Capítulo 4. ¿Cómo reparar lo dañado?
Zaragoza, ZZ (capital). Mercado Arena.
El hombre de madura edad caminaba por las concurridas calles del centro de la capital del estado de Zaragoza. La cantidad de gente y pequeños puestos que consistían en sólo una sucia tela sobre la derruida banqueta, le advertían que estaba por entrar al mercado. El Mercado Arena era quizás el más grande en el estado, e incluso así no era tan amplio como los del sur de Marcel; eso sí, en densidad de transeúntes fácilmente los triplicaba. Otto nunca se habituó a estar en lugares tan concurridos, salvo quizás cuando acompañaba al Gran Mariscal a los desfiles. Se sentía incómodo, aun cuando sus días como militar habían quedado lejanos percibía que era observado con odio por los zaragozanos. Quizás sólo lo veían demasiado fuereño y él estaba siendo paranoico, pensó.
Otto se adentró más al mercado, los fuertes aromas de las personas y los artículos en venta lo hicieron detenerse y buscar un lugar un poco más abierto para respirar con calma. ¡Las cosas que tenía que hacer por su sobrino!, pensó. Otto examinó el mercado, a sus ojos era evidente la silenciosa segregación en la que habían dejado a estos estados del sur, y seguro Sierra Rosas y Nuevo Dorado estaban peor que Zaragoza. Este era un secreto a voces del que no se hablaba en la cúpula militar, y por tanto los ciudadanos tampoco necesitaban saberlo. Otto se preguntó cómo habría sido el camino del país y de estos tres estados de la entonces Alianza del Sur si el verdadero heredero hubiese tomado su lugar, qué habría pasado si nada hubiese cambiado.
Su divagación mental se detuvo, el retirado militar notó a dos jóvenes acercándose a él. Cuchicheaban entre ellos, eran muy jóvenes, quizás de unos quince años y para Otto era evidente que sus fines no eran inocentes. Otto sabía que a pesar de su edad podría hacerle frente a este par de quinceañeros, pero no deseaba que eso lo llegase a delatar como militar, aunque fuera uno retirado. Otto suspiró, si tan siquiera ese tonto no lo hubiese citado en un lugar así, aunque comprendía que la situación non grato de su sobrino le impedía a este transportarse por el país a voluntad.
—Oiga —le llamó la chica—. Tenemos hambre, ¿le sobra algo?
Otto no contestó, tomó un billete de cincuenta petios de la bolsa de su camisa y se lo extendió a la joven.
—¿Nomás esto? —le preguntó inconforme el joven—. No sea así, saque la cartera.
Otto no respondió, y en esa áfona negativa la chica le mostró una afilada navaja que sacó de la chaqueta que traía puesta.
—Ya oíste, vejete, ¡saca todo!
Los ojos de Otto quedaron en blanco al buscar con la mirada a la policía civil, no le fue ninguna sorpresa que no hubiera a la vista. Parecía que tendría que encargarse él mismo del problema que tenía frente y dejar el reencuentro con su sobrino para después.
—¿Qué creen que hacen? —Una fuerte voz resonó en los oídos de los tres, los chicos al dar la vuelta temblaron al ver al dueño de la voz, quien con férrea mirada los repasaba.
—¡Si-silver! —lo llamó con labios temblorosos la chica e intentó ocultar la navaja.
—Imbéciles. ¡Estaban a punto de lastimar a mi querido tío!
—No lo sabíamos —se excusó el chico—. Nos vamos, ¡ya nos vamos!
Y el par, despavorido, huyó del lugar. El llamado Silver volteó a ver a Otto y le regaló una enorme sonrisa adornada por sus irreverentes hoyuelos.
—¡De verdad viniste!
—Yo pensé que serías tú el que no vendría.
—Perdón, perdón, es que surgieron cosas. Me alegra mucho verte. —El severo semblante se le había relajado al tener a Otto delante de él—. Estás más viejo, pero te ves bien.
—¿Ya vas a empezar, Saint? Por cierto, ¿qué es eso de Silver?
—Cambié mi nombre, ahora soy Silver Stain. No más Saint Porath.
Otto lo miró con confusión y negó sonriendo.
—Clásico de ti —le dijo y caminó un par de metros, Silver lo siguió—. ¿Cómo has estado? ¿Cómo está Andrea?
