FINAL (2⁰ parte): Nuevas historias, nuevos caminos
7 AÑOS
Eileen miró a su padre de reojo por un instante, ambos se preparan y salen corriendo, un momento después sus cuerpos desaparecen volviéndose sombras, ésas mismas recorren el interior de la casa de un punto a otro. Al final, llegan a la habitación de Eileen, aunque ella toma la delantera llegando con unos segundos de anticipación. Al ver aparecer a Alger celebra con saltos.
—¡Gané de nuevo! ¡Yupy! —canta, entusiasmada y luego lo abraza—. Papá, te estás haciendo muy lento.
—O tú muy rápida —dice él, sonriente. Luego le da unas palmaditas en su cabeza—. Basta de juegos, es hora de dormir, ponte tu pijama, cuando regrese quiero verte lista. Te traeré chocolate caliente.
Y así fue. Él preparó su bebida y al regresar ella ya estaba en su cama. Eileen agitó las manos con emoción al ver que su chocolate iba acompañado con galletas.
—Gracias, papá. Son mis favoritas, el señor Frederick había tardado en traerlas, pero hay unas de chocolate que he querido probar, las vi en un comercial... ¿Puedo ir la próxima vez con el señor Frederick? Necesito decirle cuáles debe traer.
La sonrisa de Alger cayó.
—No, Eileen, sabes que no puedes salir. Y sabes el porqué. Es muy peligroso, así que nos vamos a quedar aquí. Tienes todo lo que necesitas... Yo te traeré galletas de chocolate, todo lo que quieras.
Ella se quedó callada por unos instantes, ya no se notaba tan alegre.
—Es que extraño salir —dijo en voz baja confundiéndose con un balbuceo.
Alger lo sabía. Y mientras ella más lo pidiera la presión de su corazón era cada vez más fuerte.
—Lo harás pronto, cariño. Ahora dime, ¿qué necesitas?
La niña apretó los labios y pensó.
—Mis colores se están acabando. También necesito más listones para el cabello y más libros. Nada más.
—Te lo traeré, iré esta misma noche. Pero ¿ya te acabaste tus colores, tan rápido?
Eileen no pudo esconder su sonrisa, bebió rápidamente su chocolate caliente y se levantó a buscar entre sus libretas, al encontrar la hoja que buscaba se la entregó con cuidado. Era un dibujo muy bien hecho de ambos.
—Wow, has practicado mucho. Ya veo cómo es que se acaban rápido. Es un dibujo precioso. Lo llevaré a mi estudio. Ahora duerme.
La pequeña volvió a su cama, pero no dejó que su padre se marchara.
—¿Me cuentas mi historia favorita? —dijo al acomodarse.
Alger sonrió.
—¿Estás bromeando? La sabes de memoria.
Ella lo miró suplicante.
—Está bien, pero no me interrumpas.
Alger la envolvió bien y comenzó su relato:
—Había una vez, en un gran palacio un muy, muy apuesto príncipe. Él príncipe vivía feliz, pero un día el gran tirano y despiadado de su padre pidió que su hijo hiciera algo terrible, algo que, por supuesto, el príncipe noble se negó a hacer... ¿Qué fue, Eileen?
La niña tenía las mejillas infladas por contenerse, así que al hablar gritó.
—¡Lo obligarían a casarse con alguien a quien no amaba! Pero era imposible porque él tenía una novia secreta.
—Correcto. El príncipe era justo y se negaba a no seguir su corazón, pero al rey eso no le importó, su hijo debía casarse con alguien noble para que fuera rey y el linaje puro siguiera. El príncipe no estaba dispuesto así que desafió a su padre. El rey, indignado, quiso castigar a su hijo, pero el príncipe huyó con la persona que amaba, dejó atrás su estatus, a sus amigos, su familia, toda su vida, aunque nunca se arrepintió porque en su corazón sabía que hizo lo correcto. Entonces. Después de huir, el príncipe y su amada encontraron el lugar perfecto para vivir... Tuvieron un hijo al que amaron y protegieron, y luego... Bueno, vivieron felices para siempre.
Eileen suspiró tras el final que amaba.
Alger hizo la rutina del beso en la frente y darle cuerda a la caja musical, pero justo antes de salir ella habló:
—Eres tú, ¿verdad, papá?
Alger se detuvo y miró atrás con extrañeza. Ella lo miraba, sonriendo.
—Tú eres parte de la historia, eres el hijo del príncipe.
Él se recargó sobre la puerta y habló con la barbilla en alto.
—¿Por qué crees eso?
—Eh, porque... —la niña se sintió avergonzada así que se cubrió con las cobijas.
—Eileen... ¿por qué te escondes? Anda, dime. ¿Cómo lo sabes?
Su cabecita se asomó solo hasta dejar ver sus ojos.
—La señora dijo que... Dijo que tú... Que tú seguías estando en la línea de sucesión. Dijo que tú papá era un traidor... En la historia el príncipe era quien debía casarse para ser rey, pero nunca lo logra. Solo lo desterraron, no dejó de ser un príncipe, pero aunque no fue rey, su hijo sigue perteneciendo a la familia real, y como hijo primogénito su descendencia ocupa el lugar para ser monarca... ¿Eso significa que tú eres el rey?
Alger la miró con la boca abierta mientras ella volvió a cubrirse y al mismo tiempo la caja de música se detenía.
Él se apresuró a buscarla entre las cobijas.
—¿Q-qué? ¿De donde sacaste todo eso? Eileen, sal de ahí.
Alger le hizo cosquillas y ella trató de escabullirse, pero por fin la atrapó. La pequeña carcajeaba y al calmarse solo alzó los hombros.
—No lo sé, papá. Fue fácil..., pero ¿es verdad que mi abuelito murió en una hoguera?
Alger se quedó inmóvil por un momento, reviviendo el recuerdo una vez más. Aunque eso no fue lo único que lo dejó conmocionado. Se preguntaba cómo Eileen había juntado todas las piezas tan hábilmente. ¿Cómo era posible que recordara lo que había dicho la mujer a casi dos años después cuando jamás volvieron a hablar de ese día?
—Querida. No, lo que sucedió... —trató de hablar, pero no sabía por dónde empezar—. Mis padres... Te he dicho que ellos se fueron al cielo... Eh, al igual que tu mamá...
Alger ya no sabía qué decir. Se suponía que no debía de hablar de ese tema tan crudamente porque era una niña, pero Eileen a veces hablaba tan directamente que lo sorprendía y lo dejaba sin palabras.
Mientras él intentaba explicarse, la niña se encogió. No le gustaba hablar de su "mamá". Supo que era momento de dormir así que volvió a esconderse bajo las cobijas.
—Ya, papá. Vete. Quiero dormir.
Alger se levantó y suspiró pesadamente antes de darle las buenas noches nuevamente e irse.
Algunos minutos después, y cuando todo estuvo en silencio Eileen salió de sus cobijas, sacó de debajo de la cama su "cofre de tesoros" y buscó la imagen de su "mamá". No era más que un dibujo perfecto hecho por su padre. La mujer del dibujo a lápiz era Helene.
Contempló el dibujo por largo tiempo antes de darle un beso y volverlo a guardar.
***
Alger tomó asiento en su estudio. Analizó el dibujo de su hija y lo puso, con ayuda de un alfiler, sobre una pared repleta de sus demás dibujos, algunos eran de animales exóticos o casitas sobre la colina, con un sol sonriente, esos, sus primeros dibujos eran adorables.
Otros eran extraños, esos los guardaba aparte porque le gustaba verlos de vez en cuando para interpretarlos. Eran rayones oscuros con ojos rojos, criaturas con varios brazos y colmillos. Dibujaba a las arpías, dibujaba hojas repletas de cosas que parecían ser cadáveres.
También dibujaba a sus "amigos", extrañas figuras blancas con ojos enormes, escalofriantes. Criaturas sacadas de pesadillas.
Suspiró y buscó las llaves. Iría de inmediato por lo que Eileen pedía, al menos así podía despejar su mente.
***
Un par de semanas después. Eileen se encontraba en el patio trasero. Estaba sentada en una pequeña banca, analizando la reciente golosina que le había traído su padre. Alger le había dicho que no encontró sus galletas favoritas así que las sustituyó por unos adorables avioncitos de chocolate.
Así que, analizaba su chocolate, era pequeño, detallado y adorable. Ni siquiera quería comérselo porque era simplemente perfecto. Alzó sus ojos al cielo e imaginó que el avioncito volaba de un lugar a otro. Se puso de pie y sin darse cuenta ya estaba inmersa en un juego en donde su avión era el protagonista. Sus pies iban sin cuidado, ella giraba y saltaba, a veces intencionalmente sobre los charcos de agua. No le importaba ensuciar su perfecto vestido rosa, solo carcajeaba y agitaba su chocolate.
https://youtu.be/zKC0znn_9-Q
Se estaba divirtiendo mucho hasta que de pronto se detuvo en seco justo antes de la barrera, pero no lo hizo por esto sino por algo que llamó de inmediato su atención.
El césped y las flores crecían de igual manera dentro o fuera de la barrera porque lo único que esa burbuja mágica protegía era a ella... Aunque la palabra adecuada era 'aprisionar'.
Eileen no podía ir más allá, era la única porque las aves, los insectos y todo lo demás podían entrar y salir. Era esa la razón por la cual odiaba estar siempre tras esa línea hecha por cabello colorido.
Lo que llamó su atención fue una mariposa, pero no cualquiera. Ésta era especial, ella lo presentía. Sus colores eran hermosos a sus ojos, un negro destellante con pequeños detalles rojizos. La mariposa revoloteaba fuera de la barrera, iba de una flor a otra trazando una especie de camino... Y de alguna manera la estaba incitando a salir.
Eileen movió la cabeza igual que un cachorro confundido. Se mordió los labios y miró de un lado a otro, echó un vistazo hacia la casa para asegurarse que su padre no estuviera cerca, él debía estar dormido porque en los días calurosos como ese siempre dormía un poco cuando el sol estaba en lo más alto.
Al asegurarse que Alger no estaba cerca decidió salir. Aunque a primeras no pudo porque rebotó hacia atrás como si hubiera una pared invisible.
