Flecha

          El joven de Senod a penas y podía respirar, no veía nada. Lo habían llevado a un barco donde se reuniría con su comprador. Alguien lo tomó del brazo y lo guío, él obediente lo siguió, pues sabía que no tenía más opción. De pronto lo dejaron solo. En una celda y le quitaron el trapo sucio de la cabeza que no lo dejaba ver pronto el barco empezó a zarpar.

          Pasaron días y seguía allí, de vez en cuando escuchaba una que otra voz. Estaba bastante nervioso y asustado, la incertidumbre lo carcomía, ¿Quién lo había comprado? Pasaron varios días de nostalgia, dónde solo comía granos, arroz y plátanos que era lo que le daban cada cierto tiempo.

          Probablemente más nunca pasaría tiempo con sus padres, tampoco vería los atardeceres de su país y quizás no volvería a montar un caballo. Pero Flecha aunque era poco estudiado y bastante inculto no era ningún tonto, supo desde siempre que ese día llegaría.

          Desde que nació sabía que eso pasaría. Que algún día lo venderían por sus dones...  pero ¿por qué lo habían encerrado en un barco? Él no era ningún criminal. Había obedecido las leyes de los Jinetes de agua.

           Sin darse cuenta una última noche cuando pensó que pasaría su vida encerrado se había dormido entre pensamientos nostálgicos y de repente sintió como literalmente le echaran un balde de agua fría encima. Que lo hizo saltar.

          —¡Esto fue lo que me trajeron! —dijo un hombre que estaba dentro de la celda del chico que ahora estaba temblando del frío.

         El joven Flecha abrió sus ojos poco a poco, la luz lo cegó.

         —Es un hombre con un don, Superior—aclaró un soldado que era obviamente un subordinado.

         —¿Un hombre con un don? ¿Y a mí qué? Ni siquiera tuvo entrenamiento previo —respondió el hombre más alto y pálido y suspiró decepcionado —. ¡Ash qué más! Sácalo de este barco y llévalo al avihelice.

         Cuando Flecha pudo observar bien al tal Superior y al soldado subordinado se dio cuenta de quienes lo habían comprado. Latem, el país de los ingeniosos científicos y mecánicos.

          El soldado Niquel obedeció la orden y sacó a Flecha del barco y luego lo llevó amablemente al avihelice. Había unas diez de ellas en el campo abierto. Eran enormes, del tamaño de unos dos elefantes, parecían tener varios brazos mecanizados a los ojos del joven de Senod.

          —¿Qué son esas cosas ? —preguntó flecha y sus ojos parecían que se iban a salir de sus órbitas.

          —Son avihelices ya subiremos en una. Son como aves pero no están vivas.

          —¿A caso es Magia? —preguntó.

          —Ciencia —aclaró El soldado Níquel. Le quitó las esposas a Flecha y lo hizo pasar al avihelice, allí estaban otros ocho siete soldados esperando. Todos eran de Latem excepto él.

          Flecha se sintió bastante intimidado al ver a todos los soldados. Él se veía como el más joven, delgado e incluso el más bajo de todo el grupo. Pero no era la primera vez que los Latem compraban soldados en Senod, ya que los mejores soldados venían de ese lugar.

         Flecha era un joven de cabello oscuro como el carbón, ojos café oscuros que casi parecían negros como una noche sin estrellas y piel de color canela, medía un metro setenta como casi todos los nativos de su país. por lo que al ver los soldados de Latem se sorprendió porque su aspecto era muy diferente al de las personas de su país.

          Los Latem se caracterizaban por cejas y cabellos tan blancos como la nieve que se había extendido por su país hace muchos años atrás pero que ahora había dejado de existir en todo el mundo. Incluso sus ojos eran de un color plata extravagante y su piel era pálida y se sonrojaba fácilmente con la luz del sol, medían en su mayoría un metro ochenta.

          —¿Trajeron a un enano a la guerra? —vociferó Willy Cromo. Y sus compañeros Latón, Berilio y Zinc se rieron. Estos parecían los más fornidos del grupo. Flecha prefirió sentarse lejos de ellos.

