Flecha
—¡Te dije que no, no vas a ir con tu padre a cazar! —gritó su mamá. El pequeño niño siempre había recordado como ella siempre lo había tratado mal, realmente nunca sintió que ella lo quisiera, y él por más que lo intentaba no lograba hacerla feliz, quería quererla pero no sabía cómo—. Tú no tienes ningún don y nunca lo tendrás.
—Ya cálmate, no le digas esas cosas al niño que lo vas a desanimar.
—Le voy a decir lo que tenga que decirle. El será un simple hombre mediocre como nosotros —soltó su madre. El pequeño niño que todavía no tenía un nombre sintió tristeza.
Un día a la pequeña y humilde casa de Rulia y Naros el cazador llegaron dos jinetes de agua, ellos ya sabían que esta pareja había tenido un hijo. Y cómo todos los niños, debían ser entrenados para ver qué don desarrollarían.
La madre Rulia miró al niño que lucía entusiasmado y casi corrió hasta los brazos de los jinetes de agua.
—Perderán su tiempo, él solo es un niño mediocre —dijo ella.
—Rulia no digas eso de nuestro hijo. El dios Alhel decidirá sí le otorga un don o no.
—Nos lo llevaremos pasen buscándolo más tarde. En el centro de entrenamiento —dijo uno de los jinetes de agua.
El niño tuvo uno de los días más felices de su vida y se esforzó el doble que los demás niños en cada actividad, mostró destreza con las espadas, corriendo, montando a caballos y con el arco y la flecha. Por lo que los Jinetes de agua lo felicitaron y le dijeron que irían por él, al siguiente día.
Al llegar a su casa quiso decirle a su mamá que no era ningún mediocre. Pero Rulia al escuchar esto no pudo evitar darle una tremenda cachetada que lanzó al niño al suelo. Molesta se fue del lugar.
—¡Rulia qué has hecho! —dijo Naros, el padre preocupado pero ella ni volteó a ver.
El padre escuchó al niño y le dió ánimos de seguir entrenando.
Entre lágrimas Flecha despertó agitado, tenía un sentimiento de nostalgia, extrañaba a su papá y lo que le parecía más extraño es que también quería saber cómo estaba su mamá pero como hacía siempre ignoró ese sentimiento.
Había pasado más de veinte días solo, tenía vagos recuerdos de como había llegado a aquella prisión. Pero estaba seguro de que estaba en el país de Latem, podía sentir sus aromas, su sentido del olfato había aumentado drásticamente.
La comida se la pasaban por debajo de la puerta en una bandeja cada día. Los mismos granos que había comido ya varias veces.
A Flecha le dolía mucho el hombro nunca dejaba de arder. Pero así como cada vez le dolía más, también sentía como cada día dominaba más su fuerza.
No era el más inteligente pero tanto tiempo a solas le hizo llegar a la conclusión que la mordedura de aquel lobo grotesco lo había contagiado de algo parecido a la rabia.
Flecha se fue a una esquina de dónde estaba encerrado y continúo cavando un agujero con fuerzas, el lugar era sólido pero el sentía que por allí podría salir y mientras más golpeaba más fuerte se sentía.
De sus puños brotó sangre, sintió un poco de dolor pero sus brazos empezaron a crecer y sus huesos a cambiar de forma haciéndolos más macizos. La adrenalina en su corazón hizo que sus ojos se tornaran rojizos y sus dientes empezaran a crecer afiliados. Su cuerpo estaba empezando a cambiar nuevamente cuando sintió a alguien más en su cabeza.
La imagen de ella, aquella mujer que sabía que era una diosa, Misa. Aquella que se había convertido en un monstruo y había matado a Níquel. Flecha pudo sentir como el veneno y el poder de aquella diosa corría por sus venas. También pudo sentir sus pensamientos, como sí estuviesen conectados.
Misa quería acabar con todos los seres vivos pensantes. De pronto su ira se incrementó se estaba convirtiendo completamente en un animal.
—¡Chico Bala! —le gritó Astrid desde afuera y como la mejor de las magias su cuerpo volvió a la normalidad en segundos, la metamorfosis se había detenido.