—¡Auch! —exclamó adorablemente al retroceder, y se sujetó la nariz. Miró enfrente con una expresión firme y extendió su mano, la barrera volvió a empujarla hacía atrás.
Eileen vociferó como cualquier niño irritado, así que, sin pensarlo se sacó el amuleto y lo puso cuidadosamente en el suelo. Por fin pudo cruzar. Encantada, avanzó hacia la mariposa que la esperaba, dando pequeños saltitos.
—Hola —dijo al agitar su mano de igual manera que como se saluda a un buen amigo.
La mariposa alzó el vuelo hasta llegar frente a ella, revoloteó en círculos por unos momentos hasta que Eileen alzó su mano.
Al principio estaba aterrada, sabía bien lo que ocurría al tocar a algún animalito, pero esta vez una corazonada le decía que debía acercarse más a ella.
Para su sorpresa, la mariposa puso sus patitas sobre su dedo y caminó sobre él dándole cosquillas. Ella no podía creerlo, su boquita se abrió con sorpresa y luego sonrió.
—¿Cómo te llamas? ¿Por qué me estabas buscando? ¿Te perdiste? —preguntó la niña. Ni ella misma podría explicarse, pero esa era la sensación que tenía: la mariposa la buscaba.
—¿Te gusta el chocolate? Mi papá me compró un chocolate en forma de avión, solo tengo uno ahora, pero puedo compartir. Hay que comerlo rápido o se va a derretir.
Entonces la mariposa despegó, voló alto mientras ella buscaba el chocolate que había guardado en su bolsita que colgaba de lado.
Al encontrarlo extendió su mano, pero en ese instante se percató de cómo la mariposa esquivaba un proyectil tan rápido que apenas le había dado tiempo de reaccionar. La mariposa se alejó, pero resultó herida, una de sus alas había perdido una parte. Sus puntas ardían como una hoja que se consume lentamente.
—¡Eileen! —escuchó gritar a su padre.
Volteó un poco y vio a su padre ir tras ella con una expresión de furia total. Alger sostenía una pistola en su mano. Ella tomó el chocolate y lo lanzó justo antes de que Alger la sujetara de su brazo y la arrastrara de nuevo tras la barrera.
Ese tiempo fue suficiente para que la mariposa desapareciera.
Alger la buscó con la mirada, al final lanzó el arma y se agachó a recoger el amuleto, se lo puso a la fuerza y después caminó a dentro con ella sin decirle ni una palabra. Eileen trotaba tras de él mientras analizaba la mano de su papá que empezaba a tener signos de quemaduras.
Estando dentro, Alger se plantó frente a ella con los brazos cruzados.
—¿Quieres explicarte? —habló, enojado.
Era la primera vez que Eileen salía de la barrera, él estaba confundido y aterrado porque se suponía que debía funcionar, habían pasado casi dos años y ella jamás intentó salir, pero tras un descuido simplemente la traspasó... Ni siquiera comprendía cómo es que ella sabía que debía quitarse el amuleto para lograrlo, ¿siempre lo supo?
Alger no podía contener su gran disgusto, Eileen lo había desobedecido gravemente, por primera vez.
La pequeña ni siquiera podía verlo a la cara. Simplemente agarraba su bolsita para calmar sus nervios.
—Estaba jugando, me acerqué a la barrera... No quería salir, no quería desobedecer, papá, ¡fue la mariposa! Ella me llamó. Quería que saliera...
Alger contrajo más su expresión.
—Ajá, y tú muy obediente fuiste, ¿verdad? Te lo he advertido tantas veces, te he dicho una y otra vez que no debes ni siquiera acercarte a la barrera... ¡Tienes que obedecer! —gritó Alger.
—S-solo quería ver a la mariposa —tartamudeó ella.
Alger se cubrió la boca por un segundo, luego su mano subió para peinar su largo cabello.
—Esa cosa no era una mariposa, Eileen, ¿no lo notaste?, claro que no, mi amor, porque eres tan pequeña, pero créeme que eso era algo malo, pude sentirlo... Quizá sean de nuevo las arpías —dijo lo último en voz baja, pero después agitó la cabeza—. No sabes lo peligroso que es salir. ¿En qué estabas pensando?
—Pero no me pasó nada —se apresuró a contestar ella—. La mariposa era muy bonita y me preguntó dónde había estado... No le pasó nada cuando la toqué, papá. Era especial como yo.
Alger se sobresaltó.
—¿Te habló? —preguntó, pero sacudió la cabeza nuevamente—. Lo siento mucho, querida, pero has sido desobediente. Claro que no es como tú, solo trató de engañarte, y lo logró cuando decidiste salir. Ve a tu habitación, estás castigada.
La niña lo miró con absoluta sorpresa. Jamás había sido castigada.
—Eso es injusto. No me pasó nada. Estaba jugando —reprochó.
—Te quitaste el collar y cruzaste la barrera. Son dos faltas. Debes entender que cuando se desobedece hay consecuencias... Ser desobediente te hace una niña mala, Eileen. Así que ve a tu habitación, no podrás ver televisión, no tendrás golosinas ni juguetes nuevos por un mes. Tampoco podrás salir a jugar afuera sin mi supervisión.
El rostro de la pequeña enrojeció por el enojo, y era adorable ver cómo sus mejillas y orejas se tornaban completamente rojas.
—¡No quiero! —gritó mientras daba un fuerte golpe al suelo con su pie.
Alger suspiró y apretó el puente de su nariz.
—No tengo tiempo para berrinches. Solo obedece. Ve a tu habitación, ahora. No lo voy a repetir otra vez, o vas o tu tiempo de castigo será el doble.
Eileen lo miró con recelo.
—¡Pero por qué! —volvió a gritar, testaruda.
Alger entendía su negativa, nunca había sido castigada de esa manera y estaba tratando de darle vueltas al asunto. Pero él sería firme.
—¡Porque soy tu padre y solo por eso debes obedecerme, necia! —habló fuertemente, poniéndose derecho, mirándola directamente a los ojos. Por un segundo adoptó un semblante terrorífico. Estaba tan enojado que mostraba sus colmillos.
Ella no se intimidó, al contrario, adoptó una postura desafiante.
—¡Tú ni siquiera eres mi verdadero papá! —respondió. Y solo un segundo después se arrepintió.
Alger no esperaba esa respuesta. Su postura cayó, su expresión se desvaneció. Esas palabras lo habían golpeado directamente al corazón.
Eileen se dio cuenta de eso, nunca había visto así a Alger. Él abrió la boca, pero no salió más que una exhalación. Se había quedado sin palabra alguna.
En ese instante ella quiso disculparse, pero simplemente se dio vuelta y subió las escaleras. Al llegar arriba volteó con los ojos llenos de lágrimas y lo vio ahí, todavía inmóvil. Después entró a su habitación invadida de culpa.
Alger se sintió profundamente herido por las palabras de Eileen. Su rostro se llenó de tristeza y dolor al escuchar esas palabras que tanto temía. Ella tenía razón, pero la ha amado y cuidado por todos esos años como si fuera su propia sangre. La ha querido tanto que incluso estaba olvidando que es la hija de quien ha odiado.
En ese momento escuchó la puerta cerrarse, Alger se quedó en silencio, sin poder encontrar las palabras adecuadas todavía. Su corazón estaba roto.
En todo ese tiempo Eileen no había olvidado las palabras de aquella mujer. Ella sabía que él no era su padre.
~
Al anochecer. Alger tocó la puerta antes de entrar, llevaba una pequeña bandeja con la cena ya que ella no había bajado a la hora de siempre.
—Traje la cena. No creas que te dejaré sin comer —dice y avanzó para encontrar el interruptor. La luz se prendió y miró alrededor, pero ella no estaba.
Alger dejó de lado la comida, revisó bajo la cama, y justo cuando estaba entrando en pánico se dio cuenta que ella estaba metida en el clóset.
Ella se asomó apenas, lo miró por un instante, sus ojos hinchados delataban que había llorado mucho, al darse cuenta que la había encontrado se sobresaltó y volvió a esconderse.
Alger tomó asiento sobre la cama, guardó silencio, y después de un momento, finalmente pudo recuperar su voz, aunque su tono era suave y entrecortado por la tristeza.
—Eileen... entiendo que quieras jugar fuera, sé que te desespera estar aquí dentro todo el tiempo, pero es importante que te mantengas segura. He creado la barrera para protegerte de cualquier peligro. Por favor, comprende que lo hago porque te amo y quiero lo mejor para ti. No estoy tratando de encerrarte, solo quiero asegurarme de que estés a salvo. ¿Ya has olvidado a aquella mujer? No dudó en hacerme daño y no lo iba a hacer contigo.
Hubo silencio.
Alger se movió, inseguro.
—Sé que estás enojada y confundida en este momento, pero quiero que sepas que te amo incondicionalmente y eso significa hacer sacrificios. Puede ser difícil de entender ahora, pero quiero que confíes en mí, que sepas que todo lo que hago es por tu bien.
Alger esperó que sus palabras llegasen al corazón de su hija, y así fue porque ella abrió la puerta y salió. Corrió a darle un abrazo y se disculpó.
—¿Tú... tú me quieres, verdad, papá? —le preguntó tímidamente.
—Sí, por supuesto que te quiero —se apresuró a decir Alger. Después la tomó y la sentó en sus piernas—. Mi amor por ti es tan profundo que no puedo soportar la idea de que te lastimen, por eso hago esto. Es lo que un padre hace, querida. ¿Todavía lo dudas?
Ella evitó verlo.
—¿Seguiré castigada? —preguntó de manera evasiva.
Alger suspiró pesadamente y asintió.
—Ay, Eileen. Sí, todavía lo estás, pero permíteme explicarte por qué es importante que respetes los límites que he establecido. Querida, entiendo que saliste a jugar sin intención de desobedecer. Sé que solo querías divertirte y no tenías malas intenciones. Sin embargo, es importante que entiendas las consecuencias de tus malas acciones. Como padre, debo asegurarme de que entiendas la importancia de respetar las reglas y los límites establecidos. No es mi intención castigarte solo por ser cruel contigo sino enseñarte lecciones importantes sobre la responsabilidad y la seguridad. Lamento si te sientes triste o frustrada por esta situación, pero yo siempre estaré aquí para escucharte y explicarte las razones detrás de mis decisiones. Eres una niña muy inteligente, lo sé, sé que lo comprendes.