          Se sentó cerca de una chica. La única del grupo, no podía evitar detallarla. Pues su piel también era blanca y sus cachetes sonrojados como la del resto pero además de eso su cabello plateado estaba peinado hacia un solo lado y estaba corto a penas y le llegaba al mentón. Normalmente en Senod las mujeres debían respetar mucho su cabello y le estabas prohibido cortarlo corto.

          Níquel se sentó al lado de Flecha y notó que no dejaba de mirar a la chica.

          —¿Qué tanto miras? —dijo ella sin ni siquiera voltear a verlo. Enseguida Flecha volteó para dejar de verla.

          —Disculpa —respondió apenado.

         —Parece que los hombres de Senod son igual de cobardes que los de Latem. No hay mucha diferencia —susurró, su voz hizo que Flecha tragara saliva. Y inconscientemente asintió. La chica sonríe ligeramente.

        —Es Astrid Oro, pertenece a la familia más poderosa —susurró Níquel —.  Es muy hermosa, pero letal. Flecha escuchó y volvió a asentir.

          Las familias de los Latem tenían apellidos de metales, desde el mejor hasta el peor metal, por eso la única mujer en el pelotón en el que estaba Flecha era de apellido Oro, el apellido más fuerte de todos y el de apellido más débil en el pelotón era Níquel.

          Luego de esperar unos minutos finalmente llegó el jefe del pelotón al que todos le decían Superior.

          —Pelotón cinco alistense, no quiero que les haga falta nada. Piloto, empieza a ascender. En unos minutos debemos estar en la isla como los otros, cómo saben y si no les quedó claro en el entretenimiento básico. La misión es encontrar el yacimiento de Hardoro, así que quiero que desde ya vayan pensando y meditando eso —explicó el superior.

          Flecha no había entendido casi ninguna palabra que le habían dicho. ¿De qué isla hablaba? Todos empezaron a alistar los uniformes que habían en cada una de las diez mochilas. Solo una quedó sin dueño.

          De repente la compuerta se empezó a cerrar y la avihelice empezó a ascender. Hasta que en un abrir y cerrar de ojos ya estaba en el aire.

          —Magia —dijo Flecha. Astrid, la chica a su lado lo miró extrañada y lo ignoró.

          —Ciencia —le dijo nuevamente Níquel.

          —¿De qué isla habla el señor calvo?

          —Shhh, más respeto —sonrió Níquel —. Él es el jefe de nuestro pelotón, además mide como dos metros sí te escucha diciéndole calvo capaz y te mate a golpes.

          Flecha sí había notado que aquél hombre mayor era el más alto del grupo. Además era el único completamente calvo y tez aún más palida que los demás.

          —Ah, por cierto... Vamos a la isla de las criaturas.

          Ese nombre se le hizo familiar a Flecha, había escuchado cientos de cuentos de su padre de ese lugar. Todos cuentos de terror. La isla de las criaturas. El lugar donde empezó la vida según los Sapientes los grandes pensantes del mundo.

          Los soldados de Latem irían a la Isla de las criaturas por una sola razón, se había esparcido el rumor sobre que en las grandes montañas de la Isla de las criaturas había grandes yacimientos de Hardoro, el metal con mayores propiedades de conducción eléctrica y para aquellos que usaban la magia era uno de los metales con mayor atributo mágico y como si fuese poco era el metal más fuerte encontrado. En pocas palabras era el material más valioso y extraño de Alhel. Era tan valioso que una ciudad llevaba su nombre debido a la gran cantidad que poseía.

          El sonido de las hélices moviéndose cambió, se escuchaba más el retumbar en las paredes y las compuertas se abrieron nuevamente, el cielo... Las nubes, la vista era hermosa.

          —Es la primera vez que monto las nubes en un ave de acero —comentó Flecha exaltado, y la maquina en la que estaban todos tenía turbulencias por el viento que la estremecía —. Esto sí que da miedo.

          —¿Te da miedo volar? —preguntó la soldada Oro, sonriendo hipócritamente y todos en el pelotón reían —. Debiste seguir montando caballos y lanzando flechas.

          Todos en el pelotón empezaron a ponerse, unos trajes, lentes y armarse con lo que había en sus bolsos.

