Capítulo VI: A cientos de miles años luz
Estar en el espacio debe ser una indescriptible experiencia, siempre y cuando se tenga donde regresar, pues, de lo contrario, es más bien frustrante ver miles de estrellas y decenas de planetas sin tener un rumbo fijo. Lo único que quedaba de Plow eran los pativones cornudos, algunas semillas y plantas que sólo crecían en Plow y sacos llenos de kimmie-winnies bebés, nifies y huevos de sonpaz arcoíris, seres maravillosos que no merecían ser extintos por las llamas.
Para los pativones sobrevivientes era indispensable encontrar un nuevo hogar, un planeta donde asentarse, pero la situación se asemejaba con estar en un mar inmenso sin saber hacía dónde se ha de navegar. Con razón de acelerar las cosas, cada arca tenía la capacidad de viajar a cientos de miles años luz en cuestión de segundos.
Según el protocolo de la "evacuación definitiva", una vez que se haya abandonado Plow, las arcas debían reunirse en una fila, la cual sería encabezada por las arcas del fuerte cuyo número fuera el más pequeño. Las arcas del fuerte número uno y número tres no pudieron escapar, por lo que las arcas del fuerte número dos encabezaron la fila.
Cuando la fila estuvo completa, los guardias que manejaban las arcas activaron el sistema de viaje rápido y siguiendo a las del fuerte número dos, se embarcaron en una búsqueda por una nueva galaxia, pero desafortunadamente en esa galaxia no había planetas. En la segunda galaxia se encontraron en la oscuridad total. En la tercera galaxia habían tantos soles que era demasiado caliente como para vivir. En la cuarta galaxia que los pativones visitaron, los planetas que flotaban no tenían atmósfera.
Una decepción tras otra se llevaban los pativones cornudos al visitar una nueva galaxia. En el espacio, se pierde la noción del tiempo, pero tardaron doce días en finalmente encontrar una galaxia apta para vivir con un sólo sol, con un planeta más grande que Plow con atmósfera, con un mar inmenso y mucho territorio.
Algunos no podían creer lo que veían, pues sólo podía ser un milagro. Los pativones aterrizaron sus arcas sobre un bosque cuando era de noche en aquel planeta desconocido pero al mismo tiempo tan familiar por los rasgos similares que su nuevo entorno compartía con el destruido Plow.
Los guardianes determinaron que sería mejor quedarse en las arcas pues probablemente habría peligros desconocidos y que en la mañana explorarían el bosque para filiarizarse con la zona, pero, mientras tanto, se montarían guardias para vigilar por si alguna amenaza llegaba a aparecer.
—Han hecho esto durante toda su vida de guardias —dijo el instructor Wallace a los guardias de su arca—, pero debo advertirles que es probable que haya amenazas desconocidas, por lo que deben mantenerse alerta más que nunca. Ahora, ¿quiénes harán el primer turno?
—Podemos hacerlo nosotros —ofreció Vralan.
—Los gemelos, está bien.
Polum y Vralan salieron del arca y dieron sus primero pasos en el nuevo planeta que en un futuro no tan lejano se convertiría en su nuevo hogar. Polum miró a su alrededor maravillado, mientras que Vralan lo hacía con cierta suspicacia.
—Mira los árboles, se ven tan parecidos a los de casa —comentó.
—Pero no son los mismos, los de Plow eran más y más resistentes, a simple vista se puede ver su inferioridad —repuso Vralan—. Está claro que ya no estamos en casa.
—Tienes razón —asintió Polum melancólico y con los ojos llorosos—. Plow se ha ido... y mamá también.
En aquellos doce días en que los pativones exploraron por el universo en busca de un nuevo hogar, los hermanos no tuvieron la oportunidad de hablar sobre su pérdida.
—Lo sé, yo también la extraño —afirmó Vralan con los ojos comenzando a mojarse mientras recordaba la imagen de su madre con el cuerpo quemado y la mirada sin brillo ni vida en los brazos de su hermano.
—Debí haber hecho más, debí haber sido más rápido y así esa maldita bola de fuego no la habría... y así ella estaría aquí, con nosotros.