Eileen asiente y por fin lo mira de frente.
—Sí, papá, pero un mes es mucho tiempo. Son como mil años de calabozo. Además, yo soy muy responsable... solo fue una vez. No lo volveré a hacer. No seré desobediente.
Alger le sonrió con calidez.
—No es tan malo estar castigado. Estaré aquí contigo. Podemos pasar esos mil años armando una nueva fortaleza. Incluso podemos espiar al dragón que hay detrás de las escaleras, estoy seguro que esta vez lo vamos a capturar —dijo Alger teniendo un tono aventurero.
La pequeña sonrió, entusiasmada.
—¿También iremos a las montañas a atrapar a los monstruos gigantes? —preguntó bajando la voz. Alger sabía que estaba hablando del ático y que esos monstruos solo eran los enormes cofres de cuero viejo.
—Sí. Lo haremos, todo lo que quieras, excepto ir a fuera.
Eileen asintió, ya se notaba más animada. Volvió a abrazarlo y le dijo en voz baja:
—¿Ya no estás enojado, verdad? No quería ser mala.
Alger le dio un gran abrazo y besó su frente.
—No estoy enojado, mi amor. Estoy feliz que estés conmigo. Es lo que importa.
***
Black Hat miró a través del ventanal detrás de su escritorio. Sus ojos recorrían la lúgubre ciudad inmersa en una lluvia ácida. Al menos podía relajarse escuchando la lluvia junto con la música que salía de su tocadiscos.
Cerró los ojos y suspiró amargamente. Al abrirlos la mariposa revoloteaba con dificultad frente a él. Apenas se sostenía a falta del pedazo de su ala. Black Hat alzó la mano y la mariposa cayó en ella. Él cerró su palma, y al abrirla de nuevo la mariposa había desaparecido, solo quedó un avioncito de chocolate.
Black Hat miró el avioncito por largo tiempo. Lo movió con el pulgar recordando a Flug, a como solía esconder las cajas de chocolates detrás del refrigerador. A cuando su aliento despedía el dulce aroma de su golosina favorita.
—Adorable, ¿no es así? —escuchó su propia voz. Al levantar su mirada se encontró con su reflejo que lo miraba. Su conciencia le hablaba de nuevo.
—No la viste por algún tiempo y te preocupó. Es adorable que busques a esa maldita niña aún después de lo que hizo. ¿Qué es lo que te pasa? Se supone que está muerta para ti.
Black Hat cerró la mano y la llevó al bolsillo de su gabardina, después le dio la espalda a su reflejo, pero este no se movió.
—¡No hagas como que no te importa! —exclamó el reflejo—. Esa escuintla no nos lo arrebató, se llevó lo más importante de nuestra vida. Nos equivocamos al amarla alguna vez. Debimos matarla, debimos devorarla. Lo sabes, siempre estaré aquí para recordarte. Sé que sigues odiándola, ¿qué esperas para hacerla sentir el mismo dolor que te ha provocado?
Black Hat miró su reflejo por encima de su hombro. No dijo nada. Ya estaba cansado de discutir consigo mismo una tras otra vez. Tras siete años no había resuelto nada. Después de la última profecía se había propuesto esperar. Solo debía esperar.
***
El mes de castigo no fue tan tortuoso como ella imaginó. Le había bastado ese tiempo para aprender un nuevo idioma y leer una enciclopedia completa. También dibujó más y perfeccionó su habilidad con el piano.
Algunos días después de cumplir su sentencia pudo disfrutar de jugar por fin en el exterior. Alger estaba a su lado, mirando alrededor. Luego se relajó cuando el auto llegó y de él salió Fred.
—Hola, Ratoncita. ¿adivina qué traje? —dijo al sacudir una caja.
—¡Mis chocolates! —exclamó ella, alegremente. Tomó la caja y tras un rápido abrazo salió corriendo hacia la casa.
—Es una niña adorable —dijo Fred, suspirando.
Alger cruzó los brazos.
—Sí, aunque ha empezado a desobedecer y a retarme.
Fred carcajeó.
—Por favor, eso es de lo más normal, es más, se había tardado. Mis hijos empiezan con esa actitud a los cinco años. Cuando sea adolescente será una verdadera pesadilla, eso te lo aseguro. Pero disfrútalo, no son niños por siempre.
Alger se perdió en sus pensamientos.
—Tienes razón, parece que fue ayer cuando cuidaba de una bebé adorable. Ahora no logro hacer que deje de lanzarse del techo.
Fred lo miró con incredulidad.
—Es una larga historia —respondió Alger—, además, no tienes idea de lo inteligente que se ha vuelto. Y a veces habla sin parar por horas, pero la escucharía todo el día. Tiene un sentido del humor muy excéntrico. También aprende música muy rápido. Es todo un prodigio.
—Sí, nada que no sepa —dijo Fred—. Por cierto. ¿qué pasó con lo de su verdadero padre? ¿Volvió a mencionarlo?
Alger agitó la cabeza.
—No, y espero que no lo haga.
—Deberías tratar de abrir el tema. Tú lo has dicho, es más inteligente de lo que parece, debe tener sus dudas, si te lo dijo es porque lo cree firmemente. Es una lástima que lo haya sabido de esa manera y tan pequeña. Pero a estas alturas ya notó que no es un vampiro ni tampoco un humano normal. Le debes explicaciones.
—Todavía no es el momento —contestó Alger, fastidiado por tocar ese tema.
***
Por la noche, Alger entró a la habitación de Eileen para verla dormir. Cuando era un bebé, y no dormía con ella, iba a menudo a comprobar su respiración. Ya habían pasado los años, pero él no había renunciado a ese ritual nocturno. Para él, nada igualaba el espectáculo de su hija acuñada por los sueños. Era una contención que tenía el poder de ahuyentar la amargura porque ella, con la cama llena de juguetes se perdía, era como una muñequita más.
https://youtu.be/DLWqxqMYlXE
A Alger le fascinaba la profundidad del sueño de su niña porque podía acariciar su mejilla o tocar su frente y ella seguiría inmersa en su descanso. Creía que el sueño era la mayor fortaleza de la infancia. Nada malo puede pasar cuando alguien duerme así... Se preguntaba en qué momento de la vida él había perdido esa capacidad. Llevaba tanto tiempo sin dormir así. Ya no tocaba esas profundidades de serenidad, y esa noche no fue la excepción.
Desde que aquella mujer había roto todo lo construido con su hija empezó a hundirse en la incertidumbre. ¿Alguien más vendría? ¿Black Hat la buscaría? ¿Qué era lo que pensaba Eileen ahora? Temía que su red de mentiras flanqueara, que ella lo odiara. Debía ser más precavido.
***
El otoño llegó. Y con ello un nuevo capricho que Eileen no iba a abandonar hasta hacerlo realidad. Nunca había ido a una noche de Halloween y estaba realmente decidida a convencer a su padre para que la llevara. Por supuesto que Alger se negó de todas las maneras posibles porque significaba salir de casa, y eso no iba a suceder.
—Vamos, papá, por favor. Ya hice mi disfraz, me esforcé mucho y no será en vano.
Alger bajó el periódico que leía.
—No. Lamento que desperdicies tu tiempo con eso, pero no iremos..., aunque, solo por curiosidad, ¿de qué es tu disfraz?
Ella hizo una pose extraña, como si fuera un depredador.
—¡Seré un vampiro, igual que tú! Hice mi capa con las cortinas oscuras de tu habitación.
Alger frunció el ceño y negó con la cabeza, evitando enojarse.
—Hum, un vampiro. Solo que, por si no te has dado cuenta, yo no uso capa —dijo dándole un toque en la nariz.
Ella carcajeó y le mostró un dibujo de un vampiro. Se trataba de su personaje favorito del momento. Drácula. Sus gustos cambiaban mucho pues un día adoraba a los ninjas y al otro a las sirenas.
—Drácula usa una. Además, dije que un vampiro como tú, no que me disfraz sería de ti. ¿Vamos? Te daré caramelos, y será de noche, no te quemarás —propuso con orgullo.
—Alto, ¿solo se trata de los dulces? Puedo comprarte yo mismo las golosinas que quieras, no necesitamos ir a pedir de puerta en puerta... Ah, pero ahora que lo recuerdo, se te va a caer tu primer diente, no puedes comer caramelos.
Ella soltó su dibujo y sostuvo la manga de la camisa de Alger con fuerza mientras empezaba a sacudirlo.
—No es por los dulces, papá. Es para divertirnos. En la televisión he visto que hay muchas personas que se disfrazan de manera muy cómica. También puedo conocer a algún nuevo amigo.
—No, Eileen, no podemos salir. Es muy peligroso.
—Tú puedes usar un disfraz también, así nadie te va a reconocer. Nadie nos va a reconocer —insistió.
—La ciudad más cercana está a una hora de viaje en auto, eso es muy lejos, significa exponernos. Y tú ni siquiera puedes ir más allá del patio trasero.
—Por favor, por favor, por favor, por favor —la niña empezó a rogar. Alger la ignoró y volvió a levantar el periódico. Pero ella no se detuvo y dijo la palabra "por favor" más de cien veces. Alger se levantó, fastidiado, pero ella fue tras él sin dejar de repetir la palabra.
Alger apretó el puente de la nariz cuando la pequeña se aferró a su pierna.
—No te va a funcionar. Soy una persona paciente —dijo él, y luego dio unos pasos llevándosela consigo.
La niña empezó a carcajear por ser arrastrada en cada paso.
—Por favor. Serás un pirata, te ayudaré a hacer tu disfraz. Anda. Te daré la mitad de mis dulces, dejaré de saltar del techo, lavaré yo los platos siempre... ¡Por favor, papá!
Alger se detuvo. Miró abajo y ella pestañeó con encanto.
—¿Por qué no podemos quedarnos aquí? Te dejaré ver la película de terror que quieras. Permitiré que duermas hasta tarde —dijo, tratando de negociar tal como lo estaba haciendo ella—, ¿por qué es tan importante para ti?
