Capítulo 15. Rompimiento.


Ese día por la mañana Tom se había quedado a solas en casa. Su familia había salido a trabajar, parecía que Anita le ponía más empeño a su negocio personal de venta de mercancía traída de Cruces, país vecino al sur con Terrenal. Seguro seguía terca en juntar todo el dinero posible para sacarlo de la Academia. Tom contemplaba el exterior desde su habitación pensando en como convencer a su madre de que lo dejara regresar a la Academia, conociéndola sería capaz de encerrarlo en la casa. Ese día de diciembre la temperatura había bajado a los cinco grados y algunas nubes grises se asomaban por el cielo matutino. Tom consideró que, si no empezaba a moverse, batallaría para regresar al ritmo de la Academia. No había casi gente fuera, quizás debía aprovechar esa soledad para al menos correr un poco.

Así, todavía con algo de ansiedad, se colocó los tenis y salió de la casa al parque. Primero pasó con Fígaro, le dejó una mantita y comida; Amy lo había cuidado bien por él. Tom alzó la vista, el parque estaba casi desierto. Respiró profundamente tratando de controlar su ansiedad, dio un paso, dos y aceleró el ritmo. El viento frío no le molestaba en lo absoluto, ni siquiera respirarlo, su cuerpo regulaba a la perfección la temperatura. Casi sin notarlo su reloj de muñequera marcó los cinco kilómetros. Alegre observó todo lo que había corrido y se fue a descansar con Fígaro. Jamás imaginó lo bien que su cuerpo se sentiría después de ese ejercicio. De hecho, extrañaba entrenar con Luis quien se había convertido en su entrenador personal, siendo casi tan estricto como el sargento mayor Hill. Durante muchos años, su madre lo había convencido de que él era incapaz de cualquier actividad física, que su cuerpo débil no soportaría. Ahora al fin podía mover y disfrutar su cuerpo. En eso meditaba cuando una sobra lo eclipsó.

—¡Hasta que te dejas ver, Tom!

De pronto el corazón le palpitó fuerte a Tom, nervioso no sabía ni para donde hacerse.

—Ho-hola, E-Emi.

Emilio se sentó a su lado, Fígaro lo contempló con recelo y se acurrucó más con Tom.

—¡No me digas! ¿Estabas trotando? —Emilio rompió en risas mientras Tom se enfocaba en acariciar al gato—. Ya te he dicho que no hagas tanto el ridículo, por eso los demás te ven raro.

Tom no contestaba, seguía mimando a Fígaro.

—¡Te estoy hablando, cosa fea! Pero ¿qué podría esperar de ti? Después de todo ignoraste todos mis mensajes y llamadas, ¿acaso ahora que eres un cadete no te puedes dar tiempo para los viejos amigos? ¡Y yo tanto que me preocupe por ti!

—Pero, Emi, no-no me mandaste ningún mensaje, de hecho, tú...

—¡Claro que te mandé! —replicó Emi—. No imaginé que serías de esos que se olvidan de los demás.

Tom, consternado rebuscaba en su mente si alguna red le había faltado de revisar, pero por más que indagaba no recordaba haber visto algún mensaje o llamada de Emilio. ¿Estaba enloqueciendo?, se preguntó.

—Lo-lo siento mucho, Emi. De verdad que no lo hice a propósito.

—¡Bien! ¡Bien! —exclamó Emilio mientras le daba un zape en la nuca a Tom—. Te perdono, aunque no debería por la traición que me hiciste. Prometimos que no aplicaríamos a ninguna beca, ¡y te valió! ¡Aplicaste para la Academia Militar, traidor!

—Te juro que yo no, no lo hice.

—Te ves peor negando la verdad. De haber sabido que la vara era tan baja hubiese aplicado también.

Entre las acusaciones de Emilio, Tom recordó su plática con Susie y trató de contemplar a su supuesto amigo bajo otra lupa. Había decidido darle el beneficio de la duda y quizá algún día arreglarse con él. Pero en esta interacción se daba cuenta de la realidad de las palabras de Susie. Emilio lo miraba atroz, como un juez a punto de dar la peor sentencia existente.