El joven Flecha tenía bastante tiempo sin haber visto a alguien y le alegraba que la primera persona en visitarlo fuera Astrid.
—Astrid... —susurró Flecha ilusionado.
—Ya te voy a sacar de aquí, espera.
Astrid utilizó la llave para abrir, pero Flecha pudo oler hasta su sangre. Enseguida se alejó.
—¿Qué sucede? —preguntó ella —. No te alejes, yo sé lo que te pasa y sé que no eres capaz de hacer daño sin razón, tú proteges.
—No soy yo. No soy yo, soy solo instintos.
—No me importa —dijo Astrid, vámonos. Mi padre te ha conseguido una audiencia serás libre, lo mereces, tú nos ayudaste a conseguir lo que buscábamos.
Astrid se acercó a Flecha y lo abrazó, estaba sucio y demacrado. Flecha la olió y reconoció su aroma. Era frío, dulce y amargo, como oler una limonada.
Al salir Flecha observó a los Latem que vigilaban la prisión. Ninguno se opuso en su salida. Flecha solo pensó que el padre de Astrid tenía mucho poder.
En la sala de espera él estaba allí. Un hombre con un cabello plateado y barba prominente, sus ojos plateados eran más oscuros que los del resto. El principal negocio de la familia Oro eran las armas, en base a eso habían hecho toda su fortuna.
—Entonces, tú eres el chico por el que mi hija se atrevió a pedirle ayuda al padre que odia y aborrece —soltó el Señor Oro sin tapujos, el líder de la familia más poderosa de Latem.
Flecha iba a dar las gracias pero el olor de aquél hombre era aún más amargo que el de su hija, ¿a caso tanto había mejorado el olfato de Flecha que ahora su nariz le decía en quién podía confiar y en quién no?
—Llevenlo a la casa, bañenlo y ponganlo presentable para el juicio —ordenó el padre y casi ni le dió tiempo a Astrid de reaccionar cuando dos hombres pálidos sostuvieron a Flecha y lo guiaron a un carruaje con motor.
—Ese ni fue el trato padre — dijo Astrid molesta.
—Tranquila hija, confía en mí. ¿A caso tu padre ha fallado en algunas de las cosas que ha prometido? —dijo el hombre con extrema confianza.
—Hace mucho que dejé de confiar en ti. Pero tienes razón sí alguien puede dominar a las personas ese eres tú. Pero ya sabes, sí quieres que regrese a liderar el legado de la familia entonces tienes que salvar a Flecha de la ejecución.
El señor Oro, había donado unos cuantos millones al gobierno para así poder sacar a Flecha "Una potencial amenaza" de la prisión.
Flecha sentía nervios pero luchaba extremamente con la adrenalina que corría constantemente en su interior. Miró fuera del carruaje con motor y observó un mundo totalmente diferente. Casi todo estaba hecho de metales y rocas. Había humo y cenizas por todo el lugar que salían de las industrias.
Los Latem utilizaban mecanismos para todo en su vida. Para cocinar, lavar, trabajar, divertirse e incluso para transportarse, por un lado estaban los carruajes a motor y por otro las bicicletas.
Estaba nevando, era la segunda vez que Flecha había visto nieve. La primera vez fue cuando estuvo con Astrid en aquella caja de acero. Todo cubría el lugar y estaba haciendo bastante frío.
Las personas tenían extraños trajes y ropas peculiares que para él no parecían nada cómodos no llevaban casi abrigos a pesar del frío que hacía. No había caballos y tampoco podía oler a ningún tipo de animal cerca. Las familias se dividían en clases sociales y cada uno hacia diferentes actividades.
La economía se manejaba a través de papeles que ellos daban valor. No había tantas personas como el hubiese pensado en cualquier ciudad. El sustento de los Latem estaba basado en la guerra. Hacía mucho tiempo habían agotado la mayoría de los recursos, y cuando dejó de nevar se habían extinguido casi todos los animales de la zona. Por lo que sobrevivían de la agricultura científica y de las vitaminas artificiales que ellos reproducían en masa.
Flecha llegó a la casa de Astrid, una mansión con una estructura bien planeada, dividida en tres partes, tenía dos pisos con varias habitaciones y un gran jardín con las estatuas de los cabeceras de la familia durante las diferentes épocas.
