La espada 2
Me apresuré en recoger todos los papeles antes de que él pudiera verlo. Tarde. Su expresión indicaba que había visto suficiente.
—Tuve una idea, quería...
Mi padre recogió una hoja del suelo y la contempló con el ceño fundido.
—¿Has hecho el diseño?
Solté las hojas y me puse en pie.
—Puedo explicarlo, por favor.
Para mi sorpresa, relajo la expresión. Dio unos golpecitos sobre la hoja y luego caminó al tablón de madera en la pared y la sujetó con chinches.
—Es un buen diseño —admitió—. Te lo dije Oliver, este es tu destino.
Mis ojos se llenaron de lágrimas por la emoción.
—Gracias, padre.
—Ahora descansa —carraspeó—. Puedo encargarme del resto.
Regresé a mi habitación con una extraña sensación en el pecho. Estaba tan emocionado porque mi padre reconociera al fin mi trabajo que no pude dormirme. Solamente pensaba en la espada y aquellos ojos rojos que me habían acompañado toda la noche, guiándome.
Me estaba colocando la camisa negra de mangas largas y el pantalón de cuero que usaba para el trabajo cuando escuché un grito. Corrí descalzo por las escaleras para ver a mi padre sostenerse la mano ensangrentada.
—¡Rápido, trae agua! —ordenó.
Cogí un balde y se lo llevé para que pudiera introducir la mano, mi padre gritó otra vez al contacto del agua. Con la sangre limpia pude ver la magnitud de la herida, la cortada comenzaba en la muñeca y terminaba entre los dedos índice y medio. Coloqué las manos sobre mi cabeza. «Esto era mi culpa».
—Buscaré al médico, tal vez él...
Mi padre negó.
—Nadie puede saber esto Oliver, ¡nadie!
—Pero...
—Si alguien se entera, le darán el encargo a otra familia —replicó—. Nadie pude saber que me herí una mano.
Bajó la mirada a su mano. La herida seguía sangrando, así que fui por unas vendas y pomadas. Nos sentamos en la mesa de la cocina para poder curarlo sin temor a que alguien entrase. Mi padre estuvo todo el tiempo en silencio.
—Escúchame Oliver, tú serás quien hará la espada.
Casi caí de bruces. Él me miró con seriedad.
—No hay otra opción.
—¡Es imposible! Nunca he trabajado la plata ni las llamas de dragón. No sabré darle la dureza necesaria ni la elasticidad para atravesar la coraza, también hay que fundir...
Mi padre me pegó una cachetada con la mano sana. Cerré los labios.
—Respira —me dijo.
Hice lo que me ordeno. Mi pecho bajó y subió con brusquedad hasta que la respiración se acompasó.
—Yo estaré a tu lado.
Aquella noche tampoco pude dormir, ni a la siguiente. Mi padre evitaba entrar al taller durante el día por temor a que alguien viera su mano, pero por la noche, me daba órdenes de como mezclar los metales. Tres días después, teníamos el molde hecho.
Comparaba las medidas del dibujo con la de la réplica cuando la princesa volvió a visitarnos. Estaba vez llevaba una ropa de batalla, demasiado ancha para su delgado, aunque tonificado cuerpo. Su piel se había bronceado y traía el cabello negro un poco más corto. Solté las herramientas para realizar una reverencia.
—Princesa Amber, es un honor que nos vuelva a visitar.
Ella parpadeó, sorprendida.
—¿Se encuentra el Sr. Hallr? —preguntó.
Tragué.
—Ha salido en busca de unos materiales —mentí.
La princesa bajó la mirada a mis manos. Sonrió.
—Tienes la piel muy bronceada para alguien que trabaja todo el día bajo un techo.
Asentí.
—Es herencia de mi madre, su alteza.
Hizo un escrutinio al lugar como si nunca lo hubiera visto.
—¿Los ojos también? No había visto un azul así desde... ¡Dragones! Desde nunca.
Me sorprendió que maldijera con tanta facilidad.
—¿Qué? —preguntó al notar mi sorpresa. Me paré firme, lo último que quería era hacer enojar a un miembro real—. ¿Crees que las damas no pueden maldecir?
—Todo lo contrario, su alteza. Pienso que son capaces de hacer lo que les venga en gana —Me mordí el labio apenas terminar. ¿Qué había sido eso? Sin dudas mi madre no me había enseñado a cómo comportarme delante de una dama.
La princesa soltó una carcajada.
—Me agradas... ¿cómo te llamas?
—Oliver, su alteza.
—Oliver, te recomendaré que evites el "su alteza", lo odio. Parece que no tenemos nombre.
Sonreí. Aquella joven era diferente a cuanta había conocido.
—¿En qué puedo ayudarla?
Ella miró la réplica. Solo era una guía con algunos grabados para lograr las proporciones correctas.
