Epílogo

En la larga mesa de madera, en la que se encuentran varios platos llenos de comida, se encontraban ya sentados todos sus descendientes y Abel, el novio de Bruce. Abel era un humano de piel clara, complexión delgada, ojos verdes como un par de esmeraldas, su cabello es corto y azul como un cielo despejado. Polum observó a Bruce mirando a Abel con una sonrisa y se alegró al ver que, después de todo, los naterdanos y los humanos convivían en armonía. No fue fácil lograr la paz entre ambos reinos, conllevó años de espera, una batalla contra los rebeldes y muchos viajes, pero todo el sacrificio valió la pena.

El rey se sentó en una de las sillas que quedaban libres junto con su esposa y todos lo miraron.

—Ya era hora —bromeó Verónica—, empezábamos a creer que te habías perdido.

—Tonterías, ¿cómo me voy a perder en mi propia casa? —sonrió Polum—. Comamos de una vez.

Nadie se opuso y todos comenzaron a vaciar sus platos poco a poco mientras que la charla era cada vez más amena. Polum sólo escuchaba pues empezaba a reflexionar sobre todo lo lo había vivido hasta aquel preciso momento, recordó todas las cosas que había hecho en su planeta natal, Plow y todo lo que hizo por Naterda y al mirar a su familia se dio cuenta de que era hora de dejar el puesto para dedicarse de lleno a lo que tenía de frente. El rey carraspeó para atraer la atención de todos.

—Quisiera dar un anuncio. Últimamente he pensado en todo lo que he hecho por este reino y todo el tiempo en el que he sido rey. Creo que he dado lo que tenía que dar y es hora de que alguien más tome mi lugar.

—Sí eso es lo que deseas, te apoyaremos —sonrió Lidia.

Y Polum le devolvió la sonrisa.

* * *

Después de la cena, Polum y Lidia estaban cansados y Bruce y Verónica se ofrecieron voluntarios para limpiar y lavar los platos para que sus padres pudieran acostar a las niñas y finalmente descansar.

Cuando los reyes y las princesas dejaron El comedor, Abel agradeció la comida y se despidió para luego salir por la puerta.

—¿Estás seguro que no quieres quedarte? —insistió Bruce—, la habitación de invitados es muy acogedora.

—Tal vez en otra ocasión, Christina me está esperando y no quiero hacerla esperar mucho más porque luego se pone algo... intensa.

—Pero el castillo de Tirayan queda lejos, ya está oscuro y debes atravesar el bosque —argumentó Bruce.

—Sé cuidarme sólo, ¿recuerdas? —mencionó el humano mostrándole la daga que ocultaba debajo de su camiseta.

—Tú ganas, pero la próxima vez te quedarás.

—Suena bien —sonrió Abel con ilusión.

—¿Lo prometes?

—Lo prometo.

Bruce y Abel se volvieron a despedir y el pativón esperó hasta perderlo de vista para cerrar la puerta.

—Me agrada —comentó Verónica al escuchar a su hermano mayor entrar en la cocina.

—Sí, Abel es fantástico. ¿Quieres que te ayude con algo?

Verónica lavaba los platos usando su magia, pareciendo que ella no hacía absolutamente nada.

—Puedes secar lo que yo termine de lavar.

Bruce tomó un trapo de fibras blancas de algodón y comenzó a secar lo que su hermana iba lavando.

—¿Sabes? —habló el mayor—, no te he agradecido el apoyo que me diste cuando confesé que me gustan los chicos o cuando me animaste a hablarle a Abel cuando lo conocí en el funeral del rey Maguns.

—¿Para qué son las hermanas? —señaló Verónica—. No tienes que agradecer nada, yo te quiero y nada cambiará eso.

—Eres la mejor hermana del universo —declaró Bruce abrazando a Verónica.

—Me alegra oír que piensas eso porque seremos hermanos hasta que la muerte nos separe.

—¿"Hasta que la muerte nos separe"? —repitió Bruce—, ¿es en serio?

—Piensa en esto: "hermanos hasta la muerte" —propuso Verónica —, suena bien, ¿no lo crees?

—Lo admito, suena bien —asintió Bruce —. ¿Entonces prometes que sin importar lo que pase, seremos hermanos hasta la muerte?

—Incluso después, Bruce, pero sí, lo prometo.

Y los hermanos se abrazaron, sellando su promesa de hermandad eterna.

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