Flecha
—¿Cómo sigue esa herida? —preguntó Edmon intentando romper el silencio.
—¿Cuál de las dos herida? —respondió preguntando de vuelta. Flecha solo estaba pensando en la herida que le había dejado la muerte de su amigo.
—La de tu hombro.
—Esa herida está bien —dijo de manera algo indiferente mientras terminaba de hacer una flecha con madera firme y las puntas con rocas que afiló el mismo, ya tenía cinco flechas terminadas.
El ambiente estaba muy tenso, solo habían pasado diez horas desde la muerte de Níquel. Flecha estaba realmente molesto. Sintió que la vida de todos los soldados no valía nada para el país Latem, siempre creyó que Senod era el peor país de todos pero ahora empezaba a cuestionarse eso. De los cien soldados solo estaban presentes cuatro tampoco sabía nada de Willy Cromo.
—Esperemos que el Superior haya encontrado algo —dijo el cuarto soldado que se apellidaba Estaño.
—¿El superior está vivo? —preguntó Flecha que reaccionó rápido.
—Sí, chico bala —le confirmó Estaño, parecía ser un buen soldado. No dudó en salvar a Edmon cuando tuvo la oportunidad.
—¿Y qué pasó con el soldado Cobre, el que estaba en nuestro pelotón? —preguntó nuevamente, no había sabido nada de este soldado desde que él y Astrid lo sacaron de aquella agua fría.
—El está con ellos —aclaró Edmon —. Y tienes razón soldado Estaño, esperemos que nos de la señal muy pronto y que esa señal no sea vista por esas bestias. Mientras tanto hay que hacer varias cosas.
—¿Willy Cromo también está con ellos? —insistió Flecha y todos negaron con la cabeza.
—¿Qué tantas cosas hay que hacer señor? —preguntó la soldada Astrid Oro que no lucía muy bien. La muerte de todos sus compañeros le había afectado —. La misión ha sido un total fracaso —En sus manos tenía una espada hecha de oro, bastante resistente, era la espada que le había dado su padre para llevar a la misión.
—No esperábamos que en esta isla iba a haber un diosa —replicó Edmon pensativo —. Tenemos que buscar comida principalmente, y segundo encontrar armas para poder combatir en una emergencia.
—Yo sé donde conseguir las armas —declaró Flecha —. Níquel dejó todos nuestros bolsos en un árbol marcado con una equis, y me señaló donde estaba —Flecha pensaba que Níquel aún muerto les estaba salvando la vida
—Está bien, entonces vamos a ir todos a buscar ese lugar, tú guíanos —ordenó Edmon, y Flecha asintió.
El lugar no estaba muy lejos, pero todos temían que las bestias todavía estuvieran rondado el lugar, El bosque estaba fresco, el estómago de todos los soldados les estaba pidiendo comida, todos estaban afectados física y emocionalmente. El único que pensaba en terminar la misión era Edmon pero los otros solo pensaban en salir de la isla.
Luego de caminar un rato se encontraron con el árbol con una equis que había señalado Níquel antes de morir.
—Soldado Estaño sube y ve bajando las cosas, ya que tú eres el único al que le funciona correctamente el sistema de gancho.
Estaño hizo lo que le ordenaron.
—¿Flecha, estás bien? —le preguntó Astrid, no le había hablado desde la muerte de Níquel —. Tu hombro no luce nada bien y tú cara está pálida comparada a tu color original.
—No te preocupes, estoy bien. En la isla donde nací todo el tiempo nos mordían animales.
—Pero te mordió un hombre bestia —Alzó la voz Astrid —. ¡Ya deja esa actitud de héroe!
—Ya te dije que estoy bien —dijo y Astrid sin pedir permiso puso la mano sobre su frente y cuando tocó su piel esta estaba hirviendo lo que era extraño ya que el clima estaba frío.
—No estás bien, estás ardiendo en fiebre —se preocupó —. ¡Jefe Edmon!
