32 Bastiam: Más de un día dormido
—Si no te vienes, ¿qué vas a hacer? —me pregunta el nahual. El señor de tez curtida aparenta una edad avanzada, tanto su nariz como los lóbulos de sus orejas cuelgan surcadas por arrugas, como sucede con los ancianos humanos. Tiene una particular forma de hablar propia de algún poblado del sur de México.
—Ayudaré a Garret.
—¡Sí, tú crees! ¡Ese cabrón ya está condenado! No necesita tu ayuda.
Ante mi resistencia para marcharme, el señor se encoge de hombros y se rasca el cuello. Por más increíble que parezca, tengo fe en Garret. Él marcó los momentos más importantes de mi vida y sé que el Garret de ese entonces, que me crió y fue mi padre, debe estar ahí. El señor se levanta de su asiento haciendo crujir sus rodillas.
—Pues ya cantaste... —Me tiende las manos para que las tome. Son manos macizas de dobleces suaves y finos—. Cuando el momento llegue, vas a tener que escoger quién se muere. Ojalá escojas bien.
Aprieta mi mano herida y deposita ahí un amuleto rojo que tiene la forma de un huevo.
—Emanas brujería potente, señor Bastiam, pero tu magia no va a despertar en esta vida, igual que este huevo. Ahí pa' la otra.
—Eso es... poco alentador ¿sabe? —respondí, haciendo ademán para regresar el objeto.
—Igual y en la siguiente la haces. No, no. Quédate con el huevo. Guárdalo en un lugar seguro.
Mientras yacía tirado en la celda, apenas despertando tras los efectos de algún veneno, me di cuenta de que ya no me hallaba ante el nahual. Lo que dijo de que Garret estaba condenado era una exageración.
Las manifestaciones de cariño por parte de mi padre fueron infrecuentes, y casi nulas cuando dejé de ser un niño, pero tenía otra forma para expresar que le importaba. De acuerdo a los que lo conocían, para Garret no había nada más importante que él mismo y, sin embargo, aunque Garret nunca lo dijera, yo sabía que siempre me protegía. A su manera, seguía haciéndolo.
El lugar que el nahual me propuso para huir no sonaba mal, pero no aceptó que llevara a Victoria.
Exhalé decepcionado.
No iba a esconderme en un agujero mientras el mundo se derrumbaba afuera y no abandonaría a las personas importantes para mí ni mis responsabilidades como Mago de la Torre de la Polaridad. Victoria se hallaba inquieta dando vueltas en una celda contigua. Su apariencia siempre pulcra estaba deshecha. Los ojos púrpura se le encendían y el cabello de fuego le bajaba por la espalda como una llamarada.
Hermosa.
—Llevas más de un día dormido —se quejó—. Tu sangre inferior es inservible aquí. ¿Dónde crees que esté Garret? Él ya hubiera despertado y pensado en algo.
Me froté la cara tratando de deshacerme de los restos de somnolencia.
—Me da gusto que estés viva, Victoria —balbuceé.
—¿Ya despertó tu criado? —preguntó el prisionero junto a Victoria a quien no podía ver bien aún. ¿Con qué cosa me envenenaron?
Veneno era lo único que podría adormecer a un daimón, a lo cual iba sumada una dolorosa jaqueca. La pared era larga sin esquinas. ¿Qué lugar era este? El daimón volvió a hacer una pregunta que no escuché bien.
—¿Disculpa?
Hice un esfuerzo por enfocar la mancha amarilla, ¿o era el cabello amarillo? Las voces, como el panorama también estaban distorsionadas.
—¡Basil! —reprendió Victoria al nobilium engreído—. Bastiam es mi... guardaespaldas.
—Guardaespaldas y criado son sinónimos, querida Victoria.
—Basil Balaam —sonreí, sintiendo aún los párpados pesados—, has de estar ansioso por salir y poner tus manos en La Copa. ¿No tenías que ser tú el primero en probar suerte?
—¡Bastiam!
—Déjalo. No espero nunca finos modales de los daimones menores. Después de todo debe ser un «guardaespaldas» de confianza para contar con esa información y suficientemente valioso para estar aquí. ¿Me preguntas si estoy ansioso? Un daimón común como tú no comprendería el grado de ansiedad que pesa sobre los hombros de un nobilium.
—Cierto, cierto —admití—. Aunque me pregunto si tú comprendes de lo que hablas. ¿Cuántos años es que tienes? ¿Quince?
—¡Tengo veintiuno, imbécil!
—¡Bastiam, para!
