Sol
Era de noche y las antorchas en la pared del castillo iluminaban el lugar haciéndolo sombrío, justo como le gustaba a su hermana Luna Gigante, por eso cada noche cuando su abuelo se dormía, ella tomaba la espada de madera que le había regalado y salía a practicar a escondidas en uno de los salones más escondidos del castillo, uno que estaba lleno de espadas reales y algunos trofeos del rey y los caballeros.
Esa noche Sol Gigante decidió seguir a su hermana menor y se escabulló hasta que llegó al mismo lugar donde ella practicaba con tanta excelencia, Sol también tenía su propia espada de madera y mientras Luna practicaba la interrumpió.
—Vamos hermana… practica junto conmigo —dijo Sol, ella estaba confiada pues aunque su abuelo contantemente le había dicho que su hermana era una prodigiosa, ella seguía pensando que era mucho mejor que ella, más que todo por ser la mayor.
Sol siempre había considerado a su hermana, una niña un tanto lenta y boba, además que casi ni siquiera podía hablar. Pero aún así, su abuelo aseguraba que ella sería un prodigio con la espada más grande incluso que él. Más grande que Rot el Hard, era mucho que decir.
La hermana pequeña Luna, aceptó el reto de Sol, asintiendo con la cabeza inocente de cualquier cosa, pues disfrutaba con mucha inocencia poder luchar con su hermana. Desde el momento en que sus espadas se tocaron, la niña Sol se dio cuenta de la gran ventaja que le llevaba su hermana, solo pasaron unos segundos cuando ella la venció.
—Vamos Luna… solo fue suerte hagámoslo de nuevo —dijo, pero esta vez Luna solo le bastaron dos movimientos para sacar la espada de madera de la mano de Sol y arrojarla al suelo, desequilibrando sus pies.
—Eso… vamos de nuevo yo solo estoy jugando —dijo Sol Gigante, frustrada de la ira. Mientras que Luna guardaba silencio y sonreía de forma divertida.
En medio de los constantes combates donde Sol se mostraba cada vez más agresiva y desesperada, escucharon un ruido y Luna reaccionó por instinto y le pidió a su hermana detenerse pero no le hizo caso. Luna esta vez se dejó vencer y Sol Gigante empezó a celebrar. Pero en ese momento la sombra inmensa de un hombre que entraba por una de las ventanas las paralizó.
—Busquemos a mi abuelo —dijo Luna con su tímida voz, mientras retrocedía a esconderse con Sol.
La niña Luna empezó a correr rápido para evitar al gigante hombre que estaba entrando por la ventana, pero Sol en su lugar decidió tomar una de las espadas que estaba en la pared. Pesaba mucho y a penas y la podía cargar con las dos manos así que la arrastró hasta esconderse detrás de una de las paredes.
El hombre gigante se empezó a acercar y ella lo observó iba vestido con lo que para ella parecía pieles de animal, llevaba en cabello con trenzas sucias y lucía salvaje.
La niña Sol, confiada y aún airada por las constantes derrotas de los combates contra su hermana. Lanzó un tajo con la espada, con la intención de cortarle la barriga al hombre salvaje… este hombre no era uno común, pues detuvo la espada con su mano sin ningún esfuerzo, a penas y goteaba sangre de su mano.
Sol Gigante jaló la espada haciendo que el hombre la soltara despreocupada. Parecía un oso amenazador acercándose a ella y cuando tuvo suficiente aliento y valentía gritó.
—¡Abuelo ayuda, ayuda!
El hombre sacó una de sus espadas primitivas, que llevaba en el cinturón y levantó sus brazos de forma delicada, tenía toda la intención de acabar con la vida de la niña. Pero enseguida, antes de que la espada llegara a la niña Sol… apareció su hermana y desvió el ataque con su espada elegante de madera.
