El prostituto oficial de la corte
Se notaba, desde la ubicación del edificio a donde Bastiam me llevó, que estábamos por entrar a la residencia de algún nobilium. Una cosa era vivir cerca de la intersección de las calles Dundas y Spadina en el Chinatown, donde llegabas a ver ratas entre los pies de los caminantes, y otra era subir varios kilómetros al norte, sobre la misma Spadina, hasta llegar a la zona residencial.
–El rey dejó instrucciones especiales –abordó Bastiam por fin.
¿Especiales? Retorcí el cuello tras un escalofrío. La ausencia de la sombra era un insoportable malestar físico que me estaba costando trabajo disimular. Bastiam sonrió de nuevo. Sigue sonriendo así mocoso y te perforaré la carótida. Tendría un compañero angelical y un demonio por jefe. Sí, Bukavac era uno de esos nobiliums que se cargaban una zanahoria adentro del culo. Sus peticiones rayaban en fuertes exageraciones de prevención del Apocalipsis para disfrazar lo que en realidad quería.
–Su hija vive aquí –introdujo Bastiam tras firmar su entrada en el amplio recibidor de una lujosa residencia forrada de miembros de las Fuerzas Hor. La salida del elevador era una bienvenida de alfombra roja. Una guirnalda navideña dorada engalanaba la puerta.
–¿Cuál de todas? –pregunté. Creí que todas las hijas de Bukavac vivían en Europa. Ojalá esto no fuera otro de sus intentos por conseguir la sangre de Araziel.
–Victoria, la más joven.
Silbé en cuanto crucé el umbral. No había escuchado de ella. El departamento de lujo se adornaba con pinturas abstractas de colores terrosos y dorados de más de tres metros, atenuadores de luz, lámparas de araña, un gran ventanal y un árbol navideño de tres metros que tenía su propio espacio ante el balcón. Una estrella de ocho picos destellaba ocasionalmente en la punta. Apostaba que durante la noche bastaba con encender las series que colgaban de algunos puntos y aquel árbol para iluminar todo el lugar. ¿Seré un maldito Grinch si les recuerdo sobre la Inquisición y demás atrocidades llevadas a cabo contra nuestra sangre en nombre del cristianismo? Donadores, servidumbre y guardias vivían en el resto del edificio. Forest Hills era bastante «diferente» al modesto apartamento de Bastiam en el Chinatown.
–¿Qué edad tiene la princesa?
–Veinticinco.
Eso explicaba por qué no había oído de ella y su gusto navideño. Mi exilio duró cien años.
Me dejé caer en uno de los sillones conteniendo la risa. Bukavac era tan predecible.
–Nuestra labor será custodiarla.
Me cubrí la boca para evitar que Bastiam notara mi semblante burlón. Por supuesto que me asignaría custodiarla y conocerla. Veinticinco años... Por Hermes, tendré que cogérmela rápido y largarme o moriré de aburrimiento. Me troné el cuello con un movimiento de la cabeza para deshacerme de los escalofríos. Finalmente no me pude contener y reí.
–¿Dije algo gracioso?
–No, no –carraspeé–. Estoy tratando de entender el orden de prioridades de nuestro rey. Ya sabes, con los nobiliums desaparecidos...
–El rey ya tiene a un equipo investigando y custodiar a su hija es un gran honor. Han secuestrado a los hijos de las casas principales. Su hija está en riesgo.
–Pero el rey ya tiene un equipo. –Me froté los nudillos–. Y entonces, ¿su hija es la carnada?
–No, no. Bukav... El rey –carraspeó Bastiam– quiere que custodiemos a Victoria y que la entrenemos en defensa personal.
Alcé las cejas–. ¿No ha tenido entrenamiento?
Por Hermes, alguien por favor arrójeme del techo. Con suerte me rompía el cuello y la cabeza se me desprendía con el impacto. Ya me picaba la piel por huir de allí para visitar el barrio bajo. Una pequeña matanza podría aliviar mis malestares o... podría esperar a la daimonesa, desvirgarla y liberar estrés. Nunca me gustó pasar tiempo con las hijas de Bukavac.
Bufé–. Joven y tonta.
A Bastiam se le aplanó la sonrisa. Sus cejas se juntaron un instante antes de responder–. Ella es joven, con interés por aprender. De hecho, llegará pronto y a veces trae amistades no daimónicas.
Eché la cabeza hacia atrás con hastío–. Y a mí me importa una mierda la vida social de la aristocracia daimónica.
Bastiam resopló. Enderecé la cabeza con curiosidad por su momentánea irritación. ¿Por qué resoplaría el controlado Bastiam?
–¿Hay algo más?
–Tiene una amiga especial.
Sonreí–. Qué delicia. ¿Una amante?
–No.
–Ya te dije que me importa una mierd...
–Su amiga es doppelgänger de Hester. La viste en el café y no quiero imaginar lo que le hubieras hecho si yo no te hubiera alcanzado.
Me incliné hacia él con interés. ¿Por eso salió Bastiam del café? ¿Hizo su obra heróica del día salvando a una dopplegänger de su nana? Nunca tuve el valor de decirle que Hester fue una dopplegänger también. Sin poder evitar mi reacción, fruncí la nariz. ¡Cómo las odio! Apreté los dientes y me recliné sobre el respaldo de nuevo con fingida relajación. Esto se pondrá carnal y sangriento.