—¿Qué sucede? —respondió desde lejos mientras se acercaba, el soldado Estaño ya había terminado de bajar todas las cosas de aquél árbol.
—Flecha está ardiendo en fiebre —explicó Astrid —. Creo que es la mordida.
—¿Es eso cierto soldado?
—No señor, estoy bien —respondió Flecha algo decaído.
—Quítale la camisa y la pechera soldada Oro —ordenó Edmon, Oro lo hizo con delicadeza pero aún así Flecha se quejó del dolor.
—Usa el agua azul curativa —sugirió el jefe Edmon. Te necesitamos y no vamos a pelear sin ti.
—No, esa agua es para otro soldado, yo estoy bien —repitió Flecha una y otra vez aunque él sabía que no era cierto sentía un dolor muy intenso como si estuviera constantemente siendo apuñalado por los dientes de ese hombre lobo.
Sin pensar mucho Astrid tomó el agua azul de la mochila de Flecha y la vertió cuidadosamente sobre su herida hasta que quedó la mitad del agua azul. La herida empezó a desaparecer, pero Flecha aún tenía fiebre.
—¿Cómo sabías de esa agua? —preguntó Flecha acostado en el suelo.
—Níquel me contó esa historia, sabía que tú tenías una botella y que él tenía otra. Así que todavía nos queda una.
—Jefe aún tiene fiebre —comentó Astrid.
—Dale de beber el resto de la botella —le explicó el jefe, y Astrid siguió sus instrucciones.
La fiebre parecía empezar a disminuir, Flecha se quedó viendo los ojos color Plata de Astrid y tomó su mano Astrid tímida también tomó su mano y la apretó.
Flecha casi de inmediato tuvo la fuerza para levantarse pero sentía que algo estaba diferente en él.
—Señor voy a buscar mi arco dentro de la mochila para ir a cazar —sugirió Flecha con un mejor semblante. Dentro del bolso el arco estaba bien pero el sistema de gancho que estaba allí estaba dañado también.
—Está bien me parece una buena idea es mejor cazar con flechas que con una APA, ve con Astrid, nosotros debemos volver al campamento dónde estábamos porque desde ese lugar podremos ver la posible señal —explicó Edmon, pero ninguno entendía cual era la señal que estaba esperando. Quizás todos iban a morir en ese lugar esperando la señal del jefe del pelotón 5.
—¡Está bien!
Flecha les dio unas instrucciones clave de lo que tenía que hacer Astrid para ayudarlo a cazar, ella simplemente era la que espantaba a los animales a la zona de vista de Flecha, para que él los acertara con el arco. Llevaban dos horas consiguiendo animales, Flecha se había hecho seis flechas y ya había utilizado cuatro para cazar tres conejos pero las recuperó fácilmente.
—Creo que es suficiente, debemos volver antes de que anochezca —declaró Flecha, Astrid nunca lo había visto tan serio.
Mientras regresaban al campamento se percataron de que nadie estuviera siguiéndolos.
—Creo que es el momento de hablar de lo que sucedió en la caja de acero —comentó Astrid mientras lo miraba, se había percatado que la isla estaba cambiando a Flecha.
—No es necesario, ya me quedó claro que solo fue por sobrevivir.
—¿Estás seguro que no quieres aclarar nada de lo que sucedió? —instó Astrid, pero Flecha guardó silencio por un momento y lágrimas salieron de sus ojos.
—No puedo dejar de pensar en la muerte de Níquel.
Astrid normalmente era una mujer fría pero en ese momento sintió empatía por Flecha y lo abrazó, para luego tomarlo de las mejillas y besarlo.
—Solo, no digas nada —declaró y se adelantó a su paso, Flecha se había sonrojado.
Ambos llegaron al campamento y empezaba a anochecer, el jefe Edmon y el soldado Estaño habían ideado un plan para que no pudieran encontrarlos, habían hecho varias fogatas en el bosque en diferentes ubicaciones para ellos poder hacer una también y pasar desapercibidos. Luego de despellejar a los desafortunados conejos muertos los pusieron en la fogata, el olor tenía locos a los cuatro soldados, por suerte estuvo rápido. El sol empezaba a ocultarse escondiéndose detrás de los arboles anunciando que el día había terminado y que ahora venía la oscura noche.
