Neomor

          Hacía varios años que el país Moat no estaba tan alterado.

          La primera vez fue cuando unos científicos lograron con muchísimo esfuerzo. Crear cohetes con las suficiente fuerza para salir de la atmósfera terrestre.

          Estos cohetes transportaban satélites, con ellos se visualizó realmente lo que era el mundo. Ese mundo gigantesco que nadie conocía. Al anunciar esto el país Moat tuvo miedo, unos querían permanecer ocultos y los otros luchar, para hacerse valer y respetar. Lance City detuvo estás guerras prometiendo mantener seguro y oculto al país.

          Ahora todo esto parecía repetirse. Con la muerte del presidente amado por todos, el general retomaría ese plan de conquista.

          Mientras Neomor estaba recuperándose, el país Moat estaba atravesando un cambio político forzado. Los noticieros explotaron en ciento de críticas, teorías y conspiraciones. "El presidente Lance City, asesinado por su mano derecha" eran los encabezados de las noticias.

          El nuevo presidente el General Arthur, no parecía preocuparse por nada de esto, ni siquiera hacía acto de presencia, esto hizo que la redes sociales explotaran en ciento de escandalos.

          La mayoría de personas sabían que el General quería empezar a generar armas de destrucción masiva, para enfrentar lo desconocido. A los millones de seres gigantescos que compartían el mundo con el país de Moat

          Neomor había estado durmiendo y alternando entre largos periodos de sueño y pequeños periodos de vigilia. Frecuentemente a la habitación entraba una enfermera que el a penas podía ver.

          Entre sus sueños no dejaba de pensar en como las gemelas lo habían traicionado y no solo a él sino también al país entero. Lo peor de todo es que las había ayudado a mejorar el manejo de una de las armas más poderosas del mundo.

         Cuando despertó notó que algo estaba mal, pues no parecía la misma habitación con televisor a la que había llegado antes.

          De repente se escuchó una explosión a la lejanía del hospital. Era la primera vez en doce días que Neomor estaba plenamente conciente.

          Sin pensarlo mucho se arrancó la vía intravenosa del brazo. Tenía la sospecha que lo estaban drogando para que permaneciera dormido.

         Revisó sus heridas y estas ya se habían curado casi por completo.

         Trató de recordar la última vez que estuvo conciente y a su cabeza vino la imagen de el general Arthur como presidente.

          La habitación del hospital estaba casi completamente vacía. Solo estaba la cama y la vía intravenosa. Todo parecía más una prisión que nada.

          Otra explosión se escuchó. También gritos y alborotos pero Neomor no podía ver nada pues la habitación tampoco tenía una ventana.

          Intentó abrir la puerta y para su sorpresa no tenía seguro.

          Las enfermeras, doctores y pacientes corrían de un lado a otro y de la nada empezó a sonar una alarma y luces rojas alumbraron todo el lugar.

          Neomor tenía una sospecha de lo que estaba pasando.

          Antes de que el presidente Lance City ganara la presidencia el país Moat estaba pasando por muchísimas dificultades. Ya que se había descubierto que ellos no eran los únicos en el mundo. Además que los otros seres eran muchísimo más grandes que ellos. Tanto que sí cualquiera de ellos decidiera tan solo pisarlos bastaría.

         Esto hizo que todo el país entrara en pánico hubo muchísimos disturbios hasta que todo culminó con una guerra civil que dejó a varios muertos y a su vez hizo presidente a Lance City. Él y sus seguidores que luchaban por mantener al país oculto vencieron.

          Mientras que los que siempre habían deseado prepararse para la guerra. Fueron silenciados.

          Ahora que el poder lo había tomado por completo el General Arthur. Todo apuntaba a que ahora el país Moat se iba a preparar para la guerra contra el resto del mundo. Que según el General era un potencial peligro eminente.

          Pero había un detalle. Al igual que él. La mayoría de las personas en Moat querían permanecer ocultas y de seguro después de la muerte de Lance City estaban bastante molestos y asustados. Y tomarían represalias.

            Neomor salió de la habitación estaba usando una bata. Así que entró al vestidor de doctores y tomó una de sus vestimentas. Le quedaban un poco ajustadas pero no había más opción.

           Un fuerte impacto hizo temblar el edificio. Se escucharon unos últimos gritos mientras los demás terminaban de salir. Neomor los siguió un poco adormecido y débil.

          El caos que vio fuera del hospital lo dejó sorprendido. Había dormido mucho tiempo para que la ciudad luciera así.