El hombre no tardó demasiado en volver atacar esta vez con más fuerza pero la niña siendo más pequeña y al parecer un poco más rápida, pudo esquivarlo y con la punta de la espada de madera, le dio en el estómago al gigante hombre, que medía como unos tres metros y medio.
Luna blandió la espada de madera con una posición firme y determinada, propia de un guerrero experto.
El hombre escupió saliva como lanzando el peor de los insultos, apretó sus puños rodeando su segunda espada.
—¡Sol busca al abuelo! —dijo Luna, esta vez su cara estaba seria y era la primera vez que Sol la veía así, pero sin importar esto Sol decidió tomar su espada y volver a atacar al hombre. Pues en su mente ella creía que aún era mejor que su hermana. Pero realmente estaba celosa de que ella fuese tan buena.
Luna reaccionó más rápido que los dos, y cuando el salvaje estaba a punto de clavarle sus espadas a su hermana por segunda vez, esta la empujó al piso y detuvo las dos espadas aún con su espada de madera, el hombre esta vez atacó rápido hacia la cabeza de Luna, ella intentó detener el ataque pero la espada de madera no aguantó el impacto del salvaje y se partió, la espada del salvaje terminó clavada en el cuello de Luna que salpicó sangre en la cara de Sol que aún estaba en el piso viendo…
—¡Luna! —gritó la niña Sol, tan fuerte que se escuchó retumbar en casi todo el castillo y en ese momento en medio del llanto y la sangre el salvaje saltó por la misma ventana por donde se había metido.
Sol se despertó… estaba sudando mucho y estaba temblando del miedo. Sus ojos estaban llorosos, aquél sueño, más bien… aquél recuerdo la había perturbado muchísimo y aún sentía una pequeña molestia en su pecho como un bocado de comida atorado que no podía sacarse. Apretó sus dientes y suspiró.
Intentó observar a su alrededor pero no podía ver nada, se estrujó los ojos mientras se adaptaban a la oscuridad y enseguida escuchó la tos que ya reconocía, era Otlaxe. Sus ojos se terminaron adaptando y ya empezaba a vislumbrar sombras.
—¡Se llevaron todo! —exclamó Sol Gigante —. ¿Los dragones, nos trajeron aquí?
A Otlaxe no le dio tiempo de responder cuando se escucharon estruendosos rugidos combinados también con pocos gritos.
—¿Por el dios del poder, dónde se supone que estamos?
—Le llaman el circulo del combate —explicó Otlaxe, parecía que era el único que estaba en el lugar con ella.
Sol Gigante se dio cuenta que a penas y cabía en la celda, intentó levantarse erguida pero terminó golpeándose la cabeza.
Pronto a la celda que parecía más bien una caverna llegó un hombre lleno de escamas, parecía que tenía una extraña enfermedad que le cubría toda la piel, no dijo ninguna palabra y le arrojó a Sol Gigante su armadura, y una espada, pero no era la espada del rey sino una espada común. A Otlaxe le arrojaron su martillo.
—¿Dónde está mi espada? —le preguntó Sol a la extraña persona llena de esas escamas extrañas. Pero la persona terminó ignorándola.
—¿Qué clase de seres se supone que son esos? —preguntó Sol Gigante.
—Creo que escuché de ellos. Son las pieles de dragón, estar en este continente rodeado de dragones no debe ser muy saludable. Según he escuchado después de un tiempo, para poder sobrevivir, tu cuerpo empieza a mutar como si tuvieras una enfermedad, y te empiezan a salir esas raras escamas.
—¿Nos pasará a nosotros? —preguntó Sol Gigante insistiendo.
—Creo que esa es la menor de nuestras preocupaciones, ya que eso suele tomar mucho tiempo para que pase —dijo Otlaxe y empezó a toser fuertemente.
—¿La tos ha empeorado?
—Pues, no ha mejorado —dijo Otlaxe y enseguida tomó el martillo —. Supongo que no me trajeron mi espada de oro, según las leyendas los dragones están obsesionados con los tesoros, diamantes, oro, la plata…
—Debemos salir de aquí… —dijo Sol.
