92: Gripe malvada
Alger abrió su ojo, había estado dormido por poco tiempo y lo que le hizo despertar fue la bebé, a la nena le costaba respirar y lo hacía por la boca, además estornudaba. Sus quejidos eran menudos, pero constantes. Se reclinó hacia ella, puso su mano sobre su frente y contrajo el ceño. Eileen tenía fiebre. Él se movió rápidamente para tomar el teléfono, marcó y en cuanto atendieron la llamada habló alto y rápidamente:
—Fred, necesito que estés aquí inmediatamente. Se trata de Eileen, tiene fiebre... Sabía que ese estúpido lugar tan caliente como el infierno no era bueno. Trae lo que necesite, cualquier medicina.
Fred le contestó, a diferencia, con mucha calma.
—A un bebé no puedes darle cualquier cosa, Alger. Si está enferma llévala con un doctor, y esta vez a uno de verdad.
—No llevaré a mi hija con un doctor cualquiera, tampoco puedo ir con alguno de nuestro bando. ¿Qué crees que pasará cuando me vean a mí? Se supone que estoy muerto. Además no traeré a nadie aquí... Solo haz lo que te pido. ¡Obedece, maldita sea!
Alger colgó y apretó el teléfono con frustración. Luego se sobresaltó y se puso a buscar el libro, recordaba bien que ahí había algunos consejos al respecto. Estaba tan desesperado que no le importó darse un golpe en la cabeza cuando buscó bajo la cama.
Cuando encontró el libro casi arrancó las hojas al buscar la página indicada. Desafortunadamente los consejos eran escasos pues se recomendaba ir con un especialista en la salud de infantes. Alger lanzó el libro y vociferó.
—¿Es enserio? ¿Qué se supone que haya yo?
Pero sintió vergüenza después de decir aquello, se supone que él cuidaría de ella. Aunque nunca había lidiado con alguien enfermo. Alger suspiró hondo para relajarse y pasó sus manos sobre su cabello.
—Bien, el libro dice que hay que atender los síntomas... Ambiente húmedo, limpiar los mocos y eso... Vamos Alger, limpias pañales todos los días, puedes con esto.
Así que tomó a la bebé y salió corriendo en dirección a la cocina.
~
Fred llegó a la casona después del crepúsculo y se encontró con Alger en la sala, él tenía a la niña en brazos tratando de darle biberón, pero ella lo alejaba, se notaba irritada y lloraba siendo interrumpida por sus propios estornudos y tos. Alger se levantó de inmediato al verlo.
—Hasta que se te ocurre llegar. Te dije que de inmediato. No ha comido lo suficiente y no ha dormido. He tratado de hacer todo lo que está en mi alcance, pero simplemente no mejora.
Fred alzó una ceja y movió la bolsa que sujetaba de una mano a otra.
—Sí, verás, normalmente los catarros duran una semana o dos en los bebés, solo necesita los cuidados adecuados y medicina. No va a mejorar hoy mismo.
Alger miró a su alrededor, había improvisado una tetera de agua caliente para el vapor, tenía un biberón de agua y otro de leche, un poco de papilla y muchos pañuelos para limpiar constantemente la nariz de la bebé. Se sentía cansado y eso que solo había pasado un día. No podría estar así dos semanas más.
—Pues tendrás que quedarte hasta que mejore— le ordenó Alger.
—¿Qué? Claro que no, tengo una vida, también tengo hijos, sabes y es peor de lo que te imaginas. Te traje un poco de medicina, es la que mi esposa me recomendó, no es como que mis hijos se enfermen, pero ella sabe de esto, luego de siete hijos te haces experto en estas cosas.
Alger frunció el ceño solo por un instante porque luego sus cejas se alzaron en una clara expresión de sorpresa.
—¡¿Tienes siete hijos?!
Fred sonrió orgulloso.