Ella soltó su pierna y quedó tirada en el suelo, adoptando muy bien su papel de víctima.
—Porque el otoño es la mejor estación de todas, y siempre he querido pedir dulces en Halloween. No quiero estar encerrada, al menos por una noche. Por favor, que sea mi regalo de cumpleaños adelantado. No pediré salir nunca más... El señor Frederick nos puede acompañar.
Alger la miró por un largo tiempo.
—No —sentenció al darle la espalda.
Eileen frunció el ceño. Se levantó y subió las escaleras. Sin antes darle un gesto de arrogancia.
«Creo que a esa niña le encanta pelear conmigo», pensó él cuando escuchó la puerta azotar.
Se puso a meditar sobre la petición de Eileen, no sabía si debería ceder. Se jactaba de ser un buen padre, pero no podía con una simple decisión como esa. Debía pedir un consejo. Y sabía perfectamente a quién debía recurrir.
Esa misma noche salió a la ciudad. Fue a un café sin mucha concurrencia y tomó asiento frente a Leonor que lo esperaba junto con una taza de café. Después de un saludo ella habló:
—Hace mucho tiempo que no me pedías un consejo.
Alger miró de un lado a otro para confirmar que nadie se fijara en ellos, pero el par de comensales estaban inmersos en sus asuntos.
—Se trata de algo que no he podido decidir por mí mismo. Eileen últimamente me pone entre la espada y la pared.
—Y por eso adoro a esa niña —confesó ella con una gran sonrisa—. Es una criatura bastante impredecible. Y bien, ¿de qué se trata?
Alger explicó la situación. Cuando terminó, Leonor agitó la mano.
—No es un gran dilema, ¿sabes?, quiere divertirse un poco y eso no es nada malo. Yo aconsejo que deberías ir con ella. Le va a encantar, ¿recuerdas cuando dije que debía salir para que no se vuelva una inadaptada? A eso me refiero. Además, eres su padre, debes apoyarla.
—Y tú, ¿olvidas lo que pasó la última vez?
—No puedes vivir paranoico. Ya son casi dos años desde que no se sabe de los Pendragon. Ella me preocupa, vive tan alejada del mundo, es muy tímida, y lo vas a empeorar si le niegas esos pequeños gustos.
Alger evitó verla.
—No es algo pequeño. Quiere salir siempre. Apenas puedo contenerla tras la barrera, eso la irrita, se ha vuelto desobediente. Ahora peleo con ella con frecuencia. Se me es cada vez más difícil entretenerla para que deje de pensar en el exterior. No sé qué quiere exactamente. Es como si estuviera en busca de algo.
—Sí, está muy fastidiada. Lo que busca es compañía. Alger, la tienes encerrada como una prisionera. La última vez que hablé con ella dijo que se sentía como Rapunzel, y que se dejaría crecer el cabello para que alguien pudiera rescatarla..., está empezando a crear cuentos donde ella siempre es la princesa atrapada en calabozos. Te advertí de esa barrera. ¿La piensas tener así siempre?
—Claro que no —interrumpió él—. Tú sabes que mi familia está loca. Sigo temiendo que nos encuentren, no puedo actuar sin ponerla en riesgo. Los he buscado para acabar con ellos, pero no he encontrado rastro de ninguno.
—Entonces no hay de qué preocuparse. Ve con ella. Fred y yo haremos guardia. Sé que no pasará nada. Es una niña que quiere disfrazarse y pedir dulces, ¿qué hay de malo en eso? No seas cruel con ella. Además, ya salió una vez. ¿Qué tal si lo hace por rebeldía otra vez? Puede escapar y tratar de ir sola a la ciudad, puede perderse. Entonces sí será un problema.
Él no había pensado en eso, pero la creía capaz. Suspiró profundamente y asintió.
—Bien, tomaré tu consejo. Solo porque eres experta en niños. Con siete debes tener buena experiencia —dijo al llevarse la taza de café a los labios.
Leonor sonrió, orgullosa.
—De hecho, pronto serán ocho. Estoy embarazada.
Alger casi escupe su café al escucharla.
—Oh, felicidades... Fred no lo había comentado.
—No. Yo quería decirlo personalmente.
Hubo un largo silencio, al final él se puso de pie.
—Entonces los veré en Halloween. Y de nuevo, felicidades. También te agradezco, siempre me has ayudado.
—No es nada. Sinceramente nunca imaginé que tener una hija sacara lo mejor de ti. Te transformó. Fue como si hubiera limpiado tus pecados.
Alger se quedó inerte ante el último comentario.
—Solo me dio la felicidad que necesitaba... Aún hay muchos errores que debo enmendar —dijo, y se marchó.
Al siguiente día Eileen dio un fuerte grito de emoción cuando descubrió una bolsa con un traje de pirata y un par de colmillos falsos.
***
En la noche de Halloween, Eileen peinó a Alger, recogió su cabello negro en una coleta y acomodó el sombrero de pirata (uno un poco exagerado). Él también la peinó y verificó que su traje estuviera en perfectas condiciones.
—Le voy a chupar la sangre a todos —dijo ella, luego alzó su capa para cubrir parte de su rostro. Aunque una duda saltó a su mente y se dirigió a Alger—. Papá, ¿cómo se hace eso? ¿Sabe rico la sangre?
Alger carcajeó.
—No te voy a enseñar a morder con colmillos... Y no se te ocurra morder a alguien hoy, por favor, no pasemos por eso otra vez.
—Pero un vampiro debe beber sangre. Yo quiero ser un vampiro de verdad... También me quiero convertir en murciélago —exclamó antes de subirse a la cama y saltar de ella, ondeando su capa. Cuando volvió a saltar Alger la sostuvo en el aire.
—Los vampiros no se convierten en murciélagos, querida. Mejor ve por tu saco para los dulces, ya nos vamos —ordenó mientras recordaba la última vez que ella había expresado su deseo de ser un vampiro. Habían pasado un par de años, antes del percance.
Ella fue por su su bolsa y también cogió el garfio, parte del disfraz de su papá.
—Te hace falta este, papi —habló extendiendo el gancho.
Alger lo tomó y lo puso en su mano.
—¿Feliz? —preguntó mientras agitaba el brazo.
Ella lo abrazó.
—Sí, mucho.
~
Fred rompió en carcajadas al ver a Alger, y sin dudarlo sacó su teléfono y le tomó una fotografía.
—Tengo que tener evidencia de esto —dijo, pero Alger le arrebató su teléfono y lo rompió entre sus manos.
—¡Ey! —se quejó mirando a su esposa, esperando a que lo defendiera.
—Te lo merecías —dijo ella.
Eileen se puso ante la barrera. Se quitó el collar y después se lo entregó a su papá. Suspiró y saltó la línea de cabello colorido. Alger le tomó la mano y la hizo avanzar unos pasos, enseguida volvió a ponerle el collar.
—Recuerda, será solo por hoy —susurró.
Ella afirmó.
Todos subieron al auto y en el trayecto Alger le repitió una y otra vez las reglas: No podía alejarse de su vista, no podía hablar con extraños a menos que se tratara de niños de su edad, y no debía llamar mucho la atención.
Cuando llegaron, Eileen no podía despegar el rostro de la ventana. Todo era tal cual como lo había imaginado, las calles adornadas, las calabazas talladas con caritas tenebrosas y las decenas de niños disfrazados.
Alger bajó primero, y al abrir la puerta ella salió de inmediato dando saltos y gritos de alegría.
—Shh. ¿Qué acabo de decir? Nada de llamar la atención —dijo él, poniendo su dedo índice sobre sus labios.
Ella se contuvo, pero no dejó de dar ligeros movimientos de emoción. Tomó su saco y corrió a la primera puerta. Tocó el timbre y cuando una anciana abrió la puerta, Eileen se hundió.
—Hola... Eh, ¿dulce o truco? —habló tímidamente mirando hacia el suelo y extendiendo sus manitas con su saco.
La ancianita alabó su disfraz y dejó caer en su saco una buena cantidad de dulces. Eileen se dio vuelta y corrió con Alger.
—Papá, mira, esa señora me dio muchos dulces y ni siquiera tuve que asustarla.
Alger acarició su cabello, el cual tenía pinzas en forma de murciélago.
—Creo que por poco ella es la que te asusta a ti, ¿qué pasó? Dijiste que le ibas a chupar la sangre a todos e ibas a ser tan aterradora como el mismísimo Drácula.
Eileen se avergonzó.
—Es que... no lo sé. Me prohibiste morder a la gente.
—Cierto, pero aún puedes darles un buen susto. Un gruñido no estaría mal, déjalos ver esos colmillos.
La pequeña asintió y sujetó su mano.
—¿Me acompañas a la próxima casa? Tú sí te ves aterrador. Mis colmillos se ven falsos a tu lado, los tuyos son muy afilados.
Alger carcajeó, apretó bien su manita y fueron a la siguiente casa.
—Debes ser rápida, no lo olvides —aconsejó.
Esta vez una bella dama, con curvas bien definidas abrió la puerta, usaba un disfraz de enfermera, pero con muchas manchas de sangre en su ropa blanca. Al mirarlos sonrió, pícara. La pequeña notó que se había quedado demasiado tiempo mirando su disfraz que, a su parecer le quedaba pequeño, así que rápidamente hizo una pose para asustarla y señaló su boca para que viera sus colmillos. Alger solo se quedó de pie. La acción de la pequeña solo duró un momento porque enseguida fue a esconderse detrás de Alger.
—Pero que linda y aterradora vampirita, y que buen disfraz de... ¿pirata, o es de vampiro? Como sea, ya no se ve a los padres apoyar a sus niños de esta manera. Debe ser un papá muy atento —dijo, y vació casi todos los dulces dentro de la bolsa que Alger sostenía, no sin antes dirigirle un guiño.
La niña se asomó y habló en voz baja.
—Mi disfraz es de vampiresa, pero mi papá es un vampiro que se disfrazó de pirata, su parche no es disfraz, ese lo usa siempre así que se parece a un pirata, pero es un vampiro.
Alger sonrió con nerviosismo y miró a su hija con negativa. Aunque la expresión de confusión de la chica fue evidente, luego se echó a reír.