Sí, debería parar.
La lengua se me aflojó por los vestigios del veneno. No ganaba nada provocando a un adolescente inestable. Y lo que dijo no era tan incierto, mis sentidos aún se hallaban embotados debido a mi sangre inferior. Si fuera nobilium hubiera despertado completamente alerta.
—¿Y ahora para qué secuestran daimones comunes? —preguntó desde el suelo otra daimonesa con acento quebequense. Usaba un largo suéter grueso de cuello de tortuga, botas de piel hasta las rodillas y era más joven aún que Basil Balaam. Debía tratarse de Jenny Asmodeus. Si algo tenían en común estos descendientes, era la edad: demasiado jóvenes, blancos fáciles de sangre nobilium. Por otro lado yo era el idiota que se confió de comer algo que no preparé yo mismo. Cuántas veces no me repitió Garret que cocinara mi propia comida. Pero... ¿Lily? Esa no la vi venir.
—No es un daimón cualquiera. Es el protegido de Leizara —respondió Victoria.
—¡Protegido del Hereje! —se carcajeó la daimonesa.
—Mi nombre es Bastiam Duarte y soy mago de la Torre de la Polaridad.
Jenny Asmodeus entrecerró la mirada para estudiarme y frunció el ceño con incredulidad. Debía estar leyendo mi aura. Yo no pertenecía ni a la casta de los magos, mi categoría era la más baja y esto era notorio para los nobiliums.
—Y un mago muy malo para terminar encerrado aquí —correspondió Basil.
En cuanto recuperé la vista, distinguí seis figuras en las jaulas, una de ellas recostada sin moverse, pero viva y otra seca como una momia, decapitada. El muerto debía ser Asura Astaroth, uno de los dos hijos de Vishnú Astaroth y de quien los nobiliums recibieron la cabeza por regalo hacía unas semanas. En el interior de cada jaula había una cubeta con arena a manera de letrina y, alrededor, el dibujo de un sello que servía para contenerlos. Los trazos eran reforzados con la sangre del prisionero y amuletos colocados sobre el norte de cada jaula. Mi jaula tenía un símbolo distinto para evitar que usara magia.
Estábamos en una bodega donde el techo alto culminaba en un gran domo que permitía el paso de la luz solar. Dada la altura de aproximadamente veinte metros, la pared circular podía pertenecer a un viejo faro restaurado donde no se distinguían ventanas o puertas. Curioso lugar para resguardar daimones, en el sentido de que ningún porfiria podría entrar durante las horas del día. Pero el día terminaría, en breves minutos de hecho.
Tanto Basil Balaam como Jenny Asmodeus miraban hacia arriba con nerviosismo. Ni siquiera la sombra de Garret podría localizarnos con esos trazos de evocación protegiendo el lugar.
—Hey, yo escuché de los Duarte —dijo otro nobilium cuya jaula se encontraba después de la de Jenny. Deslizaba un dedo en el suelo, dando la espalda a todos—. Tu familia trabajó para mi padre por años.
—Eres Devendra Astaroth —supuse. Su hermano había sido decapitado, de seguro frente a él y se hallaba en completa calma o la aparentaba.
Devendra giró hacia nosotros cruzándose de piernas. No era tan joven como los otros, su hermano sí lo fue. Debía ser incluso más antiguo que yo por un par de años. Al igual que Basil y Jenny Asmodeus, su apariencia era poco pulcra. La larga y espesa cabellera castaña del nobilium estaba llena de nudos, los pómulos marcados y las ojeras revelaban un largo lapso de hambruna y descuido personal.
Los Astaroth esperaron ansiosos a que mi madre diera a luz a una niña para ofrecérsela a su hijo, y se sintieron decepcionados cuando tuvo un niño.
—Lo soy, y si ella muere al «probar» su turno —señaló a Victoria con la cabeza—, el siguiente seré yo, tres días después, cuando La Copa se llene de nuevo —declaró Devendra que entrecerró los párpados—. Creí que el hijo de Amália había muerto en el parto. En esa época, la mayoría de los bebés daimones de tu baja cuna murieron por debilidad en la sangre.
Me encogí de hombros.
El daimón de tez amielada sonrió. A pesar de dirigirse a mí con palabras despectivas, de todos ellos, él fue el único que no irradiaba agresividad hacia mí.
Victoria, oh, ella estaba furiosa, pero no conmigo, sino con Lily, la cocinera de nuestra última cena.
—Roguemos a Hermes porque la sangre nobilium que poseemos sea fuerte para sobrevivir a La Copa —pidió Devendra.