—Sí, son unos verdaderos demonios y los amo, pero sé que eso no te importa, por eso no hablo de mi vida personal... En fin. Te dejaré esto, sigue las instrucciones, supongo que resolviste lo de la fiebre, si vuelve a darle tendrás que llevarla a un doctor. Has que tome muchos líquidos y mantenla caliente. Tengo que irme, no te asustes demasiado... Mientras no le de una pulmonía todo está bien. Ya irás aprendiendo estas cosas, papá primerizo.
Alger lo miró irse sin más, luego tomó la bolsa que le había dejado mientras con la otra mano movía a la niña.
—"Papá primerizo", que expresión tan más desvergonzada— musitó con rubor en sus mejillas.
La bebé estornudó en ese momento y sus labios se llenaron de mocos que colgaban desde su nariz. Alger arrugó el gesto y fue de inmediato por un pañuelo para limpiarle el rostro.
—No creo que esto dure demasiado. Eres mitad humana y mitad demonio, yo solamente me he enfermado tres o cuatro veces en toda mi vida...— dijo, pero después se quedó pensando por un instante, perdido en sus recuerdos. —... Además, a Black Hat jamás lo vi con algo parecido. Quizá con esta medicina mejores.
En respuesta la bebé jadeó y dio un gran bostezo. No había dormido su siesta y al parecer el sueño la estaba dominando, pero se quejaba tanto y su voz era tan ronca que era evidente que su garganta le dolía. Alger la acomodó en el sillón de la sala y comenzó a darle la medicina esperando a que mejorase. No haría nada más que estar a su lado hasta que se recuperara por completo, no importaba si tendría que estar despierto por días.
~
Salió el sol por tercera vez desde que Eileen había enfermado. Fred llegó con su encargo de cada semana y apenas cruzó la puerta dejó caer las bolsas y se llevó las manos al rostro para evitar el olor a pañal sucio. El lugar estaba lleno de pañuelos esparcidos por todos lados, el cesto de pañales rebosaba, de ahí salía el horrible olor. Y, Alger se encontraba en la cocina sirviendo una taza de café mientras que a la bebé la sostenía en un brazo.
Alger dio un largo sorbo a su taza y Fred notó que su mano temblaba.
—Deberías limpiar, este lugar apesta— dijo Fred, luego le lanzó una bolsa de plástico.
—¿Y tú quién te crees para ordenarme bajo mi propio techo? Debería despedirte por el simple hecho de desobedecer —le dijo Alger con amenaza.
Fred suspiró.
—Es verdad, lo lamento, pero me has pedido venir más de las veces acordadas... ¿Cómo está ella?
Alger lo miró con recelo por haber cambiado el tema, pero su mirada cambió hacia ella, la pequeña se abrazaba a él, adormecida.
—No ha mejorado del todo. Tiene mucha congestión nasal y sigue con los estornudos. Investigué mucho sobre los catarros en bebés...
—Déjame adivinar, ¿internet?— interrumpió Fred evitando carcajear.
Alger lo ignoró, buscó una silla y tomo asiento con ella meciéndola suavemente de un lado a otro.
—¿Qué opción tenía? Me preocupa.
Fred dejó de sonreír para observarlo de arriba a bajo con cautela, Alger seguía mirándola con una sonrisa cálida.
—Oh... de verdad la amas, ¿no es así?
Alger no le dio respuesta y Fred no esperó una, él recogió la bolsa y se dispuso a limpiar el lugar. Alger se quedó ahí sentado mientras pensaba, podía sentir el temblor en su mano, seguramente por no tener ni un solo minuto de sueño es esos últimos días y no haberse alimentado, pero no podía dejarla así, apenas le daba tiempo de ducharse o preparar la comida cuando ella empezaba a llorar y no tenía otra opción que ir a su lado. Pero no iba a seguir así, los consejos decían claramente que no siempre tenía que estar en brazos. La estaba malcriado, aunque, no era como si tuviera más ayuda.
—Tenías que enfermarte Eileen —le habló sin enojo o reproche. —Has dejado a papá exhausto. No creí que las criaturas malvadas como tú se enfermaran... Ahora que lo pienso... ¿Qué te parece si llamamos a esto "gripe malvada"? Suena divertido.