Los dos hombres trabajadores de el señor Oro lo guiaron a una de las habitaciones que estaba en el segundo piso, todo el sitio estaba iluminado con una extraña luz que Flecha no reconocía. Esa luz le hizo recordarse de Cereza. No sabía dónde estaba. Quizás Astrid sabría algo.
Había cosas elaboradas con gran detalle, colores diferentes. telas y sedas, combinaciones que el no creía posible que existieran. Los Latem no solo eran buenos creando mecanismos, también tenían una inventiva y creatividad para las cosas.
A la habitación llegaron dos jóvenes Latem de aspecto inocente. Con ellas también llegó un hombre, con apariencia limpia y ordenada llevaba un traje bastante elegante de color marrón con corbata, su cabello era largo y plateado como el del resto.
—Hola Flecha, yo soy Ezequiel Rodio, me encargaré de venderte.
—¿Venderme, otra vez? — preguntó Flecha confundido. Él hombre parecía ser amigable.
—Disculpa, cierto que tú eres de Senod y allá solo conocen las cosas literales —rió el hombre —. Lo que quise decir es que tendrás tu libertad y no te ejecutarán.
—¿Querían ejecutarme?
—Más bien quieren. Pero los vamos a convencer de que resultas más de ayuda que una amenaza. Por eso las traje a ellas para que te limpien y te arreglen. ¿Además de ya sabes? —guiñó el ojo Ezequiel Rodio.
—¿Qué significa eso? —preguntó Flecha inocente.
—De que te descargues... ya sabes. No puedo contigo, mejor te espero afuera ellas te explicarán.
Ezequiel salió de la habitación y las dos jóvenes Latem entraron al baño, empujaron a Flecha mientras le desprendían la ropa.
—Yo puedo quitarmela solo —dijo nervioso, las jóvenes ni siquiera decían palabra alguna.
Flecha no se había percatado de que a penas estaban vestidas, llevaban ropa muy ligera y podía ver ligeramente sus pezones a través de la tela. Tímido bajó la mirada. No pudo evitar pensar enseguida en Astrid. Definitivamente ella era más hermosa.
Fue guiado a la bañera, no pudo desnudarse por completo por vergüenza. Una de las chicas empezó a limpiarle el pecho mientras que otra le cortaba el cabello, el joven enseguida se sintió incómodo.
—Detenganse mejor lo hago solo —dijo mientras se salía de la bañera de forma brusca.
—¿Entonces los hombres de Senod son tan poco hombres como tú? —rió una de las mujeres, quitándose la poca ropa que tenía y dejando su cuerpo al descubierto.
—Vamos, déjate llevar. Nosotros te guiaremos —soltó la otra con cara pícara, Flecha no quería mirarlas. Se preguntaba sí todas las mujeres de Latem eran así de apasionadas.
—¡Salgan ya! —escuchó Flecha mientras tenía los ojos cerrados. Era Astrid Oro.
—Ah y díganle a mi papá y a Ezequiel que a Flecha lo voy a bañar yo.
—Sí señorita —dijeron casi en unisono. Y salieron de la habitación sin ni siquiera vestirse.
—Y yo que pensé que eras un hombre honorífico —dijo Astrid seria —. Mira como te dejaron, de verdad que eres único —Astrid tenía cara seria pero viendo a Flecha esta poco a poco se empezó a desvanecer hasta que empezó a reirse.
—Yo no he hecho nada —respondió él asustado.
—No te preocupes, lo sé —la personalidad de Astrid no se sentía tan fría como antes, al menos no con Flecha. Habían pasado por mucho como para tratarlo mal.
Flecha se volvió a meter en la bañera y ella le terminó de cortar el pelo. No era experta pero prefería hacerlo ella a qué lo hiciera otra. Una vez que terminó, limpio sus brazos y sus puños que parecían tener sangre pegada, tenía rasguños en su cuerpo y torceduras que ella no recordaba haber visto.
—Yo no sé en qué me he convertido —dijo como arrepentido —. Quisiera volver a ver a mi padre y quizás a mi mad..
—¿A tu mamá? —preguntó Astrid curiosa.
—No olvídalo.