—Quiero mostrarte lo que tengo, lo tomé del maletín de Eikon cuando agarré mi martillo para luchar con los dragones —Otlaxe abrió su mano empuñada y un color verdoso se observó en la cueva.
—La perla —suspiró Sol —. Con eso podemos salir de este lugar enseguida.
—Para ocultarla de los dragones tuve que sacarla de la esfera que abre la fisura con la perla gemela. Debemos primero encontrar las cosas para crear la espada que nos quitaron y después encontrar la forma de abrir la fisura.
—Pero nosotros no tenemos ningún tipo de magia para activar esa perla —soltó Sol —. Destruirla también debe ser difícil.
—Supongo que en la arena podemos encontrar a alguien que nos ayude a activarla con magia —explicó Otlaxe.
En la cueva había dos puertas, una llevaba a un pasillo que conectaba con otras puertas y otra llevaba a la arena, pronto empezó a escucharse a una multitud agitada y la tierra parecía temblar, eran saltos, golpes contra el suelo. Estaban enalteciendo a alguien. Sol Gigante terminaba de colocarse su armadura y Otlaxe la ayudaba.
—¿Dónde está Mono Albino?
—Es probable que esté allá afuera luchando —explicó Otlaxe.
Luego de unos instantes, la multitud empezaba a callarse y las puertas de la arena empezaron a abrirse.
—Es nuestro turno —dijo Otlaxe —. Esto no será fácil Sol, es probable que de aquí no salgamos vivos sino usamos la perla.
—Claro que saldremos, nuestro rey nos está esperando —dijo Sol —. Debemos recuperar el cofre de hardoro, la esencia de dios y la flor de la vida. Luego de eso usaremos la perla.
—Eso esperando que no hayan usado todas las cosas que nos robaron —soltó Otlaxe —. Creo que se llevaron a Eikon a Macías y su mujer para interrogarlos.
—Solo pensemos en sobrevivir, busquemos las cosas y activamos la perla —concluyó Sol Gigante y terminó de colocarse por ultimo su casco y de pronto sintió unos escalofríos. Todavía no estaba concentrada del todo. La imagen de su hermana muerta saltaba a su cabeza como destellos atormentadores.
El escudo del reino Hard en el pecho de la armadura de Sol gigante sobresalía brillante cuando salió a la luz del sol, era una mano gigante intentando agarrar unos pequeños hombres.
Sol Gigante luego de unos segundos empezó a ver bien y notó todo a su alrededor había cientos quizás miles de dragones y personas con piel de escama, eran Drastias (dragones sin alas y cuatro patas) y Widragos (dragones alados con cuatro patas)
Se escuchaban rugidos y abucheos.
—¡Fuera hombres de hard! —se escuchó un rugido con voz gruesa.
—¡Este es el continente de dragones, largo! —gritó otro.
—Están muertos, ni porque sean lo que sean van a sobrevivir.
El corazón de Sol gigante se empezaba a agitar pues entre la multitud todos eran dragones se veía su aliento de fuego, su aliento de rayos e incluso un aliento de gases extraños lanzados hacia el cielo con estruendosos sonidos.
—¿Cómo se supone que vamos a salir de este lugar con todos estos dragones rodeándonos? —preguntó Sol Gigante.
La arena era negra, cuando caminaba podía observar como el polvo se levantaba, el viento parecía no correr lo suficiente y el lugar estaba bastante sofocante, había como una presión constante sobre ella, las edificaciones parecían unirse a una montaña que rodeaba todo.
—Recuerda que todo esto es para salvar nuestro país, sino conseguimos hacer esa espada estamos condenados a ser invadidos —dijo Otlaxe, ahora que había luz, Sol se había dado cuenta que el viejo todavía estaba bastante herido, algunas de sus heridas se veían graves, incluso su mano se veía morada como sí la fuese golpeado con algo muy duro, pero el viejo no parecía preocupado por eso y más bien intentaba conseguir la mejor forma de sostener el pesado martillo.
