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—¿Puedo ayudarte? —preguntó con su voz más antipática, dejándole saber a Jimin que se encontraba en el lugar equivocado para lo que sea que estuviera buscando.

—Tengo que ver al Sr. Min.

La mujer palideció un poco ante la declaración confiada.

—¿Tienes una cita?

—No.

La mujer sonrió.

—Lo lamento. No está disponible.

—Creo que lo encontrará disponible para mí —dijo con valentía—. Mi nombre es Park Jimin.

Ninguna señal de reconocimiento iluminó el rostro de la mujer.

—Dije que no está disponible.

Jimin dio un paso hacia delante, apoyando sus manos en el escritorio de la secretaria.

—Por favor, anúncieme y deje que él diga si no está disponible.

La mujer empezó a ponerse de pie y Jimin hizo su movimiento. Se lanzó alrededor del escritorio, y de la mujer, y empujó la puerta de la oficina del Sr. Min hasta abrirla.

—¡Joven! —exclamó la mujer, siguiéndolo de cerca en sus tacones.

El hombre detrás del escritorio alzó la mirada de un papel.

—¿Qué está pasando? —exigió.

—Lo siento señor, corrió alrededor de mí. Llamaré a seguridad de inmediato.

—Soy Park  Jimin —dijo él rápidamente cuando la mujer tomaba uno de sus brazos en su mano.

El hombre detrás del escritorio se quedó quieto, su mirada volviéndose sagaz.

—Está bien, Eunha. El joven Park y yo tenemos asuntos que discutir.

Eso le bajó los humos a Eunha. Jimin sonrió triunfantemente hacia ella como si dijera: ¿ves? Eunha dudó y salió, cerrando las puertas detrás de ella rápidamente. Sin embargo, la valentía de Jimin se desplomó cuando se dio la vuelta al imponente hombre que ahora se encontraba de pie.

Era alto, sospechaba que tan alto como la figura que había visto aullar al sol poniente. Se preguntó si era él, y por lo tanto, qué causaba su profundo dolor. En estos momentos solo parecía arrogante. Era un sujeto apuesto para alguien de su edad, aunque, no podía evitar notarlo.

—Por favor, Joven Park —dijo cortésmente, ondeando una mano hacia el par de sillas en frente de su escritorio—. Tome asiento.

Jimin dio un paso hacia delante y lentamente bajó sobre una de las sillas.

—¿Puedo traerle algo?

Empezó a sacudir la cabeza, pero luego cambió de idea.

—Sí, un poco de agua.

—¿Quiere una aspirina también? —dijo sin mostrar emoción alguna.

Jimin sacudió la cabeza. El hombre se acercó a la ventana y vertió un vaso de agua de una jarra que estaba puesta sobre un alto escritorio allí. Se lo entregó  antes de tomar asiento en el lado opuesto del escritorio—. ¿Puedo suponer que está aquí para discutir mi propuesta?

Jimin tomó un largo trago de agua antes de contestar. Bajó el vaso sobre el escritorio y niveló sus ojos a los de él.

—Vine para ver si hay algo más que puedo hacer.

—No. —Su respuesta fue abrupta, determinante. Su boca cayó abierta ante este giro inesperado.

—Me está sobornando para pasar tiempo con su hijo.

—Sí.

—Pero... —espetó—. Eso es tan... injusto.

El sr Min miró hacia la ventana.

—Si hay un absoluto que he aprendido en la vida es que ese cliché es cierto. La vida es injusta.

Jimin juntó sus manos, decidido a no perder los nervios. ¿Cuál era el refrán? ¿Es más fácil atrapar moscas con miel que con vinagre?

—Escuche, Sr. Min...

—No, tú escucha —dijo, sentándose abruptamente hacia delante en su silla—. No hay una negociación aquí. Usted invadió propiedad privada.

Sé la razón por la que estaba invadiendo la propiedad. —Las mejillas de Jimin enrojecieron—. Si está tan interesado en ver al monstruo de Orchid, ésta es su oportunidad para darle un vistazo cercano y personal.

—Pero, yo...

