Sol

          El mar arremetía sobre los lados de una de las fragatas más rápidas que los Jinetes de agua poseían, el Rey Balto había alquilado la fragata a los Jinetes de agua con el fin de que transportaran a su hermano, el herrero Otlaxe y a la guardiana real, Sol Gigante al país Latem. El rey ya había alquilado los servicios del Jinete del agua que se le conocía como Mono albino era el capitán de la fragata era un hombre silencioso que solo hablaba cuando iba a dar una orden, era el capitán más eficiente, confiable y discreto.

          La noche estaba oscura pero la luna y las estrellas iluminaban la fragata haciendo que las sombras de las velas se atenuaran al ritmo del viento. Sol Gigante estaba en la proa de la fragata observando cómo este quebraba las olas a una gran velocidad.

          Sol se había quitado su armadura y llevaba puesto una ropa más ligera. Aún así llevaba su espada en su vaina y no soltaba el pomo, pero no era la única que iba armada. Otlaxe se acercaba y en su cintura llevaba un martillo de guerra bastante pesado.

          —¿Qué haces? —preguntó Otlaxe que tocía interrumpiendo el agradable sonido de las olas rompiéndose.

          —Solo observo el ambiente.

          —¿Es la primera vez que subes a un barco?

          —Es así señor, es la primera vez que lo hago —respondió Sol —. Y espero que no sea la última, realmente creo que amo los barcos.

          —Al menos uno de los dos ama los barcos —replicó el viejo que seguía tosiendo al parecer el frío y viento estaba empeorando la tos.

          —¿Entonces, ahora sí me hablará de aquello que dijo el día que fui a buscarlo a su casa?

          —¿A qué se refiere guardiana?

          —Me refiero a la inscripción que tiene escrita la espada de oro que trajo —aclaró Sol, se sostuvo sobre el frente del barco sin dejar de mirar el cielo estrellado.

          —¿Han pasado tres días y justo ahora es que lo preguntas? —río el viejo Otlaxe y abrió su boca para bostezar.

          —Creí que lo había dicho por su senilidad —río de vuelta la gigante mujer —. Realmente no lo había comentado porque creí que no quería hablar de eso.

          —Tiene razón guardiana —asintió Otlaxe —. Creo que todavía no quiero hablar de eso. Pero lo único que le puedo decir es que dejar el reino ha sido la mejor decisión que he tomado en mi vida.

          —Eso tendrá que ser suficiente por ahora entonces señor.

          —¿Le digo algo? —expresó Otlaxe e hizo una pausa dramática —. No creo que debamos ir hacia el país Latem. Cof cof —tosió algo fuerte Otlaxe mientras intentaba hablar pero al parecer se había ahogado.

          —¿Señor, está bien? —preguntó Sol preocupada.

          —Estoy bien Sol, no te preocupes... lo que quería decir es que debes confiar en mí, los Latem han querido nuestro Hardoro durante mucho tiempo, es mejor mantener este tratado de paz sin que ellos sepan que necesitamos esa espada, o podrían sospechar y eso sería el fin de esta mentira.

          —Pero ya todo está planeado, el Rey dijo muy claro que íbamos al país Latem.

          —Pues, hay que pensar en la idea de ir mejor con los Sapientes —explicó.

          —¿Entonces, qué propone, cómo llegaremos a la isla de los Sapientes, cómo piensa llegar allá si está alrededor de 100.000 km, eso suponiendo que exista señor?—argumentó Sol que no se encontraba muy convencida con este plan. En ese momento un joven se acercaba y ambos guardaron silencio.

          —Señoles... el pitán lice que ya tá lita la cena —expresó un Jinete de agua muy joven se llamaba Macías se acercó a la proa, a penas y se le podían entender las palabras, le faltaba un cuarto de su lengua y casi estaba gagueando.

          Los tres se dirigieron al comedor de la fragata.

          Allí estaban al menos la mitad de la tripulación esperando que les sirvieran la comida. Para Sol buscaron una silla gigante y una mesa aparte ya que no cabía en las normales.