Otlaxe solo medía más de dos metros y medios, mientras que Sol Gigante casi medía los cuatro metros. Pero aún así, ella sentía que la experiencia del viejo era lo que más lo fortalecía, después de todo, su abuelo le había contado que Otlaxe era un sabio guerrero capaz de enfrentar a cualquiera. Aunque eso fue cuando era joven y medía tres metros ochenta.
Al viejo Otlaxe le dio un ataque de tos cuando empezó a observar a un dragón mediano alado de la especie Widrago, Sol Gigante ya lo conocía… era el mismo dragón que había visto antes en el globo de Eikon, lo reconocía por sus escamas plateadas combinadas con dorado. Llevaba una de sus patas lastimadas, parecía que se la hubiese cauterizado y se notaba una cicatriz reciente.
Sol Gigante recordó que esa herida se la había hecho ella con la espada la espada del rey hecha con 60 de 100, sí esa pequeña herida se la había hecho con una de las espadas más fuertes y habiendo utilizado toda su fuerza, sabía que con una espada común no haría nada.
—Toma —dijo Otlaxe que no dejaba de toser, le estaba entregando su martillo —. Esa espada no te servirá con ese Widrago, solo dámela.
—Pero a ti tampoco te servirá —cuestionó Sol, pero pronto se dieron cuenta que su única preocupación no era el Widrago dorado, empezaron a salir de las otras puertas otros guerreros, incluyendo a los muertos vivientes.
Había varios hombres de pieles de dragón y unos tres Drastias de color marrón claro.
—¿Crees que podremos confiar en el Mono albino? —preguntó Sol Gigante.
—Yo creo que ya no hay ninguna razón para que estén de nuestro lado —dijo Otlaxe —. Lo mejor sería tratar de convencer al Widrago de que se nos una, para que nos ayude a abrir la perla. Por algo lo estaban siguiendo y lo trajeron aquí, de seguro no es parte de los otros.
Sol Gigante tomó el martillo con las dos manos, ella no era tan diestra con él, pero sí algo salía mal con el Widrago podía defenderse.
—La mejor forma de que sobrevivamos es que nos mantengamos juntos, yo permanezco detrás de ti y tú de mí —dijo Otlaxe.
No pasó mucho tiempo cuando desde el cielo se observó a un dragón totalmente rojo, parecía arder en llamas, era como sí el fuego fuese parte de él mismo.
Sin descender empezó a rugir las palabras. Su voz hacía que el aire se calentara aún más. Sol Gigante nunca había confiado en la magia pero se dio cuenta que no existían las tres magias que ella pensaba. Todo era más complicado y tenebroso.
—Tenemos nuevas razas participando esta vez, los fuertes y poderosos Hard y los astutos y avariciosos Jinetes de agua —dijo el dragón rojo rodeado de llamas sobre sus escamas —. Como el rey del continente Aliento, le concederé la libertad a aquél grupo que logre sobrevivir. Este es el juicio de la arena de cenizas.
—¡Ese dragón es inmenso! No tendríamos ninguna forma de enfrentarnos a él —dijo Sol Gigante y sus manos sudaban sosteniendo el mango del martillo.
—Yo creo que tu abuelo y yo con un par de guardianes lo fuésemos derrotado —rió Otlaxe.
—Hechizo de poder; infernus Widrago clypeus —dijo el dragón, y el fuego a su alrededor empezó a rodear toda la arena negra impidiendo que cualquiera pudiera salir de ella.
—¿Estás seguro que podrían matar a ese tipo de dragón? —preguntó Sol Gigante tragando profundo.
—Quizás necesitaría unos treinta hombres —sonrió Otlaxe —. Estos seres no dominan el mundo porque no quieren.