Astrid se quitó la ropa y él observó los senos hinchados y pálidos con pezones rosados que todavía recordaba ella se metió dentro de la bañera detrás de él.
Le quitó la ropa interior que todavía tenía, Flecha sin culpa se llenó de lujuria en un instante, incluso más rápido que la última vez.
Ella lo tocó desde su pecho hasta su parte íntima y esta creció en un instante, masajeó su virilidad mientras a su vez lo terminaba de limpiar y sintió como el cuerpo de Flecha se endurecía.
Flecha se llenó de mucha lujuria y sacó a Astrid de la bañera cargada y la lanzó a la cama.
—Estás bien —preguntó ella, le parecía extraña su forma de actuar, la última vez ella era la que había tomado el control completamente. Pero esta vez Flecha parecía ser más fuerte y dominante. Y a ella le gustaba.
Astrid le mordió la espalda y lo miró a los ojos, estaban rojos mientras su musculatura y miembro parecían crecer más de lo normal, ella lo besó.
Flecha parecía combatir entre el frenesí y la cordura. Tomó a Astrid fuerte del cuello y puso su sexo dentro de ella. Astrid gritó de placer, no se avergonzó quería que su padre escuchara.
—No.... no te... no te detengas —dijo ella entre suspiros y gemidos.
Duraron así unos veinte minutos empezaron lentos y el ritmo fue aumentando cada vez más hasta que Flecha se descargó dentro de ella, sus colmillos se habían afilado y sus brazos y manos habían crecido, pero Astrid se detuvo cuando alcanzaron el climax.
Flecha se calmó completamente, la miró y se preocupó, había dejado sus uñas marcadas en su cuerpo blanco y pálido, ella estaba sangrando un poco y su cuerpo estaba enrojecido.
—Perdóname —dijo preocupado —. No podemos hacer esto más, mira como te he dejado.
—Son solo unos rasguños te has concentrado y no me has hecho daño incluso mientras hacíamos esto.
Flecha poco a poco se fue adormeciendo y Astrid lo besó y durmió en su regazo.
...
..
.
Flecha no pudo dormir bien, sentía como aquél veneno en su cuerpo intentaba dominarlo. Notó que Astrid no estaba en la habitación. En su lugar estaba aquella piedra rojiza que ahora estaba amarrada a un collar sabía que en cualquier momento se convertiría en Cereza, su hada, así que se la colocó en el cuello.
En la cama había ropa como pudo se vistió con una camisa blanca sencilla y un pantalón.
Salió de la habitación y allí estaba esperándolo Ezequiel Rodio.
—Al fin despertaste. No tenemos mucho tiempo, el juicio es hoy en la noche y quiero que estés listo.
—¿Listo para venderme cierto? —dijo Flecha.
—Eso mismo, que bueno que aprendas rápido.
Ezequiel guió a Flecha a su laboratorio que estaba cerca del sótano de la casa, tenía todo tipo de artilugios y armas allí.
—¿Flecha, entonces puedes transformarte? —preguntó Ezequiel.
A la cabeza de Flecha vinieron unas imágenes del día cuando estaban regresando a la isla de Senod. Ese mismo día antes de llegar a la ciudad, cerca de los mares congelados de Latem Flecha sufrió una transformación. Se convirtió en una de esas criaturas. En un hombre bestia, mitad lobo y mitad hombre. Además esta parecía ser solo la primera etapa de transformación.
Flecha recordaba haberse convertido en un lobo completamente y haber saltado ese día del avihelice como sí nada. Edmon Plomo y Astrid lo siguieron hasta capturarlo.
Ese día Edmon casi lo asesina, casi podía recordar cómo el líder casi le corta la cabeza con su Gama. Esa era la razón por la que lo habían encerrado en aquella prisión.
—Flecha, ¿estás ahí? —preguntó Ezequiel.
—Disculpa... Es que, no recordaba eso hasta que tú me lo dijiste —dijo Flecha —. ¿Le hice algo a alguien?
—No, no. Edmon no lo permitió y por lo que me ha comentado Astrid, ella no te cree capaz de hacer algo así.
—Yo... No lo sé, ni siquiera puedo recordar lo que hice en aquél entonces.