—Es muy adorable —dijo, después cerró la puerta. Al hacerlo Eileen corrió a ver los dulces que estaban en la bolsa de su papá.
—A esa señora le queda muy pequeño su disfraz. No entendió que en Halloween debes asustar.
Alger se puso rojo. No le iba a explicar la verdadera intención de la mujer al usar un disfraz más pequeño de lo que debería.
—Olvida su disfraz. Corriste detrás de mí a esconderte, ¿por qué?
La niña alzó la mirada, ya estaba comiendo un caramelo.
—No sé... Me da vergüenza. ¿Te has dado cuenta que las personas me miran por mucho tiempo? No me gusta. Tú eres un vampiro de verdad y no te miran así.
Alger se arrodilló para estar a su altura.
—Estoy seguro que lo hacen porque se detienen a admirar lo bonita que eres. Además, estoy contigo, no sientas vergüenza. Tú querías venir así que adelante. Es una nueva experiencia y debes disfrutarlo. Seremos valientes, ¿de acuerdo? Toma mi mano. Iremos juntos... y también hay que evitar decirles a todos que soy un vampiro.
La niña asintió, quiso agarrar la mano de Alger, pero esta vez él le dio el garfio. Ella carcajeó, divertida.
La noche fue un éxito. Eileen juntó tantos dulces que apenas podía con ellos. Todos le daban halagos, decían que era una niña muy adorable, admiraban sus ojitos y la lluvia de pecas en su rostro. Los demás niños se acercaban para decir que el disfraz de su padre era 'cool'. Eileen se desenvolvió un poco, dejó de esconderse y se juntó con un grupo de niños en donde presumió su botín e hizo una excelente actuación de vampiro.
De regreso, Eileen quedó profundamente dormida en brazos de su padre, estaba exhausta, pero muy feliz.
—Te dije que era buena idea —le dijo Leonor—, ¿vieron esa carita de emoción? Ahora creo que ser tímida es parte de su encanto. La hace más adorable.
—No me gusta eso —dijo Alger—. Es muy diferente cuando está conmigo.
—Bueno, ha estado contigo toda la vida. Y no ha convivido con alguien más que nosotros. No me sorprende que sea tímida con los demás cuando tiene en cuenta que pueden lastimarla. Eso la ha hecho desconfiada —afirmó Fred.
—Además, ya tiene la edad para asistir a la escuela —agregó Leonor.
Alger abrazó a su niña y quitó un mechón de su rostro.
—Su inteligencia sobrepasa a los niños de su edad. No necesita asistir. No irá a ningún lado sin mí. Seguimos en peligro, para eso está la barrera, ella seguirá en casa. Yo he sido un buen tutor.
La pareja se miró en silencio y no dijeron más. No iban a discutir aquello.
***
Al llegar, Alger lanzó el sombrero y el garfio de su disfraz, tomó a su niña en brazos y comenzó a caminar a la casa, pero se detuvo inesperadamente.
Fred y Leonor miraron por la ventana y sus expresiones palidecieron al ver a tres figuras de pie, muy cerca de la barrera.
Alger atrajo a la niña todavía más contra su pecho en un gesto imprevisto de protección porque las tres personas, dos hombres y una mujer, parecían estar esperándolos. Sintió un escalofrío recorrer su espalda. Le bastó solo un vistazo para saber qué se trataban de vampiros.
Su miedo se intensificó al comprender que está en una situación vulnerable, llevaba en brazos a su pequeña hija dormida, no tenía ningún arma consigo. Estaba en una emboscada.
Dio un paso atrás, trató de mantener la calma y evaluar la situación con cautela, pero sus pensamientos comenzaron a acelerarse mientras miraba a los vampiros caminar hacia él.
—Justo a tiempo —dijo uno de ellos, y los demás sonrieron maliciosamente.
La tensión en el ambiente aumentó. Alger estaba a nada de temblar. Sin embargo, se esforzó por mantener la compostura. Apretaba la quijada, respiraba lento.
Miró a las personas con cautela y respondió con voz firme:
—¿Qué es lo que quieren?
Las palabras estaban de más. Sabía perfectamente quiénes eran y qué querían, solo estaba tratando de tener más tiempo para pensar porque la incertidumbre se estaba apoderando de él.
Uno de ellos, posiblemente el líder, se acercó más, no respondió, simplemente alzó la mano rápidamente, en la cual sostenía un arma de fuego, le apuntó y sin dudar apretó el gatillo.
Alger no pudo reaccionar, simplemente se dio vuelta para proteger a su niña.
Recibió el proyectil en la espalda y gritó ante el dolor, dio unos pasos débiles, pero no cayó ni soltó a la pequeña.
Ante el estruendo Eileen abrió los ojos encontrándose con la escalofriante escena, pero justo en ese momento, Fred y Leonor salieron del auto a toda prisa, ambos se pusieron frente a Alger, tomando una pose a la defensiva para protegerlos.
Un sentimiento de alivio inundó el corazón de Alger al ver a sus amigos dispuestos a luchar, al menos no estaba solo esta vez. Sin embargo, ese sentimiento desapareció casi al instante pues al mirar a Leonor recordó su confesión de antes. Ella está embarazada, no podía ponerla en riesgo.
—¿Estás bien? Nosotros nos encargaremos, vete, ponla a ella a salvo —murmuró Fred.
Alger trató de erguirse sin lograrlo, estaba paralizado, sus piernas temblaban, el suelo bajo sus pies se movía, todo empezaba a darle vueltas. No sabía qué le hicieron, pero estaba completamente debilitado.
—No... —logró decir débilmente mientras su cuerpo se contrae aún más.
—Ya está haciendo efecto, ¿no es así? —habló el hombre que sostenía el arma—. Es un invento increíble, hecho por los mismos héroes. Se trata de un arma que inyecta plata líquida. Basta con un par de disparos para asesinar a un vampiro —dice y apunta a Leonor. Ella flaquea por un momento e instintivamente llevó su mano a su vientre.
—¿Papá...? —Eileen susurra, sus cejas se contraen, su gesto de miedo es profundo.
Alger lucha por mantenerse de pie, pero sus fuerzas flanquean, su niña se desliza de sus brazos y cae suavemente. Ella se sostiene, pero no suelta las manos de su padre. Él mira sus palmas y se da cuenta que ha palidecido más, y que entre su piel transparente se marcan sus venas. Se trata de su cuerpo luchando contra la plata que hay dentro.
Se escuchó otra detonación, incluso Eileen salta y deja escapar una exhalación de sorpresa. Alger cae de rodillas y mira sobre su hombro, puede ver a Fred frente al hombre. Él se ha interpuesto y recibió la bala que iba hacia Leonor.
Frederick logró sujetar el arma y dar un severo golpe al atacante, eso lo hizo retroceder apenas un paso, sin embargo, enseguida Fred cae. En su piel empezó a marcarse el hilo de sus venas y se contrae de dolor mientras sostiene la herida sangrante de su pecho.
Su esposa jadea temblorosamente justo antes de ir a él y arrodillarse a su lado. Toca su herida y su palma se llena de sangre. Ella alza la mirada para dirigirle al atacante una expresión cargada de odio.
El atacante se repone enseguida, en su rostro se logra ver una gran herida, pero ésta disminuye a cada segundo, él mira a Leonor y responde a sus lágrimas con una sonrisa cínica.
Por su parte, Alger toma la mano de la niña y trata de alejarla del peligro.
—Corre. Debes esconderte... Ve tan rápido como puedas... Piérdete en la noche, sé una sombra más —susurró jadeante, pero Eileen mueve la cabeza en negativa y se aferra más a su brazo.
—Dejémonos de juegos —dice el hombre, su expresión se hace más sombría, y va tras Alger. Mientras tanto, los dos vampiros sujetan a Leonor para evitar que interfiera y al pobre de Fred lo dejan en el suelo, aunque él intenta levantarse no puede contra el dolor.
Alger ve al hombre acercarse sintiendo el peligro que representa. No puede moverse mucho pues tiene el cuerpo pesado, tiembla y al mismo tiempo suda. Puede sentir sus venas arder e hincharse, aún así, con ayuda de su pequeña y de toda su voluntad logra ponerse de pie.
Eileen observa al hombre, ambos cruzan la mirada por un momento. Él le sonríe dejando ver sus colmillos y ella retrocede.
Con un nudo en la garganta, Alger toma una difícil decisión. Sujeta cuidadosamente a su hija y la coloca detrás de él, buscando al menos darle algo de protección. Está enojado de que ella no obedeciera, que no se marchara, pero no queda más que ser su escudo. Su corazón se llena de temor y angustia, pero su instinto paternal le impulsa a luchar.
El vampiro analiza a Alger y alza una ceja pues está impresionado de que aún pudiera mantenerse en pie.
—Eres más fuerte de lo que pensé —confiesa mientras alza de nuevo el arma y le apunta—. Veamos cuántas se necesitan para acabar por fin con el supuesto rey.
Alger le da una rápida mirada a su hija, desliza su mano a su agarre, la sostiene con fuerza y le susurra palabras de aliento, asegurándose que todo estará bien, por último, la aparta súbitamente.
Su mirada se vuelve a su atacante y fuerza media sonrisa.
—No es la primera vez que... que me torturan con plata —dice, difícilmente.
Es él quien se lanza al ataque. Recibe otro proyectil en el pecho, pero no se detiene.
Logra quitarle el arma y luchan, aunque al principio no es preciso y recibe un par de golpes logra reponerse y enfrentarlo. Cuando empieza a dominar la pelea el segundo hombre suelta a Leonor y se une.
—¡No es justo! —grita Eileen al ver que el segundo hombre ataca por la espalda a Alger y lo derriba. Ella se lanza contra el líder, se sujeta a su brazo y lo patea, pero este la toma inmediatamente del cabello y la arrastra a un lado mientras ella grita.
Alger siente el corazón destrozado al ver al enemigo sujetar y arrastrar a su hija lejos de él. El grito desesperado de Eileen atraviesa su alma y alimenta su angustia y desesperación. No logra entender por qué su pequeña no huyó. ¿Por qué no había escapado?, se preguntaba una y otra vez.