          —Nunca antes había estado en un ave de acero —contestó Flecha. No entendía porqué se estaban burlando de él. Era solo un adolecente de dieciocho años y todo lo que había visto en su vida era su país Senod y era la primera vez que salía de él —. Sí, tengo miedo.

          —¿Oye tú, el nuevo... Cómo te llamas? Necesito saber cómo te llamas por sí necesito darte una orden —preguntó el jefe del pelotón número cinco casi mofándose pero aún así se mantenía serio.

          —Flecha de Senod —dijo y todos volvieron a reír.

          —¿Qué clase de nombre es ese?

          —Señor, en Senod que es el país de donde yo vengo a los jóvenes se les da un nombre cuando demuestran su don. No nacemos con un nombre, ni lo eligen nuestros padres como sé que pasa con ustedes. A nosotros no dan nombre a los dieciocho años eso antes de ser vendidos a otros países —respondió Flecha como citando un texto ensayado —. Por eso estoy en este lugar, yo fui vendido al país Latem y por eso me pusieron de nombre Flecha, es un nombre que tiene que ver con mi don..

          —Joven, acá no hay arcos ni flechas, espero que tengas más que eso o te aseguro que no durarás ni un minuto allá afuera —aclaró el Superior que sabía que cuando él hablara los demás se tomarían las cosas más en serio y dejarían de reírse —. Basta de risas y de bromas, necesito que todos tomen su máscara de aire, su chaleco, su espada, su APA, se coloquen su casco y lentes. Ah y claro si quieren sobrevivir a la caída también tomen su paracaídas.

          —Ya tenemos todo eso, Superior —afirmó el soldado Níquel entusiasmado. Su voz resonó como eco en las paredes de acero del avihelice.

          —Yo no veo a Flecha preparado y estamos a punto de llegar. Recuerden que somos un equipo. Deben ayudarse. ¿¡Entendido!?

          —¡Entendido señor! —repitieron todos excepto Flecha. Pero el Superior se le quedó viéndolo. Y enseguida lo dijo también.

          —Entendido señor.

          Níquel le explicó cómo debía colocarse el uniforme y también como funcionaba, incluso sus vestimentas tenían sus mecanismos, estaban compuestas de hilos de fibras muy delgados en forma de hexágono que combinaban con acero ligero, era muy resistente y reducía el riesgo de sufrir cualquier impacto. Sus trajes también tenían puntos de agarre que le servían para sostenerse con paracaídas o sistemas de ganchos que ellos habían inventado. Los cascos por su parte estaban hechos de un acero fuerte reforzado con unas punzas filosas en la punta y el escudo de los Latem en el frente que era el de una llave mecánica y un destornillador en un fondo blanco. Los lentes que usaban los protegían del viento y también podían adaptarse para ver a las distancias. Los zapatos tenían un rebote hecho de un material mezclado con goma, solo los científicos de Latem sabían la mezcla, estos zapatos hacían a todos los soldados más rápidos al correr, casi 20% más rápidos.

         Las avihelices hicieron una improvisada formación en el aire a bastante altura de la orilla del mar. No querían acercarse más a la isla porque sabían el riesgo que eso significaría.

          Para Flecha se trataban de aves mecánicas pero para los soldados de Latem se llamaban avihelices eran uno de los mejores mecanismo que habían creado los Latem, le servían para transportarse a cualquier parte del mundo a través del aíre. Su velocidad era impresionante, esto gracias a los motores y las hélices que le permitían maniobrar en el aire.

          —Soldado Oro, usted primero. Salte.

          —¿Saltar? —preguntó Flecha asustado y Astrid se arrojó al vacío.

          —Cobre, Cobalto —los dos saltaron Flecha temía que dijeran su nombre —. Berilio, Latón y Zinc. Flecha te toca salta.

          El jóven se congeló. Justo al frente pero mientras se ajustaba su casco, máscara y lentes... Cromo uno de los soldados fornido que más se había burlado de él, lo empujó.

          Níquel se lanzó justo detrás de él.

          La presión que hacia el viento hacía difícil ver y respirar sin la máscara. El viento guiaba a los soldados como si fueran velas de barcos. Eran varias avihelices las que estaban volando los cielos y de cada una salían diez soldados despedidos hacia abajo, cayendo hacia la isla. Estos soldados estaban siendo entrenados y tenían una misión militar pero también tenían una misión principal y personal la cuál era sobrevivir.