Fred sonrió de nuevo con burla, mientras se agachaba a recoger los pañuelos.
—¿Gripe malvada? Solo es un catarro, Alger, no un virus pandémico. Además, es una bebé y no es malvada, solo porque tú sí eres malvado ella no tiene que serlo.
Alger carcajeó y Fred sintió un escalofrío. ¿Esa había sido una risa juguetona?
—Ya verás que será malvada, no cabe duda.
Fred se compadeció por ellos y prometió que al menos ese día se quedaría a ayudarlo.
—Me iré mañana, pueden descansar, no quiero que me culpes si ella empeora. Tampoco dejaré de decirte que busques a una niñera.
~
Esa noche Alger subió a su habitación, dejaría dormir a Eileen y él trataría de descansar un poco. Le puso su pijama, le contó un cuento acompañado con algo de música y logró que la pequeña durmiera. Después él se recostó en la cama, pero no durmió, pensaba qué podía hacer respecto a esa gripe que parecía no disminuir ni un poco.
«Quizá su anatomía este sufriendo un cambio y su cuerpo lo expresa de esa manera», pensó. «O tal vez su lado humano es tan frágil que se deba a una gripe totalmente normal».
Alger se removió entre las suaves y aromatizadas sábanas, extendió sus brazos y cerró su ojo. Luego de unos minutos en esa posición sin poder dormir llevó su mano a la boca y tocó ligeramente sus colmillos. Comenzó a recordar:
Era pequeño y estaba inclinado en la orilla del lago mirando su propio reflejo. Tenía la mano en la boca para mirar bien sus colmillos, los examinaba y pasaba su lengua sobre ellos una y otra vez. Tenía siete años y sus colmillos acababan de salir, aún era incómodo adaptarse pues se mordía la lengua o los labios constantemente y le era difícil comer.
El pequeño Alger se puso de pie y salió corriendo apenas escuchó la voz de su madre que lo llamaba. Cuando llegó a la mansión miró a su madre de pie en la puerta con las manos sobre su cintura y mirándolo con enojo.
—Te he dicho que no debes alejarte tanto. Si tu padre se entera te castigará, y ¿dónde está tu capucha?
Él bajó la mirada y escondió sus manos detrás de sí.
—La olvidé, lo siento. Solo estaba en el lago— le dijo mientras sus labios empezaban a temblar.
—Anda, no llores. Ven aquí mi niño juguetón— dijo su madre acercándose a él y dándole un beso en su mejilla. —Sabes que es peligroso ir sin la capucha, podrías llamar la atención de las personas y si los asustas te harán daño. Así que quédate cerca. Ve dentro y lávate, tu padre regresará en cualquier momento para preparar la cena.
Pero apenas lo dijo lord Pendragon llegó dando largas zancadas.
Alger lo miró y su rostro volvió a tener el brillo de la alegría. Su padre era un hombre alto, delgado y pelinegro. Sostenía su cabellera larga en una coleta y una espesa barba le cubría el rostro. Era de expresión seria y la viva imágen de lo que sería Alger en un futuro, a excepción que él era alguien sumamente noble y sin ninguna pizca de maldad.
—¡Papá llegó! ¡Papá llegó! Y trajo carne de res para la cena. ¡Me encanta la carne de res!
Sus padres habían tenido una gran sonrisa pues les divertía ver a su hijo emocionado, pero cuando dijo lo último ambos quedaron estáticos. Su padre que estaba a mitad del jardín frontal preguntó de inmediato apretando el bolso que llevaba sobre sus hombros.
—¿Cómo lo sabes, Alger?
—Pude olerlo desde que entraste al jardín. Llevas carne de res y vegetales.
Sus padres intercambiaron una mirada cómplice.
—Muy bien... Prepararé tu comida favorita, Alger, pero anda, obedece, ve a lavarte y no molestes a tu padre— ordenó su madre.
Alger asintió y entró a toda prisa.