Polum no pudo con todo el peso emocional que sentía y se rindió ante las lágrimas que sus ojos oscuros le pedían desesperadamente sacar de él. Lloró, lloró como nunca jamás había llorando, lloró por la persona que le dio la vida y que más amaba en todo el universo, lloró por su madre.
Vralan sentía exactamente lo mismo que su gemelo. En esos momentos en los que sus mentes se hicieron una, él también vio a su madre huir de la bola de fuego que finalmente le arrebató la vida, él también sentía la tristeza y ese sentimiento de vacío que crecía en su pecho. Era inevitable llorar también.
Los hermanos lloraron juntos en un abrazo que sería el más largo que se darían en toda su vida. Cuando las lágrimas cesaron, decidieron vigilar de verdad, pues tenían ese deber como guardianes.
* * *
Al día siguiente, los pativones comenzaron a explorar el bosque sin encontrar algo realmente amenazante o peligroso. No fue hasta que, más tarde, un grupo de guardias a lo lejos vieron un río y una construcción majestuosa, como si alguien importante viviera ahí. Sigilosamente, se acercaron y atravesaron el río y pudieron ver más construcciones, de las cuales la que más destacaba era una que se veía a la distancia, se trataba de un castillo majestuoso.
Los pativones pensaron si sería conveniente quedarse en aquel planeta, después de todo, ya estaba ocupado y era imposible saber si serían bien recibidos o, por el contrario, la especie dominante de ese lugar los terminaría de aniquilar. Entonces retrocedieron un poco y se mantuvieron ocultos en el bosque para saber más sobre ese nuevo planeta, fue ahí que los vieron.
No eran altos y robustos como ellos, lucían más bien débiles, hasta tenían una piel de un color diferente al gris al que los pativones estaban acostumbrados. Tenían dos brazos que terminaban en dos manos y dos piernas que no terminaban en dos grandes patas de pato azules, aunque era difícil saberlo, pues estaban ocultos tras una caja extraña con una forma aun más extraña. El rostro de aquellos seres era extraño para los ojos de los pativones, pues no tenían un hocico y sus ojos no eran completamente negros, al contrario, tenían ojos blancos con un círculo perfecto de un color en el centro.
Los guardias más mayores y con mayor rango se reunieron esa tarde y discutieron si era conveniente quedarse en aquel planeta o ir a buscar otro que no estuviera ya ocupado. Una tercera opción era presentarse y solicitar apoyo como los fuertes solían hacerlo en Plow y si su respuesta era violenta, su complexión y su altura sería una desventaja para ellos.
—¡Tonterías! —exclamaron algunos—, los pativones no somos violentos y no vamos a atacar a seres inocentes, si no podemos quedarnos aquí, nos iremos a otro planeta.
—Eso si es que su respuesta es violenta —señaló otro.
—Y lo será, cuando nos vean se asustarán y tratarán de matarnos —vociferaron otros guardianes—. Será mejor entonces pasar desapercibidos.
—¿Cómo pretenden pasar desapercibidos si tenemos esas arcas enormes? —interrogaron otra fracción de pativones—. ¿Qué no ven que es mejor irnos antes de que se den cuenta?
—¿Irnos a dónde? —preguntaron los últimos guardias—. Quién sabe si encontraremos otro planeta igual a este pronto y en cuánto tiempo. Sean razonables, no podemos dejar que nuestra gente siga sufriendo, necesitan un hogar, no provisiones racionadas que no son infinitas.
La discusión seguía y se alargaba, pero algo con lo que no contaban era que en los huevos de sonpaz arcoíris estaban rompiéndose. Cuando los pativones se dieron cuenta, era demasiado tarde pues los coloridos insectos voladores ya estaban en todas partes. Los sonpaz arcoíris son conocidos por ser inquietos y veloces, pueden ser contenidos en una zona llena de las flores de las que se alimentan, pero se requería tiempo para plantar esas flores.
Así, la discusión finalizó sola, pues en vista de que los sonpaz arcoíris salieron de sus huevos, ahora ese planeta a cientos de miles años luz de Plow, se convertiría en su nuevo hogar.
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