          Muchos de ellos estaban aterrados, sus manos les temblaban no solo por la caída sino también por lo que les esperaba abajo.

          Flecha respiraba profundo se sentía un poco ahogado y no podía mantener el equilibrio.

          De repente sintió un líquido caerle en los lentes. Era sangre de uno de los soldados que había sido escuartizado por la fuerza de las hélices de aquellas aves mecánicas. Había abierto su paracaída muy pronto y esta lo había atraído.

          Los primeros soldados que se habían lanzado empezaron a aterrizar algunos en lugares aleatorios pero la mayoría se concentró en un lugar despejado.

          Flecha no sabía qué lugar era seguro para aterrizar e incluso no sabía cómo maniobrar en el aire, estaba dando vueltas descontrolado, el viento lo controlaba. Todos los soldados de Latem a excepción de los jefes de pelotón eran novatos era su primera vez en una zona de combate y probablemente iban a estar en el lugar más peligroso del mundo.

          —Ahhhhh, ¡Ayuda! —gritaba Flecha en el aire descontrolado. Daba vuelta sin orientación, en un momento pensó en abrir el paracaídas pero no lo hizo porque había visto lo que le sucedía a los otros, además recordaba lo que le había dicho Níquel. A pesar de que tenía una máscara con aire almacenado en la cara no se le hizo muy difícil gritar. Níquel se le acercó y por medio de señas le indicó la posición que debía tomar para no dar más vueltas, simplemente tenía que extender los brazos y las piernas en el aire, Níquel ya lo había hecho antes ya que él era lo que se conocía como probador; probaba cualquier invención de los científicos, un trabajo prácticamente suicida. Flecha por otra parte no tenía idea de ninguno de los mecanismos de los Latem.

          Flecha notó que los lentes le permitían ver sin dificultad en el aire así que tomó la posición adecuada que le había señalado Níquel, y luego de unos segundos él indicador estaba dando la señal para que abriera el paracaídas y lo hizo, notó la presión que hizo al frenarlo y halarlo hacia atrás, observó como Níquel aterrizaba trotando y soltando su paracaídas, hizo un intento por imitarlo pero por ser la primera vez cuando iba a correr se confundió con la velocidad que le daban aquellos sofisticados zapatos y terminó rondando de cabeza sobre su espalda como un armadillo. La tierra de la isla era gruesa y llena de yerba. El traje amortiguó casi todo el daño pero aún así había sido doloroso y vergonzoso pero estaba vivo.

          Aterrizó en una selva, el olor le era muy familiar. Olor a humedad, flores, arboles, excrementos de todo tipo de animal. Estaba acostumbrado a zonas como esta porque su país Senod era una isla muy grande y también había muchos tipos de animales pero la mayoría de ellos no eran agresivos y más bien se podían domesticar.

          Ahí estaban los soldados nerviosos y aterrados, la mayoría novatos en una isla al parecer selvática en busca de un mineral que ninguno había visto.

          —¡Levanten sus APA! —gritaron todos los jefes de los pelotones presente, casi al unísono. Se sentía el miedo en sus voces—. Manténganlas arriba y no olviden quitar el seguro.

          Las APA eran las armas más sofisticadas los soldados le solían llamar la escupe balas apodo que le hace honor a su función. Su nombre viene de las siglas Arma de proyectiles automática y era una versión más rápida que su antecesora la AP1 ya que esta soltaba muchísimas balas casi a la vez y su antecesora tenía un margen de uno a dos segundos en cada disparo.

          De los cielos seguían cayendo soldados y también varios paracaídas que sostenían cajas muy grandes estos caían en toda la isla tenían mecanismo de apertura para que solo los jefes de pelotón pudieran abrir y también se autodestruían si nunca las encontraban.

          —¿Qué tienen esas cajas? —preguntó uno de los soldados que sostenía la APA temblando.

          —La verdad es que de todo un poco —admitió el jefe del pelotón uno —. Pero lo que sí es seguro es que tienen municiones. Es el método lluvia, se utiliza cuando se tiene que hacer una peligrosa exploración en territorio desconocido.