—Ya tenemos mucho preocupándonos con los Latem para preocuparnos por estos dragones —dijo Sol Gigante.
Habían pasado solo unos segundos después de que el Widrago lanzara el hechizo para encerrarlos a todos y ya empezaba a hacer mucho calor en el lugar y este parecía aumentar. En ese momento todos los presentes se empezaron a mirar y comprendieron que el combate debería terminar pronto.
Sol Gigante se llenó de terror al darse cuenta que precisamente estaba en lo correcto y si no ganaban pronto iba a terminar calcinada hasta el punto de volverse cenizas oscuras, se iba a volver parte de las mismas cenizas que estaba pisando.
Los Drastias empezaron a moverse en círculos y Otlaxe empezó a gritar furioso, mientras que Sol gigante intentaba mantenerse concentrada.
De la nada empezaron a aparecer las pieles de dragón, pero Sol Gigante era el doble de su tamaño, estos llevaban espadas similares a la que Sol Gigante le había dado a Otlaxe y eran rápidos, y ella se movía lenta con su armadura y el martillo.
Empezaron a atacarla, Sol Gigante estaba nerviosa pues el dragón dorado ascendió hacia el cielo como evitando luchar con cualquiera. Los Drastias intentaban alcanzarlo con saltos que hacían que al caer temblara el suelo.
Otlaxe empezó a tener un combate directo con las pieles de dragón, les llevaba una clara ventaja, pero cuando intentó clavarle la espada a uno de ellos, solo rozó sin hacerle ningún daño.
—¡Sol! —gritó —las espadas no le hacen daños a estos tipos.
Los pieles de dragón empezaron a atacarlo en conjuntos mientras el empujaba y detenía las espadas, tratando de mantener el combate uno a uno, en cuanto pudo pateó a uno tan fuerte que se le cayó la espada.
—Son muy débiles pero extremadamente duros.
Sol Gigante intentaba golpearlos con el martillo pero no lograba acertarle a alguno, no podía evitar que atacaran su armadura, pero todos los golpes rebotaban.
—Tenemos que avanzar porque terminarán encontrando la forma de matarnos —recalcó Otlaxe que se empezaba a cansar, en ese momento uno de las pieles de dragón le dio en una pierna, Otlaxe enseguida cayó arrodillado en la arena negra.
El piel de dragón tomó un poco de la arena y se la metió en la boca y escupió aliento de fuego sutil, quemándole las cejas a el viejo Otlaxe, los otros pieles de dragón lo imitaron y empezaron a utilizar el mismo aliento de fuego contra Sol Gigante haciendo que su armadura empezara a calentarse aún más.
Otlaxe soltó la espada y tomó a uno de las pieles de dragón por la pierna. Lo alzó fácilmente pues eran delgados y lo utilizó como arma como si fuese un simple monigote.
Sol Gigante aprovechó ese instante para darle un martillazo a cinco de ellos logrando quebrar su piel.
Eso les abrió suficiente camino para alejarse de ellos. Cuando pensaron que estaban a salvo un Drastia atropelló a Sol Gigante tumbándola al suelo, no tardó mucho en levantarse y lo golpeó fuerte en la cara con sus puños dentro de la armadura.
—El hardoro parece hacerle más daño a los Drastia que a los Widrago —dijo Sol Gigante Y sostuvo la mandíbula del Drastia con todas sus fuerzas, mientras más lo golpeaba más se enojaba y agitaba su cola con desesperación.
Otlaxe intentó clavarle las espadas en el estomago pero estas fueron inútiles. Así que tomó el martillo y lo golpeó en la cabeza. Pero no tuvo descanso… Otro Drastia empezó a atacar a Sol esta se defendió empujándolo.
Las personas en la arena estaban tan enaltecidas. Los dragones volaban y saltaban haciendo temblar todo el lugar.
Un Drastia arrojó a Sol Gigante al suelo y estas con todas sus fuerzas le dio un cabezazo con el casco que tenía un poco de Hardoro. Su cabeza dentro del casco también recibió un poco del impacto así que se mareó por unos minutos.