—¿Sabes, Emi? Está bien si no me crees. Te agradezco por haber sido mi amigo, pero creo que es momento de que cada uno siga su camino.

Emilio parpadeó y se quedó con la boca abierta por unos segundos.

—¿Así me pagas todo lo que he hecho por ti? ¡No tienes idea de lo mucho que te he defendido con los demás! Es más, le rogué tantas veces a Susana para que te perdonara.

—Si es así, te lo agradezco.

—¡Exacto! Debes estarlo, en especial porque a pesar de tu depresión, tus disturbios mentales y de que seas tan horrendo jamás me alejé de ti.

—Gracias por eso también.

—Porque, ¿quién se juntaría con un raro como tú? Si entiende tu cabeza perturbada que eres raro, ¿verdad?

Tom asintió con una sonrisa tranquila.

—Además no estás en la posición de hacerlo. Ya te corrieron ¿no es así? Tu pobre familia tendrá que endeudarse, ¿verdad?

Tom se empezaba cansar de las palabras de Emilio, ¿qué quería?, ¿hacerlo llorar? Tom acarició a Fígaro y se levantó.

—Cuídate, Emi.

—¡Imbécil! ¿Quién te crees?

Emilio tomó a Fígaro tan rápido que el gato no pudo huir, al oír el maullido Tom se giró.

—¿Qué haces? ¡Deja a Fígaro! Lo lastimas.

—¡Vamos! Cadete de mierda, ¡salva a tu animalejo!

—¡Emi! Déjalo, por favor. Golpéame a mí si quieres, pero no le hagas daño a Fígaro.

Emilio sonrió cínico y zarandeó al gato sacándole maullidos de susto, lo había tomado del lomo inmovilizándolo. Tom no sabía que hacer, el corazón le latió rápido, tenía que rescatarlo. Pero ¿cómo?

—¿No puedes? ¿O qué? ¿Vas a llorar y llamarás a tu mami?

El abusador carcajeó en eso notó que los vellos de los brazos se le encresparon y de pronto un calambre en su mano lo hizo soltar a Fígaro. ¿Qué había sido?, se preguntó Emilio. Fígaro corrió y se escondió detrás de Tom quien no quitaba la mirada de Emilio, lo observaba directo a los ojos y sin intimidarse. La verdad es que, para Tom, después de tantas cosas en la Academia, Emilio no le parecía una amenaza seria, eso sí, no dejaría que lastimara a su querido gato.

—¿Qué hiciste?

—Nada, no he movido ni un solo dedo.

Emilio notó que los vellos no se le calmaban y en cambio las manos le temblaron, ¿acaso era Tom quien le generaba tal pánico? No podía creerlo, sin embargo, la mirada desafiante de Tom parecía avecinarle una calamidad si se le acercaba más. Emilio molesto chistó y se alejó de Tom y Fígaro. Tom respiró aliviado y se acostó sobre la tierra, Fígaro aprovechó y se colocó sobre su pecho ronroneándole y amasándolo. Tom se empezó a reír.

—No pensé que se sintiera tan bien defender a los demás —dijo el joven—. Se siente increíble. Quizás algún día podría hacerlo, proteger con ese poder que dicen que tengo ¿te imaginas, Fígaro?

No seas tonto.

Tom se sentó solo para observar a ese niño de cabello dorado delante de él contemplándolo con una risa burlona.

Eres un inútil, Thomas Fields. Ya deja de ilusionarte.

—No importa, como dice el doctor Emils, aunque sea por este momento lo haré.

—¡Ay! La verdad es que a veces Noel peca de sabelotodo —se burló el niño—. Bien, sigue así, sigue ilusionándote por algo que no te mereces, sigue tratando y pronto verás la realidad. La máscara que traes puesta existe por algo, si la rompes algo terrible pasará —sentenció.