          Las cenizas y el humo abarcaban cada rincón, los edificios caían. Las personas corrían con armas improvisadas de un lugar a otro. El fuego estaba destruyendo casi todo de la principal ciudad de Moat la ciudad el avance.

          Neomor corrió a esconderse detrás de un vehículo destruído. Observó que lugar sería más seguro.

         Los gritos de las personas no lo dejaban pensar bien

        

         —¡ESTAMOS PERDIDOS SIN EL PRESIDENTE LANCE! —gritó una mujer con la cabeza rapada mientras una amiga la grababa con su teléfono.

         —¡NOS MIENTEN, TODOS NOS ESTÁN MINTIENDO! —el hombre había pasado a altas velocidades en su carro llevándose por delante a varias personas.

         —¡NOS LLEVAN A UNA GUERRA QUE NO PODEMOS GANAR! —una señora mayor con prótesis de piernas sostenía una cartel con la misma frase mientras corría por la ciudad.

         —¡MATEMOS A TODOS EN EL GOBIERNO! —un hombre con un arma de proyectil antigua disparaba al cielo.

         —¡VIVA EL PRESIDENTE LANCE! —gritó un hombre y lanzó una granada.

          Neomor la vio en el aire y corrió, el estallido le dejó un pitido en el oído que lo hizo caer al suelo del dolor.

          El hospital se vino abajo. Neomor miró nuevamente a su alrededor y casi no había lugar que no estuviese incendiado.

         La única opción que tenía era ir a su departamento a refugiarse, pero no sabía sí todavía existía.

         El mareo y la debilidad fueron saliendo de su cuerpo al ritmo que la adrenalina subía. Todo era un peligro eminente, las personas no parecían cuerdas. Estaban asustadas.

         Neomor también estaba asustado, no quería morir. Había tantas cosas que todavía quería saber.

         En medio del caos un rato esperanzador apareció ante su mirada.

         La estatua de Tan el cambiante estaba intacta y solo estaba a unos pocos kilómetros. Neomor recordaba que el material del que estaba hecha la estatua era prácticamente indestructible.

         Quizás en ese lugar estaría seguro. La estatua desde siempre había sido un lugar sagrado, en todas las guerras la habían respetado.

         Neomor visualizó una motocicleta con mega propulsores. La levantó del suelo. Se veía en buen estado, intentó encenderla pero necesitaba identificación de huella. Él no tenía su reloj para hackear el sistema así que simplemente se bajó y empezó a correr.

          Había civiles destrozando tiendas, apartamentos y locales.

          —¡Preparemonos para la guerra! —gritó un hombre de pelo verde con varios seguidores en moto. Neomor lo ignoró y siguió corriendo.

          Era bastante extraño que el general Arthur no hubiese desplegado al ejército. Era como sí el quisiera que todo eso pasara.

          Neomor corrió mirando hacia los lados. Estaba tosiendo por tanto humo que había tragado. No pudo evitar tropezarse con unas personas que hacían en el piso.

          —¡Qué rayos! —exclamó y al levantarse se dió cuenta que se había tropezado con el cadáver de una señora que abrazaba a su hijo de unos cinco años también muerto.

         Neomor se sentó en el suelo, estaba agotado, viendo como su ciudad se venía abajo. El traje blanco de doctor estaba casi negro de tantas cenizas.

          Él era un hombre de lógica y ciencia. Se dio cuenta que ni siquiera se había dado el tiempo para sentir. Para darse cuenta de todo el sufrimiento por el que estaba pasando su país. Solo por elegir un bando.

          Quizás por eso el dios Tan los alejó del mundo. Porque eran una barbarie y no podía permitir que acabaran con el resto de la existencia.

          Un camión pasó por el lado de Neomor y se detuvo.

          Unos tres hombres armados con pistolas de plasmas y con uniformes grises del ejército se bajaron del camión.

          —¿Doctor, está usted bien? —preguntó uno de ellos. Pero Neomor no respondió.

          —Está en shock.

          —La mujer y la niña están muertas.

          —Nos llevamos al doctor. Recuerda lo que dijo Party.

          Los hombres ayudaron a Neomor a levantarse y él solo se dejó llevar al camión.

          En el camión habían muchas personas, la mayoría de ellos heridos.

         —Doctor ayúdelos. No importa sí usted es de un lado o del otro. Ellos simplemente son civiles, son humanos. Necesitan su ayuda —dijo el conductor del camión, un hombre con una cresta roja y un brazo robótico del mismo color.

         Neomor no era doctor. Pero sí recordaba como aplicar primeros auxilios, lo había aprendido todas las veces que había intentado alistarse en el ejército y también lo había practicado mientras perfeccionaba la realidad virtual.