Todos empezaron a comer conejo, estaban realmente hambrientos.
—¡¿Cuándo va a aparecer esa estúpida señal?! —exclamó Edmon mientras le daba un buen mordisco a un pedazo de conejo.
El viento empezaba a soplar mucho más fuerte y casi de manera impredecible empezó a caer una llovizna que apagó todas las fogatas del bosque, la llovizna era leve pero continua.
La Luna empezó a brillar en el cielo con muchas estrellas pero aún así todo estaba bastante oscuro. A penas y se podían notar sus rostros, todos estaban preocupados porque a pesar de que ellos no podían ver en la oscuridad los hombres bestias sí podían.
Flecha empezó a notar que algo empezaba a brillar en su bolsillo de un color Rojizo.
—¿Qué es eso? —preguntó Astrid que también veía la luz rojiza.
—Cereza, mi hada.
La pequeña chica de tres pulgadas de alta con alas de mariposa y una semi armadura hecha de pétalos de diferentes flores emergió del bolsillo de Flecha con su pequeña espada que parecía una aguja.
—Creo que ya dormí lo suficiente —dijo con tono alegre el hada y todos se quedaron expectantes.
—¿Qué rayos es eso? —preguntó el soldado Estaño.
—No soy un eso, soy un hada —respondió Cereza y empezó a brillar más intensamente.
—¿De dónde sacaste un hada Flecha? —preguntó Edmon bastante sorprendido.
—Ella solo apareció.
—Yo vine a ayudar a Flecha —aclaró la pequeña hada que volaba hasta su hombro.
—¿Quién te envió? —preguntó Edmon.
—No lo sé —respondió Cereza encogiéndose de hombros —. Solo sé que debo ayudarlo en lo que el necesite.
—¿Por qué te convertiste en una piedra? —preguntó un poco molesto Flecha —. He necesitado tu ayuda muchas veces y no has estado.
—Perdóname protegido, pero necesito de la luz del sol para recargarme —aclaró Cereza —. Pero ahora estoy a tus ordenes dijo alegre, quería poder ayudar a Flecha, para eso había nacido.
Justo en ese instante en el cielo apareció una luz de bengala disparada desde un lugar cercano.
—Es hora —dijo Edmon con tono serio —, vamos en esa dirección corriendo, tomen lo que puedan.
—Pero señor está lloviendo y está muy oscuro para poder ver —avisó el soldado Estaño.
—Cereza, ayúdanos —pidió amablemente Flecha.
—Por supuesto, es un placer ayudarlos protegido —declaró exaltada Cereza que tomó la energía del sol que había acumulado en el día e iluminó el lugar como una muy intensa luciérnaga. No podía volar por la llovizna pero iba en el hombro de Flecha.
—Tenemos poco tiempo antes de que los hombres bestias también sigan la Bengala —refutó Astrid.
—¿Qué significa esa luz? —cuestionó Flecha que corría con el arco y las flechas en la mano.
—Significan dos cosas, la primera es que ya encontraron lo que buscábamos y la segunda es que vienen a sacarnos de aquí —desveló el jefe de todos los grupos: Edmon.
En el bosque a sus espaldas se empezó a escuchar como si los siguieran, animales arrastrándose en su búsqueda.
—¡No se detengan! —gritó Edmon —. Adelántate con el sistema de gancho soldado Estaño.
—No jefe, yo no me iré sin ustedes.
—¡Hazlo! Llevate a Astrid y después vuelve por uno de nosotros.
—Que se lleve a otro, yo no quiero que me lleve a mí —reclamó Astrid.
—¡No cuestionen mis órdenes! —gritó aún más fuerte el jefe del grupo, sabía que los estaban siguiendo.