          Unas veinte cajas cayeron en muchos lugares de la isla los que les daba un indicio a los soldados de lo que les esperaba.

          —¡Reporten! —ordenaron los jefes.

          —Nada.

          —Nada, señor.

          —Nada por acá.

          —Acá hay un tipo de rastro —señaló una mujer del pelotón tres, era de apellido Plata y había venido para llevar aún más gloria a su familia. Ella y la soldada Oro eran las únicas de las altas familias.

          Varios soldados se acercaron al lugar dónde la soldada Plata había visto el rastro de lo que parecía una serpiente gigante la tierra estaba hundida como si un poste gigantesco fuera sido arrastrado por ahí.

          —¿Escuchan esas campanadas? —preguntó el soldado Will Aluminio era del pelotón siete, él tenía una especie de amplificador de sonido en su oído, estos amplificadores eran experimentales por eso solo él los tenía ya que en las pruebas de los científicos habían matado a varios probadores electrocutados.

          —No, no escucho nada —admitió la soldada Plata.

          —¡Estén atentos! —ordenó el jefe del pelotón uno. Todos estaban muy asustados a pesar de haber tenido mucha práctica con las APA. Por otra parte Flecha se sentía cómodo pero en vez de tener la APA en la mano, tenía la espada simple. Que era una espada muy básica delgada y ligera, con empuñadura en forma de cruz era del tamaño de un brazo que se podía mover fácilmente. Estas espadas solo la tenían los de familias bajas ya que los soldados de los metales altos tenían sus propias espadas. Aún así estás espadas tenían la suficiente fuerza para desviar una bala con mucha suerte.

          —Estamos muertos —afirmó el soldado Jaime Aluminio y no pudo evitar esbozar una sonrisa —.Vale la pena morir en la guerra.

          El sonido que había mencionado Will se hizo obvio ahora todos lo escuchaban, sonaban como campanas chocándose.

          —¡No hagan ruido! —alentó el jefe del pelotón uno que sabía muy bien lo que se acercaba. Que el jefe principal de nombre Edmon y apellido Plomo dijera esto puso más nervioso a los soldados que empezaron a moverse mucho más y a hacer mucho más ruido.

          Edmon tenía bastante experiencia en el campo de batalla, lideraba el primer pelotón y también el grupo entero, no era fornido, ni alto más bien era más pequeño que el promedio de los hombres de Latem pero todos lo respetaban por las historias que se contaban de él. Su uniforme era igual al del resto pero llevaba un pañuelo blanco en su brazo que les indicaba a todos que era su líder.

          Tres gigantes serpientes con piel brillante y reflejante como el metal se arrastraban en la tierra en zigzag miraban hipnotizadas a los soldados como si fueran ratones indefensos además del tamaño y su muy obvia piel reflejante un poco debajo de sus cabezas tenían una especie de brazos en forma de espada que utilizaban para cercenar a los hombres. Los Latem los llamaban las ácidos filosos ya que además de su temible apariencia y espadas, como no tenían dientes para comer a sus presas lanzaban un acido que podía derretir hasta el más fino de los metales. Eso no era todo, el jefe Edmon era el único que los había enfrentado y recordaba muy bien como su antiguo ejército de cincuenta soldados había muerto por estas criaturas él había sido el único sobreviviente, recuerda que la última vez las balas no podían penetrar la durísima piel que parecía una armadura de las serpientes. El sonido que se escucha como campanas es el que hacen sus colas al chocar entre sí.

          Las gigantes serpientes empezaron a rodear a los noventa soldados, y algunos sin esperar ninguna orden empezaron a disparar sin causarles ningún daño a las gigantes serpientes, su piel era más fuerte que el acero común, lo que sí hacían las balas era molestar aún más a las ácidos filosos.

          —¡Disparen! —gritaron los jefes de los pelotones casi en unísono estaban asustados. Sabían que los novatos no iban a poder hacer mucho. Probablemente todos iban a morir.

          Aquellas criaturas eran un poco más listas que las serpientes normales empezaron a acercarse mucho más y separar a los soldados con tres círculos. Eran tres ácidos filosos pero Edmon sabía que solo una era suficiente para matarlos a todos no se imaginaba lo que harían tres de ellas.

