Hermana
—Cristian, no tienes por qué seguir con esto.
Así es. No estaba luchando. Había preferido tratar de calmarlo. Mi voz intentaba protegerlo, acariciarle.
Mi propio hermano convertido en el villano al que tenía que derrotar. ¡En menuda me había metido!
—He dicho que no me llames así, Paula. Ahora soy Terminal —exclamó, haciendo uso del típico tono de antagonista. Sí, ese que va acompañado de su risa maléfica y todo.
Había perdido por completo la cordura. Había llegado la hora de utilizar mi poder.
—Está bien, Terminal. Lo que tú quieras.... En nombre de la justicia, te ordeno que vuelvas a dejar las cosas como estaban antes. Este invento tuyo del mundo al revés no tiene mucho sentido. Mira —. En ese momento, señalé a un perro que paseaba a un hombre por la acera contraria.
Él se giró hacia la dirección que yo había indicado. ¡Ya era mío!
—Buen intento, hermanita, pero debes saber que tu control mental no surte efecto en mí. El planeta Tierra siempre debió ser lo opuesto a lo que, de hecho, es. Las personas han utilizado todo lo que los rodea a su antojo. Los animales, las plantas e incluso seres de otro mundo han sido víctimas de la voluntad humana. Tú eras siempre la favorita en todos los aspectos. La que tenía a todos sus rivales bailando en la palma de su mano. Y, mírate ahora, suplicando por tu vida como un pequeño conejito.
Cristian se acercaba paulatinamente. Como si disfrutase de mi expresión de horror y sufrimiento. ¿Eso quería decir que mi poder era inútil?
Una vez que estuvimos cara a cara, sintiendo la respiración del otro sobre nosotros mismos, me agarró de mi corto cabello.
Solté una suerte de gemido. Me hacía daño.
—¡Cristian, para! —sollocé.
—¿Todavía no te has dado cuenta, Paula?¡Qué decepción! Y yo que pensaba que eras la más inteligente de toda la familia.... En fin, supongo que ha llegado mi turno.
Clavó sus pupilas en mí. Parecía que estuviese examinando mi alma. Abrió sus labios.
—Terminal dice: ¡salta! —soltó de pronto, como si de una orden se tratase.
Lo más extraño fue que mi cuerpo obedeciera a sus caprichos. De un instante a otro, me hallé a mí misma dando saltos en el parque de la ciudad.
«¡Miserable! Me ha robado mi poder», pensé.
—Oye, Terminal, las clases de aerobic estas... ¿cuánto cuestan? —pregunté en tono de burla.
—Ríe cuanto desees, hermanita. Pero pronto vas a arrepentirte de haber nacido. JA, JA, JA.
Ahí estaba otra vez. Esa risa de psicópata que parecía un estruendo.
—Y ya puestos, ¿no podrías ordenarme que me tome un helado?
No me quedaba otro remedio que seguir el juego. No podía descubrir mis verdaderas intenciones. Mucho menos teniendo en su poder el control mental. Debía jugar bien mis cartas para poder usar el as bajo la manga.
—¡Tómatelo en serio! —gruñó al tiempo que fruncía el ceño y apretaba los puños.
—De acuerdo, de acuerdo. Dame un segundo para poder meterme en el personaje, ¿vale? —Cerré los ojos— Oh, ¡no!¡Socorro!¡Piedad, Terminal!¡Ten piedad de mí!
En menos de lo que canta un gallo (bueno, en el mundo al revés de mi hermano, un granjero), me había puesto a gritar como una lunática.
—Eso me gusta más. Grita desesperanzada, Paula. Dentro de poco, tú serás la villana y yo el héroe admirado y venerado. —Alzó la barbilla.
—Espera, ¿eso quiere decir que podré trabajar cuando me dé la gana y dejaré de verme obligada a firmar autógrafos? —inquirí, dejando ver una chispa de ilusión en mi voz.
—Eeeehhh, sí...supongo —respondió un confuso Cristian.
—¡Qué maravilla!¡Se acabó esto de ser autónoma!¡Síiii!¡Yujuuuuu!
Me había emocionado tanto que las lágrimas casi me hicieron olvidar cuál debía ser mi siguiente paso.
—Oye, oye, no se suponía que debías reaccionar así. ¡Maldición! Deberías sentirte frustrada y muerta de envidia. ¡No es justo!
Su reproche era similar al de cualquier niño pequeño. Cristian estaba volviendo en sí. Una hermana es capaz de darse cuenta de esas cosas.