—Sobreviviendo la opresión de Petral —contestó con drama.
Otto soltó unas risas.
—Y Andy está bien, me pidió que te mandara saludos.
—Dile que yo también.
Otto y Silver seguían hablando mientras caminaban entre los puestos y la gente.
—Tu carisma es un arma mortal, esas personas te seguirían hasta la muerte.
—No digas eso, no somos un culto ni nada —se burló Silver—, hasta el momento —agregó riéndose un poco más—. Simplemente resistimos y nos defendemos.
Otto detuvo su paso y examinó a su sobrino. Le parecía increíble el efecto de la semilla de FOLD sobre Silver, quien a sus cuarenta y cinco años se veía al menos diez años más joven. El cabello gris de su sobrino fue lo único que esa pieza de tecnología prohibida, conocida como FOLDCell o semilla, no había sido capaz revertir. Quizás por eso decidió cambiarse el nombre a Silver, especuló Otto.
—Lo importante —continuó Silver—, es que si estás aquí es porque seguro has recapacitado y el día de hoy me dirás dónde está la otra semilla, ¿no es así?
El hombre no le respondió, soltó una gran exhalación.
—¿Verdad? —Silver insistió ante la falta de respuesta.
—Respóndeme esto y sé sincero, si te lo dijera ¿qué harías?, ¿intentarías matarlo de nuevo?
Silver fue el que ahora se quedó mudo. Otto se alejó un poco hacia un puesto de raspados, y después de un rápido vistazo a las opciones pidió uno de vainilla.
—¿Quieres uno? Yo invito.
—Otto, no vale la pena que intentes ocultar a mi hermano.
—¿Vas a querer o no? —Silver torció la boca y se acercó a la señorita que atendía.
—Uno grande de melón —ordenó el peliplateado.
La joven sirvió con destreza ambos raspados. Unos minutos después Otto y Silver siguieron su camino por el mercado mientras degustaban sus postres. En el incandescente sol y el calor de la humanidad los raspados les sabían a gloria helada.
—Escucha, tío, sabes que tengo mis medios —continuó la plática Silver—. Y no sólo eso, León y yo siempre estaremos conectados. Tarde o temprano la semilla se abrirá y por más que lo ocultes lo encontraré.
Otto meditó ante las palabras de Silver, eso era cierto. La conexión entre ellos era intensa, aunque la semilla resonara en Petral y Silver estuviese en el otro extremo del país podría sentirlo. Para bien (o para mal) la semilla seguía dormida junto con esa parte de León.
—También —siguió Silver la conversación—, sé que todo esto es porque el imbécil de Herman por alguna razón decidió buscar el FOLDCell de mi hermano.
—Herman lo busca por Miranda e Irving, él se los prometió.
—¿Y se lo compraste? —Silver carcajeó mientras se limpiaba el jarabe de los labios con una delgada servilleta—. Obvio no, de ser así ya le habrías dicho dónde está, ¿o me equivoco? Tú no confías en Herman —dijo cantando burlón—. Y no te culpo.
—Saint, la verdad es que Irving deseaba conservar esta nueva vida, este segundo lienzo de León limpios. No es que no se lo haya comprado o que no confíe en él, eso es irrelevante. Lo importante es la autonomía del propio León. Él por su cuenta debe recordar y tomar sus propias decisiones, ajeno a lo que tú, Herman o incluso yo creamos.
—Con que su segundo lienzo limpio —repitió Silver y mordió el hielo del raspado—. ¡Qué ingenuos! —se burló el hombre—. La condición de mi hermano y mía no nos permite algo así y lo sabes, incluso con un susodicho segundo lienzo. ¿Él recuerda algo?
Otto no respondió y agitó su raspado.
—¿Ni eso me dirás?
—Te digo, el plan original era tenerlo alejado de todo esto, apagar sus recuerdos. Pudo haber sido posible, pero...
Otto contempló su raspado pensando en el camino que ese chico estaba llevando. Habían pasado por alto las consecuencias de toda la manipulación que tuvieron en la vida de ese chico, de ese niño de tres años que regresaron de la muerte sólo para convertirlo en el segundo lienzo de León. Ahora el joven heredero, ignorante de su realidad, cargaba con esas secuelas. Para Otto, quién siempre lo vigiló desde las sombras, era obvio que el heredero tenía el ego fracturado, atrayendo abusivos y él aceptando el maltrato. ¿Acaso era su forma inconsciente de expiarse?, se preguntó de pronto.