—¡Flecha! —dijo Astrid y sacaba la espada de oro que le dio su padre —. Toma, quiero que la uses tú —Flecha tomó la espada —. No te mueras, la quiero de vuelta.
El soldado Estaño no cuestionó más las órdenes, Cereza con sus pequeñas manos hizo una esfera de su mismo tamaño y se la dio a Astrid para que iluminara su camino, esta esfera brillaba como un sol miniatura. Astrid tomó la esfera, la cargó en sus manos y se sostuvo del soldado Estaño que se la llevó en el aire con su sistema de gancho, se balanceaban de árbol en árbol con dificultad, era más difícil maniobrar con la lluvia.
—¡Esperemos acá! —ordenó Edmon y Flecha dejó de correr y los dos se detuvieron. Flecha envainó la nueva espada y alzó de nuevo el arco con las flechas.
—¿No prefieres usar una APA en vez de un arco y una flecha? —preguntó Edmon que apuntaba en todas las direcciones esperando la amenaza.
—No —respondió Flecha —, sé que no hay casi municiones.
—Fue un placer conocerte, definitivamente eres muy valiente. Ya sé porque los talentos de tu país son tan famosos.
—Gracias.
Las criaturas que venían cazándolos eran unas criaturas habitantes de la isla, seguían las órdenes de Misa la diosa. Eran criaturas horribles ante la vista de cualquier hombre. Eran del tamaño de bisontes y asemejaban el cuerpo de un león pero con una pequeña cabeza, grandes orejas y cuernos que se curvaban hacia atrás, tenían tres garras en cada pata y una cola más larga que todo su cuerpo. Tenían una gran melena y alas enormes que le permitían volar. Edmon las conocía por el nombre de Mantícoras.
Y eran quizás las bestias más mortales de los bosques.
Dos mantícoras aterrizaron al terreno y otra llegó corriendo.
—¿Qué clase cosa es esa? —preguntó Flecha que estaba realmente asustado. Tomó una de las flechas que tenía y apuntó a esas bestias.
—Son mantícoras —respondió Edmon casi susurrando —. No las ataques todavía solo retrocede y apunta. Flecha asintió y empezó a retroceder sin dejar de apuntarles.
Esto no parecía funcionar las mantícoras estaban acechándolos y estaban a pasos de ellos.
—Ten cuidado protegido —dijo Cereza asustada.
—¡Dispara! —gritó Edmon y Flecha soltó la primera flecha y aunque se clavó en una de las bestias no la detuvo en seguida lanzó la segunda y la tercera y quedaron clavadas en el cuerpo de la bestia.
Edmon vació su arma disparando e hizo caer a una de las mantícoras. Flecha se puso el arco en la espalda y desenvainó la resistente espada que le había dado Astrid. Edmon soltó la APA en el suelo y empuño la hoz de forma curva con un mango de madera.
Las bestias arremetieron contra ambos, Flecha intentó acertar en la cabeza de una de ellas con la espada pero la mantícora utilizó sus alas para hacerlo volar con el viento. El hada Cereza también cayó al suelo. Por otro lado Edmon esquivaba los ataques de la cola de la bestia. Pronto las dos bestias fueron contra él y una de ellas tomó impulso y lo arremetió con uno de sus cuernos, contrayandolo con uno de los árboles y haciéndolo caer al suelo, no había sufrido heridas mortales pero estaba bastante herido.
—¡Cereza ayúdalo! —le ordenó Flecha y ella con gran esfuerzo voló hacia donde él estaba.
Edmon se levantó adolorido y la otra mantícora le saltó encima tumbándolo nuevamente al suelo para devorarlo, abrió su boca y mostró sus grandes dientes, le iba a comer la cara de un solo bocado.
—¡Cierren los ojos! —gritó Cereza, y los dos le hicieron caso, luego cereza empezó a iluminarse intensamente con un color rojizo que iluminó todo alrededor, cegando a todas las criaturas que vieron esta luz.
Flecha se levantó tomó tres flechas y las lanzó a la criatura encima de Edmon. Él aprovechó ese instante para salir de las garras de la bestia que sin ver retrocedía rugiendo y lamentándose.