—¿Dices algo? La alegría apenas me permite escuchar nada. ¿Tú sabes lo que eso significa? Nada de levantar aviones que están a punto de chocar contra el suelo, ni de colgarse de telas de araña por los rascacielos. ¡Oh, por todos los dioses!¡La gente ya no se preguntará si soy un pájaro o un avión al verme pasar! Y, si soy una sierva del mal, podría llevar un bate, bailar a la luz de la luna o llevar uñas de diamante. ¿Dónde hay que firmar?
Estaba absolutamente segura de que mi sonrisa había extrañado a mi hermano. Lo más probable era que ya estuviese dudando de su plan.
Y, entonces, se escuchó la voz de aquel personaje que tanto ansiaba que entrase en escena. Ditrius.
—Imbécil, ¡no le hagas caso!¡¿No ves que te está tratando de engañar?!
—Vaya, vaya, vaya. Mira qué espécimen nos ha traído la nave nodriza —dije al verlo.
—Oh, Paula, si supieses cuánto te he echado de menos. Es una pena que nunca me hayas apreciado como yo te aprecié a ti, pero, ¿quién sabe? Todo cambia, todo fluye. Nada permanece igual —sentenció mostrando una escalofriante media sonrisa.
—Deberías dejar tus clases de filosofía. No te están haciendo ningún bien, Ditrius —aseguré.
—Venga, hay confianza. Puedes volver a llamarme Nico. Como en los viejos tiempos.
—En los viejos tiempos no eras un hechicero loco con complejo de Sócrates y...a decir verdad...tenías más pelo.
No pude evitar soltar una carcajada. Lo siento, pero era la verdad.
—Terminal, acaba la faena —mandó él.
—Como desee, mi amo.
Dirigí una mirada interrogante a mi hermano.
—¿No era que ibas a dejar de obedecer?
—Todo lo que soy ahora se lo debo a mi maestro. He decidido no fallarle y serle siempre fiel —afirmó Cristian.
—Bueno, la idea de jubilarme era demasiado buena para ser verdad. Acabemos con esto de una vez por todas.
Dicho esto, arremetí de una patada contra aquel que había manipulado por completo a mi hermano, aprovechándose de sus emociones.
—Dejemos las cosas claras, Ditrius. Yo ya no soy tu chica. Tampoco soy una superheroína. Pero soy una hermana mayor y, créeme, estoy dispuesta a hacer cualquier cosa por mi hermano pequeño —advertí yo.
—Oh, vaya, ¡qué miedo! ¿Y qué se supone que vas a hacer? —preguntó mientras intentaba erguirse con aires de grandeza.
No contesté. Tomé mi teléfono. A continuación, marqué un número. Solo fueron necesarios unos segundos.
—¿Hola?¿Señora Giráldez? Soy Paula. Sí, esa misma. —Hice una pausa para contemplar con orgullo el aterrorizado rostro de Ditrius— Verá, acabo de pillar a su hijo fumando con unos amigos en un callejón. Sí, lo sé. ¡Es inaceptable! No dudo de su capacidad como madre, por lo que sé que obrará como es debido y le dará una buena reprimenda. De acuerdo, muchísimas gracias, señora Giráldez. Cuídese. Adiós.
Colgué el teléfono.
—¡¿Te das cuenta de lo que acabas de hacer?!¡Por tu culpa estaré un mes castigado!¡Me prohibirán ir a la biblioteca!
El mismo que se hacía llamar gran hechicero estaba arrodillado y en un profundo desasosiego.
—¿Vas a liberar a mi hermano de la maldición o le cuento también acerca de esas revistas que escondes en tu habitación? —inquirí, enarcando una ceja.
—Está bien. Tú ganas esta vez, Paula. Pero, te prometo que volveré muy pronto. Esto no acaba aquí.
Chasqueó los dedos. Lanzó una bola de humo que provocó que Cristian y yo tosiésemos, y se esfumó misteriosamente. Bueno, quizás no tan misteriosamente, lo escuché toser detrás de un árbol cercano.
—Hermana, ¿qué ha pasado? —me preguntó mi hermano, un tanto desconcertado.
—¡Te has perdido una lucha épica entre un superhéroe y un supervillano, Cristian! —exclamé riendo.
Él corrió a mis brazos y me dio un fuerte abrazo.
—Tú luchas cada día, Paula. ¡Eres mi superheroína!
Acaricié su pelo negro azabache.
—Soy tu hermana mayor, Cris. Y, ahora mismo, lo que necesito para reponer fuerzas es un súper café. ¿Te apetece un helado?
Él asintió enérgicamente.
—No se hable más, pues. ¡Vamos volando! —dije, alzando el puño.
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