—¿Pero? —cuestionó Silver a su tío ante su silencio.
—Nada —contestó Otto despertando de su farfullo mental—. Dime, Saint, la verdad, si tuvieras al chico, ¿qué harías?
Saint sonrío.
—Lo correcto —respondió—. Y te aseguro que es mejor que esté conmigo a que termine con Herman. Porque seguro estás consciente de que él fue quien lo indujo a todo lo que hizo aquí en el sur.
Otto no objetó, después de todo era algo que él también sabía. A decir verdad, él no imaginó a León ser capaz de todo eso, más bien, a que tuviera el corazón para doblegar de esa forma a esos tres estados insurrectos. La capacidad destructora de alguien como León quedó demostrada y con creces.
—Entonces —continuó Silver—, ¿me dirás?
—No, Saint.
—¡Ay, Otto! Te pareces tanto a papá. Pero no importa, lo averiguaré y los sanjus tendremos a ese chico en nuestras manos, cooperes o no.
—¿Y así derrocaran a Isabel y la junta?
—Tal vez. —Silver sonrió con cinismo.
—Saint, comprendo tus razones, pero tú entiende las consecuencias de lo que haces y lo que planeas hacer.
—Las entiendo, no soy el mismo de hace catorce años, te lo aseguro.
—Me queda claro. Platiquemos de otras cosas, ha pasado mucho tiempo. Por cierto, ¿crees que aquí pueda conseguir una de esas cafeteras de antes?
—¿De cuáles?
—De las que venían sin extracción a presión.
—Has venido al lugar indicado.
Después de un ajetreado día, Otto regresó a su apartamento en Petral. Estrenó su cafetera antigua la cual a pesar del tiempo aún servía. Ya no las hacían como antes, de eso estaba seguro. Otto sirvió su taza con café hecho a partir de grano recién molido y meditó sobre su plática con Silver. Había mucho en juego y se preguntaba si podrían ser capaces de proteger la autonomía del heredero. ¿Qué tan malo sería que Herman e Isabel lo encontraran antes de que pudiese recordar? ¿Qué planes tenía Saint en realidad? Otto deseaba que el heredero recordara de una vez, aun así, estaba consciente de que era un proceso que no podía acelerarse. Al menos ya estaba en la Academia, bajo el cuidado de tres integrantes de la Corona. Aunque eso no le evitaba la angustia de pensar en como le iría al heredero en un ambiente como el de la Academia Militar. Otto inhaló el aroma del café, eso lo calmó un poco.
Petral, MC. Academia Militar
Los halcones se prepararon para ir a su primera evaluación médica como cadetes. Les tocaba por horarios diferentes según su pelotón para no atiborrar la pequeña clínica a un kilómetro de distancia. Al salir, Tom se quedó un poco relegado, Luis caminaba junto con Gary, Ben e Ian delante del pelotón, las chicas seguían, parecía que Susie se había acoplado bien. Tom detuvo su paso, los observó partir delante de él, y él quedándose atrás. El chico bajó la cabeza y se quedó quieto, seguro sus compañeros no querían ser vistos con él, y no los culpaba.
—¡Tom! —Gary y Luis se acercaron a él—. ¿Estás bien? —preguntó Gary.
Tom abrió los ojos y levantó el rostro un poco, ¿de verdad habían regresado por él?
—Sí, perdón —respondió Tom.
—Ven, no te retrases.
Tom siguió caminando, ahora Gary y Luis se quedaron detrás con él, Tom se limitó a seguirlos con una sonrisa. El simple acto de Gary y Luis le hizo pensar que quizás podría hacer amigos, incluso siendo él, aunque seguro lo correrían al día siguiente y no tendría tiempo de conocerlos mejor. Al menos fue un agradable pensamiento. Llegaron a la clínica, tomaron sus nombres e hicieron pasar primero a cinco cadetes a diferentes cubículos. Dentro de estos un enfermero les tomó una muestra de sangre y pasaron a un consultorio donde un médico los esperaba. Tom entró a su consultorio asignado y con cuidado cerró la puerta.
—Bu-buenas tardes —saludó Tom.
