98: Espejismos
Alger hablaba por teléfono con Fred, su amigo todavía se escuchaba enfermo, pero aún así discuta.
—Ya te dije que no iré, estoy enfermo y mi esposa e hijos también, espera a que ella te vea, esta muy molesta.
—No me importa en lo absoluto que estes enfermo, Fred, te estoy dando una orden. No tengo nada de suministros para mi hija. Además, volvio a darle fiebre, pero esta vez sé porqué, le esta saliendo un diente, por eso se ha puesto de muy mal humor...
Alger fue interrumpido por Fred.
—Estaré a tus servicios en un par de días, solo dame una semana y regresaré para ser tu sirviente, cocinero, mayordomo o lo que quieras, incluso puedo ayudarte de niñero, estaré a tu completa disposición... solo dame tiempo, ¿quieres?
—No tengo una semana, necesita pañales y leche ¡ahora!
—Toma el auto y ve a la ciudad, al norte encontrarás una ciudad grande, a unos 20k.
Alger comenzo a maldecir de una manera desenfrenada:
—Tú, maldito orate sinvergüenza, pequeña alimaña, maldito perro, ¿así es como me pagas!...
—Eh, eh, ¿con esa boca besas a tu hija?
Alger volvió a abrir la boca pero ya no dijo nada, la llamada se habia cortado, mas bien, Fred colgó sin antes dar una carcajada. Alger estaba seguro que disfrutaba hacerlo sufrir. Así que gruñó y aplastó el teléfono de casa entre su mano, los pedazos cayeron y el volvio a maldecir, si iría a la ciudad por compras debía anotar un telefono fijo.
Trató de calmarse y peinó su cabello, lamió sus labios y se dirigido a la pequeña Eileen, ella estaba en su sillita alta sacudiendo uno de sus juguetes.
—Iremos de paseo, ¿te parece buena idea?
La bebé arrugó su carita, lanzo su peluche y comenzo a sollozar mientras se metía las manos a la boca con desesperacion llenándose sus deditos con saliva.
—Lo sé, es molesto, pero estarás bien. Compraré algo para la comezon de tus encias.
Se apresuró a alzarla y trató de darle consuelo. Solo una hora más tarde entró al auto con ella. Alger suspiró antes de encender el auto, odiaba estar envuelto de personas humanas comunes y corrientes, le fastidiaba cuando había muchas personas en el mismo sitio, hablando, gritando y apestando. Pero no tenía otra alternativa, buscó en su bolsillo para asegurarse que llevara un cubrebocas, también llevó un sombrero de ala larga y unos anteojos oscuros. Solo así no llamaría la atencion, eso, al menos era lo que él creía.
El viaje no fue tan largo. Llegó a una gran plaza en donde había un supermercado, salió del auto y se puso todo. Se sentía un poco incómodo al no tener puesto su parche, pero estaba seguro que los lentes cubrieran bien sus ojos.
Y era cierto, al final no se le notaba casi nada del rostro, justo como queria.
Cargó a su hija y fue a la entrada. Miró de un lado a otro y se percató que todos, absolutamente todos voltearon a verlo.
Al contrario de lo que pensaba, claro que llamaba la atencion, no era normal ver a un hombre alto, con sombrero, lentes oscuros, cubrebocas y un traje completamente negro con una corbata de perfecto nudo, parecía que iría a un funeral, y lo más raro era que cargaba una bebé de ropas coloridas.
Era extraño, ¿quién iría por las compras con un traje así? A los ojos de los demás era un poco ridículo, pero a Alger no le importó, dio unos pasos adelante y una señora bajita y rellenita se le puso enfrente.
—¿Puedo ayudarlo?— preguntó ella cordialmente.
—No, gracias, solo haré compras, para ella— dijo señalando a la beba con la barbilla.
La señora lo miró de arriba abajo.
—Claro, le ayudaré a traer un carrito de compras con el accesorio adecuado para su bebé.
Alger asintió y unos momentos después ella apareció con el carrito. Él puso a la bebé en un compartimiento especial y entró empujando el carrito. Se sentía estúpido, sobre todo porque los demás lo seguían con la mirada.
No fue difícil encontrar las cosas de la bebé, tenía muy en mente los tipo de pañal y la marca de la fórmula, además, la bebé iba muy en calma hasta que Alger se detuvo frente un estante de peluches. Estos eran de animalitos. Alger tomó uno de edición de Halloween, un murciélago.
—¿Lo quieres?— le preguntó al acercarselo, la niña abrió bien los ojos y estiró sus manitas.
Alger sonrió.
—Claro que te lo compraré, papá te dará todos los juguetes que quieras— al decir esto pudo escuchar voces conmovidas detrás de él, al darse vuelta observó a un par de personas. Se apresuró a escoger los juguetes e irse de ahí.
