La rosa 7


Dreg la esperaba en la frontera junto a otros dos dragones. Prisma aterrizó sin precisión. Rodó en el suelo y se torció un ala cuando impactó contra las rocas. Dolía. Pero nada de eso importaba.

-La tengo -dijo sin aliento-. Tengo la rosa.

-¿Qué ha sucedido? -preguntó Dreg. Estiró su ala para ayudarla a levantarse del suelo-. Te ves horrible.

Prisma recurrió a sus últimas fuerzas para ponerse en pie.

-Necesito llegar al palacio, no puedo hacerlo sola -pidió. La visión se le volvió borrosa y su cuerpo seguía temblando.

-Lo que necesites, espero que sepas lo que haces.

Prisma dejó que los dragones la sostuvieran, apoyó su peso en ellos para poder andar. Dreg la contempló como si las escamas le estuvieran cambiando de color, en esos momentos, Prisma hubiese creído todo.

-Debería ir yo -le dijo Dreg-. No puedes ni caminar y estás sangrando. Déjame ayudarte. Soy el líder, este debería ser mi sacrificio.

Prisma negó.

-Rubín no liberará a Vall si te ve. Te necesito al frente, guiando a los dragones si las cosas se salen de control. -Prisma inhaló con fuerza, buscando llenar sus pulmones de aire-. Una vez que salga Vall, llévatelo y a todos los dragones. Abandonen este reino para siempre. Las barreras los protegerán, pueden vivir seguros en las montañas.

Dreg presionó su hombro con cariño contra su costado. Los dos dragones que la sostenían rugieron en apoyo.

-Regresa a casa -le ordenó. Prisma bajó la cabeza, esa sería la única orden que no podría cumplir de su rey. Para ella no había retorno. Se tragó las lágrimas y asintió.

Los dragones la ayudaron a acercarse al castillo. Las torres desprendían humo y fuego. Flechas enormes salían disparadas de un lado a otro, una casi rosa al dragón negro que iba a su derecha. Prisma jamás había visto esas flechas que podían perforar las escamas de un dragón. Era una nueva arma, una diseñada contra ellos. Rubín sabía que tarde o temprano la dragona se daría cuenta de su engaño y se había preparado para ello.

Todos estaban tan concentrados en la batalla que nadie reparo en los dragones que cargaban el cuerpo malherido de su amiga, ni sus propios hermanos se dieron cuenta de a quién llevaban consigo.

Aterrizaron en el bosque, donde las flechas no los alcanzaran. Los árboles cubrieron su cuerpo mientras se dirigían a la torre donde tenían prisionero a Vall. Había una decena de soldados apostados en los límites, listos para defender la torre. Un rugido adolorido provino desde el suelo, Prisma se estremeció. Vall los había olido. Sabía que estaban ahí por él. Rubín también lo sabía. Era una trampa.

-¡Deténganse! -pidió.

-¿Qué sucede? -preguntó Estell, una dragona de color café. Miró a los lados con cautela. El otro dragón se colocó delante de ella para defenderla de cualquier amenaza. Su tamaño la hizo sentirse como una niña pequeña.

-Debo seguir sola.

-No puedes -rugió Bor-. Te matarán en cuanto entres.

-No lo harán, me han estado esperando. Él no se arriesgará a dañar el catalizador.

Estell le dio un golpe suave con la cola.

-Somos una manada, moriremos con gusto si es nuestro destino. -A Prisma se le humedecieron los ojos.

-Esta también es nuestra misión -añadió el dragón negro, su color era tan brillante como el de su primo Vall-. Te acompañaremos hasta la entrada y alejaremos cualquier amenaza que se interponga en nuestro camino.

Prisma asintió agradecida. Los dos dragones la siguieron hasta que los árboles dejaron de ocultar sus cuerpos. Los soldados se pusieron en alerta, pero ninguno atacó.

-Te has tomado tu tiempo -dijo una voz.

Una silueta oscura se asomó entre las puertas del castillo. Su corona brillaba como si tuviera luz propia. Rubín vestía un elegante traje verde y blanco, salpicado con la sangre de sus hermanos. Prisma rugió al verlo.

-Déjenla pasar -ordenó a los guardias y arqueros. El rey posó con sutileza la mano sobre su espada.

Prisma reunió todas sus fuerzas para no flaquear mientras se acercaba a las puertas de la torre. Los soldados se interpusieron entre ella y sus guardianes. Prisma acumuló fuego en su garganta, lista para atacar. Estell y Bor mostraron los dientes en señal de advertencia. Una decena de soldados y arqueros no eran nada contra dos de los mejores guerreros de la montaña Dragón.

-No hagas esto difícil, Prisma.

La dragona golpeó con la cola el suelo, Estell y Bor la imitaron. Sabía que Rubín la quería solo a ella, pero no iba a dejar a sus compañeros atrás. Sostuvo la mirada en el rey que sonreía con descaro.

-Esperen aquí -pidió-. Si alguno de ellos se mueve o trama algo, incéndienlos. La humanidad hoy aprenderá el precio por traicionar a un dragón.

Sus amigos acataron la orden a pesar de no estar de acuerdo. Prisma caminó hacia él. Ocultó el dolor y la agonía, con cada minuto que pasaba, la vida se le esfumaba. Cada paso la hacía lucir como una verdadera guerrera, hasta los soldados inclinaron la cabeza brevemente en reconocimiento.

Rubín posó los ojos sobre sus heridas.

-Oh, querida. Parece que estuviste entreteniéndote allá afuera.

-Libera a Vall.

-Alguien tiene prisa -ronroneó-. Hagas lo que hagas ya es demasiado tarde, justo ahora mis ejércitos deben estar reclamando los territorios vecinos.

Prisma no se inmutó. En estos momentos sus ejércitos estaban retrocediendo sin saber qué había pasado y era cuestión de tiempo para que Rubín se enterase de la barrera que ahora rodeaba Drakros. Una prisión invisible que se mantendría por generaciones, evitando que la maldad se extendiera a otras tierras. Prisma sostuvo la rosa con fuerza cuando el rey se le acercó con los ojos brillosos al ver el catalizador.

-A tu amigo le queda poco tiempo, pero no te preocupes, le he traído un regalo. Seguro está engullendo en estos momentos. -Se llevó una mano al mentón, pensativo-. ¿A qué sabrán los magos?

-Te mataré -le aseguró Prima-. Hoy moriré, pero mi espíritu no descansará hasta tomar venganza.

Rubín apretó el mango de su espada.

-Has pasado demasiado tiempo con ese inútil mago. Te perdonaré tu ofensa si te apresuras y me das la flor. No puedes imponerte a mi destino.

Prisma le mostró los dientes. Tiempo. Necesitaba tiempo.

-¿A qué estás esperando? Entrégame la rosa o te aseguro que convertiré la cacería de dragones en un deporte real.

Un rugido hizo temblar el suelo bajo sus pies. Lo siguieron otros y luego todo se volvió un caos. Los soldados gritaban consumidos por el fuego y la torre se desmoronó a pedazos bajo la mirada atónita de Rubín. Eso. Estaba esperando precisamente eso.

-Solo cometiste un error -replicó Galem-, subestimarnos.

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