—¡Hola! —devolvió el saludo el médico que lo esperaba. Este aparentaba tener una edad entre los cuarenta, pero su cabello lacio castaño oscuro no mostraba ninguna franja blanca—. Adelante, toma asiento —le pidió al joven mientras se colocaba unas gafas redondas de marco metálico que le enmarcaban sus fuertes pero delgadas facciones.
Tom lo contempló un par de segundos, esas peculiares gafas se le hicieron conocidas. Estaba seguro de que conocía a alguien cercano que usaba unas similares, pero no era capaz de recordar quien. A Tom le gustaba el estilo del médico que remataba con la bata blanca, le parecía un hombre sabio moderno.
—Puedes tomar asiento —insistió el médico.
Tom despabiló y se sentó como le era costumbre a la orilla de la silla.
—Bien, tu nombre es Alan Thomas Fields, ¿no es así? Mucho gusto, yo seré tu médico por el tiempo que estés aquí, soy Noel Emils.
—Mucho gusto, doctor.
—Pero ¡vaya! —exclamó Noel después de examinarlo con la vista.
—¿Qué? —preguntó Tom extrañado.
—¡Qué te hace falta comer! Para tus diecisiete años estás subdesarrollado, pareces de catorce o quince. —Noel levantó una tableta electrónica—. Me acaba de llegar la primera partida de resultados. Tienes una leve anemia y estás bajo en algunas vitaminas; aunque nada de gravedad. En definitiva, te pondremos a comer.
—No soy de los que comen mucho.
—Estás en desarrollo, deberás, ¿o quieres quedarte así de pequeño?
Tom se limitó a mover un poco la cabeza ante la pregunta. Noel hizo la tableta a un lado y lo analizó un poco más con la mirada.
—Oye, esa ropa que traes es algo grande para ti, ¿no te parece?
Tom alzó un poco los hombros y se frotó las manos. Noel podría jurar que el joven vestía ropa de al menos dos tallas más grande de la que debía llevar, también le llamó la atención el color desgastado de sus prendas.
—Los jóvenes de tu edad suelen llevar moda alocada, ¿no te gusta ese tipo de vestimenta?
Tom negó con la cabeza.
—Acaso, ¿tu familia no ve por ti?
Tom alzó el rostro asustado y negó frenético.
—¡Ellos me cuidan mucho! En especial mi madre —dijo presuroso.
—¿Y por qué usas ropa vieja, entonces?
—Yo, yo uso esto por elección.
Noel suspiró, regresó la mirada al expediente. Tom no tenía reportes de maltrato por parte de su familia, quizás su subdesarrollo y esa ropa tenían una explicación diferente. Noel regresó a los datos médicos.
—Esto es interesante, aquí dice que sufrías de serias alucinaciones. ¿Podrías hablarme de eso?
—No, no recuerdo mucho. Desde que tomo el medicamento a diario es muy raro que me den ataques.
—¿Nunca tuviste una segunda opinión? ¿Algún otro diagnóstico?
—No. Sólo de vez en cuando me daban otro medicamento o más dosis.
—Ya veo... —El médico suspiró y dejó la tableta en el escritorio—. Tom, el coronel Toriello me asignó personalmente a ti, ya que soy psiquiatra, entre otras cosas. Viendo todo esto mi sugerencia es que suspendamos tu medicación.
—¿Cómo?
—Tu medicamento no es sólo agresivo, si no que te han dado dosis de más. No me sorprendería que nunca tuvieras energía ni apetito, este medicamento es la causa de eso. Vamos a dejarlo poco a poco y ajustaremos tu dieta, lo consultaré con su nutriólogo, verás que todo mejorará.
—¿En serio? —cuestionó Tom con alegría—. ¿Podré dejar el medicamento?
—Claro, poco a poco, pero lo harás. Me parece que no te gusta tomarlo, ¿no es así?
Tom asintió.
—¿Por qué?
A Tom le parecía que algo había en el hablar de ese hombre que lo hacía sentirse seguro. Incluso parecía resistir que lo mirara a los ojos. Aun así, con algo de vergüenza explicó:
—Porque, cuando lo tomo siento que me apago, poco a poco.
—¿Cómo es eso? —preguntó Noel intrigado.