Al llegar a caja notó que la mitad de sus compras eran de accesorios y juguetes para ella, además de lo necesario, llevaría el auto lleno, pero por lo menos la liberaría por una semana.
La chica le dio su cuenta y él le extendió una tarjeta. La cajera pasó el pequeño plástico por la terminal y ésta la denegó.
Alger quedó sorprendido, pero con calma le dio otra tarjeta. Esa también fue rechazada. El vampiro sacó todas las tarjetas de su billetera y le dio otra sin más. La chica miró las tarjetas jurando ver más de una identificación, pero no dijo nada. Solo cobró y le deseó un buen día.
Alger creía que todo había salido bien, metió las compras en el maletín y otras pocas en el asiento trasero donde volvió a asegurar a la bebé en su sillita, pero justo cuando iba a entrar al auto alguien lo llamó. Se dio vuelta y miró a lo que parecía ser un guardia de seguridad o quizá un policía.
—¿Pasa algo?— preguntó Alger.
—Me han reportado actividad sospechosa de su parte, señor.
Alger cruzó sus brazos y se recargó en el auto.
—¿Cómo cuál?
—La cajera dijo que lleva muchas tarjetas e identificaciones— dijo sin más aunque incluso él podía ver que se trataba de alguien particular.
—Tal vez se confundió con lo de las identificaciones, pero sí llevo más de una tarjeta conmigo, soy un hombre de negocios. ¿Es eso un delito?
El sujeto se novio nervioso.
—No. No lo es. Es solo que... Tiene una pinta extraña... Solo quiero asegurarme de que no las haya robado.
Alger dejó caer los brazos y luego carcajeó irónicamente.
—No sabía que los prejuicios aún jugaban un papel importante, sobre todo en la ley.
—Solo muéstreme su identificación y quite todo eso de su rostro. Hace demasiado calor como para andar así, ¿no lo cree? No creo que sea un Numbra.
Alger le mostró lo que pidió, pero no hizo más.
El oficial miró la fotografía y luego a él. Alger suspiró frustrado y se quitó el sombrero y los lentes. El hombre se encogió de hombros.
—Bien. No hay nada sospechoso. Disculpe, buen día... Y que linda hija, por cierto—dijo el policía retirándose con prisa.
Alger no dejaba de mirarlo con desprecio. Y esa mirada era aterradora. Su ojo carmesí delataba su naturaleza, pero su ojo con cicatriz y deslustrado era lo que daba miedo de verdad.
Al final subió al auto, posó su mirada en la niña que mordía su mano y cuando sus miradas se cruzaron ella rio. Ese gesto hizo que Alger volviera a sonreír.
Se suponía que regresaría de inmediato a casa, pero cuando miró a fuera en un alto se percató de un edificio que anunciaba el servicio pediátrico de un supuesto doctor recocido por su excelencia. No lo pensó mucho así que decidió ir y presentarse para una cita de urgencia. Eso resultó ya que lo atendieron de inmediato.
Alger entró al consultorio que estaba vacío y miró todo a su alrededor mientras la bebé se sentaba en su regazo. El doctor entró unos minutos después y al hacerlo se quedó parado frente a la puerta, mirando a Alger, estupefacto.
—¿Cuál es la emergencia?— preguntó el doctor al ir a su escritorio, alejándose lo más posible de Alger.
—Le están saliendo los dientes. Nada grave. Pero ella está muy irritable, babea mucho y se le ha hinchado la encía. También es difícil darle de comer— respondió Alger con suma calma mientras agitaba el peluche de murciélago para distraer a la bebé.
—Sus datos dicen que tiene ocho meses. Es normal a esa edad. La voy a revisar... Si me permite —habló el doctor, pero Alger notó que el sujeto estaba bastante nervioso. Su voz temblaba y apenas lo miraba a él. Aunque ignoró esto. Simplemente tomó a la bebé y se la entregó. El doctor la revisó con mucha cautela, de manera casi exagerada.
—Es una niña muy sana, su peso está bien, pero es corta de estatura, no es nada por lo cual de deberíamos preocuparnos, podría ser genética. ¿No es así beba?— habló con dulzura mientras le tocaba las mejillas carnosas. —Le recetaré lo que es debido. A partir de ahora sus demás brotes llegarán pronto. No debería preocuparse por ésta bebé— dijo el doctor mientras escribía la receta y ponía en el escritorio unas cuantas cajas con medicamentos.
—Es mi hija— respondió de inmediato Alger, no le había gustado la manera en la que se había expresado.
El doctor levantó la mirada y luego fue a tomar a la niña.