Durante la cena su padre no dejaba de mirar atento a cualquiera de sus movimientos.
—Alger, ¿te encuentras bien? ¿No te has sentido extraño o enfermo?
Su esposa lo miró a regañadientes. Pero lord Pendragon la ignoró y esperó la respuesta. Alger comía la carne frita con mucha desesperación.
—Me siento bien.
—¿Totalmente bien? ¿No te sientes diferente ahora que tienes colmillos?
Alger lo pensó y después asintió.
—Me salen ronchas— dijo rascándose el brazo donde era visible la irritación de su piel. —Ayer no pude dormir, pero mamá dijo que es porque comí mucha miel.
Su padre entrelazó las manos y lamió sus labios antes de volver a hablar.
—He notado que te quedas sin energía al salir fuera, los ruidos fuertes te empiezan a molestar... Pero me preguntaba si no has tenido "hambre".
—¿Hambre?— repitió Alger con duda y después de pensarlo respondió con una sonrisa. —Oh, sí, tengo mucha hambre, papá.
Lord Pendragon se recargó en la silla con resignación, Alger no había comprendido la pregunta, así que decidió no presionarlo.
Por la noche, cuando fue arropado le preguntó a su madre por qué su padre le hacía preguntas extrañas, pero ella solo le dijo que era porque se preocupaba por él. Alger no volvió a hacer más preguntas. Ahora se decía que había sido un niño muy ingenuo.
Pero solo unas semanas después Alger comenzó a sentirse más extraño: no podía estar mucho tiempo fuera porque el sol de verano quemaba su piel con gran facilidad, comía en grandes cantidades, pero jamás se sentía satisfecho y se sentía tan débil que algunas veces prefería quedarse en cama con su mascota.
Un día su madre le dijo que todo aquello era porque se encontraba enfermo y que pronto le harían una medicina. Alger confiaba ciegamente en ellos así que no le quedaba otra opción más que esperar.
Durante una calurosa madrugada Alger se levantó fastidiado de su cama. No podía dormir, sudaba demasiado y su boca estaba muy seca. Así que salió sigilosamente. Cuando estuvo por bajar las escaleras de detuvo al escuchar a sus padres en la parte de abajo que hablaban preocupados.
—Ya no podemos postergar esto, colapsará en cualquier momento— dijo ella.
—Lo sé, y me sorprende como lo está manejando, está lidiando con su hambre bastante bien, ni siquiera yo pude hacerlo de esa manera. Pero temo que no se sepa controlar al principio, no quiero ver a mi hijo actuar como un animal salvaje del bosque. No sé cómo puedo dársela sin que sospeché qué es. Aún no es el tiempo indicado para que sepa su verdadera naturaleza.
—Sé que no quieres que corrompa como los demás, pero es uno de nacimiento, podrá controlar su hambre como nosotros, es un niño sentimental y noble, será la persona que esperamos. Tal vez podamos darle un poco de tu...
Su madre se detuvo al percatarse de Alger, él había caído de rodillas tras no poder ni mantenerse en pie. Ambos subieron la escalera y lo hallaron a punto de desmayarse.
Cuando su padre miró su rostro empapado en sudor y su boca seca supo que ya no podía esperar más. Tenía que alimentarlo o moriría.
—Llévalo a su habitación, iré de inmediato— dijo su padre mientras regresaba a la cocina en busca de un cuchillo.
Cuando Alger regresó en sí estaba en su cama y su madre lo abrazaba. Entonces su padre entró y le pidió que abriera la boca al mismo tiempo que le tapaba los ojos con su palma. Alger obedeció y sintió como introducía en su boca una cuchara con algo realmente extraño, era un líquido espeso y cálido que apenas tocó su lengua le hizo sentir un cosquilleo.
Su padre introdujo tres veces la cuchara de manera rápida y cuando la retiró por última vez bajó su mano a su boca para evitar que lo escupiera.
—Tómalo, es la medicina que necesitabas— dijo al fin.