—Sí, vaya, siento que cada pastilla que tomo o aplicación apaga una lámpara en mi mente. Después de tanto tiempo, ¿todavía quedará alguna encendida? —Tom alzó la vista y notó la mirada consternada del doctor—. Perdón, siempre digo cosas muy tontas —dijo entre risas nerviosas.
—No fue nada tonto, me ha quedado claro como lo experimentas. Y bien, dime ¿recuerdas qué alucinabas? Lo que sea que recuerdes sería bueno saberlo.
—Es que, doctor, casi no me acuerdo.
—¿De verdad? ¿Nada? ¿Ni un poco? —Noel insistió.
—Pues —contestó Tom animado por la confianza que Noel le generaba—, sólo que sentía mucho miedo y desesperación. Recuerdo también dolor, sobre todo en mi pecho. Cuando estoy a punto de tener un ataque, digo una alucinación, mi pecho duele, arde, es como si alguien... —Tom se detuvo, no encontraba mejor manera de explicarlo así que lo soltó sin filtros—. Como si alguien me encajara un cuchillo en llamas.
Noel abrió los ojos con impresión ante tal declaración.
—Eso es muy interesante. ¿Cómo sabes que se siente un cuchillo en llamas atravesándote?
Tom no respondió, avergonzado bajó la cabeza. Lo sabía, su explicación fue en extremo tonta.
—¡Estoy bromeando!
—¡Oh!
—Eres algo serio, Tom, aunque ya lo esperaba. Entonces, ¿cuándo fue tu último incidente?
—Quizás hace unos tres o dos años, no recuerdo bien. De hecho, hay muchas cosas que no recuerdo bien, hasta cosas de la escuela.
—Eso es por el medicamento, no te permite recordar con claridad y deteriora tu memoria. Es como lo dijiste, apaga esas lámparas en tu mente.
—Bueno, no es para tanto, creo. Recuerdo quien soy, donde vivo, esas cosas son suficientes para alguien como yo.
Noel lo examinó, esbozó una tranquila sonrisa y negó un poco con la cabeza.
—¿Realmente recuerdas quién eres, Alan Thomas Fields?
—Sí —respondió Tom con extrañeza ante la seriedad que de pronto mostró el médico—. Creo que sí.
—Eso es bueno. Bien, esta desintoxicación tal vez te hará tener ataques o intentos de, pero quiero que aprendas a identificarlos y que por ti mismo los controles.
—Pero, jamás he podido, sin el medicamento, yo...
—Si no aprendes —lo interrumpió—, jamás lo dejarás por completo y esas lámparas no se encenderán de nuevo. Aun así, tómalo con calma que estaré siempre al pendiente de ti. Si te llegaras a sentir mal avísame de inmediato, te daré mi contacto. Necesitamos tener buena comunicación, ¿comprendes?
—Sí, doctor.
—Eres una buena persona, Tom, siempre tenlo en mente. Creo que es todo. Pasa mañana por aquí antes de ir a desayunar, te dejaré tu nuevo medicamento y como deberás tomarlo, ¿de acuerdo?
Tom asintió.
—Bueno, nos veremos en un mes para tu próxima cita. Adiós, Tom.
Tom se levantó, agradeció al doctor y salió con encontrada alegría de la oficina. Los cinco chicos que ingresaron primero esperaron a los demás. Susana Marshall estaba en el grupo que habían atendido antes. Tom aguardaba sentado a que saliera Luis, pero en eso advirtió que alguien se le acercaba, la sombra de Susana lo cubrió.
—Necesitamos hablar —dijo la chica con voz dura.
Tom se petrificó al oírla, giró la cabeza para asegurarse de que estuviera hablando con él, incluso así se encogió de hombros y se señaló.
—Sí, Thomas, hablo contigo.
¿Cuántos años habían pasado sin que Susie le dirigiera la palabra?, se preguntó Tom. Susie le indicó que se levantara y que la acompañara para alejarse un poco de sus compañeros. Tom se frotaba las manos sin adivinar que le diría Susie.
—De verdad, Thomas, ¿por qué has venido?
Tom bajó la cabeza sin responder.
—¿No tienes vergüenza? ¿Algo de decencia? ¿Después de tantos años seguirás acosándome? ¿Tanta es tu obsesión por mí que me has seguido hasta acá? Y lo peor es que estamos en el mismo pelotón.