Mira a su alrededor, ve a Fred en agonía, a Leonor quien está indefensa y vulnerable, y a su pequeña Eileen quien llora mientras intenta soltarse.
Él jadea y se pone de pie lentamente mientras se resigna, no puede seguir luchando o lo perderá todo. Así que en en un acto de desesperación se planta frente al enemigo y suplica, con voz temblorosa:
—Basta. Por favor... Me quieres a mí. Llévame contigo, pero a ella no la lastimes —dice, dispuesto a hacer cualquier cosa para asegurar la libertad y seguridad de su hija. Y se da cuenta que ésta es justamente la escena que ha vivido antes, solo que ahora él es el padre que se sacrifica.
Ahora entiende perfectamente la decisión que una vez hicieron sus padres porque él está dispuesto a hacer lo mismo.
Alger, lleno de impotencia y angustia, observa con desesperación cómo su hija, temblando de miedo, intenta acercarse a él en busca de protección. Su corazón se rompe al verla en manos del extraño, sujetada con fuerza, incapaz de liberarse.
El vampiro que sostiene a Eileen la mira con duda, lo piensa, y está impresionado que ella signifique tanto. Eileen lo mira con odio y vuelve a acercarse para patearlo. Él la suelta con brusquedad y ella no duda ni un momento en lanzarse a morderlo. El vampiro la aparta con un empujón y la abofetea tan fuerte que la lanza al suelo.
Alger trata de lanzarse a él por la osadía de tocar a su niña, pero el segundo hombre reacciona, lo golpea y lo tira al suelo, se sube sobre él y le levanta la cabeza jalando su cabello para que siga viendo.
—No estoy aquí para negociar —habla el líder—. Estoy aquí para acabar contigo y con todos tus allegados —dice y mira la piel de su brazo, la pequeña marca de los dientes le da gracia porque deja escapar una carcajada áspera.
Se dirige a Eileen, ella lo mira y retrocede. La pequeña se toca la mejilla que está roja, su mano tiembla y sus lágrimas empapan su rostro.
—Y a ti... Te enseñaré lo que es una mordida de verdad —le dice a Eileen. Su voz es profunda y maníaca.
El corazón de Alger casi se detiene al escucharlo. Trata de liberarse cuando el vampiro se agacha y la arrastra a sí mismo, Alger se retuerce y sus garras se entierran en el suelo, pero no puede zafarse.
—¡No, suéltala! ¡No la toques!—gritó, desesperado. La mirada de Alger se endurece y su cuerpo se tensa mientras observa a su hija luchando valientemente contra su agresor, pero nada sirve porque es sometida.
El vampiro se da vuelta y lo mira directamente, deleitándose con su agonía. Luego toma a la pequeña Eileen en una especie de abrazo que la reprime. El vampiro carcajea, la sujeta bien e inhala de ella como un maldito pervertido.
Alger no deja de gritar, pero guarda silencio repentinamente, como si le hubieran robado el aliento, lo hace cuando lo ve clavar sus colmillos en el cuello de su hija.
Un grito desgarrador sale de la garganta de Eileen y hace eco, provoca que las aves salgan al vuelo de los árboles y que la piel de Alger se estremezca ante el horror.
Él queda petrificado por un momento, luego su mirada se endurece y su cuerpo se tensa mientras observa a su pequeña sufrir. La llama de amor y protección hacia ella se enciende en su interior, pero no solo es eso sino que también despierta a su bestia anhelante de venganza.
Era como un déjà vu, ya había pasado por esto también, pero esta vez no iba a quedarse mirando, viendo como le roban la vida a alguien que ama.
Sin pensarlo dos veces, Alger se lanza hacia su captor. Ahora él es el dominante. Logra extraer sus garras, y con una ferocidad inigualable atraviesa el corazón de su enemigo.
El enojo y desesperación se convirtió en una fuerza imparable que lo impulsa a atacar incluso sobre su condición. Se pone de pie con determinación aunque se tambalea, y se lanza contra el agresor de su pequeña con puños llenos de ira, Alger golpeó al captor con toda su fuerza, utilizando cada gramo de energía restante que tiene en su cuerpo.
El vampiro había soltado a Eileen justo antes de ser atacado. Ella retrocedió sollozando y más cuando tocó su cuello, la herida seguía sangrando y su piel ardía. En ese instante fue presa del miedo y la confusión, no sabía qué hacer.
Observaba a su padre pelear, y luego busca con la mirada a Leonor quien también estaba en medio de una pelea con aquella mujer que la resguardaba. Pero su lucha no dura mucho porque pronto la oponente cae cuando Leonor le abre la garganta.
Por un momento Leonor no sabe si ir con ella o su esposo, pero al final decide socorrerla a ella cuando la ve a punto de desmayarse.
Alger retrocede cuando las garras de su oponente cortan su piel. Gracias a la plata su cuerpo no se regenera y el dolor aumenta. Busca con la mirada el arma y se da cuenta que está a unos metros. Su oponente se ha olvidado de ella y no sabe si es porque ya está obsoleta o porque quiere acabar con él con sus propias manos.
Su rival se acerca lentamente mientras la mirada de Alger se centra en el cuerpo de Eileen, puede oler su sangre, es demasiada.
—Esperaba mucho más de ti —dice su oponente quien no se ve cansado o herido—. Es una lástima, de haber sabido que sería así de fácil acabar contigo lo hubiéramos hecho desde mucho antes, no importa el sacrificio de mis hermanos, lo que importa es que... —calla, y en ese instante se detiene súbitamente llevando su mano al pecho. Su expresión cambia y empieza a toser. Entonces la tos simple cambia a un auténtico ataque, Alger lo observa ahogarse justo antes de que caiga de rodillas y vomite una especie de alquitrán.
El vampiro alza la mirada hacia Alger, en su boca aún hay sangre de Eileen, pero también un hilo de ese líquido negro. Se sujeta el pecho con un gemido, y por último cae.
Alger ni siquiera entiende qué ha pasado, pero al ver a Eileen se da cuenta que ella lo ha provocado porque lucha por estar de pie y mira al cadáver con una expresión fría... Sus ojos brillan, las pecas negras se expanden en su rostro y su puño, con la que sostiene el amuleto, tiembla.
Alger mira por un segundo a Leonor que no sabe qué hacer, luego se impulsa a la pequeña y sujeta su mano para quítale el amuleto, aunque le cuesta quitárselo de su agarre, al final se apresura a ponérselo de nuevo. La niña parece desenfocada, perdida. Pero cuando el amuleto la regresa a la normalidad mira a su padre. Él le sonríe levemente, luego se desmaya.
***
Sintió las herramientas en su carne viva, el dolor lo había despertado un par de veces, pero también lo había hecho desfallecer. Había sentido su sangre salir de su cuerpo al igual que la plata, y luego alivio, mucho alivio.
Despertó con un gran suspiro. Estaba en su cama, con vendajes sobre sus heridas y con un tubo que le inyectaba las últimas gotas de suero.
Trató de incorporarse, pero el dolor no lo dejó. Entonces, la imagen de Eileen regresó... su llanto, su grito de horror. Alger se levantó de un salto y arrancó la aguja de su brazo. Fue a la habitación continúa y encontró a Fred en la cama y a Leonor a su lado. Vio también un cuenco lleno de sangre y bolsas plásticas vacías.
Alger se dio cuenta que Leonor había hecho lo mismo con él. Le quitó las balas, había hecho que se desangrara e ingresado sangre limpia de nuevo. Lo había salvado.
Pero Fred se veía diferente. Su piel aún reflejaba sus venas, ni siquiera había despertado. Leonor estaba a su lado sujetando su mano y lloraba en silencio.
Alger se escuchó decir el nombre de Leonor con una voz ronca, pero ella no lo miró.
Unos momentos después ella alzó la cabeza.
—Ella, tu niña, está bien. Se encuentra en la azotea. Ve, te necesita.
Alger se dobló por el dolor y quiso decir algo, pero ella lo interrumpió.
—No hay nada que puedas hacer... Se está muriendo —dijo con voz quebrada.
Al escucharla no dudó en subir las escaleras aunque sus piernas se doblaran en algunas ocasiones. No se detuvo hasta ver a la pequeña que, sentada al borde de la caída, lloraba escondiendo su rostro entre sus piernas.
Ella miró atrás y cuando notó a Alger corrió de inmediato a él. Ambos se abrazaron y lloraron. Alger no dejaba de besar su frente mientras ella sollozaba.
—Estás bien, estás bien —decía él mientras le acariciaba su espalda.
Alger revisó su cuello con miedo, pero no había ningún rastro de herida, y ahí estaba el collar. También agradecía que Leonor la hubiese limpiado y cambiado. Ella estaba bien, al menos físicamente.
—Ven. Solo tú puedes ayudar a Fred —le dijo mientras tomaba su mano y la llevaba abajo. Había mucho de que hablar, pero debía darse prisa para ayudar a su amigo.
Al entrar a la habitación Eileen miró con tristeza a Fred.
—¿Qué hacen aquí? No puedes traerla —replicó Leonor con la voz débil, evitando llorar.
Alger levantó la mano para pedir calma, y luego tomó un vaso con agua, se inclinó a Eileen, suspirando antes de hablar:
—Eileen... puede que el señor Fred muera.
Tanto la niña como Leonor se sobresaltaron ante las recias palabras. La pequeña enseguida apretó los labios para llorar, y al hacerlo sus lágrimas se tornaron de un color brillante. Alger atrapó una con el vaso. En ese momento Leonor empezó a reprenderlo por decirle eso. Pero Alger no dijo nada a ello, le dio el vaso y pidió que hiciera lo posible por lograr que Fred lo bebiera.
Después tomó el rostro de la niña.
—Ssh. No llores. Has hecho lo necesario para salvarlo. Te dije que ibas a ayudarlo. Ya lo hiciste —le dijo y besó su frente, luego sujetó su mano y la llevó fuera mientras le daba una mirada simpatizante a Leonor.
Alger se sentó con cuidado en las escaleras y ella hizo lo mismo, pero abrazada a él.
—Papá... tengo miedo —dijo ella. Alger la acunó en sus brazos.
—Lo sé. Lo siento. No pude protegerte...