El niño desapareció dejando a un desconcertado Tom. Él estaba consciente de que ese niño tan severo era producto de su mente, y seguía concordando con él. Sin embargo, empezó a cuestionarse sobre el origen del infante y el significado de todo lo que le decía, ¿tendría que ver con su poder oculto y eso del Eón?, ¿de qué máscara hablaba? Tom decidió dejar el tema de lado, le dio más mimos a Fígaro y regresó a su casa.

Así pasó Tom las primeras semanas de vacaciones a la vez que intentaba hacer el retrato de Miranda mientras repasaba en su cabeza la conversación que tuvo con Gary.

—Hijo, casi es hora de cenar, ¿qué tanto haces?

—Un retrato que me pidieron.

Adolf entró a la habitación y contempló varios bocetos pegados en el escritorio de dibujo de su hijo; todos parecían ser la misma persona.

—¿Es quién creo que es?

—¡Sí! Es la capitana Miranda Will. Ella es la tutora del pelotón donde estoy, ¿no se los dije?

—Cierto, a veces olvido que estás rodeado de celebridades.

—¿Sabes, papá? A la entrada del auditorio hay esculturas de muchos héroes. Estoy seguro de que te encantaría verlos, hasta hay una de tu héroe favorito.

—¿Del coronel Porath? —Tom afirmó con la cabeza—. Entonces tienes que tomar una foto cuando vuelvas y mandármela.

—Claro, lo haré. —Tom regresó la vista al dibujo en el que trabajaba y lo levantó un poco—. Mis amigos dicen que ella estuvo comprometida con el coronel Porath.

—Eso es cierto, se iban a casar. Por todos lados se hablaba de eso y que era como un cuento de hadas, aunque no entiendo porqué si eran de la misma clase social. De verdad que parecía nota rosa. —Adolf se detuvo un par de segundos, con nostálgica mirada siguió—: Es increíble como pequeños instantes cambian las cosas. Como cuando te tuvimos que internar de emergencia por esos mismos días del incidente del coronel. Por eso hay que aprovechar las oportunidades, por ejemplo, ¿ya tienes a alguna persona especial en la Academia?

—¡Papá! ¿Por qué preguntas eso? —Avergonzado, Tom meneó la cabeza.

—Estás con la pequeña Susie, ella te gustaba en la secundaria.

—Eso, eso fue hace mucho —respondió Tom con pena—. Y bien sabes que no fue correspondido.

—¡Eso es el pasado! Ahora eres un cadete como ella, seguro no habría impedimento para que estuvieran juntos.

Tom movió la cabeza con desaprobación y guardó el dibujo ignorando a su padre.

—Perdón, es que quisiera que encontraras a una persona especial, algún día.

—¿Qué tal... qué tal si esa persona especial ya está con alguien y ese alguien es mucho mejor?

—No digas eso, eres un buen partido.

—Lo dices porque eres mi padre.

—Exacto, y te conozco. Créeme que sé de lo que eres capaz y lo increíble que eres.

—Y yo soy el imaginativo de la familia —se burló Tom—. Oye, papá.

—¿Sí?

—A todo esto, es... ¿es posible enamorarte de alguien que no conoces?

Adolf meditó un poco antes de contestar:

—Bueno, pues al principio hay una atracción física que te puede llevar o no a enamorarte. Eso implicaría que le tienes que conocer antes.

—Tiene, tiene sentido...

—¡Pero! Dicen que el amor es capaz de trascender muchas cosas.

—¿Cómo cuales?

—Pues, como los conflictos, el tiempo, el olvido, la vida; dicen que hasta las dimensiones.

Tom contempló los bocetos de la capitana Will en su escritorio. De primero, se basó en una referencia, empezó por los ojos de la capitana y mientras avanzaba la referencia fue innecesaria. Sus manos como autómatas plasmaban lo que había en su mente, era como si recordara cada detalle de ella. Así pasó con cada boceto que ahora tenía en su escritorio. No tenía explicación para eso y no deseaba buscarla por el momento. El joven negó con la cabeza y le sonrió a su padre.

—Vamos a cenar, ¡estoy hambriento!

—No me acostumbro a escucharte decir eso —dijo Adolf y admiró a su hijo con ternura.

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