Tom seguía sin soltar palabras.
—¿No te da pena? —insistía Susie—. Al menos hubieras rechazado la beca, según tú estás arrepentido de lo que me hiciste, pero veo que no es así.
—Yo, pues yo... —Tom trataba de formar palabras, quería explicarle que si por él fuera no estaría allí.
—¡Ah! —exasperó Susie—. Bien, no me importa, sobreviviré hasta que te expulsen. Eso sí, ni se te ocurra dirigirme la palabra, ni acercarte a mí. ¡Nadie debe saber que nos conocemos!
Tom mantenía la cabeza baja apretujándose el suéter entre las manos.
—En serio que eres desagradable. ¿Por qué habrán becado a alguien tan perturbado como tú para empezar? —masculló Susie.
La cadete se alejó dejando a un abatido Tom quien se tallaba el rostro tratando de enjugar las lágrimas que habían logrado escapar. Después de un par de minutos salió el resto del pelotón. Gary había sido el último y se veía particularmente exaltado, había entrado al mismo consultorio que Tom, donde atendía el doctor Emils.
—Gary, ¡estás súper rojo! —Luis se burló de Gary.
—¿Te hicieron de esos análisis de antes? ¿Dónde te tocaban por todos lados? —Ben se unió a la mofa.
—No es eso, es que me dijeron cosas interesantes —aclaró Gary y sonrió—. ¡En fin! Deberíamos ir al comedor, ya casi es hora de cenar y mañana será nuestro primer día de clases.
—Quien tuviera tus ánimos. ¡Antes de que lo olvide! —Luis detuvo al pelotón—. Quiero proponer a Gary como líder del pelotón. ¿Qué opinan?
El pelotón apoyó unánime la moción de su compañero.
—No se diga más, mañana te registramos como líder del pelotón —anunció Luis ante el apoyo de todos.
—Gracias, Luis, chicos. ¡Muchas emociones en un solo día! Harán que me de un ataque al corazón.
—Apenas tienes diecisiete años, ¡no exageres! —Ben se burló.
—Quizás es nada más lo que aparento —contestó Gary guiñando el ojo izquierdo.
Los chicos llegaron al comedor, ubicado entre el edificio de salones de clases y los dormitorios, era amplio y de dos pisos. Había varios menús diseñados por los nutriólogos, el alumno tenía permitido elegir entre dos opciones. Mientras los chicos cenaban, el doctor Emils se dirigió a la casa del coronel Toriello. Al final de la zona militar de la Academia había varias casas diseñadas y asignadas para los oficiales superiores y un edificio con algunos departamentos para personal de menor rango. El doctor arribó a la casa del coronel, custodiada por un cabo que vigilaba la entrada a unos dos metros de la puerta principal. Al ver al doctor el cabo lo saludó, Noel le devolvió el saludo y llegó a la puerta donde fue recibido por el coronel.
—¡Pasa! ¡Pasa! —El coronel lo hizo entrar y lo llevó directo al comedor.
—No lo sé, Charlón, no confío en ti.
—Te aseguro que mis habilidades para cocinar son ejemplares.
—Pues —murmuró Noel y se asomó a la cocina, estaba bastante desorganizada y sucia—, no parece, lo que sí es que esto de vivir solo no se te da, te faltan Birgitta y Romeo.
—Cuando ellos vuelvan verán que me convertí en un excelente chef. Así que deja de ser ridículo y ayúdame a servir.
—Como ordene, coronel.
—¿Y? ¿Qué tal? ¿Cómo lo viste? —peguntó Charles mientras sacaba un par de tarros del congelador.
—Primero dime tú. Conociéndote seguro ya hasta platicaste con él.
—Bueno, no pude resistirme. No platiqué mucho, pero —Charles sonrió con nostalgia— sí que se parecen, lo veo en sus ojos.
—Yo también. Y lo veo bien, en general. —Noel abrió dos botellas de cerveza stout y las sirvió en los tarros—. Pero hay detalles que me intrigan. Y tal cual Diamante dijo, la información de su condición y medicamentos es bastante vaga, bueno, aunque el sistema de salud civil de por sí lo es. —Noel tomó un gran sorbo del frío tarro—. Se esforzó por ocultarlo.
—¿Encontraste algún diagnóstico?