—No, no. No creo que lo sea. Mire esta carita rosada y llena de vida. No es para nada similar a su piel pálida. A esta bebé le están saliendo los dientes, pero estoy casi seguro que jamás tendrá unos colmillos como los de un cruel y monstruoso vampiro.
Alger se puso de pie al momento y trató de dar un paso hacia él, pero se detuvo cuando el doctor apoyó a la niña a su pecho.
—No sé de dónde sacaste a esta pequeña ni siquiera por qué la trajiste. Pero sé que no es tuya y no me fio de bestias como tú. Sé de más que te alimentas de sangre pura. Esta niña debe tener la sangre virgen que seguramente estás deseoso de comer, ¿no?
Alger apretó los puños. Lo que decía era absurdo y repugnante.
Llevó su mano a su rostro y se quitó todo aquello que lo cubría. Cuando dejó su boca al descubierto gruñó dejando ver sus colmillos. El simple gesto era una amenaza.
Y sirvió porque el hombre retrocedió con miedo, aunque atrajo más a la bebé.
—Largo de aquí, lla-llamaré a algún héroe. Te lo advierto.
Alger sonrió satisfecho. Sabía que el tipo no tenía nada con qué atacar. Estaba parafraseando, pero el hecho que tuviera a su niña en brazos le asustaba ligeramente. Debía ser cuidadoso al matarlo y esto era lo divertido. Encontrándose en un lugar apto para niños no había nada que podía usar en contra más que sus propias manos. Era un experto asesino aunque admitía que estaba perdiendo la práctica. Debía hacerlo en un movimiento, uno limpio, aunque desearía que fuese algo doloroso.
Alger fue rápido. En un momento todo había pasado y ahora el hombre estaba en el suelo con las manos al cuello mientras se desangraba velozmente.
Alger estaba bastante feliz. Había logrado su cometido y recuperado a su niña. A ella la sostuvo en su brazo y miró su mano que tenía apenas un poco de sangre. Sus afiladas uñas se contraían, pero entonces se detuvo en seco.
Alger miró bien su mano y luego volteó a ver a la bebé, ella miraba al hombre y cuando puso su mirada en él empezó a llorar.
Había algo mal. Alger se tambaleó ligeramente y tuvo una visión; ya no miraba a su bebé llorar sino a un par de niños pequeños. Sus caritas mostraban total horror y estaban salpicadas de sangre. Su mano también estaba cubierta de ella y comenzaba a temblar.
Retrocedió al ver a los niños gritar y los miró por última vez a ellos, luego al hombre que estaba tirado. Quería decir algo, pero se dio la vuelta e intentó escapar, pero se detuvo al encontrar un espejo. Ahí se miró a sí mismo y su rostro expresaba el mismo miedo que de aquellos pequeños.
Se examinó por apenas un segundo, sus manos estaban manchadas de sangre al igual que su traje blanco. Todo su cuerpo vibraba porque era difícil de entender que él había hecho eso.
Aquel que miraba su reflejo era White Hat.
Alger volvió a la realidad. No había notado que respiraba con dificultad y que su corazón iba tan de prisa. Solo unos segundos atrás se había sentido victorioso y ahora estaba temblando de miedo.
Retrocedió y buscó donde sentarse. Abrazó a su bebé y trató de calmar su llanto. Le dio un torrente de besos en su carita y limpió sus lágrimas. Aún tenía en mente el rostro de esos niños...
Alger se sentía extraño, quería prometerle a su bebé que jamás volvería a asesinar a alguien frente a ella, pero al pensarlo supuso que era algo estúpido. Él era un villano y mataría a cualquiera que tratara de ponerle un dedo encima sin importar nada.
Observó la sangre en el suelo que se expandía en un charco y se obligó a ponerse de pie, tomó las cajas de los medicamentos y escapó.
Acomodó bien a la niña en su sillita del auto y cuando se subió él no pudo manejar. Solo se quedó mirando al frente con expresión vacía mientras recordaba vivamente como White Hat había seguido a ese villano a su propia casa. Estaba furioso con él y cuando lo enfrentó no dudó en asesinarlo con sus propias manos, no había medido su fuerza y con un solo golpe lo había matado... Con un solo golpe había desgarrado su piel y manchado todo con sangre, lo que White Hat no sabía es que los niños estaban ahí. Lo había asesinado en su propia casa, frente a sus hijos...
Alger subió su mirada al espejo y se percató que su nariz sangraba. Se limpió con la manga y maldijo. Hacia tanto tiempo que un recuerdo de White Hat no lo había invadiendo de repente. Y de alguna forma este le había afectado tanto.
Negó con la cabeza y se puso en marcha. Había cometido un error en ir a la ciudad.