Otlaxe le dio un martillazo fuerte en una de sus patas partiéndosela, el Drastia chilló y en ese momento Otlaxe aprovechó para clavarle una de las espadas en la garganta con la boca abierta, matándolo enseguida.
Uno de los Drastias al observar esto corrió enseguida a donde estaba el cadáver de sus otros compañeros.
Sol Gigante y Otlaxe se pusieron en guardia los dos, este Drastia era más grande que los otros dos anteriores y sus ojos eran amarillos brillantes.
—Hechizo de visión; videatur in tempore. —Dijo el ser.
Otlaxe le dio una espada a Sol Gigante y sostuvo el martillo en una mano y la otra espada en la otra.
—¿Sol Gigante, conoces el movimiento alternado de ataques espalda con espalda? —Preguntó Otlaxe.
—No creo que podamos quedar espalda con espalda —rió Sol.
Ambos empezaron a atacar sin separarse y giraban espalda con espalda en círculos, Otlaxe utilizaba su martillo para detener las embestidas del Drastia y sol intentaba darle en los ojos con las espadas pero este parecía esquivar cada movimiento.
Otlaxe le arrojó el martillo y el Drastia se agachó para esquivarlo. Sol Gigante aprovechó para acertarle en los ojos pero este le arrancó las dos espadas de la mano con los dientes.
—¿Cómo se anticipa a todos nuestros ataques? —preguntó Sol Gigante.
—Debe ser un tipo de magia que le permite ver los movimientos antes de realizarlos —explicó Otlaxe.
El Drastia arremetió a Sol Gigante e incluso abolló su armadura empezó a rasgarla con sus garras en un ataque frenético, ella se cubría con sus brazos pero la armadura ya no estaba aguantando, sintió una punzada en el estómago y se quedó sin aire. Otlaxe alzó el martillo lo más alto que pudo y pudo sentir como su espalda crujía, le dolía y ardía, aún bajó el martillo lo más rápido que pudo en la cabeza del dragón. Pero este se apartó en el último instante.
El martillo casi le aplasta la cabeza a Sol Gigante que estaba en el suelo sin poder respirar.
De pronto desde el cielo empezó a llover un aliento de fuego. Era el Widrago Dorado que empezaba a lanzar fuego desde las alturas para que se alejaran de él.
Una voz estruendosa empezó a escucharse, era la misma voz que hacía que el ambiente alrededor se volviera más caluroso.
—Hechizo de Poder; Artas gehennae flammas —gritó el dragón que era el rey del continente y las llamas que rodeaban todo el lugar empezaron a encerrarlos aún más y el Widrago dorado ya no podía seguir volando y empezó a descender.
De pronto empezaron a escucharse aleteos y rugidos como en un cantico tenebroso que confundía todos los sentidos. Era el himno de dragones que rugían casi al unísono. Probablemente eso indicaba que el combate estaba a punto de terminar. Todos en la arena se asustaron al escuchar esto.
—Se acaban de salvar hombres de Hard —dijo el Drastia con ojos amarillos brillantes —Mataré al Widrago dorado y luego volveré para devorarlos.
—Moriremos —dijo Sol Gigante —. Moriremos antes de conseguir la espada.
Otlaxe se sostenía su adolorida espalda y ya su cuerpo no podía dar más. La tos le atacaba cada segundo sin dejarlo respirar, su cara estaba morada por la falta de oxigeno.
—No creo que podamos convencer al Widrago dorado que nos ayude —dijo Otlaxe cuando dejó de toser.
Cuando el círculo de fuego se había cerrado lo suficiente el Drastia corrió a atacar al Widrago dorado que se intentaba defender con sus patas y su cuello, también agitaba su cola para alejar al Drastia que insistía en subirse a su espalda.
