunca había llegado a casa para darle el beso de buenas noches a su esposa. Estaba en problemas.
Se levantó rápido a bañarse. No tenía su uniforme, así que debería usar alguno extra que hubiera en la comisaría.
A las seis en punto Clyde conducía hacia el trabajo, porque Jack estaba demasiado disperso para prestar atención al tránsito.
—No puedo creer que decidiste ser policía por lo que te dije cuando éramos niños —comentó viendo por la ventana.
—Para mí fue importante —respondió O'Bryan con una sonrisa—. Fuiste mi héroe, ¿sabías? Estabas mal de la cabeza, pero decías cosas impresionantes. Eras un chico muy inteligente.
—Y tú eras tan... chiquito y tímido, ¿cómo iba a reconocerte? Mírate, ahora eres todo un hombre.
Clyde se sonrió por el halago, un poco avergonzado. Su admiración por Jack todavía seguía viva, latiendo fuerte en su pecho. Estar sentado junto a él como su compañero de trabajo era un sueño hecho realidad, aunque le daba tristeza verlo tan cansado. No esperaba encontrarlo derrotado por el sistema, le hubiese gustado meterse en su cabeza y averiguar que tanto lo estaba ahogando; Jack era muy reservado, como si se escondiera de sí mismo.
Llegó a la comisaría y estacionó el coche al frente.
—Yo nunca te olvidé, Jack, te reconocí de inmediato por tus ojos —respondió Clyde con seriedad—, fueron mi faro estos últimos diez años.
Se quedaron viendo en silencio por unos segundos, hasta que Jack desvió la mirada.
—Bueno... tenemos que entrar —contestó y abrió la puerta del coche, escapando a lo que sea que fuera aquello que se extraía del discurso de O'Bryan.
Habían sido los mejores amigos por un año entero. El "Clay" de la infancia de Jack fue el niño más dulce que había conocido en toda su vida; era ingenuo e inocente, se creía todas sus historias maravillosas. Era lo que Jack decidía que tenía que ser; desde el feroz dragón, hasta la princesa en apuros que cargaba en sus brazos y ocultaba en el tubo de cemento del parque, con la promesa de volver al rescate. Clyde siempre esperaba paciente, vestido con una chalina de color verde que simulaba un vestido. También jugaban a ser policías, ese era el juego favorito de Jack. Su padre le había comprado dos disfraces de policía, pistolas de juguete y esposas de plástico; objetos que hacían todo más real.
Recordaba estar acostado en el pasto con Clyde a su lado y decirle: "algún día voy a ser un policía de Detroit, como los de la tele y tú vas a ser mi compañero. Seremos como Batman y Robin", y él respondía "¡Sí, sí! Y vamos a vivir juntos, tendremos un castillo. Será genial". Lo que Jack no sabía en ese entonces, era que cuando Clyde hablaba de vivir juntos en un castillo, pensaba a Jack como el príncipe y se pensaba a sí mismo como la princesa, porque le encantaba ese juego; le encantaba sentirse protegido, esperar por Jack, e incluso cuando simulaba que le daba un beso para despertarlo de un sueño mágico, con su mano entre ambas bocas. O'Bryan no se había olvidado de eso, de cuánto le gustaba Jack.
Cuando se bajó del coche escuchó las voces de tres hombres vitoreando desde la puerta de la comisaría.
—¡Pero si al segundo día ya llegan juntitos y hasta sin uniforme!, ¿te ensuciaron mucho, Tucker? ¿El jugo de amor te cayó en la ropa? —soltó la carcajada junto a sus compañeros.
Allí estaba el insoportable Mason, junto a sus fieles seguidores: Raymond y Piachet. Su voz era tan molesta que lo ponía de mal humor por el resto del día.
O'Bryan los observó con una mueca de desagrado.
—¿Quién es ese idiota? —preguntó, pero Jack negó, intentando evitarse un problema—. ¿En serio?, ¿dejarás que se comporten como imbéciles? Te están faltando el respeto frente a todo el mundo.
