CCB

No fue sino hasta el mediodía que Jimin finalmente se sintió listo para  levantarse. Quería bañarse, pero su papá le había dicho que no podía mojar las puntadas por 24 horas. No estaba contento por el desastre coagulado en su cabello por tanto tiempo. Se cambió de ropa porque todavía estaba con las que usó la noche anterior, más allá aliviado que su padre no lo había cambiado por sus pijamas. A los diecisiete, él ya era un poco grande para eso.

Su padre le hizo un sándwich de mantequilla de maní y jalea en pan  duro. No se había dado cuenta lo hambriento que estaba hasta que tomó el primer bocado. Terminó de comer el segundo, seguido por un vaso de leche.

—Jimin, tenemos que hablar —dijo su padre a la vez que tomaba el plato vacío y el vaso de Jimin.

—De acuerdo —dijo, queriendo evitar la discusión clamando agotamiento. No sería una excusa completamente falsa. Se sentía cansado. Pero nunca había sido alguien que evitaba lo desagradable, bueno, la mayoría de las veces de todos modos. Pensó que podría ser mejor acabar de una vez.

Su padre se sentó en la silla que había movido nuevamente a la sala desde su habitación. Jimin se reclinó en el sillón frente a él. Su padre se sentó hacia delante en la silla, apoyando los antebrazos en sus muslos. Suspiró fatigadamente, frotando su mandíbula sin afeitar.

—Tengo una idea bastante buena de lo que estabas haciendo allá arriba en la colina, Jimin —empezó—. No lo apruebo, por supuesto. —Lo miró a los ojos—. Y me sorprende de ti. —Lo inundó la vergüenza por sus palabras—. Pero no viene al caso en este momento. Lo hecho, hecho está, y ahora hay que pagar un precio.

—¿Un precio?

Asintió.

—El Sr. Min está dispuesto a retirar los cargos.

—¿Cargos? —chilló.

—Estuviste en su propiedad; invasión de propiedad privada.

—Yo no... no estábamos en el patio. Estábamos detrás de los arbustos.

Su padre negó con la cabeza.

—No importa. Es dueño de la mayor parte de la colina. Su propiedad no termina donde termina el césped. —Su tono indicaba que esto debería haber sido obvio para Jimin. Honestamente no había pensado en ello, había seguido a Tae ciegamente. Bueno, no exactamente ciegamente. 

 Había sabido lo que estaba haciendo.

—¿Quiere... presentar cargos en mi contra?

—Ha presentado cargos, Jimin. —Un temblor estremeció su cuerpo

— Pero él... —Se interrumpió a sí mismo, dejando caer su cabeza en las manos.

—¿Él, qué? —preguntó Jimin tímidamente.

—Está dispuesto a hacer un trato.

—¿Qué clase de trato?

—Dice... dice que si vives en su casa y eres  amigo y compañero de clases de su hijo por un período de seis meses, retirará los cargos. Y...

El estómago de Jimin se retorció furiosamente.

—¿Y? —incitó con un susurro, sin estar seguro de si quería escuchar el resto.

—Y pagará la factura del doctor.

Jimin se levantó del sillón de un empujón, su cabeza dando vueltas debido al movimiento repentino. Tomó unas pocas respiraciones hondas para luego dirigirse al otro extremo de la pequeña habitación.

 Se detuvo en seco de girar hacia él, sabiendo que probablemente se caería debido al movimiento. En cambio, enfrentó la pared. ¿Quería que fuera amigo del monstruo? ¿La misteriosa cosa que le había aullado a la luna? ¡De ninguna manera! ¿Por seis meses? Eso era como una eternidad. 

Prefería ir a la  cárcel.

Entonces pensó en lo último que dijo su padre. Pagaría la factura del doctor. Ellos no podían permitírselo, pero probablemente sería como una gota en el mar para el banquero. Quería rechazarlo de lleno, pero sabía que tendría que pensarlo. Si decía no, esa factura podría ser la cosa que los hundiera para siempre. 

 Apenas estaban manteniendo la casa tal como estaba. No era ningún secreto que el auto de su padre estaba en sus últimos kilómetros. Se dio la vuelta para encontrarlo mirándolo.

—Minmin, ¿quién más estuvo allí contigo? —Jimin bajó los ojos, negándose a responder. El resto se había escabullido. 

 Su padre se paró y caminó hasta ponerse delante de él—. Dime. Si me lo dices, puedo llamar a la policía, y así no tendrás que pagar por esto solo. —Agarró sus  brazos con urgencia—. Sé que no pensaste en esto. Sé que no lo hiciste solo. Por favor, Minmin, dime para así poder arreglar esto. No tenemos que ceder a sus demandas.

Jimin negó con la cabeza y la sala se meció.

—Papá, realmente necesito acostarme otra vez. —Él relajó su postura intensa, asintió secamente y caminó con Jimin de regreso a su habitación.

Una vez que Jimin estuvo acostado, se movió a la puerta.

—Jimin—dijo—. Si tú...

—Papá —lo interrumpió—. Déjame descansar. Déjame pensar en esto por un rato, ¿sí?

Su padre asintió y cerró la puerta detrás de él. Lágrimas inundaron los ojos de Jimin, pero se negó a dejarlas caer. Sentir pena por sí mismo no ayudaría. Cerró los ojos y se entregó al sueño.

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Dos días después, Jimin se sentía mucho mejor. Se había duchado el día anterior, y a pesar del lento y doloroso proceso de lavar la sangre de su cabello, su ánimo mejoró solo con eso. Se volvió a duchar, se vistió, puso algo de maquillaje y cuidadosamente ahuecando su cabello, cubrió el lugar que fue afeitado lo mejor que pudo.

Su papá iba a trabajar hoy, lo cual era bueno para él. Significaba que podía salir a hacer los recados sin discusiones de su parte. Su cabeza seguía doliendo, y de vez en cuando el mundo se inclinaba, pero sentía que podía hacer esto.

Dejó su casa con una nota para su papá en caso de que él llegara temprano, algo más que Jimin raramente hacía, y se dirigió al otro lado de la ciudad. Fue una larga caminata, llevándole casi media hora llegar al banco. 

Cuando finalmente llegó, tuvo que sentarse en las escaleras del frente por unos pocos minutos y descansar. Deseó haber recordado traer una botella de agua.

Se puso de pie y dio la vuelta hacia la entrada del banco, el temor subiendo por su garganta ahora que estaba aquí. Se obligó a calmarse, empujando sus hombros hacia atrás, y subió los escalones restantes, entrando en el frío interior.

No había muchas personas dentro del edificio ricamente decorado.

Vio a los Lee terminando de hablar con el oficial de los préstamos. Los pobres granjeros probablemente rogaban un préstamo que salvara a su tierra en apuros. Otra mujer que no conocía estaba parada en el mostrador. Definitivamente no provenía del lado de la ciudad de Jimin si sus ropas y bolso de diseñador eran algún indicio.

Subió con prisa las escaleras a su derecha, inadvertido. Sabía dónde estaba la oficina del Sr. Min, todos lo sabían. Una secretaria de cara desconfiada se sentaba en un escritorio desordenado afuera de su santuario. Alzó la vista cuando Jimin entró. Sus ojos se ampliaron ante la vista de Jimin. Estaba acostumbrada a la reacción de las personas que no la conocían. 

Pero luego los ojos de la mujer exploraron su ropa andrajosa y sus ojos se entrecerraron, pareciendo juzgarlo silenciosamente y llegar a un  rápido veredicto.

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