—¡Oh, sí! Escucha esto, nuestro chico fue diagnosticado con esquizofrenia paranoide.
El coronel guardó silencio, detuvo el viaje del tarro a la boca.
—Considerando los efectos de la semilla supongo que es un diagnóstico razonable —continuó Noel.
—Pero, no tiene eso, ¿o sí?
—Claro que no, simplemente son recuerdos. Aunque por la forma en la que los describe seguro no han de ser placenteros.
—Comprendo. —Charles al fin bebió de su tarro.
—También, Tom ha sido diagnosticado con un cuadro de depresión.
—¿Depresión? —preguntó Charles—. ¿Eso es reciente? Que yo recuerde León estaba mentalmente sano.
—¿Lo estaba? —Noel contempló duro a su amigo—. Cada uno expresa la depresión de formas diferentes, ningún caso es similar al otro.
—Espera, ¿acaso crees que León estaba deprimido? ¿Cómo se te ocurre que nos ocultaría algo así? ¿De verdad no es algo reciente?
—Tendré que seguir trabajando con él para averiguarlo. León estaba en una posición de mucha presión y tenía que proyectar esa imagen prístina y perfecta de él. Quizás, ahora que no está en esa posición puede expresar su depresión como no había podido. Conocer a Tom en persona me hizo preguntarme tantas cosas, ¿en qué estaba pensando León?, ¿qué estaba pasando por su mente cuando lo arrebataron de su cuerpo? Estoy seguro de que había algo que nos ocultaba.
Charles tomó un largo trago y exhaló al terminar.
—Tal vez llevaba una carga pesada por todo lo que pasó en el levantamiento del sur. Había veces en las que hasta a mí me asustaban su actitud y acciones. León deprimido, jamás lo habría considerado. ¿Cómo lo ayudamos?
—Con comprensión, empatía y un correcto tratamiento. Las personas que viven con depresión tienden a ser rechazadas por los demás y ellos mismos se alejan; un ciclo vicioso alimentado por estigmas externos e internos. Tenemos que ayudarlo a romper sus propios paradigmas.
—Noel, ¿crees que podrá ser capaz de recordar?
—No estoy seguro, él dice que su último ataque fue hace unos dos o tres años. Ya pasó un tiempo considerable.
—Quizás, si despierta su verdadero poder se contrarreste el daño de ese medicamento.
Charles colocó con cuidado en el centro de la mesa un gran platón con zanahoria y apio, y otro con alitas bañadas en una picosa salsa amarilla.
—¿Te refieres al Eón?
Charles asintió.
—Despertar al Eón Rishon no me parece una buena idea. León requiere de una alta concentración mental para controlarlo, en el estado en que está ahora podría ser peligroso. Aunque es cierto, si lo hiciera podría acceder a esos recuerdos, podría encender todas esas lámparas.
—Bien, lo consultaré con Diamante. Tenemos que ser más rápidos que Herman, Isabel, y todos los que seguramente le buscan. Están a nada de ponerle las manos encima. Hay que hacerlo recordar, aunque tengamos que forzarlo.
—Con calma, Charlón, ¿recuerdas lo que te dije de la plasticidad de las memorias?
—Sí —bafeó Charles— y que por eso no podemos influir directamente en la recuperación de sus recuerdos, ¡lo sé! Me queda claro.
—Qué bueno que te quedó claro, necio. Y de hecho también emprendí el segundo plan.
—¿Qué? ¡Le dijiste a ese otro chico que él es...!
—Lo hice —confesó Noel con una sonrisita.
—Pero ¡eso está mal! No podemos jugar así con un inocente, menos un cadete.
—Miranda está convencida de que es ese chico, solo me aprovecho de eso. Además, nos dará tiempo. Si ella empieza a reconocer al verdadero se lo dirá a Herman y eso es algo que por ningún motivo podemos permitir.
—¿De verdad lo está? ¿Está convencida? Digo, me preocupaba que lo reconociera de inmediato, pero no me esperé esto.
—Lo está, al cadete Fields ni lo menciona, solo tiene ojitos para el otro.
—No sé que pensar de Miranda.
—No seamos tan duros con ella, está cegada por la situación y eso nos conviene. Vamos a ver como transcurre eso. Bueno, comamos, ¡tienen buen ver tus intentos de alitas!
—Y están exquisitas.
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