—Tengo sueño, mucho trabajo y pocas ganas de ponerme a discutir. Es como dices, son unos imbéciles, no valen la pena —contestó.
Clyde se quedó perplejo, no esperaba esa respuesta. El Jack que él conocía los hubiera enfrentado sin miedo, con alguna frase ingeniosa, dejándolos en ridículo. A este Jack le faltaba su espada de madera, su fuego, su castillo de cemento sobre la arena de la plaza; su espíritu.
Entraron por el recibidor y bajaron la escalera que daba a los vestidores, a buscar un uniforme. Tuvo suerte de encontrar uno colgado junto a los casilleros. Se quitó la ropa allí mismo y comenzó a vestirse. O'Bryan se dio el lujo de mirar los lunares de su espalda, eran preciosos. Quiso tocarlos pero sabía que eso acabaría con la relación que intentaba reconstruir.
—Mi mujer va a matarme por no volver a casa anoche —comentó.
La expresión de Clyde cambió por completo, lo sacó de foco. Entre todas las cosas que habían conversado, a Jack se le había olvidado mencionar ese pequeño detalle: que era un hombre casado.
—¿Te casaste...? —preguntó desviando la mirada mientras él se terminaba de vestir.
—Sí, llevamos tres años y tenemos un niño de cinco. Es de su anterior esposo, pero se borró de la faz de la tierra, así que lo adopté —explicó Jack—. Es una buena mujer, es enfermera en un hospital para niños con capacidades diferentes. Solo a veces tiene mal carácter... Como todo el mundo, ya sabes.
Terminó de acomodarse el uniforme y se colocó la gorra, quitándose el cabello del rostro.
—Eso es muy loable, supongo que es propio de ti. Era tonto pensar que seguirías soltero incluso a los veintinueve. Es la edad adecuada para sentar cabeza... Felicitaciones —comentó con una sonrisa fingida.
—¿Qué hay de ti? —quiso saber Jack, con la mano en el cinturón—. ¿Tienes a alguien especial?
—Sí...Tengo a alguien especial, pero resultó ser un caso complicado —se atrevió a decir, sabiendo que él no captaría la indirecta—. Jack, los idiotas de antes, ¿te molestan mucho?
—Mason llegó aquí hace un año, se cree la gran cosa porque atrapó a muchos criminales. Es efectivo, pero tiene la mentalidad de un gorila. Y cree que no soy un policía de verdad porque hago...—vaciló como si se avergonzara de decirlo—, papeleo. Cree que soy un cobarde.
Clyde enmudeció, se colocó las manos en la cintura y bajó la mirada, sin saber qué responder. Sentía rabia y angustia, no reconocía al hombre que estaba parado frente a él. Ninguno de los dos se reconocía. El pequeño llorón ahora era un guerrero, y el héroe estaba atado a un escritorio, con el espíritu muerto.
—Parece que también te decepcioné —dijo Jack, con una sonrisa triste—. Me pusieron en la oficina hace dos años porque no me necesitaban en la calle. Parece que les rindo más organizando papeles; es algo que nadie quiere hacer.
—¿Y es lo que tú quieres hacer? —preguntó sin verlo a los ojos. Jack se mantuvo en silencio, finalmente negó—. ¿Entonces por qué te obligas a hacerlo? ¿Por qué estás así...?
—¿De qué forma?, ¿en serio esperabas alguna especie de superhéroe con capa? Eso quedó en el pasado, Clyde; pasaron diez años entre los dos, ninguno sabe nada de el otro. ¿Cómo puede ser que yo haya sido una influencia tan importante para ti? Era un niño de ocho años. Esto es lo que me tocó, no siempre elegimos lo que nos toca.
—Eso es una estupidez, podemos elegir lo que queremos hacer de nuestras putas vidas, Jack; no estás obligado a ser un infeliz. Elegiste esto cuando eras niño y ahora estás aquí; ¿no es contradictorio?