—Era tu primera vez, las primeras veces no son las mejores pero ahora será diferente, tienes que mostrarme esa transformación, justo ahora —dijo Ezequiel.
—¿Es otro de tus juego de palabras? —preguntó Flecha serio.
—No.
Ezequiel guió a Flecha a otra habitación, dónde había un espacio grande que parecía de entrenamiento.
—Vamos empieza a hacerlo. Recuerda lo que te hace transformar y piensa en lo que te tranquiliza para controlarlo.
—Yo siento que empiezo a cambiar cuando estoy enojado así que no puedo transformarme de la nada.
Antes de que terminara de hablar Flecha recibió un fuerte golpe en la cara de parte de Ezequiel.
—¿Eso te molesta lo suficiente estúpido esclavo?
—Por qué me estás diciendo así.
—Es lo que eres, un estúpido hombre afortunado que además de su don consiguió un hada y ahora un poder desconocido de transformación.
—Yo no soy ningún estúpido.
—Entonces defiendete —Ezequiel nuevamente le golpeó la cara a Flecha —. Te tuvo que sacar tu novia de la prisión porque tú con tu debilidad no pudiste.
—¡Ya basta! —gritó Flecha.
—¿En tu país no tienes un papá que te haya enseñado a ser hombre? O tu mamá te consentía mucho.
—Sé lo que intentas pero detente.
Flecha ya no controlaba muy bien la ira que venía con cada palabra que decía Ezequiel, nunca antes fue tan sensible. Pero su cuerpo le exigía violencia.
Empezó a respirar más agitado y no parecía moverse cada vez que Ezequiel lo cacheteaba. Hasta que su cuerpo empezó a crecer sus ojos se tornaron otra vez rojo y creció casi medio metro, sus músculos, dientes y uñas aumentaron el doble de su tamaño.
Vamos, así me gusta. Me recuerdas a mi otro discípulo Edmon, aunque él no se convertía en ninguna bestia como tú.
El pelo empezó a crecerle por todo el cuerpo y él solo pensaba en mantener su mente clara. Estaba enojado pero podía controlar el enojo.
—Eres un hombre lobo a dos patas. Pero Edmon me dijo que esta no es tu transformación final.
Flecha chilló. Y su cuerpo terminó la transformación convirtiéndose en un hombre lobo gigantesco.
Sus ojos rojos empezaron a aclararse. Su pelaje era oscuro y lucía mucho más calmado que en su forma intermedia.
—¿Puedes hablar?
—Sí puedo —respondió Flecha. De repente saltó a su cabeza una imagen de Misa saliendo de una ciudad de solo mujeres.
—Vi algo, a la diosa que se transforma —dijo Flecha, aún en su forma de lobo.
—Increíble, entonces tu mente debe estar conectada a ella. De seguro fue ella la que convirtió al hombre lobo que te infectó.
Flecha sintió que eso que le decía Ezequiel era verdad. Y cuando empezó a pensarlo su cuerpo empezó a regresar a la normalidad.
—Disculpa, no creo poder mantener esa forma controlada por mucho tiempo —explicó Flecha.
—Tienes que hacerlo para esta noche. Así convenceremos al jurado que eres inofensivo —explicó Ezequiel.
—Creo que no será problema que lo controle por unos minutos. Pero no creo que sea buena idea que me tengas que pegar para transformarme.
—No es una buena idea. Y por eso te prepararé unas cápsulas que lo que harán es acelerar tu ritmo cardíaco. Además también te daré unas para que vuelvas a tu estado normal.
—No entiendo.
—Con una te conviertes en lobo y con otras te calmas.
—Además necesitas ropa que no se rompa al transformarte. No puedes quedar desnudo cada vez.
Flecha no se había percatado que estaba con unos trapos rotos cubriéndole el cuerpo.
—Un APA que puedas sostener en el lomo incluso siendo un lobo .
—No quiero una APA, la última vez se quedó atorada y murieron tres hombres por mi culpa —Flecha recordó su error.
—¿Entonces qué tienes en mente?
—No hay una forma de hacer unas flechas más potentes. Cuando intenté atacar a las manticoras mis flechas no les hicieron nada.
—Creo que tengo una idea. Tú quédate aquí abajo entrenando la transformación mientras yo trabajo en todo eso.