—¿Puedo ver el diseño?
—No.
Amber levantó una ceja. Al parecer no escuchaba esa palabra seguido.
—¿No?
—Aún no está lista —expliqué.
—Está bien, volveré cuando hayas avanzado.
Me tensé. Ella sonrió.
—Sé guardar un secreto.
Dio media vuelta y se marchó, dejándome con la boca abierta. No me atreví a contarle a mi padre de su visita. Si tan solo sospechara que la princesa sabía la verdad... Tragué en seco. Yo también sabía guardar secretos.
Cinco días después, había terminado la base y como la había prometido, la princesa volvió. Vestía un traje de entrenamiento parecido al anterior y llevaba una daga dorada con incrustaciones de diamante colgada del cinturón. Al parecer salía de una sección de entrenamiento.
—¿Ya puedo ver mi espada? —dijo a modo de saludo.
Le hice señas para que me siguiera al interior de la tienda y le mostré mi trabajo. Ella chifló. La princesa Amber chifló.
—Puede mejorar —fue todo lo que dijo antes de devolverla—. ¿Te molesta que te acompañe en el proceso?
—Será un honor.
Hizo una mueca.
—Basta de formalidades —dijo, ocupando una de las sillas de madera sin respaldar junto al mostrador. La había dejado ahí para terminar los grabados en forma de árbol en las patas, pero al parecer Amber era todo lo que faltaba. Parecía que había sido creada para ella.
Me quedé en la puerta sin saber muy bien cómo actuar.
—¿Vas a quedarte viéndome como tonto o vas a trabajar? —preguntó. Maldición, sí que tenía carácter.
Traté de ignorarla mientras continuaba mi trabajo, tarea que fue bastante fácil porque estuvo en el asiento contemplándome en silencio. Terminé de colocar los metales uno encima del otro antes de prepararme para fundirla.
El estómago me rugió. Levanté la cabeza, sonrojado.
—Puedes comer —dijo, más bien, ordenó.
Saque la bandeja de carne y frutas que había preparado para el almuerzo. La princesa los miró con curiosidad. Sin preguntarle, serví dos platos. No sabía si la comida casera sería del agrado de su fino paladar, pero tenía que intentarlo. La princesa pinchó un trozo de carne con el tenedor y se lo llevó a la boca sin dudarlo.
—Está deliciosa —dijo, lamiéndose los labios—. Felicítame a tu madre.
Me atraganté con mi trozo de carne. Ella me dedicó una mirada triste.
—Lo siento.
—Está bien —murmuré. Lo que sucedió con mi madre era un tema que no hablaría con nadie y menos con una cazadora—. Yo la cociné —expliqué.
—Tienes talento, Oliver. Te aseguro que está mejor que la del palacio. Siempre sabe desabrida, igual que ellos.
Solté una carcajada.
—¿Tienes vino?
Levanté la ceja.
—¿Tienen permitido beber? —pregunté con curiosidad. Amber parecía salir de todas las normas.
—La verdad, no. Pero somos expertos saqueando el cuarto de vinos real.
Puse mi plato a un lado para levantarme a buscar una botella de vino. Elegí la mejor para la ocasión, no todos los días se bebía con una princesa. Le serví una copa y luego preparé otra para mí.
—¿Estás segura? —le pregunté mientras se la ofrecía. Amber la agito un poco antes de beber, luego hizo un ruidito de aprobación.
—Buena elección —felicitó. Se llevó la copa a los labios y dio dos grandes sorbos.
—No creo que deberías beber tan rápido, podrías...
Hizo un gesto vago.
—Deberías vernos beber todo un barril. Amber siempre me gana, mi hermana no tiene límites...
Parpadeó, dándose cuenta de su error.
—¡Qué cosas digo! —suspiró—. Tenías razón, no debería estar bebiendo. No debería... estar haciendo muchas cosas.
Terminé de comer en silencio. Luego me levanté y fui por la botella, Amber permanecía en su sitio. Se la coloqué a un lado.
—Aquí puedes ser quien quieras, no me molesta.
Le di la espalda y volví a mis labores. La princesa estuvo en el taller hasta la puesta del sol, luego se fue sin despedirse. Al día siguiente fue ella quien trajo una botella de vino y carne cruda para que la cocinase. La rutina se mantuvo por varios días, la princesa venía al taller todos los días después de entrenar y me ayudaba dándome instrucciones para su espada. Ella quería estar durante el proceso, según me había contado, la tranquilizaba concentrarse en el arma y no en la batalla. Intercambiábamos nuestros sueños y opiniones del reino. Con Amber podías hablar de cualquier tema sin temor a avergonzarte. Pero en los días cercanos a su cumpleaños, su actitud cambió. Comenzó a hablar menos y sus ojos lucían apagados. Luego desapareció.
*🗡*
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