Hermosa

Haruka no era muy adepta a estudiar, sin embargo, acostumbraba a ir a la biblioteca de la universidad en compañía de Makoto, con todas las libretas desperdigadas sobre la mesa, una goma de borrar levemente oscurecida de un lado por haberse usado hace poco, una laptop abierta delante de ellas y algunos libros que leían en busca de respuestas antes de dejarlos de lado.

El único motivo por el que Nanase se aseguraba de tener calificaciones aprobatorias, y por lo tanto de hacer todos los trabajos de la mejor manera posible, era para mantener la beca y su posición en el equipo de natación y en la universidad intacto. ¿Le preocupaba ser la mejor estudiante y graduarse con honores? No realmente, pero no quería aguantar a los maestros sermoneándole. Además, con tantas labores de las que encargarse y siendo que sus colegios eran distintos, aquellas eran de las pocas veces en las que Makoto y ella se podían ver; si solo tenía 5 minutos libres, Haruka los emplearía para estar con aquella dulce joven, incluso si tenía que soportar el estar horas en la biblioteca, cansada de los estudios y reposando los brazos sobre la mesa en los cuales la idea de recostarse y dormir resultaba tentador, en cambio sus ojos se posaron sobre el perfil de Tachibana que leía un texto de un libro, los lentes sobre el puente de la nariz ligeramente arrugada en concentración y el lapicero golpeando distraídamente contra la barbilla.

El corazón de la pelinegra pareció recubrirse de burbujas y de mariposas coloridas, hermosas y que cosquilleaban, mientras una sonrisa leve, prácticamente imperceptible, se dibujaba en su rostro.

—Makoto.

La primera reacción de la aludida fue soltar un ruido de duda, luego, al no recibir contestación, giró en dirección a Nanase quien con toda la seguridad del mundo y el tono de voz más tierno y suave soltó:

—Eres hermosa.

Los ojos verdes se abrieron en asombro, pues aquello era algo que Makoto jamás se hubiera imaginado y más allá de lo que la palabra "repentino" pudiese englobar, y las mejillas más bronceadas tomaron un intenso color granate que pronto se extendió hasta las orejas.

¿Qué cosas decía?, quería preguntarle la más alta a aquella doncella de ojos azules que le miraban añorantes y desbordantes de amor, pero parecía que su voz se había esfumado por completo, pues ni un ruido salió de su boca cuando la abrió. Por otro lado, el sonrojo se acrecentó, llegando al cuello, cuando Makoto supo que Haruka no le mentía, que estaba siendo genuina y que de verdad pensaba que era hermosa. Y eso, a pesar de la vergüenza, era agradable de saber y le causaba felicidad porque ella nunca se creyó alguien atractiva; la verdad era que su cara era gentil (sus ojos verdes como esmeraldas que siempre se mostraban compasivos y una sonrisa deslumbrante siempre adornando sus labios), pero Tachibana la catalogaba de común y aburrida, y el principal problema era el resto de su cuerpo, pues con la natación los hombros se habían ensanchado bastante y muy recurrentemente le hacían pensar en la espalda de un hombre, además de que era musculosa y, para ser una chica, era alta, pasando del 1.70 metros. Sí, lo reafirmaba una y otra vez, Makoto no era una joven guapa, no, era más bien como un chico y, ¿quién consideraría atractiva a una mujer que parecía hombre?

Claro, ella no quería ser popular, eso no le interesaba en lo absoluto, pero sentirse poca cosa le hacía creerse no merecedora de Nanase. ¿Cómo alguien tan tosca e insípida como ella podría estar con alguien tan físicamente etérea como lo era la joven pelinegra? Inconcebible. Simplemente era imposible.

¿Entonces por que Haruka la miraba como si fuera lo más precioso que cualquiera tuviese la dicha de ver?

Aun si ella lo decía porque quería a Makoto, porque eran pareja y su percepción estaba distorsionada, la muchacha alta seguía sintiéndose feliz, porque eso solo significaba que el amor que Nanase sentía por ella era tan grande como para hacerle pensar que estaba con alguien maravilloso.

Aun estaba abochornada, eso era indudable, pero Tachibana ahora escuchaba a su corazón latiendo con emoción dentro de su pecho y algunos fuegos artificiales tronando en su cabeza. Ninguna dijo nada más y la más alta buscó esconder su rostro entre los brazos que colocó sobre la mesa.

—Gracias—fue lo único que se oyó provenir de la menor, pronunciado con un hilo de voz.

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