—A mí no me harán beber —declaró Basil—, es el turno de Araziel. Que beba el Hereje y muera primero. Solo beberé después de que La Copa lo mate.
—Toda la línea de Araziel fue escogida por La Copa en una profecía —dijo Jenny—, lo vi en mi clase de historia. Si el Hereje abdicó, vamos a morir.
—No moriremos, Jenny. Garret exigirá su lugar.
—Oh, Victoria, el Hereje y tú... ¿se tutean? —preguntó Basil con malicia—. Déjame adivinar, pediste a tu padre que lo pusieran entre tus guaruras para probar a ver si accedía a darte la sangre de Araziel.
—Eres tonto, Basil.
—Marde ! ¡Cómo no pensé en algo así! Si lo elige La Copa, ¡pasarías a ser reina! Eso si no se muere como Gaius.
—Con el debido respeto, querida Victoria —intervino Basil—, ¿será que eres igual a nosotros y deseas un trozo inalcanzable de poder?
»No te estamos criticando. Ya discutimos esto, por varios días de hecho, antes de que tú y tu «guarura» llegaran. Gaius murió cuando se adelantó a beber y yo no dudo que de haber sido su turno, La Copa lo hubiera escogido. Antes La Copa nunca había matado a ningún nobilium. El maldito Hereje sabía que La Copa ya no lo elegiría y al igual que nosotros se cagó del miedo, por eso no bebió. Pero si lo hiciera, en lista de espera, el primero seré yo. Con mi primer mandato, arrojaré su cuerpo a una fosa por ser un culo y no seguir el orden. Por supuesto que si logras que Leizara te dé su sangre y pone la corona en esa hermosa cabeza, esperaré mi turno cuantos siglos sean necesarios.
Victoria guardó silencio, lucía avergonzada. Apoyó la frente sobre los barrotes que aferraba con las manos, con la mirada puesta en el suelo. Agradecí a Garret por enseñarme a disimular mis emociones. Cuando Iván Bukavac me puso a cargo de ella, me introdujo como el protegido de Leizara, a lo cual ella sonrió abiertamente. Y yo que creí que me sonreía a mí...
—Garret no vendrá —anuncié observando los alrededores, desconectándome del sentimiento de decepción. Siempre supe que aspiraba a mucho. Victoria era un sueño irrealizable. Además, no habría mucho que pudiéramos hacer si no lográbamos salir de las jaulas. Los descendientes podían no ser los aristócratas que el mundo necesitaba, pero si uno de ellos era escogido por La Copa, yo sería el primero en doblar la rodilla, así fuera Basil el nuevo rey. Restaurar el equilibrio era lo primero.
Si Garret no era el indicado como creí, uno de estos nobiliums podría serlo. Dirigí una mirada a Devendra. Posiblemente, él.
—Obvio que no lo hará —espetó Basil.
—Marde, marde, marde ! No puedo creer que termináramos aquí.
—No es tan difícil capturar peces gordos si tienes el conocimiento y escoges el momento adecuado para atraparlos —respondí buscando algo en los alrededores, algo, cualquier cosa que pudiera darme una idea para escapar.
—Mataré a Lily en cuanto salga de aquí.
—J'ai le feu au cul ! Yo mataré a mi padre.
—Te ayudaré, si me ayudas con el mío —declaró Basil—. ¿Qué hay de ti Devendra? ¿Cuál será tu primer mandato si te elige La Copa?
—Mi primer mandato... Bueno no pienso poner la corona de Trismegisto en esta cabeza sin pulirla. Esa cosa ha estado guardada por demasiados siglos ya, pero en lo que la limpian para mí... creo que mandaré a hacerles un mausoleo para enterrarlos a ustedes, pues si llego a ser rey, será porque La Copa no los eligió.
Todos rieron.
—¡Vaya! —intervino una voz ronca—. Os dejamos solos un rato y ya planean asesinatos y coronaciones. No perdéis el tiempo ¿eh? Me gusta esta nueva generación de daimones. ¡Oh! y perdonad que os hayamos olvidado aquí.
El Inquisidor llegó acompañado de un grupo de porfirias que cargaban cajas alargadas y aplanadas. Vestido de traje y camisa negra de cuello inglés, el Inquisidor se paseó entre las jaulas observándonos como cuando buscas hacerte de un objeto valioso. Pasaría por un humano de alrededor de cuarenta y seis años por lo que debió ser de los inquisidores más jóvenes de su época.
—Os he traído regalos —cantó.
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