~
Una semana después, se encontraba en la sala dándole de almorzar a su bebé. Siempre era paciente en cocer las frutas y luego hacerlas en papilla para alimentarla con una pequeñita cuchara especial. A él le encantaba esto porque ella jugaba y agitaba las manitas con alegría y al comer no le despegaba la mirada.
Había estado mejorando respecto al brote de su diente y volvía a reír y gritar.
—Abre la boca— decía Alger mientras alzaba la cuchara.
La niña lo hacía con un "aaaammm" y cuando lo tomaba en su boca aplaudía alegremente. Era adorable escuchar ese "am, am, am". Luego le limpiaba su carita y le ofrecía más.
Justo al terminar escuchó que un auto se detuvo y supuso que era Fred, había cumplido con su palabra de una semana de descanso así que ya era hora de que regresara.
La puerta se abrió.
—Tienes mucho trabajo pendiente. Así que date prisa.— dijo Alger quién sacó a la bebé de su sillita alta y la puso contra su hombro. Cuando se dio vuelta se quedó sorprendido. Frente a él estaba Fred junto con su esposa.
*****
La puerta de la oficina se abrió de golpe. Black Hat entró arrastrando los pies. A su lado gruesas gotas de sangre dejaban rastro.
Cuando llegó a mitad de la habitación se detuvo. Alzó la cabeza degollada que llevaba y masculló los labios, luego pasó sus dedos sobre el rostro que aún llevaba un antifaz, de aquellos que todo héroe usa para proteger su identidad.
De pronto la piel comenzó a caerse como trozos de carne pegajosa, como si fuera cera derritiéndose. Los ojos se hundieron y al final solo quedó el cráneo.
Black Hat lo miró sin sentimiento alguno y luego simplemente lo lanzó a una pila de demás cráneos. Él siguió caminando dejándose caer en su sillón.
Miró de un lado a otro su oficina que solía ser un lugar elegante, distinguido por ser el lugar donde sus víctimas firmaban sus contratos. O donde algunos villanos de talla solían ir a solicitar acuerdos... Donde él iba todos los días a verlo para hacer sus reportes o solo para tener una amena conversación.
Ahora no era más que una habitación fría y desaliñada. Sus pertenencias de valor, recuerdos de su grandeza estaban en el suelo por rabietas anteriores, de las cuales no le molestó volver a arreglar.
Había una gran masa de huesos en un rincón y en otro algunos miembros humanos que comenzaban a oler por la descomposición. Él lugar no solía ser lo de antes, tampoco él.
Dejó caer su cabeza y brazos al escritorio, luego sus garras se clavaron en la madera y ésta crujió. Los papeles que habían cayeron y se esparcieron. Ya no era pedidos de armas para villanos sino hojas donde se escribía el nombre de Kenning Flugs Slys una y otra vez. Al principio escribía su nombre en hojas y cuando no le fue suficiente lo escribió en las paredes. A veces con tinta, con sus garras o con sangre.
Black Hat suspiró y su exaltación fue de cansancio. Pero entonces escuchó la puerta abriese y eso le hizo levantar la mirada. Sus ojos se abrieron con una expresión de sorpresa y tristeza. Al otro extremo había una silueta, se trataba de Flug, pero Black Hat sabía que no podía ser él, debía ser un espejismo o una mala jugada de su estúpida mente trastornada.
Él espejismo estaba ahí de pie, era él con su atuendo de siempre y con la bolsa junto con esos visores obscuros. Black Hat sintió escalofríos porque trató de ver más allá, pero solo vio una gran penumbra al tratar de encontrar los ojos verdes que amó.
—¿Dónde está? ¿Qué le hiciste? Dijiste que la amarías, que la protejerías —habló, y su voz era tan desgarradora, le exigía una respuesta y aunque no podía ver sus labios al hablar sentía como las palabras taladraban en lo profundo de su mente.
Black Hat volvió a dejar caer su cabeza en el escritorio y luego sus garras tomaron el ala de su sombrero y lo arrugaron expresando la desesperación que sentía.
—Nuestra bebé, nuestra hija. ¿¡Dónde está!?— volvió a exigir y Black Hat se sintió estremecer, era su voz tal cual y no podía ignorarlo.
—Ella... Ella está muerta... ¡Igual que tú!— gritó al mismo tiempo que se levantaba y sombras negras como lanzas se levantaron atravesando cada parte de la puerta. Black Hat miró que ahí ya no había nadie, solo la madera que caía a pedazos. Así que se dejó caer de nuevo a su asiento y llevó su mano al pecho.
Al final abandonó de nuevo la mansión porque no podía soportarlo. Estar ahí le hacía mal. Ver el avión, todo aquello que solía ser de él y sobre todo, aquella habitación cerca de la suya que guardaba una cuna y decenas de juguetes y peluches que él mismo le había obsequiado.
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