–Solo iba a ofrecerle llevarla. –Al Inframundo, eso es.
–No quiero tener que estarte vigilando.
Alcé una ceja–. Eso siempre ha sido al revés, pero me comportaré. –Me froté el rostro con ambas manos. Bastiam no era ajeno al acoso continuo bajo el que me tenían los nobiliums. Lo vivió conmigo mientras crecía–. Hoy desvirgo a Victoria y no tendrás que volver a lidiar conmigo, tal como quedamos.
–¡No estás aquí para eso, Garret! Victoria es la hija del rey.
–¡Y yo no las seduzco! Soy el prostituto oficial de la corte. Tú ya sabes por qué estoy aquí, Bastiam. ¡La niña está en edad!
Bastiam negó con la cabeza mirando al suelo.
–Victoria no es así.
–«Todas» son así porque deben obedecer a sus padres y probar suerte con el último descendiente de Araziel.
–Ella es más civilizada, más... pura.
–¡Pura! –espeté–. Bukavac será la sanguijuela más grande en este pantano de mierda, pero sigue siendo un nobilium más con impotencia en la sangre que anhela la corona de Hermes. Al duplicado cuando menos. Ya sabes que La Corona es un mito.
–Bukavac «es» el rey, Garret.
–Y eso explícaselo tú a él y a Anubis, y a todos los malditos nobiliums. Hemos estado así por cientos de años y yo no tengo ningún problema al respecto. ¡Prosigamos!
Los movimientos oculares de Bastiam iban a la puerta con insistencia–. El rey solo quiere protección para Victoria. Ese será tu único trabajo. –Se frotó las manos con inquietud y luego recobró la compostura, tan sólo que parecía que se esforzaba demasiado.
Pero qué exagerado. Si ya conocía a los nobiliums. No tenía sentido alterarse por estas cosas. Yo ya me había acostumbrado a ser convocado para fornicar a alguna nobilium y ni me molestaba. Bastiam lucía normal, de no ser por ese párpado entrecerrado que nunca lograba controlar cuando su alteración era excesivamente emocional. Algo no cuadraba aquí. Los latidos de Bastiam tenían un ritmo moderado. Giré el rostro estudiándolo. Yo le enseñé a controlar sus pulsaciones en situaciones de alto estrés.
Oooh... pero mira si estoy lento. Hubiera notado desde un principio la verdadera causa de su intranquilidad si no me hubiera robado mi más oscura posesión. No solo le gusta la daimonesa...
–Te enamoraste de ella.
Bastiam, que ya estaba por producir una negación se contuvo apretando los labios. No tenía caso mentirle a la persona que lo crió. Divagó un instante en busca de una respuesta que nunca llegó.
Me incliné hacia él–. Te doy mi palabra de que no haré nada. No la tocaré.
Tonto Bastiam. Era mi hijo, pero adoptado, por lo que carecía de la sangre de abolengo para cortejar a la hija de un nobilium, ¡a la hija del rey! Qué bien la pasaría si lograba que estos dos intercambiaran más fluidos de los debidos. Valdría la pena solo para ver la expresión de Bukavac. ¡Y si lograba fecundarle el vientre! ¡Tendríamos todo un escándalo!
Alcé un dedo hacia Bastiam–. La virtud de un buen maestro es la capacidad para ahorrarle mierda al discípulo. Si la amas, movilízala a otro país. Ningún porfiria iría tras ella en el trópico y la pasarían fornicando como conejos. Hazla entrar en razón.
Para colmar su apariencia angelical, Bastiam se sonrojó.
–Ella no me escucharía.
–Si te ama, te escuchará.
Bastiam evadió el contacto visual y bajó la mirada al suelo. El silencio se alargó casi hasta la incomodidad.
Aaah, el desamor. Mi pan de cada día.
Y como si las campanas navideñas vinieran a interrumpir el acercamiento paternal, la puerta de la entrada se abrió dejando al sonido de dos risas femeninas interrumpirnos. Incliné la cabeza hacia un lado. Una resonó como un sonido que no pertenecía a esta época.
Primero entró la hija de Bukavac; pelirroja y lacia como lo eran todos y cada uno de sus descendientes, alta y de piel lechosa. Y después... Después entró ella. Verla me arrastró a un momento barroco, a las orillas de uno de tantos ríos de la Nueva España, donde la vi por primera vez, a plena luz del día. La gabardina roja realzaba lo rojo de esos labios y la lustrosa piel morena. Se me tensaron los músculos del cuello. Bastiam fue criado por una de estas falsas reproducciones de la original desde que estaba en pañales. Esta chica habría de traerle recuerdos maternales y solo por ello me portaría bien... enfrente de él.
La pesadilla esbozó una sonrisa. Se le dilataron las pupilas tras reconocerme de nuestro «casi encuentro» de la mañana. La recorrí entera, embonando cada proporción, el talle curvilíneo y la firmeza de aquellas piernas con lo que recordaba de una época muerta. El saludo cordial, combinado con ese ligero levantamiento de la comisura de los labios hacia un lado le creó un hoyuelo en una mejilla. Era el duplicado más perfecto que había presenciado hasta ahora. A lo mucho tendría veintiún años, la edad a la que Sofía murió.
Gruñí.
Nunca he sido bueno para mantener mis buenas intenciones. Mis colmillos descendieron y enrojecieron las venas de mi frente. Una muerta más, una complicación menos.
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