         Neomor se acercó a un hombre que se estaba quejando de su pierna tapándola con un paño ensangrentado. Neomor tomó unos guantes, tijeras y pinzas que estaban en una mesa fijada en el camión, le retiró el trapo y las prendas del resto de la herida.

          La herida parecía tener esquirlas pequeñas inscrustadas, pero Neomor sabía que debía solo detener el sangrado hasta llegar a un hospital.

          —Necesito una venda esterilizada —dijo Neomor.

          Una mujer con una extraña apariencia estaba también atendiendo a los heridos, tenía el cabello morado, la piel verde y los ojos negros y debajo de ellos dos tatuajes azúl de triángulos invertidos. Sus manos eran robóticas, prácticamente era un androide, mitad máquina, mitad humana.

          Ella extendió su mano y le dio la venda a Neomor. Él la tomó y la presionó con firmeza con la palma de la mano para controlar el sangrado. Aplicó presión constante hasta que el sangrado se detuvo un poco. Sin presionar las esquirlas vendó la herida.

          —¿No eres doctor cierto? —preguntó la androide —. Yo creo que más bien eres un soldado como nosotros.

          Neomor empezó a atender a otro hombre con una contusión en la cabeza mientras el camión seguía avanzando por la ciudad.

          —Soy científico y algo parecido a un "soldado no practicante".

          —Pues sí no me quieres decir con exactitud. No te preocupes, nosotros no somos seguidores del general.

          —Pero son el ejército.

          —Eramos, hasta que el presidente fue asesinado —dijo la androide —. Por cierto soy Party.

          —Soy Neomor.

          —¿No serás ese Neomor creador de la realidad virtual?

          Neomor miró a los lados. Pero a nadie parecía importarle.

          —Tranquilo. Por ahora nuestra prioridad son los heridos. Debemos llevar a la mayoría a nuestra sede para terminar de curarlos.

          La noche se hacía larga y habían cada vez más heridos en el camión. Todos estaban trabajando en equipo para salvar a los heridos por los disturbios. El ejército no parecía tener ganas de interceder.

          Al igual que todos. Los policías también se habían dividido en dos bandos. Estaban participando activamente en la guerra civil.

          —¿Esto es en todo Moat? —preguntó Neomor.

          —Por ahora solo es aquí en la ciudad El avance —explicó uno de los soldados. La mayoría de ellos tenía prótesis, tatuajes brillantes, ojos de diferentes colores.

          Neomor se preguntaba que tipo de escuadrón eran, porque gran parte del ejército era bastante estricto.

         —¡Vámonos, ya no podemos llevar más! —gritó Party.

         Entonces el chófer con brazo robótico aceleró el paso. Varios pacientes estaban quejándose.

          Solo los soldados sabían hacía dónde se dirigían pero el resto no.

           —¿A qué división pertenecían ustedes? —preguntó Neomor sin tapujos.

          —¿Lo dudas? ¿O  lo preguntas por nuestra apariencia? —sonrió Party —. Se nos destrozó el cuerpo. Se nos destrozó el alma, la mente. Pero éramos los mejores de los mejores.

          —Entonces son soldados que perdieron algo en la guerra.

          —Un brazo, la pierna, la mente. La piel, como yo.

          Neomor se fijó en la piel de ella una vez más. Era verde color olivo.

          El camión de repente se detuvo y todos miraron extrañados. Dos de las cuatro ruedas habían sido atrapadas, por una especie de mecanismo Pero el camión era blindado.

          —Así no podremos avanzar —dijo el chófer —. Tienen que salir.

          Party de repente sacó un lanzador electromagnético de un cajón debajo de los asientos. Los tres soldados tomaron sus pistolas de plasma.

           —Yo también quiero ayudar —dijo Neomor y aunque el camión era resistente empezaron a escuchar el estruendoso ruido de los rayos plasmas impactar sobre el camión. No iban a resistir mucho tiempo.

          —Dale un escudo —dijo el chófer —. Que el los cubra.

           Party tomó un reloj y se lo dio a Neomor. Era un reloj más avanzado de los que el solía usar.

          —Es experimental todavía, pero debería funcionar —explicó Party —. Debes activar este botón cuando para activar el escudo.

          Neomor asintió, la tarea no era difícil, pues era el único botón que tenía el reloj. Lo demás se manejaba digitalmente.

          —Sal tu primero —dijo uno de los soldados, Neomor suspiró y antes de terminar de abrir la puerta trasera del camión activó el escudo plasmático.