—Tenías razón, si salía ellos iban a venir. Fue mi culpa, nunca más te voy a desobedecer —interrumpió ella sujetándose más él—. Ya no quiero ser un vampiro, ellos son malos... Todos, excepto tú.
Alger la abrazó.
—Todo estará bien, Eileen. Se ha acabado.
En ese instante Leonor abrió la puerta y miró seriamente a Alger.
—No. No se ha acabado —dijo, desanimada—. Ahí afuera solo hay dos cuerpos. Creí haber acabado con ella. Pero se ha ido.
Alger apretó contra sí a la niña. Sí mirada se perdió mientras sentía su corazón más de prisa. Ya no era seguro estar ahí. Debía huir... otra vez.
***
Frederick se despertó con un sobresalto, como si saliera de una pesadilla, sin embargo, no se sentía asustado, es más, tenía calma, mucha calma. No le dolía nada y si en este instante tuviera que correr un maratón seguramente lo haría sin queja.
Era extraño. Fred buscó la herida de su pecho, pero ahí no había nada, ni un solo rastro. Ahora dudaba si todo aquello hubiera sido un mal sueño. Sí así era, la pesadilla fue lo más horrible y doloroso.
La puerta se abrió y cuando Leonor y él cruzaron miradas ella no esperó por preguntas. Corrió a darle un fuerte abrazo.
—¡Estás bien! —gritó tomando su rostro entre sus manos y dándole besos en todos lados.
Fred la abrazó al comprobar que ella también se encontraba sana.
—¿Qué pasó? —preguntó él—. ¿Dónde está Alger y Eileen?
La expresión de Leonor se ensombreció.
—Están... —suspiró profundamente antes de continuar—. Están preparando sus maletas. La pequeña está bien y tú estás todavía mejor que Alger— dijo poniendo su palma sobre su pecho.
Fred se levantó de inmediato.
—¿Maletas?¿Qué?
—Ya no es seguro. Alger se va y nosotros debemos hacer lo mismo.
—No pueden irse así. Ha vivido aquí durante casi 7 años. Aquí está su hogar...
—Este no es mi hogar —interrumpió Alger al entrar a la habitación. Cerró tras de él la puerta y se recargó en ella, exhausto—. Mi hogar está con mi familia. A donde quiera que vaya Eileen, ahí estará mi hogar. Será difícil para ella, pero no puedo arriesgarme. Nos iremos al amanecer.
Fred fue a su lado y se inclinó para susurrar:
—¿Estás seguro? Estamos para ayudarte contra esos lunáticos.
Alger negó.
—Casi mueres por ayudarme. Puse tu vida y la de Leonor en peligro. Ella está embarazada, no me lo hubiera perdonado, y Eileen, a mí pequeña niña le hicieron daño después de todo lo que he hecho para protegerla. Esto no es algo que pongo a discusión. Nos iremos... es hora que ustedes tomen su camino también.
Fred quería discutir, pero Alger tenía razón en todo. Al escuchar lo último se sobresaltó aún más.
—¿Tomar nuestro camino? ¿A qué te refieres?
Alger buscó la silla más próxima y respiró hondo.
—Te deslindo de tus deberes. A partir de ahora no me debes nada.
Frederick movió la cabeza y pestañeó, incrédulo.
—¿Qué no te debo nada? ¡Te lo debo todo! Han pasado más de cincuenta años, gracias a ti soy un vampiro, tengo mi fortuna gracias a ti, tengo a mi familia gracias a ti.
Alger sonrió por apenas un momento. Fred se puso a su lado, la tristeza se veía en sus ojos.
Alger puso su mano sobre su hombro para reconfortarlo.
—En estos años dejaste de ser un sirviente, te convertiste en mi amigo y por eso te debes alejar. Tienes una familia por la cual velar. Ocho hijos no suena a algo sencillo. Toma toda mi fortuna: el dinero, las propiedades, todo el mando es ahora tuyo. Y gracias por ayudarme todo este tiempo con Eileen.
Frederick asintió conteniendo lágrimas.
—Solo... solo cuida de Ratoncita —dijo por último, apretando la mano de Alger.
***
Eileen miraba su habitación. Ahí había centenares de objetos: juguetes de todos tamaños, pilas de libros, obsequios, fotografías, su colección de lápices de colores, sus disfraces, su colección de rocas. Solo por mencionar algunos de sus tesoros. Después observó la pequeña maleta que estaba en medio de la habitación. Alger le dijo que solo debía llevarse lo indispensable. Pero todo era indispensable. No podía dejar a su Barbie sin su casa de 3 pisos ni a su muñeca de porcelana sin su clóset con una decena de vestidos. No podía llevar solo un par de zapatos cuando necesitaba usar un par para cada ocasión...
Eileen suspiró pesadamente. Debía darse prisa. Así que limpió las lágrimas de sus mejillas y fue a la cama. Se arrodilló y sacó su cajita especial. La abrió y tomó la imagen de mamá. Fue y la puso en la maleta, luego volvió a recorrer la habitación con su mirada, tomó la caja musical y una caja de sus chocolates favoritos. Cuando metió eso a la maleta se dio cuenta que ya había utilizado la mitad del espacio. Lo demás lo llenó con algo de ropa.
Deslizó la cremallera con dificultad. La maleta estaba llena y no había agregado ningún juguete. Así que sacó una sábana y la extendió en el suelo. Empezó a acomodar sus juguetes más preciados y justo cuando decidía qué peluches su padre entró a la habitación.
—Eileen. Dije que solo lo necesario.
—Esto es necesario —replicó ella mostrándole un peluche de conejo y otro de gato. Luego trajo un par de botas que guardaba porque, a pesar de que le encantaban, sus pies eran pequeños. Alger los había dejado en el clóset, dijo que algún día le vendrían.
Alger alzó una ceja al notar su enojo. Se acercó y tomó asiento en la cama mientras ella sujetaba los extremos de la sábana, logrando una gran esfera repleta de juguetes y otras cosas.
—Dije que debías empacar en la mañana, antes de irnos. Creí que dormías... No puedes dormir, ¿verdad? —habló Alg¹er con serenidad.
Eileen se sentó a su lado y puso sus palmas sobre sus mejillas mientras su expresión evidenciaba lo enojada que estaba. Todavía se le escapaban un par de lágrimas. Por último asintió en silencio.
Alger estaba a punto de hablar, pero ella se sobresaltó y llevó su mano al cuello.
—Auch. Duele —dijo casi en susurros.
Su padre se apresuró a revisar, pero ahí no había nada. Era igual que con Fred, la herida se había ido sin dejar la más mínima evidencia de que alguna vez hubiera estado allí.
Alger se lamentó. Era evidente que después de aquello no pudiera ni siquiera dormir. Le acarició su pelo alborotado y limpió una lágrima fugaz.
—Ya no debería doler, cariño —le dijo mientras sus dedos tocaban la piel de su cuello para afirmar que no había daño.
Luego acarició su mejilla, ésta sí que tenía todavía un ligero color rojizo y se percibía una leve hinchazón. Alger apretó los dientes mientras recordaba la bofetada que había recibido.
—¿Quieres intentar dormir otra vez? Me quedaré contigo —habló él al verla en silencio.
Ella lo miró y asintió, pero metió la mano al bolsillo y le entregó algo. Cuando Alger extendió la mano y sujetó el diente se quedó sin palabras.
—Se me cayó —dijo sin dar explicaciones de cómo había pasado, aunque no era difícil de deducir—. Espero que el hada de los dientes me de algo.
Alger alzó la mirada a ella, y Eileen le sonrió dejando a la vista un pequeño huequito que él no había notado.
—Será mejor que lo guardemos para después. Al hada no le importará, te dará algo de todas maneras —dijo Alger mientras guardaba el diente. Luego la tomó en brazos y la meció como si fuera un bebé. A ella no le importó, al contrario, se acomodó plácidamente—. ¿Quieres que te cuente una historia para dormir? —preguntó.
Eileen asintió.
—Érase una vez un muy apuesto príncipe...
Eileen suspiró tranquilamente y tras escuchar su historia favorita quedó completamente dormida. Alger se quedó ahí el resto de la noche velando su descanso mientras se preguntaba qué era lo que había hecho ella para asesinar al vampiro sin siquiera tocarlo. Pero no la iba a cuestionar, no iba a recordarle nada de eso.
***
Los primeros rayos de luz tocaron la casona blanca. El auto estaba listo para partir con un par de maletas, y Alger y la niña le estaban echando una última mirada a al interior. Ambos se tomaban de la mano, a espaldas de la puerta.
Ella miraba las escaleras, ¿cuántas veces se había deslizado por el pasamanos? ¿Cuántas veces había hecho limpiar a Alger la sala por sus travesuras? Había demasiado por abandonar.
En ese momento se sobresaltó. Se alejó y soltó la mano de Alger. Corrió de ida y regreso a la cocina regresando con una taza en sus manos, su taza favorita.
—Es lo último, lo prometo —dijo avergonzada pues aún no terminaba de llenar sus maletas, siempre había algo más para empacar.
Alger suspiró. Extendió su mano y ella lo sujetó.
—Es hora de irnos —declaró mirando al rededor, su mente también se llenaba de recuerdos. Pensaba en todos aquellos años difíciles en donde lidiaba con pañales sucios, horas de llanto y rabietas. Hubiera deseado estar ahí por más tiempo, llenado de marcas la pared de la cocina, la que llevaba la secuencia de crecimiento de Eileen.
Al salir y cerrar la puerta ambos se encontraban en una despedida todavía más dolorosa. Era la última vez que verían a Frederick y a Leonor, y Eileen ni siquiera sabía que debía despedirse de ellos también.
Leonor se arrodilló a su altura, la abrazó y le susurró palabras de aliento.
—No olvides que eres la persona más increíble, fuerte y especial. Nunca sientas miedo... Te voy a extrañar mucho.
Ante sus palabras Eileen entendió, así que se sujetó a ella con fuerza.
—Vas a ir a mi nueva casa a visitarme. ¿verdad? ¿Nos volveremos a ver?
Leonor la miró de frente y agitó la cabeza en negación. Eileen arrugó su expresión y luego llevó la mirada a Fred, él la miró con lágrimas en los ojos.
