Herencia

Una vez me dijiste que no tenía sentido visitar con asiduidad a nadie en el cementerio.

Esto me sorprendió, ya que eras una persona que llevaba la Fe arraigada en la sangre que circulaba por su cuerpo y en el alma que completaba su ser.

— Puedes ir las veces que quieras a visitarlos, si eso te hace feliz, pero los que están allí, ya no están — Susurraste, como si contaras un secreto — Hay que dejarlos descansar.

Entonces comprendí que te referías a que no hay que dejarse arrastrar por el dolor de una pérdida, ni quedarse atado a un recuerdo, porque morir forma parte de la naturaleza y combatir esa realidad es, tal vez, arriesgarse convertirse en un muerto viviente.

— Cuánta razón llevabas — Murmuré, con mis pensamientos puestos de nuevo en lo que estaba aconteciendo.

Madre, vengo de estar en la casa de los abuelos.

Hemos estado recogiendo las cosas de la casa donde pasaste tu infancia y juventud.

Donde mis hermanos y yo pasamos también parte de la nuestra. Comiendo emparedados de mantequilla y jamón york, jugando con los primos, riéndonos a escondidas.

Tan llenos de amor que no notábamos que el tiempo pasaba y la vida corría más que nuestros pequeños pies acelerados.

Ese lugar donde crecieron diez soles, igual de delgados y altos que el trigo que crecía en el campo. Diez marineros de aguas revueltas.

He entrado en la casa y tengo que confesarte que lo primero que he hecho ha sido tomar aire, esforzándome por pasar por alto el vacío silencioso que se ha apoderado de todo lo de allí.

Esa extraña quietud no encaja con la esencia de ese lugar y me molesta. Ojalá pudiera echarla, espantarla con una mano como si fuera una mosca.

Y de repente, la pena inicial se ha transformado en nostalgia.

¿Por qué?

No ha sido madurez, la madurez no te vuelve de piedra ¿Verdad?

Tampoco ha sido porque sea dueña de mis emociones, y sea capaz de atarlas con una soga bien apretada.

Sino porque iba acompañada de tus hermanos, y me he visto reflejada en ellos.

Mis tíos, mis guardianes, mis profesores.

Mi familia, y mi mayor consuelo.

Ellos también quisieron,
y despidieron.

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