—Dígame, Joven Park, ¿su padre puede afrontar la factura del doctor que le suturó la cabeza? —Jimin levantó la barbilla, negándose a responder. Él abrió un cajón y sacó un pedazo de papel, el cual lanzó a través de la mesa—. Esta es la factura. La factura que estoy dispuesto a pagar. Si cree que su padre puede encargarse, desde ya puede tomarla e irse.

~☆☆👹👺☆☆~

Jimin tomó el papel y lo estudió. Cuando sus ojos alcanzaron la parte inferior y el asombroso total, la garganta se le apretó con angustia.

—Por supuesto, todavía sigue estando el cargo por invasión de propiedad. Probablemente recibirá una multa por eso, y algún servicio comunitario.

Los ojos de Jimin volvieron a los del Sr. Min. Estaba empezando a no gustarle para nada este tipo. Una sensación enfermiza de resignación bajó por su espina dorsal. ¿Qué opción tenía?

—Defina amigo —dijo finalmente.

—Vivirás en mi casa por seis meses. En ese tiempo entablarás amistad con Yoongi, pasando tiempo con él.

—¿Qué hay de la escuela?

—Tendrás un tutor junto a él.

—¿Pero qué hay de mis amigos? —Estaba disgustado ante la idea de no verlos diariamente en la escuela.

—Se tienen entre sí. Estoy seguro de que pueden vivir sin ti.

Jimin golpeó sus manos contra el escritorio.

—Eso no es lo quise decir y lo sabe.

Él hizo una mueca.

—Bien. Puedes tener el día sábado libre, ¿de acuerdo? En ese único día puedes hacer lo que quieras.

Jimin sacudió la cabeza.

—Pero mi papá... no estará bien sin mí. Me necesita.

—Es un adulto. Sobrevivirá.

Jimin lo fulminó con la mirada ante sus palabras insensibles.

—No lo entiende. Solo somos nosotros dos. Cuido de la casa, pago las facturas, lavo sus ropas, hago la comida.

—¿Haces todo eso? —Estaba incrédulo—. Contrataré una criada para él. Ella puede hacer todo eso.

—¿Pagará sus facturas? —preguntó Jimin con escepticismo.

El hombre se frotó un mejilla, meditabundo. Luego lo miró.

—Asignaré uno de los pasantes a él. Pueden ocuparse de su contabilidad.

Jimin negó con la cabeza.

—Me está pidiendo que lo deje por seis meses. Eso es mucho tiempo.

—Puede venir a verte cuando quiera. Y puedes verlo en tu día libre.

—Me quedaré por tres meses, quitará los cargos y pagará la factura, y me pagará como si fuera un trabajo.

Sus cejas se levantaron ante la audacia de Jimin.

—¿Entiendes el valor de lo que te estoy ofreciendo? Aparte de eso —volteó su mano hacia la factura que Jimin sostenía—, el costo de una criada y un pasante para cuidar de tu padre. ¿Y también deseas una compensación?

Jimin supo que pisaba terreno peligroso, pero levantó la barbilla, dando un fuerte asentimiento con la cabeza.

—Seis meses, la factura pagada, la criada y el pasante, los fines de semanas libres, y un salario semanal de mil dólares —dijo el Sr. Min.

La cabeza de Jimin dio vueltas por la cifra. ¿Mil dólares a la semana?

Su padre apenas hacía eso en un mes. Hizo rápidamente cálculos y se dio cuenta que el dinero alcanzaría no solo para sacarlos de sus desesperadas situaciones, sino que le proporcionaría un buen fondo para la universidad. Y quizás un par de jeans. Tragó saliva, sin querer parecer desesperado.

—Todo eso y también los miércoles a la noche libre.

—¿Realmente quieres arriesgar todo lo que te estoy ofreciendo por otras cuatro horas a la semana? —Rió con humor—. Que te quede claro, Joven Park, conozco su situación financiera tan bien como usted.

—Bueno, bien —concedió—. Solo una cosa más.

—Apenas puedo esperar para escuchar esto —dijo ligeramente el hombre.

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