Cereza se convirtió nuevamente en una piedra, Flecha la tomó y la colocó en su bolsillo. Y creyendo que la bestia no se había percatado de su presencia le lanzó un tajo con la espada que le había dado Astrid. Pero la bestia podía olerlo y antes de que pudiera golpearla, lo golpeó con su garra derecha arremetiéndolo contra el suelo. Edmon tomó la hoz y la espada de oro, empuñó las dos, giró con su cuerpo y tomó impulso con sus brazos y con toda su fuerza cercenó la cabeza de la bestia que había golpeado a Flecha.
Extrañamente a pesar del golpe, Flecha estaba ileso. Se levantó rápidamente y corrió hacia donde estaba Edmon.
—¡Cuidado le gritó!
La segunda mantícora tomó a Edmon y rugió, empezó a aletear con sus grandes alas y empezó a levantar vuelo. El corazón de Flecha empezó a latir el doble de la velocidad normal, sentía su cuerpo extremadamente caliente, empezaba a tener fiebre nuevamente. Corrió más rápido que nunca, y también saltó más alto que nunca, sentía mucha rabia dentro de su cuerpo. No quería perder a más personas. Saltó tan alto que tomó la pata de la bestia que sostenía a Edmon.
Edmon intentaba liberarse. La mantícora estaba ciega y volaba sin control por el bosque
—Toma la espada —dijo Edmon que no podía liberar sus brazos, sostenía la espada y la hoz en las manos. Flecha tomó la espada y sin pestañar la clavó en los muslos de la bestia y terminó por abrir su pata y liberar a Edmon.
Edmon casi caía pero Flecha lo sostuvo con una mano mientras que con el otro brazo se sostenía de la bestia que estaba volando. Flecha nunca antes había sido tan fuerte. Con gran esfuerzo, lo alzó y lo subió a la pata y ambos se sostuvieron de la bestia.
—¿De dónde sacaste tanta fuerza?
—No lo sé, pero debemos subir a su lomo antes de que se estrelle por estar ciega —respondió Flecha y Edmon empuñó la hoz con más fuerza.
—Yo subiré —declaró Edmon que empezó a subir aferrándose de la melena de la bestia que rugía enojada. Esta empezó a volar cerca de los arboles. Y Edmon pensó que era el mejor momento. Así que con su hoz cortó una las alas de la bestia para luego cortar la otra. La bestia empezó a desplomarse y rugía de dolor.
Terminó por aterrizar y golpearse con un árbol, Edmon se partió su brazo derecho con el aterrizaje y Flecha perdió la conciencia. La bestia estaba muerta y el soldado Estaño los había visualizado, los bajó a los dos del árbol con el sistema de gancho.
Los dos cargaron a Flecha que estaba ardiendo en fiebre otra vez y no dejaba de sudar.
—¿Qué te sucede? —preguntó Edmon preocupado cuando notó que Flecha abría los ojos.
—Me arde todo el cuerpo —siento como si se me retorcieran los huesos —respondió mareado.
Pronto llegaron a donde se encontraba el resto de los supervivientes, incluyendo al Superior, el soldado Cobre, la soldada Plata, Will Aluminio y Jaime Aluminio.
—¿Encontraron el Hardoro? —preguntó Edmon que se sostenía el brazo adolorido.
—Sí jefe tenemos una roca suficientemente grande que podremos llevar—respondió el superior.
—Ya debe faltar poco para que nos vengan a buscar, Flecha —le dijo Astrid que notaba que su cuerpo empezaba a sufrir como espasmos, sus ojos se habían vuelto de color rojo y le habían salido colmillos y garras. No le dijo nada al resto del equipo pero algo le estaba pasando al cuerpo de Flecha y ni siquiera el agua de vida podía curarlo.
Una avihelice igual a la que los había traído a la isla empezaba a asomarse desde lejos. Y todos sabían que ya habían cumplido su misión. Pero a un alto costo.
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