Cuando el Widrago dorado arrojó fuego de su boca Sol Gigante apartó a Otlaxe lejos, ya casi no podían respirar y estaban en la arena negra tirados viendo el combate de los dragones.
El Drastia esquivó los ataques de fuego, llegó a sus patas y empezó a morderlas dejándolo bastante herido. El Widrago dorado arrojó una ráfaga fuerte de aire caliente con sus alas que alejó al Drastia.
Todos en la arena se dieron cuenta que si no atacaban al Widrago dorado terminarían muertos. Así que decidieron atacarlos en conjunto.
—Hechizo de visión; Avisu omnis secundus —dijo el Drastia y sus movimientos se volvieron más eficientes, el Widrago dorado no lo podía ni siquiera tocar por lo que logró llegar a tres de sus patas y hacerlo arrodillarse.
De pronto el Mono Albino que parecía haber estado esperando ese momento, se montó sobre el Widrago dorado e intentó llegar a su cabeza y por poco logra clavarle una espada en el ojo, ya que este estaba distraído por el Drastia.
El Widrago dorado se sacudió a Mono Albino y lo calcinó con su aliento de fuego, por un momento incluso pareció que dudó al hacerlo, el Mono Albino cayó muerto al suelo, pero pronto iba a volver a resucitar.
Las barreras de fuego se estrecharon aún más lo que hacía que el Drastia perdiera movilidad.
—Ya no tienes a donde huir. No quisiera hacer esto… pero no tengo otra opción —dijo el Widrago dorado mientras lo tomaba con su mandíbula del cuello, lo arrojó lo más alto que pudo hasta que se calcinó con el calor de la barrera —.
El Widrago dorado se dejó caer en el suelo sumamente herido y desangrándose.
Sol Gigante observó a su alrededor, los muertos vivos luchaban por resucitar pero la magia de poder con el excesivo calor no los dejaba, los pieles de dragón atacaban al Widrago dorado que intentaba defenderse ya débil en la arena negra.
Sol Gigante se sacó la armadura y ya estaba asfixiándose, tomó la perla verde de un Otlaxe desmayado. Lo pensó por un instante, aún no habían conseguido las cosas, pero sí no hacía algo terminarían muriendo allí. Arrojó la perla hacia la barrera de fuego haciéndola estallar e ir desapareciendo.
A Sol le ardía la garganta y se arrastraba entre las cenizas y el polvo que no dejaba ver nada. Estaba lloviendo fuego, como chispas provenientes de la barrera destruida. Donde estaba antes la barrera de fuego ahora se vislumbraba una ventana o más bien un hoyo en medio de la nada. Al otro lado parecía existir otro mundo, como sí se tratara de la entrada a otro lugar. Sol Gigante se sorprendió e intentó arrastrarse hacia él.
Pronto se escucharon aleteos, los dragones presentes en la arena empezaron a irse volando. Pues la fisura estaba creciendo cada vez más. Sol Gigante recordó que Eikon había advertido sobre eso. Debían salir de allí en ese momento.
—Despierte señor Otlaxe… —suplicó Sol Gigante, a penas y tenía voz y le ardía al hablar —. Tenemos que salir de aquí.
En el lugar había mucho ruido, y se escuchaban rugidos y gritos. Pasos estruendosos, pero lo que hizo que todo quedara en silencio fue un grito diferente, no uno de pánico, sino más bien uno de guerra.
En medio del humo, polvo y cenizas Sol Gigante observó como de la fisura empezaron a salir guerreros. Gritaban en júbilo como salvajes. Ella se dio cuenta enseguida de que eran los nómadas de Macht, pero algo era diferente en ellos. No solo llevaban sus armas primitivas también tenían extraños artefactos.
De pronto se escuchó un estruendo, seguido de varios más. Sol Gigante ya había escuchado esos sonidos. Eran los sonidos de disparos.
—¡Disparen! —se escuchó un grito —. No dejen que se acerquen esos estúpidos dragones.