         Una barrera sólida de plasma electromagnético se formó justo en frente de él, al raz de su brazo. Parecía atraerse un poco hacia los metales lanzando rayos, pero Neomor lo sostuvo.

         —¿Acaso no puede ser más grande? —preguntó y el reloj agrandó aún más el escudo. Era de dos metros de alto y dos de ancho.

          Los soldados salieron rápidamente y los civiles empezaron a dispararle al escudo que estaba aguantando bien.

          —Necesito que me cubran para usar el lanzador electromagnético —habló Party.

          —Asegurate de lanzarlo lejos. Recuerda que también tenemos cosas de metal.

          —Neomor avanza, nosotros nos quedaremos atrás —ordenó Party.

          Neomor avanzó sosteniendo el escudo con fuerza para que no atrayera nada. El reloj empezó una cuenta regresiva. Energía al 15%, 14% 8%.

          Los soldados se situaron a los lados y los civiles se ocultaron. En ese momento Party aprovechó y lanzó una esfera hacía dónde estaban ellos. Esta no tardó en activarse y atrajo todo el metal posible a dos metros a la redonda y lo desativó. Dejando sin armas a los civiles.

          Los hombres no parecían rendirse. El escudo de Neomor se desactivó y tres civiles se acercaron, traían bates de madera y garrotes de policía.

         —Alto —gritó uno de los soldados. Pero a pesar de que los apuntaban no se detuvieron.

          —No les dispares —dijo Neomor y la androide Party negó con la cabeza a sus soldados, estos bajaron las armas.

         —Estúpidos soldados, con sus estúpidas guerras.

         —Sí nos van a matar haganlo de una vez.

         —Nosotros no queremos matar a nadie —explicó Neomor levantando las manos intentando calmarlos. Pero ellos agitaban sus bates y garrotes, lo rodearon y empezaron a atacarlo.

          Neomor no se encontraba en buena condición física. Estaba débil pero aún así no se le hizo difícil esquivar los batazos de los civiles. Retrocedía paso a paso. Y cuando tuvo la oportunidad lanzó una patada para sacarle el bate de la mano a uno de ellos.

          La pierna derecha donde le habían clavado el cuchillo le dolió con el último movimiento. Así que intentó solamente esquivarlos y empujarlos con su cuerpo. Al igual que antes parecía estar danzando mientras que los civiles perdían la paciencia.

          Neomor dio un salto y le dio en el cuello un rodillazo a uno de ellos quien cayó al suelo inconsciente. Del último solo esperó que fallara un golpe con el garrote para tomarlo con sus piernas hasta que le quitó la respiración y desmayó.

         —Tenemos a un científico bailarín. Maravilloso —sonrió Party —. ¿Sabías que tenemos paralizadores en nuestras armas cierto?

         Neomor miró un poco avergonzado.

         —Creo que tardaron solo un poco en usarlas —respondió.

         —Kyle, revisa las ruedas y trae la grúa para liberarnos, debemos salir de aquí cuánto antes —ordenó Party.

          El soldado Kyle se quitó el casco del uniforme y los guantes. Y rebeló su extraño rostro con dos protuberancias como cuernos en su frente así como también tenía varios piercing, su cabello era corto de color natural marrón.

          Subieron al camión y en unos minutos ya estaban en el refugio.

          Neomor estaba agotado y a penas bajó del camión visualizó la gigantesca estatua del dios Tan. Estaba sola, al parecer el lugar estaba abandonado en la penumbra de la noche.

           Neomor pensó que probablemente todavía le tenían respeto a la estatua.

          —La estatua está rodeada por armas de el ejército desde hace varios años. Por eso es que no hay nadie cerca. En estado de emergencia estas armas se activan para protegerla —explicó Party interrumpiendo los pensamientos de Neomor.

          —Nosotros hackeamos el sistema de defensa para usarlo como refugio —explicó Kyle.

          Todos empezaron a guiar a los heridos a una puerta que aparecía de la nada después de presionar un código en la pared de una pequeña base militar, estaba cerca de uno de los pies de la estatua. Enseguida se toparon con unas escaleras que todos empezaron a bajar.

           —¿Qué es esto? —preguntó Neomor. El lugar parecía tener una estructura antigua, pero mientras más bajaban, se notaba más la tecnología avanzada. Neomor visualizó cables, tuberías y bobinas.

          —¿Neomor, tú crees en los dioses? —preguntó Party.

          —Ehhh... Creo que son mitos basado en realidades exageradas.

          —Pues... Toda esta tecnología está diseñada para absorber la energía de un dios —dijo Party mirando fijamente a Neomor con esos ojos negros.

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