          De pronto al comedor entró el capitán junto a cinco jinetes y se sentó justo en el medio, a diferencia de los demás estos jinetes eran pálido de un color casi verdoso.

          Entre ellos el que más sobresalía era el capitán, su color de piel se parecía al de un cadáver que se estaba descomponiendo, no tenía cabello y solo medía un metro y medio incluso el viejo Otlaxe era más alto que él. Quizás por eso lo llamaban Mono albino por lo blanco de su piel y por supuesto el tamaño exagerado de sus orejas.

          El comedor los primeros días estaba bastante ordenado como barco nuevo pero ahora ya estaba volviéndose un chiquero. Había trozos de comida regados por doquier y los jinetes se sentaban sobre las mesas.

          El cocinero y sus ayudantes empezaron a servir la comida, pollo y carne hechos a leña en el mismo barco. El rey se había encargado de asegurarse que el barco estuviese lleno de suficientes provisiones.

          —¿No te parece extraño que solo esté la mitad de la tripulación? —le preguntó Sol a Otlaxe que estaba comiendo plácidamente.

          —De seguro están haciendo guardia mientras nosotros comemos.

          Escéptica Sol empezó a comer sin dejar de estar en guardia por cualquier cosa que pudiese ocurrir. Tenía un extraño presentimiento.

          Todos estaban ya casi terminando de comer su comida. Cuando la puerta del comedor se abrió de golpe. De repente como sí fuesen pilares empezaron a caer uno a uno los jinetes. Se estaban desmayando sobre la mesa sin fuerza. Incluso el capitán... También Otlaxe.

          —¡Qué pasó! —exclamó Sol y se levantó de golpe. Empezó a ver borroso, tenía la vista nublada y estaba tambaleando.

          Unas siluetas aparecieron. Sol a penas y podía verlos. Pero aún así desenvainó su espada.

          —Señolita cola cola... han envenado la comila, tos tán mertos —gritó el joven que unos hombres gigantes tenían sujetado de la ropa.

          —¿Quienes son ustedes? —preguntó Sol preparada para luchar con ellos.

         Las siluetas soltaron al pobre chico asustado y los tres sacaron sus hachas gigantescas.

          —¡No tán tacando! —gritó el joven gago Macías mientras corría por todo el barco.

         —Esto se va a poner feo —declaró Sol.

         Las siluetas tenían casi su tamaño eran hombres gigantes como ella. Pero no venían del país de Hard. Sus armaduras Lucian ligeras y sus hachas parecían hechas por salvajes.

          —Son los nómadas de Macht —dijo Sol refiriéndose al país vecino liderados por Mlongo el guerrero temido
—. Entonces vienen a robar, lo único que saben hacer.

          Sol miró preocupada la situación. Todos estaban probablemente muertos. Ella estaba bastante mareada y no sabía que tan fuerte había sido el veneno en la comida ni que tanto la había afectado.

          Sol tomó la espada en forma de cruz con; punta que era la parte superior de la espada, filo, acanaladura que era el centro de la espada, guarda que era la que protegía la mano y estaba antes de la empuñadura, el pomo que era como un soporte de la mano en la parte inferior muy sólido. Esta espada medía trescientos centímetros y pesaba muy poco muchísimo menos que la del resto de guardia reales, la empuñadura era sencilla un cuarto de la longitud total de la espada y la hoja de doble filo.

          Dos de las siluetas con túnicas y capuchas se acercaron mientras una aguardaba en la puerta del comedor.

          El primer hombre le dio una patada a la mesa haciendo que varios cadáveres y la comida cayeran al suelo, al mismo tiempo lanzó un tajo a la garganta de Sol que aunque estaba mareada esquivó.

          Era difícil manipular las hachas gigantescas ya que se encontraban en un lugar muy poco espacioso y a una distancia corta, tanto que a penas y podían evitar tropezarse con algo.

          Sol se puso en guardia y no decía palabra, la poca cordura que le quedaba la tenía enfocada en el combate que estaba a punto de comenzar.

