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Jimin parpadeó abriendo los ojos. La oscuridad lo rodeaba, templada por la luz de la luna que entraba por la ventana. Giró su cabeza para medir sus alrededores y se dio cuenta de que estaba en su propia habitación. Se movió para sentarse, el dolor irradiando en el lado izquierdo de su cabeza. Gimió y levantó la mano, tocando el vendaje.

 Poco a poco, con cuidado, se levantó hasta sentarse. Jimin tocó el vendaje de nuevo y sintió el bulto. Empezaba en su sien izquierda y se extendía hasta la parte posterior de su cabeza.

Balanceó las piernas sobre el borde de la cama y se detuvo, cerró los ojos contra la oleada de mareos y náuseas. Cuando la habitación dejó de dar vueltas, abrió los ojos... y vio a su padre durmiendo en una silla cerca de la puerta. Su boca se abrió. No podía recordar ni un momento en el que hubiera estado en su habitación, a menos que fuera para gritarle o castigarlo.

Se puso de pie y caminó hacia el espejo. Una mancha púrpura se extendía debajo de su ojo, y sangre oscura endurecía su cabello oscuro debajo del vendaje. Se preguntó perezosamente quién lo había vendado.

Durmiendo en su habitación o no, dudaba que hubiera sido su padre.

Se volvió hacia él, mirándolo. Había visto fotos de él cuando era más joven. Había sido un hombre muy atractivo. Prefería a su madre, quien tenía el mismo pelo negro y ojos azules como Jimin. Su padre ahora tenía ojeras debajo de sus ojos. Sus mejillas se hundían debajo de su perpetua barba gris. Beber había hecho que sobresalieran sus arterias estropeadas que corrían a través de su nariz y sus mejillas. Todas las pruebas de su atractivo habían sido firmemente enterradas bajo la dura vida que había vivido desde la muerte de su madre.

Jimin se movió caminando hacia él y le sacudió el hombro con suavidad.

—Papá. Despierta.

Él parpadeó aturdido abriendo los ojos, sentándose alarmado cuando se dio cuenta que Jimin estaba a su lado.

—Jimin. —Él se frotó las mejillas—. ¿Qué... qué estás haciendo fuera de la cama?

—¿Qué haces durmiendo aquí? —preguntó.

—Tienes una conmoción cerebral. Me dijeron que no te deje solo. Se supone que debo despertarte cada dos horas.

—Bueno, estoy despierto ahora —dijo Jimin.

Su padre se paró y lo llevó de vuelta a la cama.

—¿Qué puedo hacer por ti? ¿Quieres un poco de agua? ¿Tienes hambre?

—Estoy bien —dijo Jimin, sentándose en el borde de su colchón. Era muy raro que su padre se ofreciera a servirle y no al revés—. ¿Qué pasó? — preguntó Jimin, tocando el vendaje de nuevo.

—Tropezaste en la colina y te golpeaste la cabeza contra una roca.

Jimin pensó en sus palabras, las procesó, y poco a poco los recuerdos regresaron. Habían estado en la Casa del Monstruo. Él los vio y los persiguió. Recordó que se cayó. Y entonces... nada.

—¿Quién me encontró? —preguntó.

Su padre se movió con nerviosismo, mirando hacia el techo como si pudiera encontrar la respuesta allí.

—¿Papá?

—Uh... —Regresó su mirada a Jimin—. El Sr. Min te trajo aquí y me llamó. También trajo a un lujoso médico con él.

—¿El Sr. Min? —Jimin estaba atónito—. ¿El banquero?

—El mismísimo —dijo su padre, una nota de resignación en su voz.

—Espera. ¿Un doctor? —Su mente se volvió inmediatamente al costo en que incurrirían por un médico a domicilio. Jimin pagaba todas las  cuentas con los escasos cheques de su padre, y sabía muy bien cuán apretados estaban con el dinero—. ¿Me cocieron o algo así?

Su padre asintió con la cabeza.

—Dieciséis puntos.

Jimin gimió de nuevo, esta vez con desesperación.

—Lo siento —dijo Jimin. Su padre asintió.

—¿Qué estabas haciendo allá arriba, Jimin?

—Uh... —¿Cómo podía admitir que había ido hasta allí para contemplar al monstruo? Era una cosa baja y cruel. No importaban las circunstancias, siempre había tratado de mantenerse por encima de las bromas infames. La habitación dio una vuelta, y Jimin gimió—. Necesito recostarme —dijo.

Su padre extendió la mano para sostenerlo mientras lo hacía, otra rareza.

Tiró de las mantas hasta los hombros y le palmeó el brazo con torpeza.

—Vuelve a dormir —dijo suavemente—. Voy a ver cómo estás de nuevo en un par de horas.

Jimin asintió, agradecido por el aplazamiento de la pregunta. Su padre regresó a la silla y se sentó.

—¿Jimin? —dijo su nombre en la oscuridad.

—¿Sí?

—Hablaremos de esto mañana.

Bueno, mierda.


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La bestia se acurrucó en el suelo. ¿En qué había estado pensando al perseguirlos de esa manera? Él lo sabía mejor. Ahora estaba pagando el precio. El dolor ardiente en su brazo y pierna palpitaba al mismo ritmo que el latido de su corazón. Hizo los ejercicios de respiración que había aprendido. No hacían que el dolor desapareciera, pero ayudaban a controlar su reacción al dolor.

Pensó en el chico, ese que él había llevado de vuelta a su casa. Había habido tanta sangre. El pánico lo había envuelto ante la cantidad de sangre que rezumó de su cabeza. Y sin embargo, por debajo de su pánico, debajo de la sangre, había reconocido la belleza que él poseía. Su cabello oscuro colgaba en ondas gruesas. Su piel de alabastro era lisa y suave sobre sus pómulos. Sus labios rojos estaban perfectamente formados, incluso en su estado decaído. Cejas formadas por encima de pestañas increíblemente largas y oscuras que se extendían por sus mejillas.

Él podría ser una bestia, pero en algún lugar profundo dentro de la parte de él que todavía era humana reaccionó a su belleza, atrayéndolo como una polilla a la llama. Él había sostenido su mano fría e inmóvil mientras su padre presionaba un paño al costado de su cabeza. Cuando escucharon las sirenas elevándose a distancia por la calzada, lo había  liberado, desvaneciéndose en la oscuridad de la habitación, entregándose a su propio dolor, ahora que sabía que el de ese chico estaba siendo atendido.

Ahora, su imagen lo obsesionaba. Mientras se dejaba fantasear en esa imagen, su dolor se calmó lo suficiente para que pudiera deslizarse en un sueño inquieto.

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