Capítulo IV: Hermanos hasta la muerte
Para Polum y Vralan estar finalmente en el fuerte de la guardia de Plow, era un sueño hecho realidad y por ello se empeñaron, como nunca lo habían hecho en alguna otra cosa, en convertirse en buenos guardianes. Se esforzaron en superar cada una de las pruebas que se les presentaba en el campo de entrenamiento y aunque a Polum le resultó un tanto más complicado que a Vralan, ambos destacaron de inmediato por su tenacidad y su habilidad. Nadie cuestionaba que tenían madera de guardianes.
Cierto día, cuatro meses después desde que los gemelos se ofrecieron voluntarios para unirse a la guardia, llegó una carta al fuerte número cuatro desde el fuerte número doce. La carta solicitaba ayuda debido a que un fuerte terremoto devastó aquella zona y los daños son tantos que los guardias de la zona no pueden dar abasto a la necesidad de ayuda.
No era nada extraño que un fuerte pidiera la ayuda de otro, después de todo, los desastres naturales superaban la capacidad de los guardias de la zona. Los supervisores del fuerte número cuatro accedieron ante a solicitud y enviaron a sus guardias al fuerte número doce. Así, Polum y Vralan viajaron durante todo un día junto con sus colegas para llegar a la zona afectada por el terremoto.
Cuando llegaron al fuerte número doce, los guardias del fuerte número cuatro fueron divididos en dos escuadrones: uno se encargaría de levantar escombros y el otro liberaría a los y las pativones atrapados, agregando que los escuadrones serían distribuidos por las cinco comarcas que le corresponden al fuerte número doce. A Polum le tocó formar parte del primer escuadrón y a Vralan le tocó formar parte del segundo y en la misma comarca.
Una vez hechos los escuadrones y la distribución, los guardianes del fuerte número cuatro, subieron a las carretas y se dirigieron a las comarcas asignadas. A pesar de saber lo que les deparaba, nunca se está bien preparado para presenciar un escenario de esos. Ver a los locales desamparados, cubiertos de tierra, sangrando, cabizbajos o incluso muertos, formaba un nudo en el estómago de los guardianes. Las edificaciones que alguna vez fueron hogares, se convirtieron en ruinas y escombros.
Poniéndose manos a la obra, Polum y el resto del escuadrón empezaron a levantar escombros, cuando, después de unas horas, comenzaron a escuchar sollozos hasta lo profundo de los restos de lo que fue una casa. Eran sollozos de una pativón, pues eran suaves y delicados, pero cansados como si se tratara de lo último que me quedara de aliento a la víctima. El escuadrón no tardó en reunirse en torno al sonido de aquellos sollozos para abrirle paso al segundo escuadrón para así ayudar a la pativón atrapada. La autora de aquellos sollozos se trataba de una joven que se encontraba muy débil y tan pronto Vralan pudo verla, la tomó por las costillas y la liberó por completo.
—Estás bien, estás bien —trató de tranquilizar Vralan mirando los llorosos ojos de la joven.
—Mi padre y mi hermanita aún están atrapadados —informó la joven—, por favor, ayúdenlos.
—Los sacaremos, te lo prometo.
Vralan, siguiendo con su trabajo, llevó a la chica ante los médicos para que la revisaran y para cuando iba de regreso vio a dos miembros de su escuadrón cargando a un pativón de mayor edad inconsiente y con una pierna sangrando.
—Papá —escuchó decir débilmente a la joven que recién rescató.
El primer escuadrón no tardó en encontrar a la hermana de la que la joven habló. Al parecer ella pudo ocultarse debajo de una mesa, lo que la protegió de que le cayeran escombros y estaba bien.
Esa familia fue muy afortunada, pero no fue el caso de todas. Durante una semana, los diversos guardias de diferentes fuertes comenzaron a llegar para ayudar y así cubrir más terreno y poco a poco fueron despejando los escombros, liberando a pativones, algunos vivos y otros no. Familias quedaron incompletas o acabada en su totalidad y aunque no conocieran a quienes sacaban, los guardianes sentían un profundo alivio al sacar un pativón vivo y sentían una desgarradora tristeza cuando sacaban a un pativón muerto.
Esa fue la primera misión de Polum y Vralan, una misión que nunca olvidarían.
En cuestión de una semana, la gran mayoría de los escombros de aquella comarca ya habían sido retirados, por lo que la situación estaba menos tensa y así como iban llegando más guardianes, podían relevarse con mayor frecuencia y descansar un poco del esfuerzo y la conmoción. Polum estaba sentado dentro de su tienda que compartía con su hermano, quien entró tras ser relevado por otro guardián.
—Está semana ha sido... —trató de decir Vralan, quedándose a media frase por no encontrar una palabra adecuada para describir su primera misión.
—¿Pesada? —complementó Polum.
—Por decir lo menos —asintió Vralan, escondiéndose de hombros—. Todas esos pativones que no sobrevivieron... con sólo pensarlo me hace sentir mal.
—¿Como si ellos fueran conocidos tuyos?
—¿En serio te has puesto a pensar en eso?
—Sé que no debería, pero no puedo evitarlo, no cuando he visto a madres, padres, hijos y hermanos llorando por sus seres queridos. No sé qué haría si los perdiera a ti y a mamá.
—Por favor, Polum, deja de pensar en eso —pidió Vralan, negándose a siquiera imaginar un escenario tan trágico—. Mamá está bien, yo estoy bien, yo estoy aquí, justo a tu lado, como siempre lo he hecho y como siempre lo haré.
Polum miró a su hermano con intensidad.
—Es cierto, en algún momento la muerte nos llega a todos —siguió hablando Vralan—, pero te puedo asegurar que mientras tanto mamá no se irá a ningún lado y seguirá siendo nuestra mamá y yo permaneceré a tu lado y seré tu hermano hasta que la muerte nos separe que será dentro de mucho tiempo.
—¿"Hasta que la muerte nos separe"? —repitió Polum, un tanto más animado—, ¿es en serio?
—Piensa en esto: "hermanos hasta la muerte" —propuso Vralan—, suena bien, ¿no es así?
—¿Entonces me juras que sin importar lo que pase, seremos hermanos hasta la muerte?
—Incluso después, pero sí, te lo juro.
Y los gemelos chocaron los puños para sellar su juramento de hermandad eterna.
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