—¿Por qué no me van a visitar? ¿Ya no los voy a ver nunca más? No... Sí es así no quiero irme —dijo la pequeña, reclamando a Alger.
Frederick acarició su cabello.
—No te vamos a olvidar. Fue un placer conocerte y verte crecer, Ratoncita, pero aquí es donde nuestros caminos se separan. Tienes a tu padre, siempre lo tendrás. Él cuidará de ti.
Ella se lanzó a su pierna, abrazando fuertemente su rodilla y su taza al mismo tiempo.
—¡No iré a ningún lado! No quiero que me dejen —dijo lo último arrastrando las palabras y terminando en llanto.
Alger la sujetó y la jaloneó un par de veces mientras insistía en que debían irse. Leonor y Fred también tenían el corazón roto. La abrazaron entre ambos y suplicaron la obediencia a su padre.
Fue difícil hacer que subiera al auto, cuando lo hizo no dejaba de llorar y tratar de abrir la puerta. Eileen solo miró a su padre cruzar unas últimas palabras con la pareja y subió al auto. Miró al vacío por un momento y después arrancó. Ella soltó a la parte trasera donde Leonor y Fred sacudían la mano. Jamás volvió a verlos.
***
Ella no supo por cuánto tiempo Alger condujo, pero a su pesar, había sido una eternidad. No había ningún ruido más que el del viento chocar contra el auto y las ruedas ante el asfalto. El sol estaba en lo más alto y no habían cruzado palabras después de que se había cansado de llorar. Ella iba atrás, sujeta con el cinturón de seguridad, rodeada de sus maletas.
Miraba una y otra vez por la ventana, a veces había paisajes increíbles, en otras ocasiones atravesaban pequeños pueblos y justo ahora solo campos de cultivo. A veces se percataba que su padre la miraba por el espejo retrovisor y se lamía los labios para decirle algo, pero mejor ponía la vista al frente y guardaba silencio.
Se quedó dormida sin darse cuenta, pero despertó con un pequeño sobresalto cuando recordó aquel momento de desesperación, en donde lo único que se le ocurrió fue quitarse el collar, y al hacerlo se había sentido de una manera tan difícil de entender. Era como quitarse un gran peso de encima. No se había sentido así con anterioridad. Pero esa vez lo había cambiado todo. Ahora no entendía exactamente la función del collar.
Lo tomó en sus manos y con sus dedos examinó la forma del corazón y aquella piedra rojiza dentro. Nunca se había cuestionado el porqué era tan importante tenerlo siempre.
Mientras lo miraba tuvo la idea de que, quizá ese había sido un regalo de su madre... ¡Claro! Era algo obvio, en los libros las personas huérfanas como ella siempre atesoranban algún objeto de sus padres. Alzó la mirada para preguntar y se dio cuenta que si padre la miraba fijamente.
—No debes quitártelo —dijo Alger, como si hubiera estado leyendo sus pensamientos.
Ella lo soltó. Miró por la ventana de manera evasiva percatandose de una gasolinera a mitad del camino.
—¿Mi collar es un obsequio de mamá? —preguntó y notó lo áspera que tenía la voz en aquel momento.
Alger frenó tan abruptamente que ella agradeció usar el cinturón o habría ido a chocar con el sillón de enfrente.
Él se dio la vuelta.
—Es más que un obsequio... Es un talismán. Tu madre lo dejó para ti... Es especial, por eso jamás debes quitártelo.
Ella pensó nuevamente en lo sucedido y llevó su mano al su cuello. No entendía cómo era posible que una herida que no estaba ahí doliera.
Alger notó la acción. Él todavía tenía heridas, pero él estaba acostumbrado a eso. No le dolían de igual manera que recordar lo que le habían hecho a ella.
—¿Te duele? —se escuchó preguntarle, con un tono de voz que delataba culpa.
Ella bajó la mirada y escondió sus manos.
—Quiero hacer pipí —dijo ella, cambiando el tema.
Él se sobresaltó y luego miró al rededor.
—Oh. Vamos a esa gasolinera, debe haber un sanitario ahí. Llenaré el tanque y te compraré una botella de agua. Tienes los labios secos, —dijo Alger y volvió a encender el auto.
Al llegar él le dio unas palmaditas en la cabeza.
—¿Te acompaño? —preguntó él.
La pequeña sacudió la cabeza.
—No. Enseguida regreso —respondió justo antes de salir corriendo.
Alger la vio atravesar la puerta del servicio, y cuando salió de su visión se dio la vuelta, maldijo y pateó el auto que se sacudió. No tenía ni la menor idea de como abordar el tema con ella de lo sucedido. Era una niña. Había sido demasiado para ella y era cruel pedirle que lo reviviera. Pero tenía dudas y no quería que se sepultaran. No sabía qué hacer.
~
Cuando la niña salió observó a su padre. Él estaba con la cara metida en un mapa de papel amarillo y de sus manos colgaban bolsas de plástico. Él levantó la mirada, se veía confundido.
La subió al auto y ajustó su cinturón de seguridad, luego le dio una de las bolsas, había agua, galletas y otros aperitivos que había comprado en la pequeña tienda junto a la gasolinera.
Alger vio por última vez el mapa y condujo. Unos minutos después Eileen se atrevió a preguntar algo que la atormentaba desde el momento que dejó su antiguo hogar.
—¿Dónde vamos a vivir ahora, papá?
Alger la miró por un momento.
—Oh, será en... Es una casa bonita, te lo aseguro.
Ella sonrió.
—¿Sí? ¿De qué color? ¿Tendrá columpios?
Alger no supo qué contestar. Cómo iba a explicar que no tenía ni la menor idea de a dónde iba.
—No quiero arruinarte la sorpresa. Ya lo verás por ti misma.
Ella solo asintió, pero no era tonta. Al mirar por la ventana se dio cuenta que estaban regresando por la misma carretera. Así fue todo el día. Comieron del autoservicio y por la tarde se detuvieron para que ella pudiera estirarse un poco ya que estar horas en el auto la incomodaba.
Cayó la noche y no llegaron a ningún destino. Alger no iba a dejar que durmiera en el auto así que se hospedaron en un hotel. Él se pasó la noche en vela fuera, al lado de la puerta mientras iba de un lado a otro. Cuando entró a su habitación para revisar que estuviese bien quedó desconcertado al encontrarla despierta, sentada al borde de la cama. Miraba a la nada y su cuerpecito estaba encorvado.
—Es demasiado noche para que estés despierta —dijo Alger en voz baja.
Ella se dejó caer atrás con los brazos estirados.
—No puedo dormir. Creí que íbamos a nuestra nueva casa. ¿Está muy lejos?
Él fingió una sonrisa.
—Hay que esperar por las buenas sorpresas, cariño. Te prometo que pronto dormirás en tu propia cama.
Ella se incorporó rápidamente y dio una gran sonrisa, divertida por la falta de un diente.
—¿Ahí no nos van a encontrar los vampiros malos?
Alger suspiró antes de sentarse.
—No, querida. No nos encontrarán.
—Y si lo hacen... Seré fuerte, los voy a derrotar —exclamó decidida mientras sus pequeñas manos de habían puños.
Alger se conmovió. La sujetó en un cálido abrazo y susurró.
—¿Cómo lo harás, mi niña?
—Yo los voy a enfrentar... un villano nunca le gana a un héroe.
Alger casi dio un salto al escucharla. No sabía de dónde sacó tal idea. Ella, por su parte se vio más decidida.
—¡Voy a ser la mejor súper heroína, entrenaré, seré fuerte!
—¿Así que ya no quieres ser un vampiro? —preguntó Alger, pero enseguida supo que no debió decir aquello. Su pequeña se contrajo de inmediato.
—N-no, ya no quiero —confesó, temerosa, luego cambió el tema—. Espero llegar a la nueva casa pronto, ya quiero que el hada de los dientes me visite. Haremos un nuevo columpio, ¿verdad?
Él asintió y besó su frente. Tenía el corazón roto, se suponía que iba a protegerla, pero nada había funcionado.
—Sí, tendrás lo que tú quieras, corazón mío.
Ella se acurrucó más a él y ambos se quedaron así por un largo tiempo. Eileen no volvió a dormir.
***
El siguiente día fue exactamente igual. Parecía que Alger no tenía ni la menor idea de a dónde ir, solo tenía presente que no debía detenerse. No debía para o dejar rastro alguno. Condujo por horas sin dejar de mirarla con expresión de angustia.
El sol empezó a caer, Eileen comía uno de sus dulces que consiguió en Halloween y miraba por la ventana, aburrida.
De repente el auto se detuvo súbitamente y del capote una densa nube oscura surgió. Alger maldito a sus adentros y salió a revisar. Después de ver que el motor se había calentado no pudo evitar maldecir de verdad.
Dio un salto cuando notó que Eileen estaba a su lado.
—Oh... No deberías hacer eso, querida.
—¿Hacer qué?
—Bueno. Eso de ir a un lugar a otro tan rápido. Recuerda que las personas pueden asustarse.
Ella hundió los hombros y miró al rededor, no había nadie ahí cerca.
—¿Nos van a encontrar si lo hago?
Alger la miró por un largo tiempo. Le preocupaba esa paranoia.
—No, no. No te preocupes por eso. Es solo que las personas no están acostumbradas a ver esa clase de habilidades.
Ella asintió.
—Está bien, papá —exclamó de manera resignada—. ¿Ya nos vamos? ¿El auto funciona? ¿Nuestra casa está muy lejos todavía?
Él suspiró pesadamente y miró al rededor. No había a dónde ir. Sacó su mapa y estuvo revisando. Luego agitó la cabeza.
—Todavía estamos lejos, cariño, pero no pasaremos la noche en el auto. Tú debes dormir. Por suerte hay un lugar cerca. ¿Te gustaría ir? Es un lugar abandonado, justo en medio de un bosque pero es mejor a estar en medio de la carretera.
Ella asintió apresuradamente. Él la tomó de la mano y empezaron a andar. No mucho después Alger señaló una enorme casona entre los árboles y los ojos de la pequeña se abrieron a la par.
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NOTA:
Dedicada a Nobody__ishErE , StheStark-Rogers1 , y principalmente a lacucarachaquetemira
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