La medicina había funcionado, Alger se levantó al otro día con más fuerza que nunca, completamente recuperado. Y, así pasó bastante tiempo antes de volver a ese estado, pero cuando comenzaba a sentirse mal sus padres siempre tenían la medicina lista. Alger mejoraba casi de inmediato sin entender por qué siempre tomaba la medicina con los ojos cerrados.
Un día se armó de valor y le preguntó a su padre:
—¿Por qué tomo la medicina siempre? ¿Mi enfermedad jamás se quitará?
Su padre pudo ver la gran preocupación que sus ojos carmesí contenían y habló alegres para no alarmarlo.
—Las enfermedades, hijo, a veces son algo pasajero, se curan por sí solas o con medicina... En tu caso, la enfermedad que sufres no solo te daña a ti sino a nosotros... Tienes que protegernos. ¿A caso también quieres que enfermemos?
Alger sacudió la cabeza.
—¡No, no quiero! Pero ¿Por qué mi enfermedad te daña a ti y a mamá?— preguntó, confuso.
—No te preocupes, si tomas la medicina no pasa nada, solo recuerda que mientras tú estés bien nosotros lo estaremos. La medicina te cuidará a ti, y en cierta forma a nosotros también. Tu enfermedad no es tan mala después de todo, ¿Quieres que te diga un secreto? La mayoría de las enfermedades tienen cura, y si algún día no te puedes deshacer de una solo pásala a alguien más, como la gripe— dijo dando una gran risa.
Alger despertó abriendo su ojo a la par y se levantó de golpe.
—¡Lo tengo!— dijo sonriente y mirando la cuna.
Por la mañana bajó con Eileen a toda prisa y Fred, quien preparaba el desayuno lo miró extrañado.
—He descifrado como curar su gripe malvada— dijo Alger agitando a la niña en sus brazos.
Fred esperó la explicación y Alger continúo hablando con exaltación.
—Sonará estúpido e ilógico, pero anoche estaba recordando "algo" y lo pensé bien: es una gripe malvada, ¿no? Solo hay que sacarsela de manera malvada...
La bebé estornudó y Fred dió un paso atrás mientras trataba de entender.
—¿Manera malvada? ¿Serás cruel con la pequeña fábrica de popó?
—¡No, idiota! Solo hay que pensar de manera malvada.
—Las gripes no tienen conciencia, y si la tuvieran te aseguro que no saltarían por voluntad propia a un receptáculo. En todo caso, puedes decidir a quien se la contagias, ¿no? Como estornudar en la cara de alguien.
—Exacto— afirmó Alger y se acercó a Fred lo suficiente, luego alzó a la niña hasta su rostro y ella estornudó fuertemente.
Fred no esperaba aquello y de inmediato retrocedió con un quejido al mismo tiempo que se limpiaba el rostro con el antebrazo.
—¡¿Qué demonios!? ¡Alger, me escupió en la boca!— gritaba Fred con verdadero enojo. —¡Me escupió en la maldita boca! ¡Bah!
Alger lo miraba satisfecho y la bebé también lo miraba, pero con confusión. Fred salió de la casa con el rostro rojo y azotó la puerta tan fuerte que toda la casa hizo eco.
—Muy bien, querida— dijo Alger con gozo antes de darle besitos en sus gorditas mejillas.
Y tal como lo esperaba, Eileen se curó aquel mismo día, en cambio Fred sufrió de un horrible catarro.
*****
Notas:
°Sí, Alger siempre supo que no era como los demás y le hicieron creer que sufría una enfermedad.
°Me costó escribir este cap. Y mucho!
La idea principal era que Fred llevara a su esposa para que curara a la bebé y ella descubriera la gripe malvada, al final se la pasaría a Alger, no a Fred, pero se me hizo divertido ese final.
° También por ahí BH dio un estornudo y refunfuñó.
***
°pd: No estoy escribiendo como antes. Lo siento.
Sigan dando ideas de próximas choco aventuras
Sigan a Monody_SpectreTM y su historia "recreando escenas" donde verán chuladas como esta
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