          El primer hombre lanzó su hacha desde arriba a la cabeza de Sol y ella la desvió con su espada hacia el lado derecho con mucha dificultad.

          Sol intentó desviar los continuos ataques del primer hombre con su espada que era de un color parecido al acero a diferencia de la de los guardias reales esta tenía más flexibilidad y era menos pesada.

          El segundo hombre en contra de todo los votos de honor dio un tajo en el lado derecho de Sol, que rápidamente lo detuvo con su espada, Sol se giró hacia el otro lado quedando al frente de los dos hombres.

          —¡Estúpidos cobarde!—gritó Otlaxe con júbilo, y lanzó un martillo pesado a la cabeza del segundo hombre. Sol estaba sorprendida de que no estuviera muerto.

          —Pensé que el veneno lo había matado —habló Sol.

          —Seguro no usaron un veneno tan potente como para matarnos a nosotros —explicó el viejo.

          El tercer hombre se incorporó al combate.

           Sol rápidamente se impulsó tomando su espada con las dos manos hacia arriba y dio un gran golpe certero al primer hombre que intentó detenerlo con el hacha. Pero la espada rasgó ese metal como si fuese simplemente un trozo de pan.

         El cráneo del hombre se abrió y cayó al piso muerto. Ahora solo quedaban el tercer y el segundo nómada.

          El segundo estaba arrodillado herido en el suelo por el martillazo en su cabeza, sol aprovechó la oportunidad y con el pomo de la espada le dio un gran golpe en la cara e hizo que el guardia se balanceara mareado y cayera al suelo.

          El tercero al ver esto, atacó con furia a Sol, ella detenía cada ataque pero el hombre era sumamente fuerte y la hacía retroceder. El viejo Otlaxe tomó de nuevo el pesado martillo y golpeó con fuerza la pierna del hombre. Este cayó sobre su rodilla pero en seguida se repuso y pateó lejos al viejo el golpe junto al veneno lo habían dejado inconsciente otra vez.

        El hombre se quitó la capucha y soltó su túnica, su cara estaba llena de cicatrices pero sus ojos carecían de ese brillo que las personas llamaban alma.

          —Se creen muy dignos —dijo el hombre —. Lo único digno que tienen ustedes es el hardoro y yo prometo arrebatarlo.

          El hacha del hombre empezaba a partirse. Aquella espada no había sufrido ni la más mínima abolladura.

         —¿Es la espada del rey? —preguntó, estaba desesperado y retrocedió a tomar el única hacha que quedaba.

          Sol nunca había visto a un hombre gigante moverse tan rápido. Le lanzaba ataques por la izquierda que intentó desviar y aún así rasgó su brazo, derecha rasgó su pierna, por arriba rasgó su cara y abajo rasgó sus pies. Ella ya no estaba resistiendo a penas y podía desviar los ataques para que no fuesen letales.

          —Quién rayos eres? —preguntó Sol.

          —Soy Mlongo.

         Nada más escuchar su nombre paralizó a Sol. El mismo líder de los Macht estaba allí.

          —Ya basta de jugar —dijo Mlongo. Y levantó el hacha hacia la izquierda para dar un golpe final. Sol no podía creer que para él solo había sido un juego, mientras que para ella había sido un combate bastante difícil.

          Mlongo recibió un disparo. Al voltear vio a uno de los hombres que estaban muertos despertarse. Era el capitán Mono albino, De repente sintió otro disparo. Otro hombre se había levantado y luego dos más.

          —Imagino que no te imaginaste que te encontrarías con muertos vivos. —rió el capitán. Mlongo salió corriendo fuera de la fragata mientras le disparaban.

          Lo siguieron pero este se lanzó al agua desapareciendo en el mar.

          —Vayan y traigan a los traidores —dijo el capitán y los muertos vivos corrieron a buscarlos.

          —¿Cómo es que ustedes están vivos no se supone que el veneno mata a las personas comunes? —preguntó Sol.

          —Nos mató, pero ya estamos vivos —sonrió el capitán y los cinco jinetes del agua rieron.

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