          Las balas rebotaban y sonaban como martillazos contra el yunque, las balas de las APA no penetraban la piel de las gigantes serpientes en cambio las ácidos filosos si estaban arrasando con los soldados, los picaban en dos partes con su espadas pegadas a su cuerpo y empezaban a comérselos lanzándole su baba de acido encima, Flecha notó algo curioso ya que mientras que las serpientes gigantes comían parecían olvidarse de todo a su alrededor simplemente se concentraban en tragarse a sus presas y cuando terminaban iban por otras, su apetito parecía insaciable.

          Los soldados de Latem aprovechaban estos momentos para disparar o intentar hacerle daño con sus espadas que acababan partiéndose en pedazos, estaban disparando sin ningún control y con mucho pánico otros Latem huían aprovechando que las ácidos filosos comían, se perdían en la selva de la isla para sobrevivir.

          Veinte soldados habían sido rebanados y quemados por aquél acido que las serpientes botaban como baba de sus bocas, no importaba la cantidad de balas que le acertaran todas rebotaban, los que intentaban huir eran atrapados y comidos al instante, por suerte el joven Flecha estaba lidiando bien con la situación se había acostumbrado a sus nuevos zapatos, normalmente era muy rápido y ligero al correr pero con estos nuevos zapatos lo era aún más, Flecha quería ayudar a sus nuevos compañeros aunque tenía un pequeño problema... Él estaba corriendo, esquivando e intentando poder disparar con la APA.

          —¿Qué haces cobarde, no te he visto disparar? —le gritó el Superior mientras le disparaba a una de esas bestias que se comía a una chica que gritaba por el acido que le derretía sus piernas.

          —¡No sé cómo hacerlo, no sé como disparar! —exclamó Flecha a lo lejos, estaba realmente confundido, a los Senod los entrenaban toda su vida para la batalla pero nunca los enseñaban a usar una APA —. No funciona, presiono el gatillo y no funciona.

         —¡Solo apunta, libera el seguro y dispara! —le señaló el Superior mientras le mostraba como hacerlo.

          —¿Seguro? —preguntó Flecha confundido, Era la primera vez que sostenía una APA y la espada no le había sido útil había intentado golpear a una de las criaturas con ella y simplemente había logrado que se amellara y perdiera su filo. En Senod los entrenaban con arco y flechas, espadas, bastones, lanzas, hachas, escudos y otro tipo de arma de cuerpo a cuerpo. Pero nunca con un arma tan letal como la APA.

          —¡La pequeña palanca! —aclaró el Superior que ya sentía que perdía su tiempo explicando. Justo en el momento en el que el Superior le dijo esto, el joven parecía al fin entender. Bajó la que pequeña palanca y haló el gatillo que llevaba tiempo apretando pero que el seguro no le permitía accionar. Al fin logró disparar. El impulso de la APA al disparar lo hizo retroceder, ahora empezaba a comprender su funcionamiento. Miró, apuntó y disparó a una de esas criaturas pero aún no acertaba donde quería sin embargo llamó la atención de un acido filoso que se arrastraba rápidamente con acido en su mandíbula a devorarlo, el tiempo se le estaba acabando.

          El joven de cabello oscuro notó que las flechas eran más afectadas por el viento que las balas así que apuntó otra vez considerando que las balas no se desviaban igual que las flechas y disparó a su objetivo, que esta vez eran los ojos negros de aquella criatura de metal que se acercaba.

          Un puñado de balas entró a los ojos de la serpiente gigante que se acercaba, deteniéndose justo al frente de Flecha quien sin parpadear corrió y visualizó a las dos serpientes de acero restantes que chocaban sus colas y las hacían sonar como campanas, probablemente por la muerte de su hermana, estaban llamando a otras ácidos filosos pero ya era demasiado tarde para eso, otro centenar de balas llegaron a los ojos de las otras dos gigantes serpientes, todo pasó en un parpadeo. Eran suficiente balas para hacerlas caer lo que hizo temblar el suelo, ahora las tres ácidos filosos estaban muertas.

          Sesenta y ocho era el número de soldados que quedaron de aquella masacre. Todos estaban impresionados las tres criaturas fueron asesinadas por un Senod.

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