Empezaron a ver varias explosiones y de la nada empezaron a haber dos torbellinos en el lugar que empezaron a llevarse el humo y el polvo.
Sol Gigante observó como hombres de su misma raza empezaron a lanzar pócimas hacia las gradas donde estaban los pocos dragones que quedaban.
—¡Busquen a Eikon! —se escuchó otro grito y Sol en el suelo identificó que se trataba de su líder, con aquél que había luchado antes en el barco cuando empezaron su viaje. El líder de los Macht Mlongo.
—Eikon… Eikon nos traicionó —murmuró Otlaxe tosiendo, Sol Gigante lo silenció, pero estaba impactada.
—¡No dejen que estos estúpidos dragones se lleven lo que vinimos a robar! —Más que gritos eran órdenes —. Vamos apúrense hay que regresar rápido a la isla de los sapientes antes de que se cierre el portal.
Sol Gigante tomó fuerza y se levantó. Blandió una espada que estaba cerca e intentó atacar a uno de los hombres gigantes, pero ellos lo vieron venir primero y de pronto sintió como una corriente eléctrica le paralizaba todo su cuerpo. Uno de los nómadas estaba usando una extraña arma que la paralizó.
—¡Mlongo, tengo a la guardiana y a un viejo moribundo! —gritó el nómada mientras empezaba a arrastrarla.
—Los necesitamos a los dos vivos —escuchó Sol que dijeron —. Traigan también al Dragón dorado.
Sol Gigante seguía paralizada mientras la arrastraban, solo podía ver instantes de lo que estaba pasando, le dolía mucho la cabeza y sus músculos estaban entumecidos. Perdió la conciencia un instante y cuando despertó la arrastraban a ella, a los muertos vivos, a los seres de piscis, al Widrago dorado y al viejo Otlaxe todos a dentro de la fisura. No observó el cofre de hardoro, pero estaba segura que lo habían conseguido porque estaban vanagloriándose de su victoria.
El ambiente cambió enseguida… sintió como la presión en su pecho y el calor desaparecían, el cielo era más azul, no pudo evitar marearse. Su mundo estaba dando vueltas, era como estar de cabeza por horas. Intentó que los nómadas la soltaran para poder vomitar sobre la grama verde que había aparecido bajo los pies de todos.
Sus ojos aún no se acostumbraban a la luz, pero en ese momento observó muy cerca de ella a Mlongo, en su cintura llevaba la espada 60 de 100 hardoro que le había dado el rey a ella, el líder de los nómadas, se reía y parloteaba cosas que en ese momento ella no entendió. Tenía un sentimiento de ira. Todo lo que habían hecho para proteger a su país de los Latem ahora caería en manos de su otro enemigo los Match.
Se levantó con las últimas fuerzas que le quedaban y desenvainó la espada de la vaina en el cinturón de Mlongo, en un segundo la blandió y lanzó un tajo para matar al líder, pero el resultado no fue así. Cayó arrodillada y escupió sangre… no sentía su brazo derecho, había recibido un ataque por la espalda de un guerrero que ni visualizaba. Este le había arrancado de un solo tajo todo su brazo. Y ahora este no dejaba de sangrar.
Sol Gigante gritó muy fuerte. Todos allí voltearon a ver la escena. Hizo contacto con los ojos del viejo Otlaxe, él la miraba desde el suelo preocupado.
Ella giró a observar quien la había cercenado y observó la silueta de un hombre que no había visto desde que era niña.
—Sabía que te conocía de algún lado —escuchó una voz entre varios gritos —. Ese grito me hizo acordarme de ti, sigues igual de necia que cuando maté a la otra niña. No sabes aceptar tu derrota.
En ese momento Sol se desvaneció y cerró los ojos. Pero aunque su cuerpo cedió al dolor y las heridas, su alma no estaba dispuesta a apagarse aún, ella no iba a morir allí y menos a manos del hombre que había matado a su hermana.
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