Flecha sabía que no tenía mucho tiempo para entrenar pero con las pildoras de Ezequiel la transformación era más rápida y después de unas horas de práctica ya podía mantenerla por diez minutos. Era completamente conciente.
A Ezequiel tampoco le tomó mucho tiempo terminar de hacer todas las herramientas que le daría a Flecha, había creado un chaleco y un pantalón que se estiraban lo suficiente como para quedarle a su forma de lobo, y volvían a su tamaño normal cuando volvía a su forma humana pero además creó un arco que se contraía lo suficiente como para guardarlo en un bolsillo grande del chaleco.
Las flechas eran la mejor parte, creó varias con diversos funcionamientos. Explosivas, de gancho, con veneno y otras con gases. Incluso una aturdidora que producía un fuerte sonido.
Flecha ni siquiera necesitaría un casco ni lentes ya que estaba seguro que su vista había sido mejorada aún más y tenía un olfato demasiado potente. Los zapatos aceleradores no eran necesarios porque cuando se convirtiera iba a terminar rompiéndolos.
Se veía distinto, parecía más adulto con su nuevo traje y su nuevo corte de cabello. Astrid estaba esperandolo afuera y se sorprendió con su aspecto.
—Estás listo para el juicio —preguntó ella seria.
—Está más que listo —respondió Ezequiel. Un carruaje con motor los llevó a todos. El señor Oro también iba allí. Seguía nevando.
—Te ves con muchísimo potencial Flecha —dijo el señor Oro —. Ese traje oculta tu mediocridad e ignorancia.
—No le hables así, él es mejor que muchos de los Latem que mandaron a la batalla —respondió Astrid molesta.
—Bueno, eso es cierto. Los otros inútiles ni siquiera fueron capaz de sobrevivir.
—No son inútiles. Solo que no recibieron el entrenamiento suficiente antes de que los mandaran a morir —respondió Flecha. Se acordó de Níquel y apretó sus puños con fuerza. Olió la maldad de el señor Oro.
—Al menos el hombre que se coge a mi hija tiene valor.
Flecha se sintió incómodo y Astrid no pudo evitar reír. El momento pareció eterno pero ya habían llegado al lugar donde Flecha iba a ser juzgado.
Ezequiel también sería el que defendería a Flecha, él era un polímata, ejercía varias profesiones y tenía muchos conocimientos. Astrid le había dicho a Flecha que incluso había sido invitado a ser un Sapiente pero no aceptó porque odiaba las reglas y los Sapientes tenían muchas.
El lugar estaba lleno de al menos cincuenta hombres y mujeres de Latem. Todos observaban a Flecha que según la idea de Ezequiel iba a ser presentando como un arma para ayudar a los Latem. Flecha apretó la piedra de su nuevo collar. Cereza no apareció.
—Atención, el hombre aquí presente a ser juzgado es un Senod, comprado por los Latem para ayudar con el objetivo de conseguir hardoro en la isla de las criaturas. Su nombre es Flecha en honor a su don. Se le acusa de ser infectado con un veneno de una diosa. Misa, la que probablemente lo tiene controlado como una bestia antropomorfica para atacarnos o ser un espía.
—Buenos días señor juez —dijo Ezequiel.
—El señor Oro y Ezequiel se encargarán de probarnos lo contrario, ya que ellos pagaron la libertad condicional —siguió hablando el juez.
—Esto será breve. Los cargos de los que es acusado mi cliente se basan en que es controlado cuando se transforma. Y él mismo les demostrará que no. Vamos Flecha transformate —argumentó Ezequiel.
Flecha tomó una píldora negra de un bolsillo y empezó a transformarse enseguida. Las personas que rodeaban el lugar retrocedieron asustados pero cuando tomó la forma de un lobo se calmaron un poco.
—Flecha. Estás conciente de todo lo que te rodea.
—Sí Ezequiel, estoy en un juicio — habló el lobo y todos empezaron a murmurar, incluso Astrid estaba sorprendida. La última vez que lo había visto no tenía absoluto control.
—Tu novio vale su precio en oro Astrid —dijo el señor Oro y ahora miraba a Flecha como sí fuera una montaña de dinero.
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