Clyde se encimó a Jack, dejándolo sin escape.
—¡Dios...! ¿De qué puto planeta vienes? La vida da vueltas, necesitas urgente un trago de realidad —dijo Jack con el entrecejo fruncido.
—Y tú necesitas que alguien te recuerde quien eres... —Puso su mano sobre la boca de Jack y besó el revés, tal como lo hacían cuando eran niños.
Jack quedó pasmado, con los ojos bien abiertos. Clyde retiró la mano con lentitud viendo sus ojos azules, vidriosos.
—No vuelvas a hacer eso, ya no somos niños.
Lo apartó con una mano y caminó escalera arriba.
El día se había hecho más largo al no hablar más de lo necesario con O'Bryan, quien trató varias veces de romper la tensión sacando un tema de charla, a lo que Jack contestaba con las palabras justas. No estaba enojado, el sentimiento era de quiebre. Clyde tenía razón cuando señaló que Jack no era lo mejor de sí mismo. No lograba definir el momento exacto en que se convirtió en otro zombie programado para hacer todo como una máquina, sin pasión. No se había dado cuenta hasta que él entró en su vida, con su gran energía y su corazón repleto de expectativas y reproches.
Adelantó suficiente trabajo como para ponerse al día y condujo a casa, dejando a O'Bryan por el camino.
Cuando llegó, su mujer estaba sentada en el sillón del living, con expresión de enfado en el rostro. Se levantó a grandes zancadas y comenzó a arrojarle golpes de palma abierta, a lo que Jack solo atinó a cubrirse, dejando caer su bolso.
—¿¡Quién es la otra!?, ¿¡quién es la puta, eh!? ¿¡Cómo mierda te atreves a hacerme esto!? —gritaba con los dientes apretados, cegada por la ira.
—¡No estuve con ninguna mujer, Rachel, por favor! ¡Me quedé en casa de mi compañero!
La mujer lo agarró del cabello y lo sacudió con bronca.
—¿¡Y por qué no volviste a casa!? ¡No me mientas, Jack! ¡Sé que las cosas están diferentes!
—¡Porque tomé demasiado y no quería que me vieras borracho! —contestó Jack sujetando las muñecas de su mujer para que no le arrancara la cabeza.
Rachel lo soltó, mirándolo con desprecio.
—¿Esa es la excusa? Eso eres ahora, ¿eh?, un borracho que no vuelve a su casa para no dar vergüenza; era lo que te faltaba. Apagué la caldera, así que si quieres bañarte será con agua fría. Y la loza está para fregar; no creas que vas a tomarme de sirvienta. Déjala limpia para mañana. Yo tengo que ir temprano al hospital —Caminó hacia la habitación que compartían—. Te dejé una frazada en el sillón, ni se te ocurra venir.
Jack recogió su bolso y lo dejó junto al sillón. Se dejó caer sentado, con los ojos llenos de lágrimas. "Rachel no es mala", se repetía. Para él era su culpa que Rachel se sintiera tan insegura, que enloqueciera de esa forma por celos. Varias veces le había sacado el celular y lo había obligado a explicarle cada apellido de la lista de contactos, haciendo que borrase a todas las mujeres a excepción de su jefa, a la cual llamaba para estar al tanto de cómo le iba en el trabajo.
Era la segunda vez que le pegaba por celos. La primera vez fue porque creyó que Jack había mirado a su ginecóloga de forma seductora. Desde entonces no volvió a acompañarla al hospital y Rachel le comentó que había cambiado a un ginecólogo, porque "esa zorra le miraba el marido a todas sus pacientes y era una descarada".
Observó hacia la cocina de reojo, había una montaña de ollas sucias, platos y vasos. Se levantó a lavarlos, dejó todo en orden y luego fue al baño. Frente al espejo se descubrió un par de heridas en la mejilla izquierda, ocasionadas por el anillo de compromiso que le había regalado a Rachel. Seguramente dejarían un moretón; ella tenía la mano dura.
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